«Ha muerto Brownhair», Claudio G. del Castillo
Agregado el 23 septiembre 2012 por dany en 234, Ficciones, tags: CuentoCUBA |
Era día de atabales, trompetas y pendones en el Castillo de Maraduk; día de celebración. Y sobraban los motivos para ello. La víspera, la caballería del rey Acton había hecho añicos a las huestes del temible Grull. Cien veces cien jinetes con sus lanzas dieron la estocada mortal a los orcos del Nigromante Negro, arrinconados por la infantería en el Valle de Kudaram desde hacía muchas lunas. De poco o nada le valió a Grull emporcar calderos con brebajes para infundir arrojo, invocar mantícoras de plumas envenenadas o expeler su terrorífico «Aliento de Terror». Cuando la caballería de Maraduk embestía, ni las montañas le suponían un freno.
En el salón del trono el octogenario monarca agasajaba a una nutrida delegación proveniente de cada rincón de sus dominios, que al concluir la batalla decisiva, se habían extendido más allá de los Campos Verdes y el Desierto Pelado hasta abarcar la Jungla Tupida y el Río Proceloso. Duques, marqueses, condes y mercantes venían a rendirle pleitesía por su legendario triunfo.
No faltaban los miembros de la corte, desde luego. A pesar de su ceguera avanzada, Acton adivinaba a su diestra la reluciente armadura de Sir Peter Jeter, magister equitum del ejército y artífice principal de la victoria. El joven se había convertido en el héroe del momento, en el favorito indiscutible del rey. Detrás del caballero, a juzgar por el sombrero de colores que adornaba su cabeza calva, estaba el chambelán Stoneheart… No, Sidoret se llamaba ese adulón, quien prefería vestir cual mujer y cual mujer se portaba.
Acton no pudo contener un acceso repentino de ira y un hilo de baba fluyó de sus labios, arruinando el impecable grana de su manto. Al ver esto, el chambelán empujó a Sir Jeter y, eludiendo una zancadilla del caballero, se aproximó raudo al monarca y limpió el estropicio con un pañuelo bordado de margaritas.
¡Que se lo trague la tierra!, gruñó Acton para sus fueros.
Después aguzó el oído izquierdo (el que le quedara sano cuando, medio siglo atrás, en combate singular, Grull le lanzara aquel deflagreichon timpanatus y un providencial taco de cerilla lo librara de la sordera total). Mezclados con el ruido de la multitud que se agolpaba en torno a las mesas del banquete, destacaban el «Aproveched, bebaos» de ese borrachín del senescal Stoneheart… ¡no, no!, Falgland… así como los chillidos histéricos de las cortesanas, que se peleaban por colmar de vino las jarras de los mancebos más ilustres o, simplemente, de los más guapos.
Urracas. Jamás se compararían con mi difunta Magritte.
También hacían bulto el capellán, el intendente, cinco ujieres, tres bufones y una docena de orcos (capturados en guerras pretéritas, dóciles ya y debidamente higienizados) cuya función era evitar que se vaciaran las escudillas. Sí, estaban todos, pues solo faltaba Walter y dos guardias portando alabardas le acababan de abrir la puerta. El príncipe heredero recorrió con andar cansino la alfombra que terminaba a los pies de Acton, y quiso honrarlo con una genuflexión que un seco crac detuvo a medio camino:
—¡Gloria, Señor de Ambos Mundos! ¡Salud, Némesis de Grull!
—Deja de comerte los mocos, Walter. Ven, siéntate a mi lado —dijo Acton, y mostró las encías.
Walter se derrumbó en la poltrona que un orco se apresuró a colocar a sus espaldas, gesto que el príncipe agradeció:
—Que tu sarna remita en breve, Creepyface —y luego—: Se te extraña por mi villa, papá. Estarías muy ocupado, sin duda.
—Tuve que confinarme para limar detalles de la reciente campaña. Las guerras no se ganan por sí solas, niño mío. Deberías tomar nota de esto si quieres reinar un día.
Walter le obsequió a Acton una sonrisa tan escasa en marfil como la de éste, matizada por un toque de amargura:
—Reinar es una ambición con la que no pierdo el sueño hace tiempo, la verdad. Y me parece que va siendo hora de que dejes de llamarme «niño». Si la memoria no me falla cumplo cincuenta y nueve el mes entrante. Por cierto, ha muerto Brownhair. No es la gran desgracia, pero creí que te gustaría saberlo.
—¡¿Que qué?! —Acton miró a Walter, lívido. Sus dedos se crisparon sobre el áureo apoyabrazos del trono, las flácidas arrugas de su cara se estremecieron, otro hilo de baba…
¡Ha muerto Brownhair!, pensaba. ¡Brownhair ha muerto y «no es la gran desgracia» dice este imbécil, con la ecuanimidad con que un orco se arrancaría una saeta del pecho! ¡Muerto el corcel que me asistió en mil batallas y «creí que te gustaría saberlo» es la conclusión de este cretino! ¡Ay, Brownhair! ¡Ay, mi corcel!
—¿Cuándo ha ocurrido? —logró pronunciar Acton.
—Esta madrugada fui a los establos y ya las moscas profanaban su cuerpo.
Las lágrimas empaparon las mejillas del anciano (el más anciano, o sea, el rey):
—Haz traer su cadáver de inmediato. Quiero darle mi último adiós.
—Imposible —dijo Walter, y tomó un ala de pollo de una fuente que le extendía solícito Creepyface—. Mandé descuartizarlo para saciar el hambre a los podencos de acá, mi entrañable amigo y vecino Peter.
—¡Que me trague la tierra! —rugió Acton, y los presentes en el banquete hicieron silencio, excepto el senescal:
—¿Por qué paráis? ¡Atored, comaos!
Un bufón se atrevió a propinarle un codazo en el estómago a Falgland y solo entonces este se calló, aunque sin alcanzar a entender de qué iba el asunto. Acton le ordenó a un soldado que lo ayudara a incorporarse y, señalando a Walter con un dedo tembloroso rematado por una uña curvada y gruesa, le espetó:
—Hijo, te obsequié a Brownhair hace cuánto… ¿quince años?
—Diez, papá.
—¿Seis? Juraría que más. En todo caso, lo hice con el objetivo de brindarle tranquilidad al amparo de la vida sedentaria que llevas, después de servirme bien casi tres décadas.
—¿Ajá? —se limitó a proferir Walter, sin que pasara por su mente aclararle a su padre que de nada le valía jugar al intrépido ante un pueblo que nunca gobernaría.
—Tu actitud para con él en su viaje póstumo es inaceptable. ¡Mira que ofrecerles su carne a los perros!
Walter y Sir Jeter se encogieron de hombros. El príncipe dijo:
—En realidad, carne, lo que se dice carne… tampoco es que le sobrara. Al morir, Brownhair era un cuero de vino vacío.
—¡No lo alimentarías adecuadamente! —explotó Acton—. ¿Le dabas heno fresco por las mañanas?
—Y en ocasiones por las tardes. Pero la mayoría de las veces comía los desperdicios de mi propia mesa. Y te garantizo que eso lo hacía más feliz.
—¿Sancocho? ¿Alimentaste a Brownhair a base de sancocho?
—Pitanza más nutritiva no le das tú a tus orcos.
—¡Bfff! —bufó Acton—. ¿Y hembras? Brownhair no podía pasarse sin ellas o se deprimía, como cualquiera.
Walter respondió, exasperado:
—Para tu conocimiento, papá, te diré que Brownhair mismo se agenciaba hembras que ni a mí, el príncipe heredero, han brindado sus favores. Y de ello darán fe las cortesanas aquí presentes.
Al oír a Walter, tres o cuatro señoritas se ruborizaron. Lady Heidi, la hermana de Sir Jeter, suspiró:
—¡Tan bruto, tan salvaje, tan… tan…!
Joven, su actitud es poco menos que reprochable, iba a decir Acton, pero lo pensó mejor. Y es que de repente lo había invadido cierto orgullo, pues que una dama de tan noble cuna se atreviera a yacer con su querido Brownhair… Además, sería una pésima política alentar el descontento del caballero que afianzaba su trono con la punta de su lanza. No obstante, el íntegro Sir Jeter se hizo eco del primer razonamiento de Acton, si no letra por letra, al menos en cuanto a intención se refería:
—¡Hermana, eres una puerca! ¡Te retiro la pensión! —barbotó, alzando una mano enguantada en hierro.
Y a punto estaba lady Heidi de añadir a la pérdida de su oro la de su dentadura, con mandíbula incluida, cuando Walter intercedió:
—No vale la pena, compañero. No es un secreto que las mujeres se sienten atraídas por lo que huela a retorcido.
—¡Pero fornicar con una bestia, un animal…! Eso transgrede las fronteras del libertinaje más insano.
—¡Cuida tus palabras, memo de hojalata! —le gritó Acton al caballero, que nunca había escuchado de labios del monarca ofensa alguna. Los invitados contemplaban la escena, atónitos—. Brownhair sería una bestia, un animal, pero de una bravura que no sobrepasan los tragaldabas que abarrotan este salón. Me sorprende que tú, magister equitum del ejército, te expreses de esa forma.
Sir Jeter se quitó el yelmo de un tirón, descubriendo su abundante cabello lacio y unos ojos que despedían fuego. Y sujetando al rey por el manto, lo alzó en vilo y lo sacudió como un niño a una mata de ciruelas:
—¿Memo de hojalata? ¿Memo de…? ¡Repite lo que has dicho, viejo babazas, y mi lanza te reunirá en el infierno con tu Magritte, que debe de estar tiesa esperándote!
—¡Eme-e-eme…!
—Calma, por favor, calma —Walter separó a los beligerantes y se dirigió a su padre—: No comprendo por qué exaltas con tanta pasión las virtudes de Brownhair. A fuer de ser sincero, no era bravo en lo absoluto. De hecho, la única vez que me animé a ir a la guerra (las huestes de Grull asediaban la frontera norte, y tengo una propiedad valiosa por allá) me traje a Brownhair para que acarreara la impedimenta, y no bien las primeras saetas volaron sobre nuestras filas, éste salió a la desbandada obligándome a ir tras él… Para recuperar mi escudo y mi maza, claro.
—¡Que la peste de los Pantanos Pútridos devore tu lengua mendaz, Walter! —vociferó Acton—. Debes saber… Todos deben saber que cuando Grull despertó al dragón de las cavernas, harán treinta años, no fui yo quien lo venció, aunque de tal presumí. Sí, lo admito, mi alma desfalleció al sentir en mi rostro el hálito ardiente de la bestia. A Brownhair debo la salvación de mi pellejo y mi honor, pues cargó contra ella haciéndola despeñarse por un barranco.
—El pánico lo induciría a correr en la dirección equivocada —murmuró Sir Jeter.
—¡Te oí, te oí! —Acton tenía su oído izquierdo atento a cualquier insinuación del caballero—. ¡Sidoret, Falgland!
El chambelán, que no se había apartado del rey, se prosternó y besuqueó los dedos de sus pies, que emergían cual cabezas de tortuga de sus sandalias. Y el senescal, que no se había dado por enterado, recibió otro codazo del bufón, que le estaba cogiendo el tranquillo a la cosa.
—Sidoret, Falgland, ustedes son mis consejeros. ¿Qué castigo merece aquel que así desbarra de Brownhair? ¡Hablen sin miedo!
Que me engulla un troll si recuerdo a Brownhair, pensaba Sidoret; hasta que hallar una respuesta dejó de importarle. La ocasión se pintaba única para dar un escarmiento a ese arrogante de Sir Jeter, a quien el populacho prefería por encima de él, y con creces.
—Merece la muerte, cariño —sentenció—. Nada menos.
—¿Falgland? —el rey se inclinó hacia el senescal.
¿Brownhair? ¿Quién es Brownhair? ¿Qué han dicho de él? ¿Y quién ha fuido?, se preguntaba el alcoholizado senescal.
—¡Prendadlo, ajusticiedlo! —hipó, secundando al chambelán por si las moscas.
—No irás a hacerle caso a estos idiotas, ¿eh, papá? —Walter no ocultaba su consternación al ver los derroteros que había tomado un acontecimiento, a su juicio, sin importancia.
Pero ya el rey se ajustaba la corona, un gesto habitual cuando se disponía a emitir un comunicado de especial gravedad:
—Sir Peter Jeter, por tu soberbia arderás en la hoguera. ¡Y arderás ahora! ¡Guardias!
Ting, ting, clank, resonaron las armaduras de los soldados al ponerse en firmes y bajar las alabardas, en clara señal de que no se moverían de su sitio para ejecutar la orden. Una orden que había arrancado los más agrios comentarios a los invitados, exclamaciones de estupor a los miembros de la corte y un ¡Toma! a Lady Heidi.
—Paga doble una semana y tres días de pillaje en la fortaleza de Grull para quienes…
Clank, ting, ting, armaduras, alabardas y Sir Jeter salió escoltado por una turba de metal camino a la hoguera.
—Papá, te desconozco —dijo Walter—. No te creí capaz de semejante injusticia.
—Mi pequeño, sostener esta corona me ha llevado algo más que tener grandes las orejas. Un monarca no debe arredrarse ante la posibilidad de que un allegado lo traicione. Es evidente que Grull, avizorando su ocaso inminente, conjuró un demonio que tomó posesión del fiel Sir Jeter, instándolo a proclamar sinsentidos y arremeter contra su soberano.
—Pues entérate: Peter no ha manifestado nada con lo que yo no concuerde plenamente. Así que haz disponer otro hato de leña. —Walter inflamó el pecho—: ¡Arderé con él!
Las duras facciones de Acton se suavizaron:
Qué rápido crecen. Recién ayer persiguiendo tomeguines en el jardín y hoy dispuesto a inmolarse por un amigo en desgracia.
—No, Walter, tu destino es permanecer a mi lado, beber del manantial de mi sapiencia y reinar cuando yo no esté. ¿O imaginas que viviré para siempre?
—Como vivas un lustro más, el que no estará seré yo —se le escapó a Walter y se puso tenso. Rogaba porque Acton no hubiera escuchado sus estúpidas palabras, en virtud del aún más estúpido ofrecimiento de sacrificio que hiciera con anterioridad motivado por… Se tocó la frente; estaba hirviendo.
Fiebres, ya sabía yo. Necesito una buena sangría.
—En cuanto a lo sucedido con Brownhair y aunque de mal grado, te perdono. No puedo darme el lujo de sumar la pérdida de mi hijo a la de mi adorado corcel —dijo Acton, y enseguida inquirió—: ¿Qué te ocurre? —Walter estaba amoratado y se ventilaba la cara con ambas manos—. Sería el exceso de pollo, no has dejado de picar mientras conversábamos… Resumiendo, lo pasado, pasado. Eso sí, alguien pagará por tus faltas. Mandaré decapitar y echar sus despojos a mis perros al mozo de cuadras que te cedí con Brownhair para que lo atendiera en los establos. —Walter articulaba sin poder hablar—. Sí, mi niño, aquel orco viejo y enfermo que me sirvió leal durante años; esa bestia, ese animal… ¡Cachis!, he olvidado su nombre…
—¡Brownhair, papá! —gritó el príncipe—. ¡Su nombre era Brownhair!
Parpadeando, el rey miró hacia la ventana por donde se colaba el guerrero insignia de Maraduk, Sir Peter Jeter, estrenando su nueva apariencia: la de un humo negro y espeso que olía fatal. Y un hilo de baba fluyó de sus labios:
—¡Trágame tierra, que mi corcel se llama Stoneheart!
Claudio G. del Castillo (Ajimalayo) nació el 13 de septiembre de 1976 en la ciudad de Santa Clara, Cuba. Es ingeniero en Telecomunicaciones y Electrónica y tiene un diplomado en Gerencia Empresarial de la Aviación. Actualmente trabaja en el aeropuerto internacional Abel Santamaría. Es miembro de los talleres literarios Espacio Abierto y Carlos Loveira. Integrante de la Red Mundial de Escritores en Español (REMES). Alumno del curso online de relato breve que impartiera el Taller de Escritores de Barcelona en el período junio/agosto de 2009.
Ganador del I Premio BCN de Relato para Escritores Noveles (España) en 2009. Mención en la categoría Ciencia Ficción del I Concurso de Fantasía y Ciencia Ficción Oscar Hurtado 2009 (Cuba). Tercer Premio del Concurso de Ciencia Ficción 2009 de la revista Juventud Técnica (Cuba). Finalista en la categoría Fantasía del III Certamen Monstruos de la Razón (España). Premio en la categoría Fantasía del III Concurso de Fantasía y Ciencia Ficción Oscar Hurtado 2011 (Cuba). Finalista en la categoría Terror de la IV Muestra Cryptshow Festival de Relato de Terror, Fantasía y Ciencia Ficción (España). Primera Mención en la categoría Cuento del Festival del Humor Aquelarre 2011 (Cuba). Finalista en el IX Certamen Internacional de Microcuento Fantástico miNatura 2011 (España). Mención en el Concurso La Casa Tomada 2011 (Cuba). Tercer Premio en el III Concurso La cueva del lobo (Venezuela). Segundo Premio en el Concurso de Ciencia Ficción 2011 de la revista Juventud Técnica (Cuba). Primera Mención en la categoría Ciencia Ficción del IV Concurso de Fantasía y Ciencia Ficción Oscar Hurtado 2012 (Cuba). Premio en las categorías Cuento y Guión Inédito del Festival del Humor Aquelarre 2012 (Cuba).
Ha publicado sus cuentos en Próxima, Axxón, miNatura, Korad, Juventud Técnica, Guamo, Isliada, Qubit, Cuenta regresiva, NGC 3660, La cueva del lobo, Cosmocápsula, Cryptonomikon 4 (antología), Tiempo Cero (antología), Terapia de progresión y otros cuentos (antología) así como en los blogs del grupo Heliconia.
Hemos publicado en Axxón numerosas ficciones breves, además de: K/T, ESCENARIO 0: VALLE DE CHESSICK, ESCENAS DE LA PRESIDENCIA y ¡ESTÁN AQUÍ!.
Este cuento se vincula temáticamente con EL HOLOCAUSTO DEL BÁRBARO, de Juan Manuel Valitutti; LOS EXISTENTES, de Matías D’Angelo; ESCENARIO 0: VALLE DE CHESSICK, de Claudio G. del Castillo y CUENTAN LOS SOLDADOS, de Yoss.
Axxón 234 – septiembre de 2012
Cuento de autor latinoamericano (Cuentos : Fantástico : Fantasía épica : Humor : Cuba : Cubano).