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¡ME GUSTA
AXXÓN!
  
 

ARGENTINA

 

 

A Shikei Chisora lo deprimió el mensaje que le mostraba la tablet. Eran las últimas horas de su turno antes de su fin de semana cuando leyó: «Viaje a Deimos. Imperativo primero. Presentarse en plataforma de lanzamiento 3». Sintió una ráfaga de indignación. Arrojó el dispositivo sobre la cama, que recuperó su transparencia al apagarse. Se sentó a un lado y se agarró la cabeza con las manos. Al rato se resignó y dejó escapar un gruñido de rabia. «Siempre me cagan a mí», murmuró. Estaba cansado de trabajar tantas horas. Tenía una vida fuera de su profesión, o al menos quería tenerla.

Caminó apurado hasta la estación central. El calzado de núcleo magnético generaba un sonoro clac en las pasarelas de metal y el ruido reverberaba a lo largo del pasillo tubular. Quería resolver rápido ese trabajo y así tal vez podría llegar a tiempo para tomar una cerveza con sus compañeros en el bar. Shikei siempre les contaba a sus amigos en la Tierra que lo mejor de emborracharse en Marte era que el alcohol hacía efecto más rápido. Creía que era consecuencia de la gravedad, un tercio de la terrestre. Tal vez también influía algún componente del agua de la colonia Kinirotani, obtenida de la orina filtrada de sus 4.548 habitantes.

Shikei llegó hasta otro pasillo más amplio que conectaba el centro de la colonia con las plataformas de lanzamiento. El extenso túnel estaba en la penumbra, con una débil línea lumínica sobre un costado de la estructura de tifeluminio. Ocupó el asiento gastado en el suwa y comenzó a desplazarse a lo largo de un riel en la pared. El transporte monoplaza, apenas un asiento con apoyabrazos, avanzó con velocidad envuelto en el chillido de la vía mal aceitada. Con solo las puntas de los pies apoyadas en el suelo, Shikei movía con impaciencia las rodillas arriba y abajo. La endeble estructura temblaba.

El suwa se detuvo con un golpe al llegar y el hombre se bajó de un salto. Ya dentro de la plataforma subió unas escaleras hasta el cuarto de control, donde el aire reciclado estaba aún más viciado. La habitación era un domo transparente que permitía una visión despejada del rosado cielo marciano. Desde allí se veían las distintas estructuras de la colonia. Los pasillos conectores se extendían desde el poblado centro hasta los edificios periféricos. La imagen general se asemejaba a una araña con sus patas extendidas en un desierto naranja rojizo de arena y piedras. El sol, más pálido y pequeño que en el firmamento terrestre, acentuaba la tonalidad del óxido de hierro que dominaba el paisaje.

—¿Ahora qué pasó? —increpó Shikei a Uehara, el controlador de turno.

—El puesto de Deimos no responde. Tenemos allá dos astronautas de guardia, pero hace casi 40 horas que no responde el enlace. No tenemos acceso a las cámaras ni sensores o dispositivos remotos. Según el terminal no hay tráfico con la Híper Red por lo que sugiere un fallo de conexión —contestó Uehara mientras se rascaba una barba de varios días—. Son Haruhiko y Yoruni, viajaron cientos de veces a Deimos y saben cuales son los protocolos para esta situación. Es muy raro.

—Debe ser un fallo menor y no quisieron suspender lo que están haciendo. ¿Se ve algo desde acá? ¿Mandaron un dron?

—Miramos con un satélite y nada, parece todo normal —Uehara le mostró las imágenes en la pantalla holográfica de uno de los escritorios que cubrían la circunferencia interna del domo. Shikei se acercó al controlador para hacer zoom en la imagen y un tufo a sudor rancio lo asaltó. Consideró que el tipo se tomaba muy en serio el ahorro de recursos.

—Íbamos a mandar unos drones —continuó Uehara—, pero el jefe se preocupó. Es un paranoico, piensa que les puede haber pasado algo a esos dos y quiere que vaya algún astronauta ya mismo por si hay que emprender un rescate. Por eso te llamé de urgencia.

—No es para tanto, seguro no hay conexión a la Red porque se quemó un codificador de señal, otro más. Ya fallaron varios de los que llegaron en el último container de la Tierra. Cambié una decena en lo que va del mes. Están fabricados en el distrito de Bangladesh —Shikei se alejó unos pasos y le dio la espalda a Uehara en busca de un poco de aire respirable.

—Sí, pero igual es raro. ¿La unidad de repuesto también falló? Además podrían haber regresado, tienen un módulo de emergencia. Lo mejor va a ser resolverlo rápido. Mirá, Shikei, no te podés quejar: vas a ir con la preciosa Momiji —el controlador siguió con un dedo el contorno de la figura de una mujer que se proyectó en la pantalla.

La mandíbula de Shikei se desplomó en un gesto de asombro e incredulidad:

—Lo único que faltaba para terminar de arruinarme el día.

 

***

 

Shikei Chisora mantenía una buena relación con todo el personal de la colonia, pero Momiji Kainochi era la excepción. Ella lo miraba y fruncía la nariz cada vez que se encontraban en un espacio común. «Como si oliera mierda», creía Shikei. La chica jamás le devolvía el saludo. Inclusive varias personas le habían confesado que Momiji hablaba mal de él a sus espaldas. Ni siquiera sospechaba cuál podría ser la razón.

Momiji era unos años menor que él, tenía 22. Era la querida belleza de la colonia. Los hombres (y algunas mujeres) se daban vuelta a mirarla cuando la cruzaban en un pasillo, hipnotizados, hasta que desaparecía. Para todos era una chica encantadora y agradable; Shikei tenía una opinión muy diferente.

—No me mires la cola, idiota —Momiji fulminó a Shikei con la mirada. Estaba vestida con un ajustado uniforme sintético que parecía traslucir todo menos el color de la piel. Esperaban el momento del despegue en el cuarto de preembarque. Momiji se había puesto el traje espacial hasta la mitad de los muslos. Le costaba subírselo porque había elegido un talle menos del que le correspondía. Al ser increpado, Shikei enfocó la vista. Había estado absorto por la incertidumbre de la situación en Deimos. De manera automática miró el mullido trasero que su compañera intentaba embutir en el traje.

—¡Te dije que no me mires!

Shikei suspiró en busca de autocontrol, no quería discutir:

—Terminá de cambiarte. Te espero en la lanzadera.

—Mejor que te cuides en el viaje, voy a transmitir todo con la strip. Si hacés algo te denuncio en cuanto volvamos. Mi papá conoce al jefe de Recursos Espaciales en el Comando Lunar y…

La dejó hablando sola y caminó hacia el comienzo de la lanzadera. No supo si prefería terminar alguna vez con ella en la cama o pegarle unos cuantos cachetazos. Como no pudo decidirse prometió que si tenía la oportunidad haría ambas. No importaba el orden. Tal vez, incluso, podrían ser simultáneas.

La nave que los llevaría al satélite marciano era una cápsula cilíndrica con espacio para cuatro tripulantes, algunos repuestos (entre ellos el maletín con dos codificadores de señal) y el combustible necesario para las maniobras de aterrizaje y el regreso. Como única identificación se leía en un costado «J.N.T. 26». El viaje de ida, de poco más de una hora, se lograba gracias al impulso electromagnético en un túnel de más de 47 kilómetros de longitud. El cañón de pulso, abastecido con energía solar, ahorraba el uso de carburante para la expulsión fuera de órbita.

Shikei ya se había ubicado en la cápsula y las cintas de seguridad lo sujetaban con fuerza. Momiji se acomodó en un asiento de espaldas a él. Luchó unos minutos con las cintas, pero no pidió ayuda. Uehara les dio luz verde desde el domo y la nave cobró vida entre luces y sonidos de alerta. Se empezó a mover.

La aceleración fue lenta pero exponencial. Los dos astronautas revisaban los datos de la maniobra con las strip que llevaban alrededor de la frente y hacían las correcciones pertinentes. En minutos la cápsula alcanzó la velocidad de escape y salieron despedidos por el extremo del cañón. Abandonaron la débil atmósfera y gravedad de Marte al dispararse directo a su objetivo. Shikei vio a la araña de Kinirotani ahogarse en un mar rojo hasta desaparecer por completo. Las naves de suministros, los desechadores de basura y los transportes de exportaciones de productos ferrosos entraban y salían de la atmósfera para mantener viva a la colonia.

La nave se alejó más y el planeta se delineó por entero, como una inmensa esfera del color del fuego. Shikei rotó 180 grados el ángulo de visión en la holo y observó hacia el frente. La pantalla se cubrió de un universo de estrellas que le dio vértigo. Un trozo oscuro reveló la posición de Deimos. El satélite natural más pequeño de Marte era tan sólo un asteroide de tamaño promedio.

Momiji no habló en todo el viaje. Ignoró a Shikei cuando éste le preguntó si se sentía bien. «Esta chica tiene algún problema psicológico», pensó y estuvo muy cerca de preguntarle si hacía mucho que no tenía novio. Se ahorró el comentario porque no quería soportar sus gritos dentro de ese espacio reducido.

Shikei miró a Momiji varias veces de reojo. La chica movía los labios y seguía un ritmo con la cabeza. Supuso que debía estar escuchando música en la strip. El aparato transmitía al cerebro por lo que no invadía el perfecto silencio de la cabina. El astronauta espió el perfil de su compañera en la Red y confirmó que escuchaba a la popular Demy Shine. «Tiene el silencio y la paz absoluta del espacio, pero prefiere esas canciones sin alma cantadas por una vocaloide y compuestas también por software», se indignó.

Al llegar a Deimos la nave orbitó a su alrededor para desacelerar. Shikei revisó la superficie rocosa de color gris con detalles en ocre. Encontró las escasas construcciones, que ya había examinado con Uehara, sin signos de estar habitadas. Activó el descenso y el terminal hizo el resto. La cápsula desplegó sus tres patas y tras un suave golpe ya habían aterrizado.

Momiji se apuró a liberarse de las cintas, se puso de pie y se colocó el casco. Se dirigió a la compuerta con el maletín que llevaba los codificadores de señal para restaurar la conexión en el puesto de Deimos. Era evidente que quería hacer el trabajo lo más rápido posible para salir de allí cuanto antes.

Shikei se demoró unos segundos para comprobar los datos del exterior. Se alegró cuando vio en la pantalla a uno de los astronautas que venían a buscar. Caminaba con cortos saltos en dirección a la nave. Shikei siguió a Momiji para averiguar si era Haruhiko o Yoruni quien los iba a recibir y qué era lo que había pasado.

La escotilla se abrió y Momiji bajó al encuentro del anfitrión de esa yerma roca donde todo era fino polvo y piedras de distintos tamaños. Shikei salió un minuto después. Ya en el exterior los impulsores automáticos del traje lo depositaron en el suelo. En ambientes con mínima gravedad como aquel, los trajes espaciales usaban descargas a presión del dióxido de carbono exhalado para estabilizar al astronauta sobre la superficie. Se controlaban desde la strip y lograban movimientos precisos.

Shikei ya casi había alcanzado a Momiji y estaba unos cuantos pasos detrás de ella. Vio a su compañera ofrecer el maletín al astronauta de Deimos y la oyó saludarlo por el canal compartido del comunicador. Distinguió que era Yoruni Zetsubou, quien repentinamente levantó el maletín por sobre su cabeza y lo estrelló con fuerza sobre una saliente rocosa. Los repuestos, destruidos, saltaron en todas las direcciones con el efecto de cámara lenta que le imprimía la débil gravedad.

Un segundo después Yoruni sacó un objeto que escondía tras su espalda y dibujó un arco ascendente sobre Momiji. La sangre brotó por una rasgadura en el traje de la chica y tiñó sus bordes. Su visor se cubrió por dentro del líquido oscuro y el rostro quedó oculto. Momiji Kainochi salió despedida hacia arriba por la violencia del tajo. Con los controles de antigravedad sin reacción, el cuerpo flotó como un globo y ascendió hacia el abismo espacial.

La escena era incomprensible para Shikei, que quedó estático y sin poder interpretar lo que estaba pasando. El astronauta homicida se giró hacia él y le sonrió. Algo en el interior de Shikei se liberó y le devolvió el dominio de sus piernas. Huyó a los saltos y se adentró en el desierto Deimos.

 

***

 


Ilustración: Tut

Tras kilómetros de carrera, Shikei Chisora se giró hacia atrás y confirmó que Yoruni no lo seguía. Se detuvo e intentó calmarse para cuidar la reserva de aire. Su respiración agitada inundaba de ruido el traje y el aliento le opacaba el visor. El sudor le resbalaba por todo el cuerpo. Se refugió tras unas rocas, sin dejar de espiar hacia atrás.

La calma le llegó de a poco y entonces notó detalles a los que no había tenido tiempo de prestar atención. Era de noche en Deimos y su satélite hermano, Fobos, asomaba por el horizonte. Shikei se hundió en la inmensidad del nítido cielo estrellado. Le transmitía el mismo vértigo que si estuviera parado al borde de un abismo sin fondo visible. Veía el núcleo de la galaxia, atiborrado de puntos de luz, como una figura homogénea, rellena. Se giró y encontró a Marte clavado en el firmamento, cubriéndolo todo. Parecía caerse encima suyo, era enorme: como si en la Tierra su luna creciera mil veces. El astro rojo brillaba justo en la dirección donde había aterrizado su nave y muerto Momiji, como un marco sanguinario de aquel festín de insanía.

El crujido del comunicador anunció un mensaje y lo devolvió a la realidad:

—¡Ey, Shikei! Vení que te quiero decir algo —la risotada de Yoruni le estalló en los oídos y le puso la piel de gallina.

—Hijo de puta, te van a matar, ¡estás loco!

—Deimos es mi casa y nadie te invitó —la voz se volvió grave y siniestra.

La comunicación lanzó un crujido y luego se quedó en silencio.

No había contacto con los controladores de Kinirotani ni acceso a la Red. Shikei intentó todo varias veces, llamando con desesperación. Tampoco captó ninguna nave cercana que pudiera responder a su pedido de auxilio. Dedujo que Yoruni había descompuesto también el retransmisor de la J.N.T. 26. De todas maneras sabía que lo vigilaban desde los satélites. En breve mandarían ayuda. Tenía que esconderse y aguantar el tiempo suficiente.

Se sentó en el suelo e intentó escurrir una pequeña pila de fino polvo entre sus dedos. En vez de derramarse, la arenilla se esparció muy despacio en todas direcciones como una nube. Era un paisaje tan distinto, pero igual le recordó escenas de su niñez en playas terrestres. Esos habían sido días despreocupados, felices y lejanos. A veces creía que sus memorias anteriores a la adolescencia no eran suyas, que estaban implantadas para darle una historia. Conservaba intactas las imágenes de esa época, con aquella simpleza y entusiasmo infantil que se impregnaban a los recuerdos visuales como ciertos aromas o melodías. Ahora, sin embargo, lo angustiaban las circunstancias de una vida triste y monocroma en su aislada colonia.

Sabía que estaba atrapado, rodeado sin escape. A Shikei Chisora lo perseguía de cerca una sociedad que lo obligaba a pasarse la vida trabajando por un sueldo que no tenía oportunidad de gastar. La actividad misma lo desgastaba mentalmente y se le hacía difícil disfrutar sus tiempos libres. Ese frenesí de situaciones estresantes no se alejaba de su mente, a la que sentía como una madeja de hilos enredados.

Los años pasaban y sentía cómo la amargura lo consumía. Estaba cansado de eso. Su juventud no era excusa para desestimar un cansancio que recién asomaba. Era consciente de que esa condición se iba a profundizar con los años hasta llegar al hartazgo o, si era afortunado, se convertiría en una abulia que le permitiera continuar indefinidamente. Que ahora buscara asesinarlo un astronauta enloquecido era un efecto colateral de esa vida que él mismo se había elegido.

Dejó escapar unas lágrimas de frustración y luego se compuso. Volvió a la realidad y meditó sobre el momento del ataque. Había creído atisbar un vibroseparador en manos de Yoruni. Se trataba de una herramienta de uso común de los astronautas para cortar partes metálicas. Agazapado en su escondite, Shikei se dio cuenta de que sólo tenía piedras para defenderse ante ese afiladísimo machete.

Buscaba una roca de buen tamaño cuando de reojo captó movimiento. Miró en dirección a la nave y se quedó rígido al descubrir a Yoruni Zetsubou saltando con energía hacia su refugio de piedras. Seguía el rastro de huellas y así lo encontraría en minutos. El polvo fino de Deimos lo había traicionado.

La nueva situación tomó a Shikei desprevenido, sin un plan de contingencia. Había pensado permanecer escondido hasta que llegara la ayuda. Ahora sus pensamientos desbordaban frenéticos y el sudor se le metía en los ojos. Debía llegar a la nave y escapar. O al menos encerrarse.

Cuando Yoruni se acercó al escondite, Shikei saltó por encima de él. Ahora estaba seguro: el psicópata tenía un vibroseparador en la mano. Con la ventaja inicial Shikei logró cierta distancia de su perseguidor, pero a los pocos segundos Yoruni ya estaba nuevamente tras él. Achicaba la distancia salto a salto. Gracias a su experiencia en Deimos, el loco manejaba mejor que él los impulsores.

Shikei comenzó a desesperarse al ver que su colega desquiciado se le acercaba tan rápido. Pese a que saltaba con todas sus fuerzas, aún así le costaba desplazarse, como si lo hiciera bajo el agua. La J.N.T. 26 ya era visible y un destello de esperanza lo azuzó en el último trecho de la carrera. Dio un salto final y cayó en la escalerilla de la nave. Al abrir la escotilla sintió el impacto de un cuerpo en su espalda. Yoruni lo había alcanzado.

El astronauta enloquecido podría haberlo matado, pero sólo lo había golpeado con su propio cuerpo contra el exterior de la nave. Ambos rebotaron y cayeron sobre el suelo de Deimos. Yoruni blandía el vibroseparador en una mano y una retorcida sonrisa en el rostro; Shikei sólo enarbolaba su desesperación.

Yoruni intentaba cortar a Shikei, que esquivaba las arremetidas con dificultad. La pelea en ausencia de gravedad parecía una danza reproducida a un cuarto de su velocidad real. Tras un mal paso, Yoruni tropezó con una piedra y perdió el equilibrio. Shikei apostó su vida en ese momento: se lanzó hacia esa misma piedra y la usó para golpear a su perseguidor en la espalda. Quedó indefenso sobre el polvo gris.

Con el peso disminuido de Deimos, las pedradas de Shikei lastimaban, pero no llegaban a ser mortales. Yoruni recibía una andanada de golpes e intentaba protegerse en posición fetal. Hasta que se volteó e imploró con un gesto de las manos. El astronauta que había ido a buscarlo y se encontró con su locura homicida no le concedió perdón. Shikei redobló el ataque, ahora con ayuda de los impulsores de los brazos. La piedra subía y bajaba con fuerza aumentada.

El visor del traje de Yoruni Zetsubou se quebró con uno de los golpes y se le incrustó en la garganta. Una lluvia de gotas de sangre roció en todas direcciones sin las limitaciones de la gravedad. Formó una nube roja que brilló, suspendida, con el resplandor de Marte. En el suelo, el maletín con los repuestos destruidos exhibía bajo las salpicaduras la marca del fabricante «D-R.E.». Shikei Chisora continuó con la arremetida incluso después de tener la certeza de que golpeaba a un cadáver. Lo hizo una y otra vez. Y una vez más. Y otra vez. Y otra.

 

***

 

Horas más tarde llegaron cinco cápsulas y un transbordador de emergencias que se mantuvo en órbita. Traían a una veintena de astronautas, tres médicos y dos oficiales de la Policía Global con sus emisores de pulso desenfundados, ya inútiles para aquel momento. Habían seguido los sucesos desde las cámaras de los satélites de Marte. El único sobreviviente los esperaba sentado en la escalerilla de la cápsula, con la mirada perdida en el ciclópeo Marte que amenazaba con caerse y aplastarlos a todos. Tuvieron que zarandearlo con fuerza para obtener una reacción.

El cadáver de Haruhiko, el compañero inicial del desquiciado Yoruni, fue encontrado en una bodega casi decapitado. A Momiji la recuperaron en el espacio, a varios kilómetros de altura. Los restos de Yoruni sorprendieron al equipo forense de la colonia de Kinirotani, donde no eran comunes los episodios de violencia. La cabeza del abatido homicida había quedado aplanada y extendida. El amasijo grumoso de hueso, pelo y masa encefálica se hundía en el polvo en un revoltijo negro del que sobresalían partes plásticas del casco. El asistente que recogía con pinzas los despojos vomitó dos veces dentro de su traje. Luego de eso optaron por embolsar lo que quedaba de Yoruni junto con varios kilos del polvo que lo rodeaba.

Desde ese día toda la comunidad trató a Shikei con precaución, casi con miedo. Lo grabaron al llegar a la colonia con su traje cubierto de sangre y la roca todavía en sus manos, aferrada tan fuerte que no se la habían podido quitar. El astronauta se mantuvo callado y quieto al transitar los pasillos tubulares desde la plataforma de aterrizaje hasta la clínica. No dijo palabra y nadie consideró necesario pedirle explicaciones, estaba todo claro en los videos y audios.

—Señor Chisora, ¿cómo se siente? ¿Necesita algo? ¿Quiere un calmante? —le preguntó en la clínica una enfermera.

—Quiero una cerveza —reaccionó sin pestañear.

—En cuanto terminemos con los chequeos, señor.

—Me voy a emborrachar con ese pis fermentado hasta quedar inconsciente —una risa nerviosa tembló en sus labios.

 

***

 

La noticia del incidente en Deimos fueron el tema central de conversación en Kinirotani durante un mes. Las imágenes del episodio completo se difundieron en las demás colonias e hicieron resurgir el debate por las condiciones de insalubridad mental de los trabajos espaciales. Por unos días abundaron en los canales de variedades de la holo los paneles de discusiones con especialistas y opinólogos de turno.

El caso de Yoruni Zetsubou fue considerado un brote psicótico producto de una condición preexistente que no había podido ser descubierta por la planta médica de Kinirotani. El «loco de Deimos», como se lo conoció en las noticias, fue el primer asesino múltiple del espacio. Aunque la opinión pública lo consideró un enfermo, sus colegas astronautas manifestaron lástima y dolor por lo que había vivido. Sólo ellos sabían lo que era ser devorado por la amenaza de inmensos planetas y el vacío de abismos sin fondo de infinitas estrellas. Todos comprendían tarde o temprano en esa profesión que la soledad y el silencio del espacio juegan hasta con la mente más sana.

El Gobierno Mundial bloqueó en la Tierra la publicación de las imágenes de la muerte del asesino. Sólo se informó en un comunicado oficial que un psicótico asesino había sido detenido por un «valiente astronauta».

Shikei Chisora estuvo un año de licencia y luego continuó con tareas administrativas, lo que le dejaba las tardes libres. Todos en Kinirotani estaban al tanto de la verdadera versión de los sucedido en Deimos. La gente lo esquivaba en los pasillos y sus amigos lo trataban distinto. A sus espaldas se mostraban temerosos de que un día pudiera despertar convertido en un nuevo «loco de Deimos». No querían tenerlo cerca en caso de que sucediera.

Al terminar su jornada laboral, Shikei se sentaba junto a una ventana en el bar de la colonia. Allí se tomaba la cerveza de agua reciclada que se subía pronto a la cabeza. Con la nariz apoyada contra el vidrio veía el tránsito de naves hasta que se ocultaba el sol. Tras el crepúsculo, cuando la oscuridad tendía su manto de estrellas, Shikei se perdía en ese abismo profundo que le hablaba en voz baja, llamándolo.

 

 


Nos cuenta Gonzalo: «Soy nacido en Lomas de Zamora, en 1984. Me licencié en Ciencias de la Comunicación en la UADE y trabajo como periodista en la web de Ámbito Financiero. Publiqué un libro, Antártida, dentro de la colección Leer es futuro 2 del Ministerio de Cultura. Asisto al taller de Hernán Vanoli y escribo cuentos de ciencia ficción.»

Este es su primer cuento en Axxón.


Este cuento se vincula temáticamente con MARTE HUMANO, de Sergio Alejandro Amira.


Axxón 277

Cuento de autor latinoamericano (Cuento : Fantástico : Ciencia Ficción : Colonización Espacial, Alienación : Argentina : Argentino).

2 Respuestas a “«Deimos», Gonzalo Gossweiler”
  1. Sr.Mostro dice:

    Me ha encantado y me ha asustado un poco ser un futuro Yoruni Zetsubou

  2. Julián RK dice:

    Felicitaciones, Gonzalo, que buen cuento. Me gustaron las descripciones y rigurosidad del ambiente creado. Saludos.

  3.  
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