Revista Axxón » «El último», Sergio Sangiao Filgueira - página principal

¡ME GUSTA
AXXÓN!
  
 

ESPAÑA

La fuerza geotérmica de Nuevo Júpiter hacía que el BIT se mantuviera estable.

Laisa echó un vistazo hacia el firmamento. Su cuerpo, de un escarlata metálico, destelló y devolvió los rayos de Prometheus, la distante estrella del sistema.

Bajó la mirada.

Laisa puso una rodilla en el suelo e introdujo uno de sus brazos mecánicos dentro de un pequeño agujero circular horadado en la explanada metálica. Un holograma gigantesco apareció delante; detrás; sobre la figura escarlata. Diversos signos y mapas bailaban y se superponían cada vez a más velocidad, como si intentaran competir para atraer su atención. Laisa sacó el brazo del agujero y se levantó. Su cuello sintético giraba en todas direcciones; con movimientos bruscos.

¿Dónde está el maldito conducto? ¡Ah, ahí está! ¡Para!

El holograma se congeló en el aire, justo donde un mapa tridimensional señalaba un conducto de color rojo.

Dejet34. Desatasca el conducto de engrase: 17304DUJFT Cuadrante: ADR-3958 Orden dada por Firma Telepática: Laisa. Número de Empleado: 17284740375-ERJD Ocupación: Mantenimiento Nodo 1094628573011295395 del Computador Interespacial. Fin de orden.

Los hologramas desaparecieron.

Laisa echó un vistazo a su alrededor: La explanada metálica que recubría el planeta restallaba con las últimas luces del ocaso de Prometheus. Se quedó así, inmóvil, esperando que desapareciera por el horizonte llano. Una miríada de colores precedió a ese instante: ora naranja; ora rojo; ora violeta; ora… oscuridad.

Dejet34. Número de Serie: 28549303765-ER para Laisa Número de Empleado: 17284740375-ERJD Asunto: Desatascado conducto de engrase: 17304DUJFT Cuadrante: ADR-3958. Fin de Informe.

Laisa firmó telepáticamente la respuesta de Dejet34. Dio una orden más y caminó unos cien pasos hacia el norte.

Se detuvo.

En el firmamento millones de estrellas y constelaciones iluminaban la noche de Nuevo Júpiter. De repente, se levantó un viento de más de doscientos kilómetros por hora. Laisa puso en funcionamiento los electroimanes de las suelas de sus pies para no salir despedida. Sabía que esos eran los prolegómenos de unas rachas más fuertes. Dentro de poco llegarían a los mil kilómetros por hora. Era lo que llamaban una tormenta metálica de escala dos; un efecto secundario de la terraformación de Nuevo Júpiter.

Laisa dio una última orden telepática. En un instante, un pequeño trazo de color rojo empezó a iluminarse en el suelo. Rodeó a la mujer hasta encerrarla por completo dentro de un círculo. Un níveo resplandor surgió del suelo y envolvió la figura escarlata hasta que desapareció. La explanada volvía a estar vacía.

***


Ilustración: Pedro Belushi

Laisa creía no acordarse del día en que había entrado a formar parte de la plantilla de la Corporación. Desde luego se mentía a sí misma: recordaría aquel día toda su vida, no le cabía la menor duda. De eso hacía casi mil años terrestres, pero parecían doscientos mil. La primera vez que pisó aquel maldito planeta aún mantenía su apariencia normal. No pasaba un solo día sin que añorara sus tersas manos, su lacio cabello y su cara de muñeca de porcelana. Podía acordarse de cuando el Inspector la recibió aquel nefasto día en la terminal, aún a medio construir, de Nuevo Júpiter. Aunque pertenecía a la Corporación, el Inspector no estaba chipeado. Le pareció raro. Por aquel entonces casi todo el mundo lo estaba. No tuvo más remedio que comunicarse fonéticamente con él. Al principio le costó un poco, acostumbrada al lenguaje telepático, apenas podía articular dos palabras seguidas sin confundirse, por lo que optó, en principio, por responder con monosílabos. En cambio, el Inspector usó su perfecto dominio de aquel sistema arcaico de comunicación para contarle los problemas que había tenido la Corporación en la terraformación del planeta. También le dijo que por causa de la extensa vida del núcleo de Nuevo Júpiter, su BIT se usaría en la memoria permanente del Computador Interespacial. El Inspector le dejó claro que era una gran responsabilidad mantener aquel BIT estable por el bien de toda la humanidad; que no había nada más importante que aquel BIT, y que la Corporación no perdonaría una actitud negligente a la hora de mantener el BIT en funcionamiento. También le aseguró que la Corporación le restituiría cada órgano por uno sintético a medida que necesitara un reemplazo. «¿Por qué sintético?» preguntó Laisa. El Inspector le respondió que unos sintéticos la adaptarían mucho mejor al medio y al trabajo que tenía que desempeñar en Nuevo Júpiter. Así se hizo. Todo en Laisa era sintético y mecánico; sólo parte del cerebro original de Laisa permanecía intacto; el resto eran chipeadas y arreglos varios, sobre todo a nivel de deterioro neuronal y de tejidos cerebrales. A la hora de la jubilación, el Inspector le había prometido una increíble y auténtica regeneración total de sus órganos, con una reestructuración vitalicia. Al acabar el trabajo su aspecto sería, para siempre, tal y como había llegado al planeta; una estratosférica suma de dinero redondeaba el acuerdo. Esas, y solo esas, habían sido las causas para que Laisa hubiera aguantado todo ese tiempo en aquel maldito planeta. Pero aquello iba a cambiar: sólo faltaban seis rotaciones completas de Nuevo Júpiter para jubilarse. Dentro de poco vendría una nave con el reemplazo. Y ella no tendría más que enseñarle las instalaciones durante otras quince rotaciones, recogería las pocas pertenencias que atesoraba y pondría rumbo hacia la Tierra, donde comenzaría su verdadera vida.

***

Fueron las seis rotaciones más lentas de su vida. Laisa iba y venía por el planeta reparando los pequeños fallos inherentes a la maquinaria del BIT. En verdad, ella no estaba allí para hacer eso. Sabía que si no acudía a arreglarlos, el propio computador principal de BIT lo resolvería en el próximo scan, pero estaba tan nerviosa con la llegada del reemplazo que no podía estarse quieta sin hacer nada. A pesar de que podía teletransportarse, a Laisa le gustaba más moverse por los túneles de gravedad del interior del planeta. Cruzándose con los robots de manufactura de componentes; con las ópticas de los láseres; con los contactores que ponían en funcionamiento los motores del mastodóntico engranaje que alimentaba el BIT. Conocía cada rincón del pequeño planeta tan bien como los múltiples recovecos de sus manos sintéticas. De hecho, Laisa hubiera apostado con cualquiera a que podría encontrar cualquier cable de interconexión de cualquier bus del BIT sin ayuda del computador principal; hasta hubiera soldado a mano las interconexiones si no fuera porque no tenía las microscópicas dimensiones de esos condenados deyets.

Al principio de la sexta rotación, Laisa se encontraba en el mismo corazón del computador principal: una pequeña estructura de forma piramidal de la que colgaban multitud de paneles lumínicos que mostraban el estado de cada interconexión. Sin duda aquello era una reminiscencia del pasado; algo inútil; ya que Laisa podía confirmar el estado de millones de interconexiones por vía telepática u holográfica, pero los ingenieros del Computador Interespacial eran muy escrupulosos aplicando la ortodoxia que habían implantado, hacía miles de años, aquellos a los que llamaban «Los cuatro padres de la interfase primigenia: Ali, Lewis, Heidfeld y Santoro.» Los hombres más famosos de la historia de la humanidad.

Pasó un cuarto de vuelta más hasta que la computadora transmitiera a Laisa que un pequeño objeto se estaba acercando a la órbita de nuevo Júpiter y que, en apenas otro cuarto de vuelta, aterrizaría en el hangar 3G. Sin duda era la nave.

Laisa mandó una intercomunicación vía telepática para dar la bienvenida. El protocolo mandaba como norma devolver el saludo. La nave no lo hizo.

***

El hangar 3G se usaba para naves de carga, por lo que era uno de los más grandes del planeta. A Laisa le extrañó que la nave no diera respuesta, pero lo que era más extraño es que fuera a aterrizar en un hangar de carga en vez de uno de los confortables y pequeños hangares de pasajeros.

El hangar 3G estaba en el otro lado del planeta. Laisa se fue hacia una esquina donde había una pequeña plataforma metálica. Se subió a ella. Una línea en el suelo empezó a dibujar un círculo rojo.

***

¡Era ridículo! ¿Cómo podría alguien viajar en semejante nave de pasajeros? Era diminuta. Y en la extensión de aquel impresionante hangar destinado a cobijar a monstruosas naves de almacenaje la insignificancia de aquella pequeñísima nave se hacía más evidente. De pronto una duda recorrió las zonas neuronales de Laisa. ¿Por qué es todo tan raro? Nada cuadra. Eso le produjo ansiedad. Una respuesta instantánea de su cuerpo sintético en forma de sustancia química la calmó de inmediato. Laisa se acercó a la nave. Vista desde cerca no tenía forma de nave. No tenía popa ni proa determinadas, carecía de ventanas y no parecía tener una estructura idónea para su manejo: tenía forma de cono cromado como un… Si no tuviera aquellos ojos sintéticos y sin vida y aquella máscara, que a pesar de estar hecha de las aleaciones más avanzadas y caras que podía hacer el ser humano, tenían el defecto de la inexpresividad, sin duda, habría tenido en aquel mismo momento una faz desencajada y cérea. Se había dado cuenta de por qué nadie había contestado a su bienvenida. Aquella nave había aterrizado en un hangar de carga porque eran los únicos que podían monitorizar automáticamente un descenso de una nave no tripulada. Aquel cono no era una nave; era una cápsula de entrega. Pero, ¿para entregar qué? Laisa se movió lentamente hacia la cápsula. Levantó uno de sus brazos y la tocó. La cápsula se iluminó y se abrió.

Ni siquiera los potentes calmantes sintéticos podían aplacar la ira que sentía. ¡No me lo puedo creer! ¡No me lo puedo creer! ¡Un Robot! ¡Esos malditos hijos de puta me han enviado un robot! ¿Y que quieren que haga yo con un puto robot? ¡Si tengo miles! ¿Dónde coño está mi reemplazo? ¿Dónde? Cálmate, Laisa, cálmate. Seguro que todo tiene una explicación razonable. A lo mejor este robot es algo que tenían que enviar para hacer… para hacer… no sé, algo. Pero si tenían que enviar el robot por alguna causa, me habrían mandado alguna comunicación desde el Centro del Computador, y yo ahora lo sabría. Quizá se olvidaron…no, eso no. Imposible. No se olvidarían. Esperaré. Eso es. Esperaré otra rotación para asegurarme. Quizá dentro de poco llegará la nave con mi reemplazo. Un robot extraño y mi reemplazo en el mismo día. Esperaré. Eso será lo que haré.

Laisa esperó tres rotaciones a que llegara su reemplazo. Nada sucedió. Cuando empezaba la cuarta rotación dio una orden telepática.

Llama a la Corporación.

***

Laisa Número de Empleado: 17284740375-ERJD Asunto: Conexión urgente por fallo en reemplazo Destino: La Tierra – Centro del Computador Interespacial – Recursos humanos.

La imagen tridimensional del Inspector apareció al instante. Tenía la misma apariencia que cuando Laisa llegó a Nuevo Júpiter. Obra, sin duda, de los múltiples implantes orgánicos que se había hecho. El Inspector estaba sentado en lo que parecía una silla de mimbre y en su boca sobresalía un cigarrillo a medio fumar.

—Hola, Laisa. ¿Qué sucede? —preguntó utilizando de nuevo aquel lenguaje fonético arcaico.

—¿Dónde esss… tá mi reemplazo, señor?

Laisa intentó que su voz sintética sonara furiosa y firme, pero todo lo que consiguió fue un sonido impersonal y torpe. A pesar de todo, el Inspector se reincorporó de la silla y frunció el ceño extrañado.

—¿Cómo? ¿Aún no ha llegado? Ya tendría que estar allí.

—Pues no lo esssstá, Señor. Lo ún… único que ha llegado es un robot.

Por la cara del Inspector cruzó una sonrisa.

—¡Uf! ¡Menos mal! Por un momento me ha hecho creer que se había perdido.

—¿Perdido a quién, ssseñor? —cómo odiaba comunicarse así, por qué no usaba la telepatía ¿seguiría ese maldito humano sin chipear?

—Laisa. Ese robot es su reemplazo.

—No entiendo, señor.

—Está muy claro. La Corporación ha diseñado un robot capaz de reemplazar a un ser humano.

—Pero ess… eso no es posible, señor.

—Sí que lo es, Laisa. Lo único que tienes que hacer es ponerlo en funcionamiento y quedarte las quince rotaciones acordadas. Él solo, en todo ese tiempo, aprenderá todo lo que tiene que saber sobre el BIT y entonces tú podrás regresar a casa.

Laisa se quedó un momento sin decir nada, mirando la imagen del Inspector sentado en la silla mientras de su boca salían volutas de humo inexistentes.

—Señor, sssssólo una pregunta.

—Dime, Laisa.

—¿Cómo voy a regresar? No hay nave, el robot llegó en una cápp… cápsula. Y…

—Laisa, Laisa, Laisa. No te preocupes. Está todo arreglado. Tú sólo tienes que comprobar que el robot esté operativo en quince rotaciones y que no tiene ningún fallo. Una vez que todo esté en orden, tu traslado a la Tierra será inmediato.

—Pero…

—¿Pero qué, Laisa?

—Pero el contrato dice que yo saldré de aquí cuando se hayan completado las quince rotaciones y…

—Sí, es cierto, es cierto. Pero has de saber también que tu contrato está supeditado a lo que diga el Convenio de la Corporación. Y si lees…

—Essss… eeeesssspere un momento ¿Qué… qué Convenio?

—¿Cómo qué Convenio? ¿No has leído el Convenio, Laisa?

De la boca sintética de Laisa afloró un «no» diminuto e inconcluso.

—El último te lo mandamos hace tan sólo tres años terrestres. Se revisa cada cincuenta años terrestres, ¿o eso tampoco lo sabías?

Laisa se quedó callada.

—Dios mío, ¿pero en qué mundo vives, Laisa? ¡No me digas que no sabes nada de esto! No, claro que no. Bien, pues para tu información en el artículo103/2B del Convenio se dice —el Inspector levantó un brazo y un pequeño holograma compuesto de letras de colores bailó delante de él— que según lo pactado en el articulo 23/3L y conforme al artículo 45/6T todo reemplazo admitido desde la fecha de entrada tendrá una duración de quince rotaciones de adaptación y un máximo de tres años terrestres en sujetos humanos y un mínimo de quince rotaciones a seis meses terrestres como máximo en sujetos sintéticos. Siendo la retirada y jubilación del sujeto humano no superior a un mes terrestre sobre el tiempo máximo de aprendizaje del sujeto humano o sintético. En el supuesto que el sujeto a jubilar sea sintético, este pasará a la estructura del funcionamiento del BIT correspondiente o para otra función que a bien tenga indicado la Corporación para su provecho. Dicho Artículo tiene efecto retroactivo.

—Pero… ssse… señor esss… essssoo signifffica que…

—Que según el Convenio podrías hasta estar seis meses terrestres. Pero no te preocupes, eso no ocurrirá. Si todo va tal y como pensamos, el robot estará a pleno funcionamiento incluso antes de las quince rotaciones.

El Inspector se llevó el pitillo a la boca, dio una calada y, mientras expiraba el humo, una sonrisa placentera recorrió su cara, como si todo estuviera solucionado.

—¿Señor?

—Sí, Laisa.

—¿Y cuándo se su… ssupone que esssstará disponible la nave que me lleve de regressso a la Tierra?

—Ya te he dicho que no te preocupes por eso Laisa. Si todo va bien, la nave llegará muy pronto. Lo máximo serían seis meses terrestres.

—¿Seee… seeee… sseis meses? Pero si son…

—Trescientas noventa y cuatro rotaciones de Nuevo Júpiter exactamente. Pero eso en el peor de los casos, claro.

—No, puede ser. No puede ser —dijo Laisa, negando con la cabeza.

—Sí, puede ser. Y tienes suerte de que tu reemplazo sea un robot. Si fuera humano podrías estar hasta dos años. Es el Convenio.

—Pero, señor. ¿Y si resulta que el robot no aprende o ess… está averiado?

La cara del inspector se puso seria y tensa de repente.

—No puede estar averiado, Laisa. Es una máquina que no se puede averiar, está demostrado. Y aprenderá, está diseñado para ello, no lo dudes.

—¡Pero sssii esss una máquina! Yo laaasss arreglo todos los días, y todas, sssssin exxx….exxxcepción, alguna vez sssse estropean. Nada esss perfecto.

—Es estúpido pensar en ello, Laisa. El robot funcionará. Y si sucediera lo imposible ten por seguro que se depurarían responsabilidades a todos los niveles. Ese sería un fallo que no nos podríamos permitir, de eso puedes estar segura.

—Pero si sssssu… sucede ¿qué pasaría conmigo?

La cara del Inspector se destensó un poco. Le dio otra calada al pitillo, y expiró el humo lentamente, como si meditara la respuesta.

—En el caso improbable de que el robot no funcione, la Corporación te enviaría otro reemplazo ya sea humano o robótico.

—Pero esssso tardaría mucho.

—El reemplazo no es efectivo si, durante el viaje o durante el proceso de aprendizaje, sufre algún daño que no le permita hacer dicho reemplazo. Si quieres te leo el articulo del Convenio donde viene —dijo el Inspector levantando ya una mano.

—No. No hace falta, le creo, señor.

—Pero no te preocupes, Laisa. —El Inspector volvió a desplegar otra vez su sonrisa—. Ya verás como todo sale bien. Nos preocupamos por tu bienestar, y sin duda, sabes que si por mí fuera, tú ya estarías fuera de ahí hace tiempo; pero tu trabajo es muy importante para la Corporación; y para la humanidad también. ¿Comprendes?

Laisa respondió con un Sí, señor casi inaudible.

—Bien. Ahora tengo otras cosas que hacer —dijo el Inspector, consultando su arcaico reloj de pulsera. —Espero tener gratas y prontas noticias tuyas, Laisa. Un abrazo, amiga.

La imagen del Inspector se diluyó.

***

Laisa buscó en los archivos enviados desde la Tierra tres años atrás. Encontró el Convenio con los archivos basura. Pero, ¿cómo podía ser? ¡Claro! Así no le extrañaba que nunca lo hubiera visto. El Sindicato, en vez de enviárselo como información prioritaria, se la mandaba como de tercer orden. ¡Normal que el computador nunca le hubiera comunicado la existencia del mismo! Insertó el Convenio en su memoria y lo repasó unas doscientas veces. ¿Cómo el Sindicato había aprobado aquella bazofia? ¡Era vergonzoso! No sólo le habían recortado los derechos correspondientes al reemplazo, sino también a otros muchos asuntos. Por ejemplo: según el articulo 48/0D su seguro por muerte o invalidez se reducía en un cincuenta por ciento de un plumazo; el artículo 94/9P llegaba a decir que la regeneración de los órganos vitales correrían a cargo de la Corporación en un sesenta por ciento, el otro cuarenta saldría de la gratificación final que se le diera al empleado, eso sí, la Corporación ponía a disposición de sus ex empleados una forma de pago por mensualidades, «para facilitar el pago» decía exactamente; el artículo 34/9H daba a entender que las enfermedades o accidentes laborales que se produjeran en el trabajo y que no se demostraran por medio de pruebas holográficas no serían calificados como tales, cosa bastante difícil si el accidente se produjera en el exterior de Nuevo Júpiter o de cualquier otro planeta que mantuviera un BIT; y ni hablar del artículo 56/9F… y del 89/2K… y del 67/4Y…

Laisa guardó el Convenio en su memoria sintética permanente y decidió que era hora de hacer algo.

***

Nunca había llamado al Sindicato. De hecho tuvo que rebuscar en la información primigenia del computador principal para dar con el enlace que necesitaba para dar la orden.

Laisa Número de Empleado: 17284740375-ERJD Asunto: Conexión por consulta al Centro Sindical Dependiente del Computador Principal. Destino: No Facilitado.

De pronto apareció una sonrisa tan gigantesca como idiota en medio de una cara de piel sintética barata. Al fondo, en una pared de color amarillo, resaltaba una mastodóntica S azul, rodeada por estrellas rojas de cinco puntas.

«¡Otro robot! ¡No me jodas!».

«¿Tiene usted algún problema de que la atienda un delegado sindical sintético?».

«¿Un delegado sindical sintético? Pero ¿qué broma es esta? Quiero comunicarme con un humano y si es posible que esté chipeado«.

«Eso no va a ser posible por el momento, según puedo saber, usted está destinada en el nodo 1094628573011295395, y por lo tanto yo soy el delegado sindical que tiene asignado. Mi nombre es Yellow. Dígame en qué puedo ayudarle».

La incredulidad de Laisa rozaba el paroxismo. Había pagado, como exigía el contrato, religiosamente y por adelantado, la cuota del Sindicato al entrar a trabajar en el BIT. Y lo que menos se esperaba era a un cabeza-hueca como delegado sindical. Quería, no, exigía a un humano. Eso es, una persona de carne y hueso. No tenía que ser ni muy lista; una media tonta le valdría. ¿Cómo iba a empatizar aquel saco de cables con ella? Estaba segura que solo un ser humano la comprendería y entendería su punto de vista.

«Yellow, no quiero que me ayudes. Te repito que quiero comunicarme con un ser humano».

«Señora, le vuelvo a decir que eso no es posible. Si desea hacer una consulta, me la debe hacer a mí. Yo la atenderé gustosamente. Y le seré de igual ayuda que un ser humano, se lo aseguro. Estoy diseñado específicamente para ello. Por lo tanto, si quiere hacer alguna pregunta, hágala de una vez».

Laisa sabía que de aquella manera no conseguiría nada, quizá… sí, a lo mejor aquel robot… si tuviera receptores sensitivos. Cambiaría de táctica.

«Mira, Yellow. No dudo de tus facultades. Creo sinceramente que lo haces tan bien o incluso mejor que un ser humano. —El robot pestañeó y a Laisa no le pasó desapercibido—. Y si te digo la verdad, hasta me gustaría más que me atendieras tú que un ser humano, de veras. —Otro pestañeo—. Pero con todo el dolor de mi corazón te tengo que decir que no tengo más remedio que pedirte que sea un ser humano el que me atienda, porque lo que le tengo que decir es tan horrible que me disgustaría mucho que tú te vieras implicado en ello. Me comprendes ¿verdad, Yellow?».

Yellow ya pestañeaba rítmicamente cuando Laisa dejó de comunicarse telepáticamente. Ya lo tenía en el bote. Los receptores sensitivos estaban actuando y el robot no tendría más remedio que hacer lo que ella le decía. Estaba segura.

El robot escondió aquella horripilante sonrisa y comunicó:

«Entiendo y comprendo su preocupación por mí, Laisa. Y tengo que decirle que estoy muy emocionado por sus palabras, pero me es imposible atender a lo que me pide. Como mucho, lo que puedo hacer es una petición formal a la Central Sindical para que atiendan su demanda. Ya le digo desde ahora que ello puede suponer varios años terrestres hasta que den una contestación. Pero si no puede esperar hasta que esta se efectúe, créame lo que le digo: aún a riesgo de dañarme, que me sacrificaré a la hora de atender sus demandas».

Y volvió la sonrisa.

Laisa se dio por vencida.

Está bien. ¿Qué puedo perder?

«De acuerdo, Yellow. Te agradezco tu sacrificio. Mi consulta es concerniente al último Convenio Colectivo…»

«¡Ohhh! ¡Claro, claro! Cómo no. ¿Qué querría usted saber, señora?

«Pues la verdad, al entrar a trabajar en la Corporación, tenía unos derechos firmados, y ahora me encuentro con que la Empresa los ha reducido a expensas de un Convenio Colectivo que hasta hoy, para mí, era inexistente».

«¿A qué derechos se refiere, Laisa?»

«A los de mi reemplazo, por ejemplo, o a lo de mi regeneración orgánica, sin contar varias cosas más que no me importarían en absoluto si no fuera porque sigo trabajando en este maldito planeta. Desde luego, todo ha cambiado con respecto a lo que se me había prometido».

«Todo lo que me dice es preocupante, Laisa. Y estoy seguro de que no es como parece. Puedo intuir que está un poco alterada, y seguro que todo ello contribuye a que lo vea todo de una manera más negativa. No digo que usted no tenga razón, pero me cuesta creer que el Sindicato apruebe un Convenio que perjudique a los trabajadores».

«Pues júzgalo tú mismo. Me ha costado encontrarlos, pero aquí están los artículos del Convenio anterior y del que está en vigor. Y, Yellow, dime si no es verdad lo que digo».

Los archivos enviados de Laisa pasaron por los circuitos mentales de Yellow. Este seguía con la sonrisa perenne estampada en la cara.

«Ya veo a donde usted quiere llegar, señora. Y quiero decirle que, viéndolo desde su posición, no puedo dejarle de darle la razón…»

¡Hombre! Quizá el cabeza-hueca no era tan inútil a pesar de todo.

«…si no fuera porque, a lo mejor, y creo que no me equivoco, usted no está al tanto de toda la información».

«¿De qué me hablas, Yellow?»

«De los problemas que sufrió la Corporación hace algunos años y generó la crisis…»

«No sé nada de ninguna crisis».

«Claro, así se comprende su enfado, señora. Déjeme explicarle, por favor.»

«Sí, cómo no».

«Hace algunos años, la viabilidad del Computador Interespacial de la Corporación fue puesta en entredicho. Aunque la Corporación es una empresa Privada, como usted ya sabe, necesita de la financiación del Estado Planetario y de diversos inversores independientes para mantener a flote su estructura. La gente que daba el dinero empezó a menospreciar el funcionamiento del Computador. Dijeron que estaba desfasado; que había demasiados fallos en el sistema… En definitiva, dieron un ultimátum a la Corporación: había que actualizar el sistema o el mismo Estado Planetario quitaría la licencia a la Corporación y haría un Computador Interespacial Estatal. ¿Se imagina? ¡Una Empresa Estatal! ¡Vaya locura! ¡A quién se le ocurre semejante estupidez! Desde luego era un farol. Sin embargo, contra todo pronóstico, la Corporación aceptó; pero con la condición de que fuera el Estado el que sufragara casi la totalidad de la remodelación. El Estado aceptó a medias. Dijeron que sólo podrían dar el cincuenta por ciento. No hace falta decir que la Corporación se negó en redondo y amenazó con paralizar el Computador indefinidamente, lo cual nunca llegó a suceder. El Estado y la Corporación se enzarzaron en una disputa que duró años. Todo ello provocó la crisis de la que le hablé anteriormente».

«¿Y eso qué tiene que ver conmigo, Yellow? No sé nada de política, ni me importa. Yo solo he hecho mi trabajo lo mejor que he podido».

«Lamentablemente para usted, señora, su trabajo en el BIT tiene mucho que ver con lo que le estoy contando. Y ahora lo entenderá».

Yellow cerró sus párpados sintéticos durante unos segundos y los volvió a abrir rápidamente. En ese mismo instante, Laisa recibió unos archivos.

Los abrió.

Yellow dejó de sonreír.

Laisa no podía llorar. Pero lo hubiera hecho.

***

Podría haber usado el clonador, pero al Inspector le entusiasmaba la réplica del majestuoso espejo victoriano.

Mientras se peinaba, oyó el zumbido del holoproyector principal.

Dejó el peine sobre la encimera de mármol de Carrara. Se ajustó la corbata.

El zumbido cesó.

Cogió el bote de perfume. Se puso unas gotas en las muñecas.

Otra vez el zumbido.

Se restregó una muñeca contra otra, y se las acercó a la nariz.

Olió.

Zumbido. Zumbido. Zumbido.

Mierda, quién coño será ahora.

Salió del baño y agitó una mano en el aire.

Yellow Número de Empleado: 74930926559-VORN Asunto: Conexión Sindical. Destino: La Tierra – Centro del Computador Interespacial – Recursos humanos.

«Tú. ¿Tan pronto?»

«Sí, señor. Ya ha llamado. Y ha sido tal y como usted había dicho».

«Pues sí que se ha dado prisa la muy condenada.»

El Inspector sacó de uno de sus bolsillos una pitillera de plata con la cruz gamada serigrafiada. La abrió. Cogió un cigarrillo y, con un Zippo dorado, que previamente había sacado de un bolsillo interior de su chaqueta, lo encendió. Dio una gran calada y exhaló con deleite el humo. Luego miró con dureza al cabeza de chorlito sonriente.

«Espero que no haya ningún problema».

«¡Oh, no! Señor. El número 17284740375-ERJD denominado Laisa, hará su trabajo, se lo aseguro».

«Eso espero. Ya estoy harto de todo esto. Menos mal que es el último».

«¿Cómo dice, Señor?»

«Nada, nada. Cosas mías. Pásame el archivo de la conversación».

Yellow lo hizo.

«¿Algo más, Yellow? Tengo cosas que hacer».

«Nada más, señor».

«Bien. Pues entonces; adiós».

«Adiós, señor».

La cara del imbécil desapareció.

***

El Computador se hubiera desmoronado ¡Y era tan importante! Sin él no habría acabado la Guerra. Sin él seguirían muriendo miles de seres humanos. Sin él, quizás, la humanidad habría dejado de existir. Y yo era un eslabón esencial. ¿Cómo había sido tan egoísta? El BIT era lo más importante. Tenía que estar activo fuese como fuese. Y el Sindicato había hecho una magnífica labor al negociar el Convenio. Sin ellos, ahora Laisa deambularía por un BIT inservible, y estaría pendiente de una posible repatriación a la Tierra, sin reconstrucción orgánica, sin paga de jubilación, sin finiquito, sin nada. O lo que es peor, la Tierra estaría reducida a cenizas, porque al no haber Computador, la Guerra, quizás, habría acabado con ella, y Laisa tendría que pasar el resto de sus días sola, olvidada y abandonada en un planeta metálico y yermo. Sin posibilidad de rescate ni futuro. Sin lugar a dudas, habría sido una desgracia si el Sindicato no llegaba a intervenir. Y pensar que no había confiado en Yellow. ¿Cómo pude ser tan estúpida? Mis perjuicios me han cegado. Pero será la última vez; lo juro. Ahora lo que tengo que hacer es ponerme a trabajar. ¿Dónde está ese robot? En el hangar 3G, dónde si no. Pues manos a la obra. Tengo que ir a montarlo. Cuanto antes aprenda mejor. Yo saldré de aquí y él se encargará de todo. Sí, desde luego que sí. Tendrá que aprender; y rápido.

Dos circunstancias hicieron que Laisa tardara tres rotaciones, el doble de lo normal, en montar el robot. La primera fue el incomprensible temblor que invadió sus manos metálicas al montar el complejo robot; y la segunda fue la sorpresa al ver la inconfundible media luna dorada de ETO ROBOTICS dibujada en la hermética centralita del cerebro sintético. ¿Sería posible? ¡Un robot artesanal! El maestro Eto había hecho con sus propias manos aquel robot, y ahora ella era la primera y la última persona que ponía las manos sobre aquella obra de arte. Ahora comprendía la seguridad del Inspector. ¡Un ETO! Si había alguien capaz de conseguir hacer un robot que sustituyera a un ser humano en una tarea tan complicada como la de mantener un BIT activo, ese era Eto, sin lugar a dudas.

Las últimas piezas que puso fueron los globos oculares. Hechos de un raro material suave y blando, pero que tenía una robustez incuestionable. Laisa encajó el pequeño conector que sobresalía de la cuenca derecha en un ojo; cogió el otro ojo y lo sostuvo en alto, entre sus dedos metálicos, ensimismada.

Colocó el otro ojo.

Había acabado. Solo le quedaba encenderlo. Pero antes…

Luz negra.

La iluminación cambió.

Caras fantasmagóricas.

Los ojos lloraban luz; y en medio de la pupila robótica, la marca de Eto, la media luna dorada.

Clonador cara.

Su etérea faz gravitaba inerte delante de ella. Sus apáticos ojos no reflejaban absolutamente nada. ¿Quién los habrá hecho?, pensó Laisa. ¡Ojalá me hubieran dado unos ojos hechos por Eto! ¡Son tan bonitos! Aunque, por otro lado, ya da lo mismo, ¿no?

A una orden de Laisa la luz cambió y su cara holográfica se desvaneció.

***

Desde los pozos insondables en que se habían convertido sus ojos a lo largo de los años, Eto miraba la magnífica esfera azul. Allí, en el privilegiado mirador de la mastodóntica cúpula lunar, sus manos agrietadas sostenían componentes electrónicos y minúsculos cables de interconexiones de buses cerebrales sintéticos. Desvió la mirada hacia otra parte del firmamento, donde la oscuridad insondable sólo era delimitada por los débiles destellos de estrellas distantes.

Suspiró.

Echó un vistazo a las decenas de pantallas holográficas que lo rodeaban. Los robots, hechos con sus propias manos, deambulaban por el satélite terrestre como hormigas encima de un animal muerto.

El holoproyector principal zumbó.

Eto se levantó como si le pesara toda la vida.

Contestó.

No le cogió por sorpresa ver al Inspector.

***

Despierta.

«Hola. ¿Cuál es tu nombre?».

«Laisa Número de Empleado: 17284740375-ERJD».

«Hola, Laisa. Soy Sismene Número de Empleado: 84390284903-XJFG».

«Encantada, Sismene».

Los movimientos de Sismene eran tan suaves, tan rítmicos, que Laisa quedó hipnotizada al instante. ¡Dios, qué maravilla de robot! Mira su cara. ¡Qué expresividad! Mira sus manos. ¡Qué bonitas! Mira el brillo de sus ojos. ¡Qué vida! Sí, porque parece que está vivo. ¡Más vivo, incluso, que yo misma!

Y sus ondas cerebrales son fantásticas, maravillosas; llegan potentes y límpidas. Me pregunto qué tipo de filtros llevará…

«Necesito ir al Núcleo, Laisa»

«No, Sismene, creo que lo mejor será que primero vayamos a la sala del Computador Principal. Sólo desde allí se puede acceder a los archivos principales del BIT».

«No necesito esos archivos, Laisa. Sólo necesito ir al Núcleo»

«Pero…».

«No, Laisa, hazme caso. Será la manera más rápida de todas. Dime cómo puedo llegar al Núcleo».

«Está bien, tú sabrás lo que haces. Pero mejor iré contigo».

«Como tú quieras, Laisa».

Laisa y Sismene se acercaron a la pequeña plataforma. Un círculo rojo los rodeó.

Desaparecieron.

Instantes después, el BIT dejó de latir para siempre.

***

—Hola, Eto.

—¿Qué es lo que quieres? Te dejé bien claro que no iba a trabajar más para vosotros.

—¿Es esa manera de contestar, Eto? La edad te ha agriado el carácter.

—¡Y una leche! ¡Contesto como me da la gana!

—Pero, ¿que daño te hemos hecho, Eto?

—Lo sabéis de sobra.

—Lo único que sé es que gracias a nosotros eres más rico que hace…

—Os podéis meter el dinero por donde os quepa. Tú bien sabes que no hice el trabajo por dinero. Fue un chantaje.

—¡Chantaje! ¡Qué palabra más fea! ¿No crees?

—¿Te parece que amenazarme explícitamente con expropiarme mi satélite no fue un chantaje?

—No, Eto, siempre lo has entendido mal, desde el principio. Gracias a nosotros el Estado Planetario te concedió una prórroga de otro milenio. Nosotros somos los buenos; ellos los malos. ¿Recuerdas?

—Y una mierda. Vosotros sois el Estado Planetario. ¿A quién queréis engañar? Todo el mundo lo sabe.

—Eto, Eto, Eto… Con esa actitud no llegarás nunca a ninguna parte.

—Tú crees que me importa eso a mi edad. Y ahora, dime qué coño quieres.

—Sólo era para contarte que el último BIT ha sido eliminado. La reestructuración del Computador Principal ha sido completada. ¡Felicidades! Tu último robot ha hecho su trabajo a la perfección.

—¿Felicidades? ¡Serás mal nacido! ¿Me llamas para decirme que mi último robot ha volatilizado un planeta?

—Exacto. ¿A que es maravilloso? Tengo que reconocerlo, Eto. ¡Vaya obra de ingeniería esa bomba robot que ideaste!

—Y la última, de eso sí que estoy seguro. Destrozar un robot tan precioso por… ¡Joder! casi ni me lo creo.

—No había elección, Eto. La reestructuración era necesaria. Los beneficios mandan, ya sabes cómo funcionan las Empresas. ¡Qué te voy a contar a ti, si diriges una!

—¡Qué me importan a mi tus puñeteros beneficios! ¿Sabes cuánto tiempo se tarda en hacer e idear una de esas maravillas? No, claro, no tienes ni idea, ni te importa. Esos robots se construyeron con fines militares; para defendernos de una posible guerra, ¿entiendes?, no para destruir planetas por capricho.

—La verdad. Sólo te llamaba de parte de la Corporación para felicitarte, nada más; pero ya veo que ha sido un error.

—No lo dudes ni por un solo instante.

—Bueno, pues… qué pena. Me hubiera gustado seguir hablando contigo. Es difícil encontrar, hoy en día, alguien que no esté chipeado. Pero no te lo tomes como algo personal, Eto. Sólo estoy cumpliendo con mi trabajo.

—Sí, por supuesto. Tu trabajo. ¿Cómo no?

—Adiós, Eto. Siento haberte molestado.

El Inspector desapareció.

Eto, por un momento, se quedó quieto, allí, en la penumbra, como una estatua de sal, con las manos llenas de componentes electrónicos y la mirada puesta en el infinito.

Una sonrisa iluminó su rostro.

Se preguntó qué pasaría cuando el Inspector se viera al espejo y encontrara en el fondo de sus pupilas una media luna dorada bañada de luz negra.

Sergio Sangiao Filgueira nació el 22 de noviembre de 1976 en Vigo (España). Es técnico electrónico de comunicaciones. Durante once años trabajó en mantenimiento industrial electrónico para una empresa automovilística. Actualmente es funcionario. Entre sus autores favoritos de ciencia ficción menciona a Philip K. Dick, Isaac Asimov y Ray Bradbury.

Hemos publicado en Axxón: LA MUERTE S.A.


Este cuento se vincula temáticamente con ESENCIA Y NATURALEZA, de Fabio Ferreras y Graciela Lorenzo Tillard; TODOS NOSOTROS, ZOMBIES, de Luis Saavedra y LAS CLOACAS DEL PARAÍSO, de Rodrigo Juri.


Axxón 234 – septiembre de 2012

Cuento de autor europeo (Cuentos : Fantástico : Ciencia Ficción : Distopía : Robots, ciborgs : España : Español).

Deja una Respuesta