«Pastores del crepúsculo», Ariel S. Tenorio
Agregado en 10 octubre 2016 por dany in 278, Ficciones, tags: CuentoARGENTINA |
«En este mundo que habitamos
todo está sujeto a cambios continuos e inevitables»
Jean-Baptiste Lamarck
Son los primeros días de primavera en la isla, pero aún falta mucho para que llegue el tiempo cálido. Son esos días en que la luz permanece envuelta en una bruma constante que no retrocede ni siquiera a mediodía y hace que todo luzca descolorido y opaco. El amanecer está cerca, pero el cielo está cargado de nubarrones y desde la boca del acantilado trepa una niebla espesa que rodea los riscos y los monolitos del antiguo templo de los hombres. En las praderas cercanas, innumerables siluetas grises duermen acurrucadas unas contra otras bajo la tormenta.
Mientras nos preparamos para salir, la lluvia arremete con furia contra el domo de piedra. Falta todavía una hora para el alba y el frío se nos instala como una aguja en el espinazo. Mis hermanos estiran las patas y bostezan con sus hocicos envueltos en vapor, pero sus miradas están despabiladas y brillan como brasas en la penumbra del canil. Schnauze es el más chico de la manada, y es también el más perezoso; permanece con los ojos entornados y nos observa desde su rincón hecho un ovillo. Su postura parece decirnos que no le importan nuestros asuntos y obligaciones, y que preferiría quedarse durmiendo cómodamente al reparo de la intemperie. Pero Schnauze ya no es un cachorro y sus hermanas mayores se lo recuerdan de manera brusca. El ladrido seco rebota en las paredes y se amplifica en nuestros oídos. Son tiempos difíciles y necesitamos que todos los miembros se esfuercen al máximo. Uno a uno salimos y nos sentamos bajo la lluvia. El joven agacha la cabeza y sale también, con andar cansino, luego se sienta a mi lado en la oscuridad, a la espera de instrucciones.
En total somos siete. Una familia joven pero diezmada a fin de cuentas. Árbol, nuestro padre y líder, nos ha contado que en tiempos de gloria, cuando el gran Bismark regía estas remotas tierras, las ovejas estaban libres de mutaciones y se contaban por miles, y las jaurías de pastores formaban una sola familia de cientos. Pero eso no lo habíamos visto nosotros, ni siquiera lo habían visto nuestros abuelos, lo de Bismark era quizás una leyenda entre muchas, transmitida de padres a hijos en las noches oscuras para que la vida en la isla no pareciera tan mala. Árbol siempre nos cuenta estas historias, y cada vez que lo hace lo escuchamos con atención, pero a diferencia de mis hermanos, yo no creo en ellas. Al menos no con el corazón. Creo que mucho daño hemos sufrido ya como para permitirnos depositar esperanzas en estas fantasías.
Kreischen y Niebla se ubican a mi derecha, mis hermanas menores. Nuestro orgullo y esperanza. Kreischen es flaca y de aspecto enclenque, pero su delgadez resulta engañosa ya que posee una ferocidad inusual para su tamaño. De carácter explosivo, es propensa a perder los estribos y confrontar ante la menor señal de amenaza, lo que nos ha acarreado más de un problema. Por otro, lado, a la hora del combate, siempre me he alegrado de tenerla a mi lado. En cambio Niebla parece tallada en otra madera. A pesar de pertenecer a la misma camada, su contextura robusta la hace parecer mayor a su hermana. Su pelaje es oscuro y sedoso y se torna dorado hacia el hocico y la punta de las patas, lo que le da un aspecto llamativo. Niebla posee el temperamento opuesto a Kreischen, ella es fría y racional, de pocas palabras. Niebla siempre mira a los ojos, y parece atravesarte cuando lo hace. Desde el principio ha sido la favorita de Árbol, sin ocultamientos ni malicia, simplemente es algo que todos tenemos presente.
Luego quedamos nosotros tres: Marzo, Gespenst y yo, Hahn, los jóvenes pastores del perímetro Norte; los tres machos más robustos en toda la isla.
Árbol nos contempla a todos desde sus ojos severos, parece medirnos uno a uno y sopesar el éxito o el fracaso de la arriada. No necesita explicarnos el trabajo, ni los peligros que implica. Ya todos hemos aprendido sus lecciones y hemos sufrido sus castigos. Sin embargo, esta arriada será la primera para el pequeño Schnauze. Confío en que mantenga los ojos y las orejas abiertas y no meta la pata, por su propio bien. Gespenst, mi hermano de camada, adivina mis pensamientos y me muestra los dientes en señal amistosa. Sus ojos dorados parecen sonreír. No te preocupes me dicen sus ojos. Schnauze lo hará bien.
El ladrido de Árbol nos pone alerta, es un sonido corto y seco. La señal de largada. Como si estuviéramos sujetos a un resorte invisible, nos ponemos en movimiento. Bajamos la colina al trote, a un ritmo parejo y sin perder la formación. Kreischen y Niebla comienzan a ladrar órdenes a la masa confusa de animales, que enseguida despierta y se incorpora con ojos asustados. Son cuatrocientas ovejas y deben llegar sanas y salvas al extremo sur de la isla, según los parámetros de Árbol, a trescientos cincuenta meilen contando desde aquí. Yo no sé mucho de mediciones, pero me basta saber que con suerte, nos llevará entre cuatro y cinco días, está claro que no se trata de un mapa imaginario y que tampoco se trata de un recorrido en línea recta. Salvo el pobre Schnauze, el resto de nosotros entiende lo que realmente implica. La Maquinaria Gänsenhaut nos espera en el predio Sur. Y es una presencia a la que todos tememos. Sin embargo, procuramos no pensar demasiado en eso. Tenemos un trabajo que hacer y nos consumirá todo nuestro tiempo y energía.
Rápidamente rodeamos al montón informe y ocupamos nuestros lugares estratégicos. Luego, a la señal de Árbol, comenzamos nuestra faena. Esta primera etapa es ardua pero no demasiado complicada, consiste en agrupar a las ovejas en una formación lo más compacta posible y hacerla avanzar en una dirección determinada. Una vez que se consigue hacer marchar al grupo como si fuera un solo individuo, lo demás funciona casi por inercia. Tal vez se deba a nuestra naturaleza, siglos y siglos haciendo algo para lo que casi no necesitamos entrenamiento, como si lo aprendido por nuestros antepasados se hubiera ido perfeccionando en nuestra memoria genética hasta quedar plasmado para siempre. Lo cierto es que aquí estamos, una vez más, haciendo lo que nuestra sangre nos pide que hagamos, y procurando hacerlo bien para no contrariar a la Maquinaria Gänsenhaut.
Con cierta dificultad, subimos por la colina y enfilamos hacia el camino de piedra dándole la espalda al mar. La lluvia golpea contra nuestros pelajes y el de las ovejas, nos empapa, pero no detenemos nuestra marcha. De mi lado, unos cien metros por detrás, oigo los alegres ladridos de Schnauze y las recomendaciones que le da Marzo para que no deje que se disperse su sector. Los ladridos deben ser cortos y fuertes, los mordiscos deben ser suaves pero firmes. Casi me parece oír al viejo Árbol entrenándome a mí y a mis dos hermanos cuando teníamos esa edad.
A medida que avanzamos, conforme nos alejamos del mar, la bruma va cediendo y la tormenta nos da algo de tregua, todo esto hace que nuestra visibilidad mejore y también nuestro humor. Hacia el Oeste, las grises estribaciones descienden hacia el océano como una dentadura gigantesca, las enormes moles de piedra se ven borrosas y envueltas en nubes, pero aún así son imponentes. En nuestro recorrido hacia el Sur, dejaremos atrás el macizo montañoso y nos iremos adentrando en la isla, subiendo y bajando colinas a través del valle verde y del bosque de Schlund, donde la comida y el agua no constituyen un problema, pero donde nos aguardan los lobos.
Estos lobos no son del todo animales, al menos no como lo somos nosotros, o las ovejas, o las gaviotas que pescan en los acantilados. Estos lobos lucen como lobos pero en realidad son parte de la Maquinaria Gänsenhaut, una parte de la Maquinaria que se pervirtió y se rebeló del programa inicial hace muchos años. Según Árbol, a los lobos no les gustaba el rol que les habían asignado, no les gustaba que se los usara como verdugos para restablecer el orden natural del ecosistema, odiaban las órdenes, que les dijesen cuando podían alimentarse y cuando pasar hambre, entonces se multiplicaron sin control, formaron clanes y comenzaron a atacar a los nuestros, a las ovejas, y a todas las criaturas dentro y fuera del protocolo, sin concesiones.
Durante años, la Maquinaria libró una guerra contra ellos, enviando pequeñas máquinas cazadoras y diseñando enfermedades que pudieran afectarlos específicamente sin dañar al resto de las criaturas. Pero los lobos sobrevivieron, no todos pero sí algunos, y se volvieron más duros, más inteligentes, inmunes a cualquier amenaza. En el presente quedan solo dos clanes de lobos en la isla, El clan de Caranegra que consta de ocho miembros adultos, y el Clan de los Fantasmas que consta de siete adultos y cuatro cachorros. Por suerte para nosotros, estos clanes están también enemistados entre sí, disputándose permanentemente territorios de caza y gastando una gran energía que de otro modo nos caería encima. Aun así, es peligroso olvidar que ambos clanes nos superan en número y que nos odian a muerte.
Se me encoge el corazón al recordar la muerte del hermano Pájaro en las fauces del mismísimo Caranegra, el sonido de su cuello al partirse y la expresión de sus ojos al apagarse su chispa vital. Pájaro, a quien yo admiraba más que a nadie. Luchó con valentía, pero no tuvo ninguna oportunidad. Escapamos por milagro ese día, heridos y desalentados por la muerte de nuestro hermano. Nos costó cuatro días reunir de nuevo el rebaño, un rebaño al que le faltaba la cuarta parte de sus ovejas. Los lobos son maestros en el arte de la emboscada, a lo largo de nuestros viajes, muchas veces nos han sorprendido con la guardia baja. En ocasiones, conformándose con llevarse algunas ovejas, en otras, concentrando toda su furia en nosotros.
Pensar en todo esto me pone de un humor extraño y volátil. Siento deseos de vengarme, de destrozarlos con mis dientes, desgarrar su carne y beber su sangre. Pero sé que es una fantasía. Muchas veces hemos luchado contra los lobos y la realidad es que, sin ayuda de la Maquinaria y superados en número, enfrentarlos abiertamente es un acto suicida.
El trabajo me distrae de mis recuerdos. A través del balido del rebaño y el golpetear de sus patas en el empedrado, distingo los ladridos de Árbol pidiéndome que me adelante y haga de guía para que las ovejas giren hacia el Sureste. Debemos estar llegando a la bifurcación de las tres piedras. Marzo, que está guiando solo a la cabeza, necesita ayuda, si algunas ovejas escapan hacia el lado equivocado de la bifurcación, se meterían en un laberinto de roca y espinillos, una especie de espiral natural lleno de callejones sin salida y traicioneros pozos a los que Niebla nombró «quiebra-patas». Sacarlas de allí nos llevaría el resto de la jornada.
Me adelanto a la carrera mientras tiro mordiscos a las ovejas que se separan demasiado del grupo. Algunas me miran asustadas y corrigen su rumbo enseguida. Las ovejas son estúpidas, o tienen un lenguaje básico que no es difícil de entender. Nunca entablamos diálogo directo con ellas, salvo lo justo para que actúen como esperamos que lo hagan. Hablarles de igual a igual en vez de utilizar ladridos y mordiscos sería útil, pero también sería considerado deshonroso, una falta de respeto a nuestra memoria atávica. Mientras me acerco a la cabecera del rebaño, disfruto del viento renovado que me llega desde el Oeste. Los perfumes de flores silvestres, hierbas nuevas y tierra fértil me invaden y me aportan calma. Para nosotros, estar más de la mitad del año junto al Mar significa que nuestro olfato se impregne de salitre y algas podridas, un hedor que tapa los aromas más sutiles, que impide que mantengamos nuestros sentidos afilados y que en definitiva, nos saca de quicio.
Llego junto a Marzo justo a tiempo y con fuertes ladridos y dentelladas impedimos que el grupo se bifurque hacia el pasaje. Poco a poco, mientras las ovejas enfilan hacia el Sur, hacia el valle que se divisa como un resplandor verde por encima de las lomadas, Gespenst irá adelantándose por el otro flanco hasta quedar guiando a la cabeza. Estos movimientos rotatorios fueron perfeccionados a través del tiempo por las sucesivas generaciones de pastores. No sabemos quién inventó esta técnica pero seguramente es anterior al Gran Bismark; lo importante es que funciona. Cuando el rebaño haya pasado, la rotación nos colocará a Marzo y a mí en la retaguardia del grupo, Árbol y Shnauze quedarán a la cabeza, Niebla y Gespenst a la izquierda y Kreischen a la derecha.
Trotamos hacia el Sur-Sureste a buen ritmo, la lluvia se ha transformado en llovizna y el cielo luce revuelto. Niebla lanza ladridos de expectativa y Gespenst le responde con su vozarrón alegre. Estamos en camino dicen sus ladridos. Todo va a salir bien.
Después del mediodía, el tiempo avanza resuelto hacia adelante, el viento despeja la tormenta y sentimos con gratitud los rayos de un sol tibio en el lomo. En esta parte del trayecto la hierba húmeda comienza a reemplazar a los duros terrenos de esquisto cercanos a la costa. De aquí en más, mientras nos adentramos en el corazón de la isla, los prados fértiles se van intercalando con pinares y grupos de hayas de hojas azules, el follaje se vuelve más denso y apretado también, reduciendo el camino a un ancho de apenas seis o siete metros, una zona que llamamos «camino de víbora» y que desemboca, luego de unos diez meilen, en la última pradera verde y espaciosa donde las ovejas podrán pastar y descansar. Es en este claro de pastos tiernos donde pasaremos la noche. Más adelante nos espera el bosque de Schlund, un entramado tan exuberante y extenso que nos provoca admiración y temor al mismo tiempo. Schlund, con sus árboles extraordinariamente altos y antiguos, tan enormes que ya se ven en la distancia como un paredón gris que se confunde con las nubes.
El escolta enviado por la Maquinaria Gänsenhaut nos espera en el medio del claro. Es una criatura oscura y elegante, y sentada como está, en posición relajada, no parece más corpulenta que Árbol. Sin embargo, todo en su fisonomía nos dice que se trata de un animal mucho más poderoso. Nos observa con curiosidad mientras nos acercamos a él y dejamos que las ovejas se dispersen para pastar a su antojo. Nos sorprende su porte y su mirada fría. Bajo sus zarpas hay algunas liebres muertas, seguramente un obsequio para nosotros, una señal de buena voluntad.
Estos rituales son importantes. Cada primavera, la Maquinaria Gänsenhaut nos envía un escolta guardián para atravesar el bosque de Schlund. A veces se trata de alguna criatura viva, a veces no. Este escolta tiene aspecto animal, pero no pertenece a la familia de los canis. Su pelaje es de un negro profundo y aterciopelado y sus ojos son dorados como el ámbar. Jamás hemos visto un ser semejante en toda la isla. Instintivamente, nos quedamos a una distancia prudencial y observamos con recelo como Árbol se reúne con él.
Nuestro Padre cumple con las formalidades, se saludan, cruzan pocas palabras y se huelen un momento. Luego, el guardián nos dirige un rápido vistazo y se aleja a la carrera hacia la entrada del bosque. Nos reuniremos allí al alba, cuando reanudemos la arriada hacia el Sur. A estos guardianes, por lo general, no les agrada la compañía y solo están allí para cumplir con su cometido. Es mejor así, ya que a mis hermanos y a mí tampoco se nos da muy bien socializar con extraños, mucho menos cuando se trata de animales que no identificamos a simple vista. Con respecto a la comida, no tenemos reparos. Estamos hambrientos y nos arrojamos encima de las liebres tan pronto como el guardián se pierde de vista. Kreischen y Schnauze comienzan a disputarse una pieza, tironean y gruñen mientras intentan desgarrar la carne y quedarse con la mayor parte. Cada vez que Kreischen sacude sus mandíbulas, las patas del pobre Schnauze se despegan del piso y vuelan cómicamente por el aire. Nos acercamos y formamos una ronda alrededor del revuelo, alentamos a uno u otro contrincante y causamos alboroto, por un momento, nos sentimos nuevamente como cachorros jugueteando en los campos de pastoreo.
Árbol pone fin a la algarabía. Sus ladridos suenan como estampidos. Nos recuerda la importancia de comportarnos con disciplina y compartir la comida, pero sobre todo, el peligro que implica bajar la guardia en el linde del bosque. El centinela enviado por la Maquinaria Gänsenhaut no es garantía y en el pasado hemos pagado con sangre el exceso de confianza. El viejo Padre nos mira uno a uno mientras nos dice estas cosas. Parece más preocupado que enojado. Todos sabemos que tiene razón y sentimos vergüenza por nuestra estupidez. Incluso Niebla que siempre se mantiene al margen de las travesuras, acepta su parte de culpa, asiente y baja las orejas. Como castigo por su comportamiento, Árbol ordena a Kreischen y Schnauze retirarse a vigilar el rebaño sin probar bocado. Ambos obedecen sin chistar y se marchan de inmediato. El resto de nosotros compartimos la cena en orden y silencio. No habrá cuentos de la Era de Bismark esta noche. Por mi parte, no tengo problemas con eso.
Poco a poco la luna se hace visible, luce como un arco filoso cuya luz no logra impedir que la oscuridad cierna sus dedos sobre nosotros. Es una noche húmeda y fría, pero al menos no llueve. Luego de la cena, camino junto a Gespenst hacia el rebaño; uno a uno, ocuparemos nuestros lugares para pasar la noche y cuidar de las ovejas. Dejo a Gespenst en su sitio y sigo hacia mi lugar en el extremo sur. Paso junto a Schnauze que está acurrucado junto al lomo peludo de una oveja y sus ojos brillantes me observan con ansiedad. Siento pena por él. Sé que la primera arriada es la más difícil, y sé que debe sentir hambre y frío, pero no se me permite mimarlo como a un cachorro pequeño. Debe madurar rápido y hacerse fuerte por el bien de la familia. Le dedico un saludo corto y sigo hasta ocupar mi lugar.
Desde mi puesto, alcanzo a ver el borde del bosque como una sombra recortada entre las sombras. Pienso que el guardián debe andar por allí, fundido en la negrura como una gota de tinta en la brea. Me pregunto qué clase de pensamientos cruzarán por su mente, en el caso de que tenga una. En otras ocasiones hemos visto guardianes con aspecto animal y sin embargo, bastaba olfatearlas o verlas moverse para darnos cuenta de que eran artefactos envueltos en piel, sin sangre, sin espíritu. Parodias grotescas que la Maquinaria nos enviaba para ayudarnos en el trecho más peligroso, pero que nos ponían los pelos de punta y nos causaban más recelo que los propios lobos.
Este último guardián no pertenecía a ese tipo, era un hijo natural de la tierra, pero proveniente de algún lugar remoto. Lejos de tranquilizarme, pensar en eso me inquieta. Por mi cabeza se cruzan preguntas que ya me he hecho antes, preguntas que según Árbol, conviene no formularse. Cansado de mi insistencia, Árbol me ha contado que las jaurías del pasado apenas tenían inteligencia suficiente para obedecer órdenes simples, y que en esos tiempos no existían palabras sino un proto-lenguaje muy básico. Esa forma de comunicación esencial era la perfección y los pastores vivían y morían en una burbuja de bienestar e ignorancia. Árbol me dijo también que nuestro deber es volver a ese estado primitivo, cercano a la naturaleza, y que por eso a cada generación se le enseña menor cantidad de palabras.
Cierro los ojos y le doy vueltas al asunto, me entristece que nuestra raza elija deliberadamente volver hacia atrás, ¿acaso no es un deseo contrario a las leyes naturales? Me gustaría discutir estos temas con Padre pero adivino el resultado: lo encolerizaría y me ganaría un castigo. En voz muy baja, me repito palabras prohibidas, palabras que Madre me susurraba cuando era un cachorro, palabras que se suponía, no debía aprender jamás. Los sonidos rebotan en mi paladar, y sus significados rebotan en mi mente. Si desaparecen todas las palabras ¿Cómo haremos para sujetarnos a la realidad? Antes de entrar en un sueño liviano me pregunto si la Maquinaria Gänsenhaut comprenderá el significado de las palabras tal como lo hacemos nosotros.
Aparezco en otro lugar, mi estado de ánimo es sereno. Vadeo sin prisa el cauce de un arroyo. Schnauze está conmigo, con el hocico pegado al pedregal húmedo, de tanto en tanto, levanta la cabeza y me mira con ojos brillantes y alegres. Es un día lleno de luz, de aromas nuevos y estimulantes y pareciera que hay un millón de cosas por descubrir. Cardúmenes de peces plateados se arremolinan en las aguas poco profundas junto a la orilla, y el sol dibuja chispazos en sus siluetas. Del otro lado del arroyo hay una serie de lomadas desparejas donde unos cerezos de troncos negros se asoman sobre el agua. Es otoño. Apenas pasado el mediodía. Una repentina brisa arroja sobre la corriente una lluvia de pétalos blancos que son arrastrados hacia el corazón del bosque como una pequeña flota de navíos. Schnauze, lejos de apreciar la singular belleza del entorno, se aferra a un nuevo rastro con ansiedad, sus movimientos se vuelven frenéticos y veo cómo se erizan los pelos de su lomo. Su ladrido corto me arranca de mi pereza y contagia electricidad a mi sistema nervioso. ¡Un ciervo!
Mi hermano menor sale disparado como una flecha y yo lo sigo a toda velocidad con una sonrisa de oreja a oreja. Descendemos por la suave pendiente de la colina, por un pinar abierto y sembrado de helechos que crecen por encima de nuestras cabezas. Debemos ser rápidos pero también tener cuidado ya que el camino está lleno de troncos caídos y de piedras cubiertas de líquenes, afiladas como cuchillos.
Ahora yo también percibo el rastro, es un olor intenso, de animal joven, un macho recio y fuerte. Debo advertirle a Schnauze que no se fíe demasiado, los cuernos de un ciervo pueden ser mortales si se comete la torpeza de acorralarlo.
Schnauze es un borrón negro y escurridizo unos metros más adelante. Mientras lo persigo por el follaje verde y luminoso, casi surreal, me asalta una idea que me causa perplejidad. La confusión crece cuando caigo en la cuenta de que estamos persiguiendo a un animal que jamás hemos visto en la isla y que sólo conocemos por las historias que nos contaba Padre. Ni siquiera sabemos qué aspecto puede tener un ciervo, entonces, ¿cómo es posible que estemos persiguiendo a uno?
«Algunos juegos son mentiras de la mente» me dice la voz de Madre, pero ya mi temor está creciendo por encima de sus palabras.
Un bramido retumba en el bosque y luego se oye un alarido, la voz de Schnauze convertida en un grito de dolor. Mi sangre se hiela.
Sin embargo, el miedo no me paraliza, mi cuerpo se pone en movimiento sin que mis pensamientos interfieran, fluye como un líquido en dirección hacia el sonido, todo lo que importa ahora es Schnauze. Y eso es lo que me repito mientras lo busco. En ese frenesí, soy todo músculos y tendones, esquivando, contorsionándome, cobrando impulso para correr más y más rápido.
Y entonces lo veo.
Erguida en medio de un brezal, una bestia aterradora me clava la mirada. Bajo una de sus patas está mi hermano. Su cabeza desprendida del tronco expulsa sangre a borbotones y el cuerpo, pequeño y vulnerado, tiembla entre estertores. El monstruo me enseña los dientes, la cabeza coronada de cuernos y los ojos amarillos y malignos. En medio de mi espanto sé que he visto esos ojos antes. Son los mismos ojos del guardián.
Marzo me despierta con un ladrido de alarma, y antes de poder comprender lo que sucede, me veo arrastrado por el caos. Las ovejas corren fuera de control hacia el sendero, algunas están lastimadas y el olor a sangre flota en el aire.
Por puro instinto, Marzo y yo comenzamos a morder y ladrar con la intención de ordenar las filas. Pero el terror que las invade es una fuerza incontenible y nos perdemos con ellas en el interior del bosque. Con el corazón desbocado, miro en todas direcciones y agudizo el oído. Oigo los ladridos de todos mis hermanos, pero no los de Schnauze ni los de Padre. Los lobos nos deben haber empujado desde atrás, desde el claro hacia el sur, a sabiendas de que no hay vuelta atrás una vez que nos arrastren hacia adentro, por la boca del embudo que conforma la entrada. Una vez en la espesura, con las ovejas encabritadas y perdidas, seremos presa fácil, nos irán cazando de a uno hasta que no representemos mayor peligro que una simple liebre.
Estas ideas cruzan mi cabeza en pocos segundos, pero no logro entender cómo nos han emboscado desde atrás. Resulta imposible que no los hayamos visto, olfateado o presentido. Con Marzo a mi derecha, nos abrimos paso hacia adelante, en dirección a la oscura abertura del camino principal. Mientras las ovejas chillan, se chocan entre sí o se enredan en los pastizales, nosotros logramos avanzar y superarlas. Más adelante, en medio de la oscuridad, oímos los ladridos de Kreischen y corremos a su encuentro.
¡El guardián se ha llevado a Schnauze hacia el interior del Schlund! Nos dice con sus ojos muy abiertos. Y agrega. Padre ha ido tras ellos.
Sin perder un segundo corremos juntos por el bosque. Los tres somos el mismo espíritu. No hay tiempo para la confusión o la duda. Donde no funciona la vista lo hace el olfato. Intento anular el horror de mi reciente sueño, pero la semejanza es demasiado concreta.
Ahora las ovejas han quedado atrás y apenas oímos sus balidos. Confiamos en que nuestros hermanos restantes establezcan el orden. El terreno húmedo cede bajo nuestras patas pero pronto llegamos a la zona de la vieja cascada donde el suelo es más duro. Allí hay una colina de piedra con escalones de fácil acceso, y del otro lado, el camino se abre entre abetos y moras.
Antes de llegar a la parte alta de la cascada, una silueta gris se interpone en el camino. Sus ojos son rojos y espectrales. Es uno de los lobos más viejos, el hermano de Caranegra. Con infinito desprecio, me muestra una dentadura ensangrentada. Detrás de él, un bulto pequeño y familiar yace inmóvil. Mi corazón arde como el fuego. Sin dejar de correr nos lanzamos hacia el lobo en un solo rugido. Chocamos, nos entrelazamos, mis colmillos encuentran su carne y ya no lo suelto. La expresión final de mi hermano Pájaro parpadea en mi mente por un instante. Un lanzazo ardiente en un costado me arranca un gruñido. El olor de la sangre, mi propia sangre, mezclada con la de todos, me embriaga. La pelea se convierte en un revoltijo encarnizado. De pronto, el guardián nos ataca, y allí están los otros lobos, caen sobre nosotros convertidos en un millón de zarpas y colmillos. Caranegra aúlla satisfecho a unos metros, sobre la piedra alta. Luchamos con ferocidad, con una rabia inusitada, luchamos como si fuésemos una jauría, pero nos superan en número. Malherido por nuestro ataque, el hermano de Caranegra exhala su último aliento, pero comprendemos que ha sido una pieza sacrificable. En el fragor del combate comenzamos a notar el desgaste y en cambio, el Centinela, el traidor, es como una nube de muerte. Posee unas zarpas antinaturales. Veo como derrota a Marzo en un instante, destrozándolo. Kreischen ha dejado de moverse y varios lobos tironean de ella como si fuera un trapo viejo. Cuando se percatan de que ya no representa peligro, las dentelladas arrecian sobre mí. Me inmovilizan, lacerando mi carne, desgarrando y vapuléandome, pero aun así, continúo resistiendo. Antes de perderme en las tinieblas, siento el vacío bajo las patas, un ligero vértigo. Mi cuerpo cae desde lo alto de la cascada. Golpeo el agua helada y lucho por encontrar asidero, pero estoy exhausto y mis patas no me obedecen. La corriente me arrastra y ante cada débil latido, me alejo más y más de mi propio ser. De pronto no hay miedo, ni odio, ni dolor. Solo quietud.
En un tiempo sin textura, reúno fragmentos que pertenecen ya a otra vida. El Centinela devora parte de mi cuerpo a un costado del arroyo. Lo hace de manera casi ceremonial. Poco después, arrastra mis restos por el sendero de Schlund en dirección al Sur y los lobos lo dejan hacer.
Han pasado muchos días. Abro los ojos en un recinto que no logro entender. Ningún elemento de la isla está aquí presente. La artificialidad y la ausencia de verde es dolorosa para la vista. Aquí las superficies son planas y extensas, meticulosas y enquistadas en una tecnología horrible. Un no-color idéntico y repetitivo empobrece todos los rincones y los pocos objetos que se mueven son como pequeñas pesadillas. Unas patas articuladas me han reconstruido sin pausa, mientras entraba y salía de un sueño envenenado. Ahora puedo moverme y no siento dolor, pero ya no soy el mismo. Me han dado instrucciones muy precisas y aunque las aborrezco, están grabadas debajo de mi piel. Muy cerca, en un espacio confinado, otros seres están siendo reformulados, mejorados, separados de la naturaleza para siempre, al igual que yo. A pocos metros, en la pared metálica hay un boquete que me permite mirar hacia el exterior. La equivocación continúa también allá afuera, lo invade todo, se incorpora al paisaje como una enfermedad. El mar está ahí, pero de este lado de la isla ya no se parece al Mar. No se parece a nada.
No encuentro palabras para la desolación.
En el resplandor blanco, las ruedas gigantes de la fábrica arrojan toneladas de lana sobre la marea, donde unos barcos abandonados se pudren desde hace siglos.
Ariel S. Tenorio es Argentino y tiene 40 años. Se ha dedicado a la creación de relatos de terror y ciencia ficción desde su adolescencia. Muchos de sus relatos han sido publicados en revistas especializadas, antologías y fanzines. Recientemente su relato «Plasmatrón» fue traducido al francés para la antología de Ciencia Ficción «Hola Babel» dedicada exclusivamente a autores noveles latinoamericanos. También es miembro fundador del grupo de horror experimental «The Wax».
Hemos publicado en Axxón: SUNNY ROSE Y EL VENDEDOR DE ESPEJOS, CARROÑA, LA JUNGLA MÁS ALLÁ DE LAS ESTRELLAS y ¡ZOMBIE, RESPONDE!, ORDENÓ EL PLASMATRÓN.
Este cuento fue publicado por primera vez en PRÓXIMA 23 (2014)
Este cuento se vincula temáticamente con BÁRBAROS, de David Farland y DECLARAN EXTINTO AL HOMO SAPIENS, de Bruce Sterling.
Axxón 278
Cuento de autor latinoamericano (Cuento : Fantástico : Ciencia Ficción : Post humanidad : Argentina : Argentino).
Hermoso y triste relato.