¡ME GUSTA
AXXÓN!
  
 

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ARGENTINA

 

 

Al mirar a mi alrededor puedo ver una infinidad de cosas que son de ciencia ficción. No me refiero solamente a los elementos tecnológicos —y principalmente informáticos— que hoy nos rodean o que esperan su momento en los laboratorios. Hay otros elementos, aquellos asociados a los fenómenos sociales, que también están transformando de forma apabullante la manera en que nos relacionamos. Bombardeados por una conectividad que vuelve prácticamente inmediato cualquier suceso, sea importante o no, no llegamos a valorar en su totalidad ni el medio ni el mensaje, porque ya hay algo más que reclama nuestra atención y entonces todo se vuelve vacuo y evanescente.

Mis hijos pertenecen a esa generación conectada desde su nacimiento. Yo también estoy inmerso en este mundo conectado, pero debo reconocer que soy un adoptado, alguien que ha migrado con ganas pero a la fuerza a este nuevo mundo que no termino de entender. Yo nací en otro siglo, cuando para interactuar con otra persona había que verla, tocarla, hablarle frente a frente. Como última opción estaba el teléfono, el cableado, no el omnipresente celular. Cuando recuerdo mi niñez, incluso mi adolescencia, veo un mundo diferente que funcionaba a otra velocidad, y eso se nota claramente en quienes debemos interactuar con nativos de este mundo que marcha a la velocidad de la luz. Ojo, no es un tema de nostalgia, sino de otredad: en este otro mundo vivimos inmersos en una revolución constante y frenética, y debemos estar preparados para una adaptación permanente.

Sin embargo, es obvio que esto es sólo uno de los niveles visibles de las cosas. En este mundo convulsionado hay muchas capas de realidad que se superponen, con corrientes y contracorrientes que pululan de forma invisible buscando su lugar y su supervivencia día a día. Porque las cosas que se han corporizado no son sólo maravillas.

Aunque en su nacimiento haya sido planteada como escapista, esta literatura que muchos hemos tomado como propia se caracterizó luego por ser revolucionaria, por empujarnos siempre un paso más allá, por abrirnos los ojos y, por sobre todas las cosas, la imaginación.

Jinetes montados sobre una ola gigantesca e inevitable, tal vez tengamos tiempo, todavía y a pesar del vértigo embriagador, para ver a quienes nos rodean y también a nosotros mismos. En esta realidad cambiante, muchas veces fría y cruelmente materialista, el arte sigue siendo un camino válido no sólo para levantar banderas de alarma, sino también para crear alternativas que nos permitan vislumbrar un futuro más justo y equitativo.

Que así sea, pues, nuestra revolución.

 

 


Axxón 247 – octubre de 2013

Editorial