«Oniromante – DOS: Margen», VÃctor Conde
Agregado en 12 junio 2016 por dany in 274, Ficciones, tags: Novela Corta
DOS
Margen
Margen era una ciudad cambiante, tanto como sus habitantes. Pero también tenÃa aspectos inmutables, como sus habitantes. Uno podÃa caminar por sus barrios y sus callejuelas, admirar los ejemplares humanos que se amontonaban en la periferia de un sistema social que era a su vez una periferia de otra cosa, y pensar que habÃa llegado más allá (en todas las dimensiones a las que podÃa aspirar esa palabra) que ninguna otra persona de su entorno. Que habÃa viajado lo más lejos que una nave comercial podÃa llevarlo jamás… y no andarÃa desencaminado.
También podrÃa pasear por las amplias avenidas llenas de tiendas caras y de clÃnicas de neurocortado que brotaban del espaciopuerto verdadero corazón ardiente de la ciudad y sentir que la condición humana era una barrera invisible contra la que estaba chocando a diario. Que sólo por ser un bÃpedo de cerebro bicameral y mente apoyada en un sucio montón de circuitos de carbono, ninguna naveluz podrÃa llevarlo más allá.
Ya no habÃa mundos colonizables después de Margen de la Eternidad, sólo un angustioso vacÃo que tenÃa tanto de eterno como las cualidades que esos mismos vagabundos atribuÃan a los dioses, a las leyendas y a las canciones.
Sentirse humano, abandonado en las frÃas calles de Margen, era la condición más baja a la que se podÃa aspirar; la única que te garantizaba no poder seguir viajando para perseguir unos sueños que a todos le venÃan impresos como equipaje racial, grabados en el mismo cerebro que habÃa inventado formas de estar siempre pasando página. Viajar sólo le estaba permitido a la materia que no estuviese viva. Soñar no.
Ladyé Opalina se habÃa despedido del cliente, habÃa dormido unas pocas horas en la misma habitación donde cerraron el acuerdo comercial y se habÃa dado un baño. Estuvo más de cuarenta minutos sumergida hasta sus areolas rosadas. Luego se ajustó la ropa de no-llamar-la-atención y salió a la calle, a la bulliciosa mañana de Margen, donde tantas historias la estaban aguardando y tanta gente requerÃa del Sueño para sentirse un poco más humana.
Paseó rumbo a su bar favorito, el Foro MelancolÃa. El cielo estaba azul y radiante, más de lo que parecÃan permitir los edificios. Varias circunnavegadoras solares caÃan a la tierra desde un lugar que Ladyé conocÃa bien, una órbita de llegada donde la luz de estrellas era como el acero templado. ¿Hermosas? Todo lo que volara era hermoso. Con su geometrÃa en Y, las circunnavegadoras eran las únicas naves capaces de transportar humanos de un planeta a otro sin matarlos en el proceso, lo sabÃa, pero eran lentas, muy, muy lentas, y jamás tendrÃan la capacidad de una naveluz para atravesar el VacÃo.
Ladyé las vio aterrizar, cabalgando tecnologÃa Ur, y se preguntó cuántos posibles clientes estarÃan admirando la ciudad desde sus ojos de buey en ese mismo instante. ¿HabrÃa neuro-operadores especializados en sueños en los catálogos de turistas?
En el aire flotaba un olor a agua de pescado rancia. Era el perfume del código que rezumaban las naves mientras caÃan, amortajado en crÃpticos abismos de matemáticas. Ladyé aspiró aquel perfume de computación, esperando, como siempre, que aunque ella no pudiese entenderlo su cerebro sà lo hiciera. Pero era un anhelo imposible. Sólo las naves podÃan transpirar y entender su código. En él viajaba camuflada la comprensión del cosmos, la noción misma de las estrellas.
Ladyé no sabÃa qué hora era, pero el Foro estaba en plena ebullición. Incluso las tiendas de comida rápida estaban abiertas, regalando soslayados atisbos de paredes fucsia, cascadas de anuncios personalizados y áreas de degustación instantánea, donde el regusto final de una comida era transmitido a través del oÃdo en lugar de pasar por el sentido del gusto.
Saliendo de uno de esos establecimientos fue donde vio a Visnú.
Su compañero Soñador estaba tan demacrado como siempre su rostro era una metáfora de la contemplación de la luna en un estanque de aguas turbias, pero los ojos… oh, los ojos. Siempre estaban llenos de historias.
La palidez de Visnú no tenÃa nada que ver con los daños colaterales de una mala vida, sino con los efectos secundarios de la extirpación de una Ópera. Ladyé nunca se habÃa creÃdo del todo esa historia, pero si Visnú no mentÃa, era el único ser humano del cúmulo estelar que habÃa renunciado a un neurocorte tan invasivo, a una lesión tan grave y profunda del cerebro, y habÃa logrado volver a dormir (y a soñar) de nuevo.
Al ver que ella se acercaba, Visnú dejó en punto muerto un mordisco a su loncha de queso.
Hoy es uno de esos dÃas declaró.
¿Qué clase de dÃas? preguntó Ladyé. Luego cayó en la cuenta. Ah, esos…
¿Vienes de clientear?
Te he dicho muchas veces que ese verbo no existe, querido.
¿Cómo que no? ¿Y qué me dices de sueñear, neurocortar, simbolificar? ¿Tampoco existen? Se hizo el dolido. No me digas eso porque me harás sentir verdaderamente desgraciado. Me desgracifearás.
Qué tonto eres.
Le agarró del brazo y entraron al local que les servÃa de acuartelamiento, de oficina e incluso de lupanar próximo a un «sueñeo». El Foro. El templo de los que aún creÃan que la vida era posible después del REM.
En esencia era un tugurio como cualquier otro, a la vera del astropuerto y con todo lo que ello implicaba, pero tenÃa algo especial, único, que atraÃa a la gente del negocio como moscas a un abandonado terrón de azúcar. PoseÃa una barra, sÃ, y un viejo cartel (no inteligente, sino plano y sin luces) que anunciaba una bebida retro que no se comercializaba en ningún planeta. Era un bar embarcado en un largo viaje hasta la madrugada cuyo plato insignia era mejor no probar hasta que hubiese macerado del todo.
Lambda, la dueña, fraguaba chupitos de ingrediente secreto y nombre estúpido en una esquina del mostrador. Cuando acabase con la reserva de licor, esos pequeños recipientes de olvido conocerÃan el fondo de una nevera y sólo verÃan otra vez la luz como anticipo a la oscuridad de alguna garganta.
Ladyé la saludó al entrar.
¡Hola! ¿Cuántos llevas?
Lambda enarcó una ceja, el único movimiento no automático que en ese momento efectuaba su cuerpo.
Ochenta y dos en treinta minutos dijo. Lejos del récord, todavÃa.
Seguro que en los próximos treinta lo conseguirás. ¿En cuánto está el récord?
En doscientos trece.
Ladyé alzó las cejas, impresionada. Eso sà que era preparar chupitos artesanales y no lo que hacÃa la máquina de café de la competencia, el Postquemador Cuántico. Un sitio donde, si alguna vez sus amigos la veÃan poner más que fuera un pie, tenÃan órdenes impartidas por ella misma de sacarla a rastras de allà y darle una paliza.
Los Soñadores se alejaron de la barra y localizaron la única mesa donde la música, merced a un extraño juego de resonancias que nadie podÃa explicar, era casi inaudible. Allà se podÃa hablar sin recurrir a los gritos, incluso en hora punta, cosa que sabÃan todos los habituales. El primero que llegara se lo quedaba para sÃ, anclando el trasero a la silla como si de ello dependiera su vida.
Visnú y Ladyé no tuvieron suerte. Otro ejemplar curioso de la fauna del Foro ocupaba el lugar de honor. Se trataba de Slad Versorroto, uno de los bohemios. Era fácil reconocerle por su aire de desorientación constante y por unos ojos distintos a los de Visnú, ojos lastimados, como si la vida junto a la consabida mujer fatal ya hubiese tenido lugar.
Al verlos acercarse, Slad protegió las otras sillas como si ya estuviesen ocupadas (por sus recuerdos, quizá), pero al momento se arrepintió.
¿Larga noche de trabajo? preguntó.
Ladyé movió la cabeza en un gesto que podrÃa haber sido un sÃ, un no o un quizás.
No sé por qué estos tipos siempre buscan el sueño de noche protestó. Un gesto de tres dedos en el aire invocó la aparición de sendos chupitos. Es como si asociaran la oscuridad a la perversión de la Ópera.
O como si recordasen los viejos y buenos tiempos dijo Visnú. Yo me inclinarÃa más por esto último. Oye, Slad, ¿hace cuánto que no comes?
El poeta lo tuvo que pensar.
No lo sé, sinceramente. Desde ayer, creo.
Antes de que se negara a recibir su ayuda, Visnú se levantó y fue hasta la barra. Ordenó un par de platos de sabor horrible (pero muy alimenticios, con más calorÃas que la postcombustión de un reactor kren) y volvió con las servilletas.
Gracias, amigo susurró Slad con vergüenza, como si alguien pudiese apuntar aquel gesto de caridad en una libreta y echárselo en cara. Si doy con un verso realmente bueno, de esos que te dejan la lengua seca como esparto, te lo cederé gratis, sólo para ti.
Descuida. Si das con uno tan potente, úsalo en tu propio beneficio. Uno tiene que reforzar el tablado que tiene bajo los pies antes de pensar en saltar al patio de butacas.
Ah, butacas… suspiró el poeta. Su vista se desvió a un cuadro que Lambda tenÃa colgado detrás de la barra, junto a la máquina para imprimir tatuajes en el lÃquido de las bebidas. El cuadro estaba roto por las esquinas, y manchado de quién sabÃa qué brebajes en algunas zonas, pero era lo que convertÃa al Foro en el antro de artistas más reputado de la ciudad. Representaba una escena imprecisa de una mitologÃa olvidada hacÃa mucho, en la que un hombre (Visnú se habÃa puesto ese apodo en honor a él, pues pensaba que la traducción de su nombre significaba «el durmiente») descansaba hecho un ovillo en los zarcillos de una gran serpiente.
Nadie sabÃa qué significaba la escena, por qué el hombre dormÃa o qué relación le unÃa con el ofidio, pero mirarlo avivaba una chispa en su alma de poeta, y eso era razón suficiente.
Slad, ¿por qué vienes a buscar inspiración a este sitio tan apestoso? preguntó Ladyé, quizá demasiado a quemarropa.
Porque algún dÃa nos levantaremos, entraremos por esa puerta y todo volverá a ser como antes. Esto tenÃa más de declaración de intenciones que de motivo, pero aún asà lo aceptó. Los bohemios regresarán, y el Foro MelancolÃa dejará de ser un réquiem de sà mismo.
Pero ese dÃa puede que no llegue nunca.
Llegará declaró Slad con absoluta convicción, y señaló a la ventana. El ritmo de la música habÃa desembocado en una remezcla inspirada de los hÃpticos de antaño con modernos clásicos como Me robaste el motivo o el ideal para corazones rotos Playa de sal junto a la marea. El músico seguÃa mordiendo y acariciando el saxo como sólo se le puede hacer a un amante, y aquél gemÃa en bochornosas tonalidades tÃmbricas.
Al otro lado del cristal, las cascadas de hologramas del espaciopuerto se habÃan apagado y dejaban ver los barrios que se extendÃan al fondo, con edificios que habÃan perdido la fe en su integridad estructural mezclados con modernas colmenas de lujo. Era señal de que algo importante estaba a punto de ocurrir. Algo que sólo sucedÃa en aquellas pistas una vez cada cinco o seis años.
Slad sabÃa mucho de hologramas, pues su trabajo habÃa sido el de ingeniero de fuegos de artificio, una profesión que combinaba la holografÃa con la antigua y prosaica pólvora para elevar castillos de luces de gran belleza.
¿Habéis visto eso? preguntó el viejo. Van a enviar otra expedición al Lejano.
¿Otra más? Ladyé pegó la nariz al cristal. En efecto, la actividad en torno a las pistas parecÃa más frenética. Aún no tenemos noticias de la anterior y ya están pensando en…
EnvÃan naves cada vez que Mnemmón descubre un nuevo teorema susceptible de ser aplicado al vacÃo dijo Visnú, refiriéndose a la IA estagilita del otro extremo de la ciudad. Cada vez que alguien nombraba a ese ser, esa presencia alienÃgena, un soplo de viento helado parecÃa levantarse para azotar sus nucas. Estoy seguro. Despegan antes de que la matemática pierda su pureza.
Ladyé lo miró de reojo.
Qué tonterÃa. Te lo estás inventando.
¿Tú crees? Visnú hizo bocina con los puños y habló con la voz de un espeleólogo extraviado en una cueva: ¿…Y si a lo mejor no hay otra explicación?
¡Basta de imaginar! exigió Ladyé. Lo violento de esta declaración le pilló por sorpresa. Basta de sueños y de teorÃas. Necesito hablar de realidades, de cosas concretas. ¿Está buena la sopa?
Slad asintió, sorbiendo de la cuchara.
Asà me gusta. Eso es real dijo la joven.
El bohemio sonrió a la vez que sorbÃa otro poquito de sopa, dejando ver el lÃquido acumulado sobre las encÃas. Le divertÃa el juego de opuestos que practicaban Visnú y Ladyé. Ella era bajita, pechugona y pizpireta, con una vaporosa cabellera llena de encanto, mientras que él parecÃa el asta abandonada de una bandera. ProcedÃan de lugares muy distintos, pero por alguna razón la vida los habÃa hecho recalar en el mismo muelle.
Entre ellos aunaban dos filosofÃas, la del sereno positivismo y la de la eufórica contumelia. Pero cuando se juntaban nadie sabÃa cuál era cuál. Trató de imaginárselos tumbados en la misma cama mientras Ladyé le ofrecÃa el lado Soñadora de su boca, y fracasó.
El enanito que colgaba sobre el dintel, encerrado en una diminuta naveluz de cerámica, tintineó cuando la puerta volvió a abrirse.
Entró un hombre que nunca antes habÃa estado en el bar. Ladyé se dio cuenta por cómo paseó los ojos por el salón, catalogándolo como se hace con las cosas que uno encuentra por primera vez. TenÃa unos cincuenta años de esos de un insulto más y la cagaste conmigo, con cara de viejo maestro moldeador sacado del astillero corporativo, mentón firme y rasgos que emulaban la dura lÃnea atmosférica de un fuselaje delta. Un gabán granate, con lÃneas de botones como los de un antiguo corsario de los mares, le llegaba hasta prácticamente las muñecas. No ocultaba las arañas doradas de filamentos que le brotaban del antebrazo y se mezclaban con las venas de sus manos.
El hombre permaneció un momento en el umbral, calibrando la situación, y por un instante la Soñadora pensó que iba a sacar un pistolón e iba a ordenar que se tirasen al suelo. Pero lo que hizo no fue nada tan impetuoso. Se acercó a la barra, le robó la butaca a una jovencita metabolata (en el ecosistema de los bares funcionaban reglas implÃcitas como la que aquel tipo acababa de violar, privando de asiento a una chica aunque ésta no lo estuviese usando) y se sentó.
La joven lo miró, asombrada y ofendida a partes iguales. Seguramente era la primera vez que alguien le faltaba al respeto de esa manera, pero aparte de sugerir su desprecio con los ojos no hizo nada más. No se atrevió.
Ladyé siguió fijándose en aquel individuo mientras Slad daba el golpe de gracia a la sopa y Visnú le traÃa el segundo de tres platos.
Lambda sirvió al visitante un chupito color aceite. El hombre se limitó a olerlo. Al levantar la mano derecha sus implantes quedaron a la vista, revelando flujos de datos en forma de pequeños destellos, algoritmos sintientes que hacÃan trabajos en el espacio de comando, y que obedecÃan la voz de su amo como si fuera la del mismo dios de Mechanus.
La verdad, pensó Ladyé, era que más que un turista o un obrero del astropuerto aquel tipo parecÃa un personaje escapado de una guerra estelar recientemente glamourizada.
Dos dedos chasquearon en su cono de visión, centrándola en lo que tenÃa más cerca. Visnú.
Torre llamando a Soñadora sonrió. ¿Has saltado al Lejano o todavÃa estás con nosotros?
Sigo aquÃ. ¿Te suena de algo ese tipo, Vis?
Escrutó sin demasiado disimulo al corsario de la barra.
¿Es una persona o un artefacto?
Hoy en dÃa… intervino Slad, melancólico.
Yo digo que es un futuro cliente opinó Ladyé.
No de los que se acercan a mÃ. Visnú torció el gesto. Ese tipo no parece que vaya buscando un sueño a la carta, querida. Él mismo parece un personaje sacado de un cuento. ¿Para qué iba a requerir tus servicios una persona asÃ?
No lo sé. Le robó a Slad una lenteja del plato que ya habÃa acabado. Es un presentimiento. Resbaladizo, pero presentimiento. Si lo ves por el suelo, devuélvemelo. Se tragó la lenteja. Te aseguro que antes de que den las cuatro, ese hombre nos habrá encargado un trabajito.
Vienen al Foro, vienen al Foro canturreó Slad, pelando un muslo de pollo. Los perdidos y los que encontraron una senda que no es la suya, vienen al Foro…
Te apuesto un beso frente al ocaso que ese elemento sólo está aquà para alquilar alguna furcia dijo Visnú. O para optimizar sus programas embebiéndolos en alcohol.
¿Y qué recibo yo si gano? preguntó Ladyé.
Un ocaso para adornar el beso, cariño.
Visnú tenÃa que estar en lo cierto, pensó Ladyé. Sólo habÃa dos clases de personas que entraban en aquel bar: los que estaban tan inmersos en la realidad que necesitaban que alguien como ella abriese una ventana para oxigenar, y los que buceaban en la nostalgia pensando que algún dÃa ellos mismos serÃan Soñadores.
También habÃa clientes normales, claro, pero esos no contaban. Ladyé sabÃa separar a los clientes «especiales» de aquellos que sólo estaban de paso… y que la metiesen debajo de la tobera de un repulsor si aquel tipo no era uno.
Entonces sucedió algo que hizo, por una parte, que Ladyé ganara más confianza que nunca en sus habilidades de observación, y por otra que Visnú perdiera un beso.
El tipo de la barra se levantó, dejando su olor impregnado en la butaca (que la joven metabolata no se molestó en recuperar) y se dirigió a la mesa donde ellos estaban sentados. Cuando estuvo frente a los tres habituales, preguntó con un exquisito acento de la órbita alta:
Disculpen, dama y caballeros, pero… ¿es cierto que éste es el mejor lugar de la ciudad para contratar los servicios de un Soñador?
Axxón 274
Novela corta de autor europeo (Novela : Fantástico : Ciencia Ficción : Viaje espacial, Implantes neuronales, Sueños : España : Español).