Revista Axxón » «¡ARGENTINOS, A VENCER! – 20 – Diez lechugas», Juan Simeran - página principal

¡ME GUSTA
AXXÓN!
  
 

 

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. 20 .

Diez lechugas

 

 

A las tres de la mañana suena una chicharra en el estudio de Archimbaldo. Éste, que dormía como una piedra, no sabe si sueña o si la chicharra suena en la realidad. Dormido, manotea el despertador. La chicharra sigue sonando. Con un ojo puede ver en la oscuridad los filamentos rojos que indican 03:09. Insulta y sigue acostado. Se pone la almohada sobre la cabeza, pero el sonido le taladra el cerebro. Se incorpora parcialmente y reconoce el sonido del equipo de radioenlace. «¿Quién carajo será a esta hora?». Se levanta y va en pijama al estudio, tropezándose con los muebles. Apenas llevaba durmiendo una hora; todavía flota en el comedor el olor a tabaco de los ceniceros llenos. Las cajas de pizza y los vasos de whisky vacíos se amontonan en desorden junto al tapete de póquer.

Torpemente conecta el equipo de radioenlace, se coloca el auricular y acciona el pulsador. Se ilumina sólo con el velador. Habla con voz tartajosa, no chequea quién es el interlocutor, está groggy. Se desploma en el sillón.

—¿Seuedesaber… quiésssel… pe… lotudo… que mssstá… jo… diendo… asssta hora…? Déjenme… ahmm… de joder… q… quiero…dormir. Cahmm… bio… fuera.

—Aquí Almirante Estrella. Repórtese inmediatamente por insubordinación y falta de respeto a un superior en la unidad disciplinaria Pereyra Iraola. Considérese arrestado noventa días en condiciones de incomunicación, artículo trescientos veinticuatro. Caso no presentarse a las diez AM se lo enviará detener. Cambio y fuera.

Un escalofrío recorre la médula espinal de Archimbaldo, lo pone totalmente rígido y hace funcionar hasta su última neurona. Se para como fulminado por un rayo, en posición de firmes, le hace la venia a la nada y grita totalmente desencajado:

—Aquí reportándose capitán Archimbaldo Delacroix Lafinour. Aquí recibo órdenes ordene mi Almirante. Aquí espero se me comunique cualquier acción mi Almirante.Aquí muy respetuosamente me permito pedirle disculpas mi Almirante. Aquí solicito tenga a bien reconsiderar detención mi Almirante. Cambio y fuera mi Almirante.

Archimbaldo se queda rígido. Para colmo los gritos le salieron con una voz finita del terror y debe haber despertado a medio edificio.

Del otro lado del equipo no se oye nada. «Debe estar reconsiderando la detención, o quizá pidió mi foja de servicios y ahí estoy frito», piensa a toda máquina. Entiende la inutilidad de permanecer de pie y se sienta.

Por fin suena el chirrido que precede a la respuesta.

—¡Cómo te cagaste, Pilusito del orto jrraajajaj te measte encima jrrraj huevón aaaajraaa habla Escarlata. Cómo gritaste, se debe haber despertado todo el barrio jrrrojajjjaaaa! ¡Jrrambio jarrajj!

Archimbaldo se desinfla. El alivio puede más que la bronca, y como buen fullero sabe reconocer y hasta admirar la habilidad de su contrincante.

—Escarlata y la reputa madre que te parió, casi me infarto. Ya no me voy a poder volver a dormir. Espero que me molestes a esta hora para algo más que hacerme una jodita. Cambio.

—Los tengo, Pilusito. Me acaba de pasar Papadópulos la data posta posta. Pero hay un problemita. Cambio.

—¿Qué pasa? Cambio.

—Que Papadópulos me informa que lo que hay son sólo quince lechugas. Cinco para él por la data, cinco para vos y cinco para mí… con cinco lechuguitas no voy ni a la esquina, Pilusito.

En serio, comprarle a tu novia un perfume. Yo por cinco lechuguitas no muevo un dedo. Cambio.

«Me está apretando», piensa.

—Y bueno, quedate con las diez. Cambio.

—¿Y quién te dijo que por diez lechugas yo sí muevo un dedo? Como siempre, te apurás demasiado. Cambio.

«La cosa se pone fulera, este hijo de puta se quiere aprovechar de la situación», piensa Archimbaldo, y comienza a sentir una vaga inquietud, la remotísima posibilidad de que algo pueda salir mal.

—¿Cuánto me sale el chiste, Zúñiga? Cambio.

—Traé diez lechugas. Son veinte para mí y cinco para el griego. Cambio.

—Mirá, lo tengo que pensar… me agarrás seco seco… mañana te contesto… o pasado… Cambio.

Por el cerebro de Archimbaldo pasan a toda velocidad los saldos aproximados de sus cuentas, las joyas que tiene en la caja fuerte, los amigotes que le deben deudas de juego.

—No hay tiempo, salen a las diez de la noche de hoy. Si traés la guita los detengo. Si no, se van. Tengo que chupar al dueño del barco, arriesgar a Papadópulos, es un quilombo. En el pueblo no me van a querer vender ni cien de mortadela. Por veinte lo hago, por menos no. Decidite qué vas a hacer, afirmativo o negativo, blanco o negro. Cambio.

«¿Y si tiene razón Zúñiga? ¿Y si estoy haciendo semejante quilombo por nada, y si fuera más lógico regalarle a Marita… qué se yo… un auto? ¿No me estará complicando demasiado la vida esta judía?». Mientras piensa, la imagen de Marita estalla en su cabeza… y siente algo raro… un cosquilleo… una sensación…

Siente una erección desusada, insólita.

Está eufórico. «Esto no lo logré ni con los urólogos ni con las brujas. No tengo ya ninguna duda. Marita bien vale esto y mucho más. Por una vez en mi vida voy a invertir dinero en algo que valga la pena. Al diablo las joyas de madre. Al diablo mi madre».

—Hoy tenés la guita, pero no los dejés ir. Por nada del mundo los dejés ir. En cuanto esté lista mi novia salimos para allá.

Cambio.

—Otra cosa: traé verdes. Ni jarrones chinos, ni collares franceses, ni relojes suizos, ni alguna de todas esas porquerías que siempre andás desparramando por ahí ¿entendido? Ver-des. Tampoco patriotas, ni se te ocurra aparecer con esa porquería de papeluchos. Cheques o pagarés, ni lo sueñes. Si te falta un solo dólar, ni vengas. ¿A qué hora te espero? Cambio.

—A las diez abren las joyerías… dejame ir a vender joyas. Ponele que después paso a buscar a Marita… a las cinco o seis estoy allá. Cambio.

—Te espero. No falles. ¡Cómo te cagastes hoy jajjjj! Cambio y fuera.

Archimbaldo enciende la luz de su estudio. «Está claro que tengo la noche perdida. Son las cuatro menos cuarto. Tengo que hacer la valija, preparar las joyas, avisarle a Marita. Ella se debe levantar como a las… cinco y media. Falta una hora y media».

En puntas de pie va hasta la habitación de servicio, no escucha ruidos. Apoya una silla contra la puerta. Luego se dirige a la caja fuerte, empotrada en una pared detrás de un enorme óleo de la batalla de Vuelta de Obligado, en el comedor. Saca cuidadosamente el óleo, uno de los pocos originales que le quedan. Manipula la combinación, la caja se abre con un chasquido seco. Saca las joyas subrepticiamente, en pijama, sin hacer ruido. Cierra y vuelve a poner el cuadro. Siente un chistido y se le eriza el vello de la nuca. Otro chistido, más nítido. Mira alrededor y no ve a nadie.

Hasta que sus ojos se cruzan con los del retrato.

¡Ladrónnn! —sisea, colérica, la voz del almirante desde el retrato—. ¡Ladrónnn! ¡No grito más para no hacer escándalo con la servidumbre! ¡A su madre! ¡A su propia madre muerta! ¡Vacía! ¡La caja fuerte quedó vacía, infeliz!

Archimbaldo contempla la mirada incriminatoria con indiferencia. Sobre la mesa está seleccionando las últimas joyas que quedan, y realiza complicadas tasaciones mentales, que anota en un papel. Mira el reloj: las cuatro y cuarto. No ve el momento de avisarle a Marita que salen para la costa. Habla en un susurro:

—Cállese, que estoy ocupado. ¿O no aprendió que a un hombre ocupado no se lo molesta? ¿O no le enseñan modales en ese cementerio carísimo que lo mandé? Vuelva a su tumba y déjeme de joder de una buena vez.

¡Vacíííía! ¡Sepa que esa caja fuerte está llena hace tres generaciones! ¡Sepa que usted malvendió el esfuerzo de mi abuelo borgoñés, mi padre alsaciano, el mío propio y el de su madre! ¡Inútiiiiil! ¡Infeliiiiiz! ¿Por una vez que se le paró piensa que va a tirar por la ventana el poco patrimonio que le queda de la familia? ¿Y por una JUDÍA? Mi padre se tiraba judías como moscas durante la Ocupación, y yo tuve todas las que quise en la guerra contra la subversión. ¿Usted va a poner un solo centavo por un hijo que ni siquiera es de usted? ¿Sabe lo que es usted? Un CORNUUUUU…

Archimbaldo se encierra en su estudio dando un portazo, el corazón le late y su cara se deforma en una mueca horrible, como siempre que discute con su padre.

Enciende un purito holandés sabor moca. Vuelve a contar y recontar.

«Alcanza con lo que hay. Y hasta sobra para comprarle un autito a Marita».

Decide darse una ducha. El día sería largo y él tiene que poseer el máximo de lucidez.

Apaga el purito apenas empezado y se dirige al baño.

De civil está irreconocible. Para manejar cómodo se había vestido con un jean, mocasines, camisa roja a cuadros y un pulóver escote en «V» de rombos azules. Está impecable: tiene el pelo rígido de gomina y huele a colonia Atkinson. «Esta ropa es la primera sorpresa que quiero darle a Marita».

Las cinco y media. El mate de plata ornamentado humea fragrante al lado del teléfono, da una chupada y marca.

—¿Marita? Buen día. Disculpá que te molesto tan temprano… No, no te procupes, está todo bien, pero tengo algo muy importante que decirte… Sí, ya sé que es muy temprano… No, no tomé… oíme… No, tampoco me duele la ciática. Marita, por favor, escuchame. Te ví muy tensa estos días que Jaime se fue a la costa con el padre… muy tensa digo ¿me escuchás? Línea de mierda ¿no querés que te llame al celular? ¿Cómo que ni sabés dónde está? ¿Sabés el privilegio que es tener un celular? No, no te llamo a las cinco y media de la mañana para hablarte de las ventajas de un celular, tenés razón…

Suena la chicharra del radioenlace.

—¿Estás ahí? Te decía, que te vi un poco tensa con el viaje de tu hijo… no creo que sean imaginaciones mías. Marita, te emborrachaste… No, no te lo reprocho, quién alguna vez no… Tampoco de eso es que te quiero hablar, pero no sé cómo empezar. Mirá, creo… es decir sé que tu marido… tenés razón, sé que tu ex marido… Tengo infor…

La chicharra del radio enlace insiste.

—Me suena el radio. Mirá, mejor atiendo y te vuelvo a llamar. No, no vayas hoy a la oficina. Quedate esperando mi llamado… Cómo rompe las bolas la radio… Bueno, esperame, ya te llamo.

Cuelga. Se pone los auriculares.

Nuevamente no chequea la línea. Acciona el pulsador y grita colérico:

—¡Escarlata y la reputísima madre que te remil parió! ¡Ni se te ocurra pedirme ni un centavo más de los diez mil dólares porque te juro que te quemo! ¡Te quemo, hijo de mil putas! ¡Te mato como a un perro! Cambio.

Hay sólo un extraño silencio del otro lado de la línea. Vuelve a accionar el pulsador.

—¿Escuchaste, Escarlata, hijo de puta? Ni medio centavo más. Cambio.

—Acá Almirante Estrella. Cambio.

—Quien sea el pelotudo que me está haciendo esta joda ya me la hicieron hoy, estoy saliendo para la costa y me cago en el Almirante del orto, Zúñiga. Cambio.

—Aquí Almirante Estrella repórtese inmediatamente por insubordinación y falta de respeto a un superior en la unidad disciplinaria Pereyra Iraola. Considérese arrestado noventa días en condiciones de incomunicación, artículo trescientos veinticuatro. Caso no presentarse a las diez AM se lo enviará detener. Cambio y fuera.

 

 


 

EDITORIAL DE «EL CAUDILLO ON LINE» – 22 de junio de 2012

 

SEAMOS LIBRES QUE LO DEMÁS NO IMPORTA NADA

 

Hoy nos dirigimos a nuestros lectores a través de un medio en el que, debemos reconocerlo, no nos sentimos del todo cómodos: el espacio virtual de Internet. En estos treinta años de luchas heroicas, las páginas de EL CAUDILLO han sido fieles compañeras de nuestros lectores, acompañándolos en el colectivo que une Caleta Olivia con Cañadón Seco, en el barcito de la estación de micros de Abra Pampa, en el restaurante del Club Náutico de Chascomús, en el buffet del Club de Bochas de Esquel, en el consultorio del dentista de Godoy Cruz, y por supuesto en cada quiosco de diarios de Buenos Ayres, nuestra querida Capital de la Dignidad Nacional.

Cada pulgar manchado con nuestra tinta luego imprimía una identidad que íbamos forjando con cada vez más orgullo y convicción. Cada asado criollo prendido con nuestras hojas tenía, estamos seguros, el inconfundible gusto de nuestras emociones, nuestro más genuino sabor gaucho y argentino. Cada hoja que envolvía una docena de huevos, era como una madre protegiendo el trabajo digno de nuestro pueblo, sus futuros polluelos, el germen de una vida que está por venir.

Quien note asombrado un dejo melancólico o, por qué no, cierto vuelo poético en estas líneas que acostumbran a ser barricadas, trincheras aguerridas, quizá no ande del todo errado. A quien se asombre de que estas viriles líneas hoy retumben con un retintín casi feminoide, le decimos: ¿A caso ninguno de nuestros lectores, por recio y patriota que sea, jamás ha tenido un momento de debilidad? Un instante en el cual sentimos que nuestra frágil naturaleza humana nos impide ser lo que quisiéramos: hombres de hierro, invencibles, voluntades puras frente a las cuales la materia se rinda espantada.

Pues no, lector, no somos invencibles. No somos de hierro. La materia, normalmente dócil, hoy se nos rebela, nos niega sus frutos, nos mezquina el aire que respiramos.

Ese aire que respiramos, lectores, se llama papel.

Ese papel que, hasta ayer, pudimos conseguir, con grandes esfuerzos y sorteando el CRIMINAL Y ASESINO EMBARGO. Ese papel que permitía que un simple changarín pueda acceder a nuestra información en un alto del duro trabajo. Pues no desconocemos, queridos lectores, que este nuevo medio, Internet, no es el óptimo para facilitar la comunicación cotidiana con nuestro PUEBLO NOBLE. No desconocemos que, desde estas mismas páginas, nos hemos referido (quizá dejándonos llevar por el ardor patriótico) a Internet como el NUEVO OPIO DE LOS PUEBLOS. No desconocemos, finalmente, que el embargo ha impedido que quienes nos han gobernado en estos duros años pudieran difundir el uso de las nuevas tecnologías como, qué duda cabe, fue su más profundo deseo.

Tampoco desconocemos, cibernético lector, que alguien hoy está festejando, en estas horas de congoja. Ese ENEMIGO que tenemos bien identificado, hoy quizá esté brindando en repugnante algarabía, al comprobar que la voz justiciera de EL CAUDILLO está momentáneamente amordazada en parte. Ese ENEMIGO que siempre ha deseado el triunfo del Imperio Agresor, desconociendo que para que eso suceda se ha de derramar la sangre de hasta el último argentino de bien que quede en pie para defender los colores celeste y blanco y nuestra herencia cultural Hispánico-Criolla.

A ese ENEMIGO le decimos: CUIDADITO CON FESTEJAR ANTES DE TIEMPO.

A ese ENEMIGO le advertimos: no tenemos papel pero nos quedan palabras, y cuando las palabras resuenen impotentes nos quedan las armas de nuestra razón, y cuando no alcancen pues pasaremos a la razón de las armas.

A ese ENEMIGO les informamos: los dedos que teclean estas páginas terminan en manos que terminan en puños que terminan en brazos que están firmemente guiados por un CORAZÓN PATRIOTA, que tanto puede apretar una tecla como jalar un percutor.

A ese ENEMIGO le terminamos pidiendo (sí, pidiendo) que no siga probando el límite de nuestra generosidad y paciencia, pues los pueblos parecen dóciles pero finalmente harán TRONAR EL ESCARMIENTO.

Cibernético lector, finalmente USTED es nuestra gran esperanza. Difunda este editorial, coméntelo en su hogar, su oficina, en el puesto de lucha que ha ocupado en estos TREINTA AÑOS.

No dejemos que se derrumbe el edificio gigantesco de nuestro ORGULLO NACIONAL.

Y si semejante cosa sucediera, muramos sepultados bajo los escombros.

Dios, fuente de toda Razón y Justicia, está de nuestro lado.

 

¡ARGENTINOS A VENCER!

El editor

 

 


 

[SIGUIENTE]

 

 


Axxón 275

Novela de autor latinoamericano (Novela : Fantástico : Ciencia Ficción : Ucronía, Distopía : Argentina : Argentino).

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