Revista Axxón » «El aullido en la sala de ventas», Jonathan Ficke - página principal

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Las luces fluorescentes incrustadas en el cielorraso parpadeaban y pulsaban más rápido de lo que el ojo humano podía percibir, pero para los ojos formados en el antiguo caos remolineante del Maelstrom, bañaban la sala de conferencias en una luz placentera. Era suficiente para volver loco a un hombre. Por suerte, Nya había nacido de la locura. Las luces caóticas lo reconfortaban.

Ampliación

Ilustración: Pedro Bel

Nya estaba sentado a una mesa de conferencias y sorbía su café rancio. Frente a él se sentaba Bob Dudly, su desaliñado gerente (un hombre de calvicie incipiente, barba mal arreglada que le llegaba hasta el cuello y unos anteojos de armazón gruesa). Bill se sentaba junto a Julia Andersen, una diabla de más allá del vacío. Era la revisión trimestral de Nya, y el cobarde de su gerente había invocado refuerzos: la mujer austera de pollera tubo, facciones aquilinas y dominio de las artes más oscuras del cosmos conocido y desconocido, recursos humanos.

—Nya, tus cifras de ventas son excelentes, como siempre.

Bob recorrió las páginas de una carpeta de papel manila, acomodándose la corbata estridente después de dar vuelta cada página. Nya no había visto unos diseños tan espantosos ni en los pozos más profundos de la locura. Su mente, aunque había sido forjada en un crisol de demencia, luchaba por comprender una realidad en la que pudiera existir semejante corbata.

—Te lo pregunté el trimestre pasado, pero tengo que volver a hacerlo: ¿cómo lo logras? —preguntó Bob.

Mis clientes ven la encarnación de la desesperación y la locura en mis ojos, y el vacío de su existencia se revela desnudo ante ellos. Entonces no pueden dejar de comprar papel en enormes cantidades, en un esfuerzo vano para evitar que las oscuras revelaciones se filtren al mundo —respondió Nya proyectando el pensamiento profundamente en la mente de Bob y resistió una sonrisa cuando el hombre se estremeció—. Dime cuánto van a aumentar mi remuneración mortal.

Julia posó sus ojos grises sobre los de él.

—¿De verdad te parece un momento apropiado para pedir un aumento?

Su perfume, creado con aceites aromáticos suspendidos en vómito de ballena si Nya no erraba, a la vez lo repugnó y lo sedujo.

¿No es mi revisión trimestral?

—Claro que sí, Nya, relájate —dijo Bob.

—¿Cuántas veces tuvo que recordarte Recursos Humanos que no proyectes realidades oscuras en las mentes de tus compañeros de trabajo? —preguntó Julia.

Así habla mi gente.

Ella ni se mosqueó. Nya se enfrentó con los ojos inmutables de ella y se tragó un gruñido. No dejó que lo distrajeran las líneas elegantes del rostro de Julia, su cabello rubio o cualquier otra cualidad que podría haber distraído a un sujeto humano hacia los caprichos y deseos de la carne mortal. Qué adversario terrible.

—Siete —dijo en voz alta.

—Que sean ocho —dijo Julia—. Tenemos que hablar de Daryl.

—No es mi culpa que Daryl tenga una mente débil. —Nya se concentró en formar las palabras con la lengua y no con su conciencia.

—Dejaste al pobre tipo reducido a una cáscara balbuceante —replicó Bob—. Volver locos a los competidores, pase. Atormentar clientes para que firmen órdenes de compra, podemos tolerarlo mientras los números den bien. Pero tus compañeros de trabajo son tu familia.

Mi familia existe en planos que exceden la comprensión de los mortales. No podrían soportar mi voz.

Julia abrió su carpeta de cuero negro.

—Después de que el gerente de Daryl formalizó la queja y pidió que Recursos Humanos iniciara una investigación, dijiste en tu informe: «Soy el mensajero del Maelstrom, la Voluntad Devoradora encarnada». Seguiste diciendo que «le abriste los ojos a Daryl sobre la llegada de la Tormenta cuyo dominio es la locura y un dolor más allá de toda comprensión». —Se reclinó hacia atrás y lo miró con intensidad—. ¡No puedes hacer ese tipo de amenazas!

Nya intentó explicar.

—Su tarea era volver a encantar mi computadora para que volviera a funcionar. Ni siquiera en el Maelstrom teníamos la pantalla azul de la muerte. ¿Su trabajo no era tecnología de la información? ¿Acaso él no debía resolver esos problemas para que yo pudiera volver a mi tarea de vender papel?

—Pero ¿locura y dolor más allá de toda comprensión? —Bob evitó los ojos de Nya.

Ni siquiera los señores del caos del maelstrom usan Microsoft Word. ¿Qué nuevo infierno es este lugar?

—Este lugar es Howel Percival Lomington S.R.L. —dijo Bob—, y tenemos un contrato muy favorable con Microsoft para nuestra suite de software de productividad.

—Bob, creo que era una pregunta retórica.

—La bruja de Recursos Humanos está en lo cierto.

Julia se inclinó hacia adelante, amenazante.

—Tus compañeros también te denunciaron por lo que en tu archivo figura como «uso persistente de lenguaje arcaico e irrespetuoso». ¡No puedes llamarme «bruja»! —exclamó Julia golpeando la palma contra la mesa—. También quisiera aprovechar la oportunidad para señalar que «ramera» y «ordinaria» son palabras igualmente inapropiadas. Finalmente, ninguno de nosotros tiene ni idea de qué significan «ebien», «eibata» o «temum»*, pero tu tono sugiere que son irrespetuosos, así que tampoco los voy a permitir.

Me robas las palabras de la boca, ¿eso no es brujería? —Nya apretó los dientes. La encarnación mortal que vestía volvía menos dramáticas las expresiones violentas de ira descarada que cuando podría atacar con tentáculos de tiempo y espacio retorcidos.

—Dada tu historia, esta vez habrá consecuencias —dijo Julia—. Asistirás a siete horas de capacitación en sensibilidad cultural y redactarás una disculpa formal para Daryl y el psiquiatra del pobre hombre. Por el amor de Dios, tuvimos que ofrecerle un acuerdo económico al psiquiatra solamente por las cosas que Daryl le dijo en terapia.

Nya enfrentó la mirada de la diabla, fría e inmutable bajo los parpadeos de la luz fluorescente.

Tú serías una buena sirviente de la tormenta. Mi padre te blandiría como una enorme espada que caería para cosechar el trigo de este mundo y lanzarlo al fuego.

—Yo también creo que eres un miembro valioso del equipo —respondió Julia—. No llegues tarde para tu primera sesión de capacitación, siete sesiones de una hora a las 17 después de los próximos siete días laborales. La primera sesión empieza a las 17 de hoy en la sala de conferencias Rolling Meadows.

¿A las cinco? ¡Pero esta tarde tenemos el juego de softball de la oficina!

—Tendrán que arreglárselas sin ti —dijo Julia—. Y deja de proyectar imágenes de desesperación. Esta reunión se trató precisamente de eso.

—Los infinitos universos se pliegan hacia una forma final fría, oscura y desesperada de la que nadie escapará —dijo Nya levantándose de la silla y cirniéndose sobre su adversaria que permanecía sentada—. Tengo que hacer llamadas de ventas.


Una línea blanca, el cable de su auricular, colgaba en el límite de la visión de Nya. Los tonos melodiosos de las zampoñas bailaban en sus oídos, distrayéndolo de las interminables filas y columnas de cifras de ventas que exigían su atención. Cerró los ojos y pensó en su hogar, los lugares profundos, los lugares oscuros donde uno podía gritar ignorando totalmente el reloj, sin atraer una queja por ruidos molestos ni notificaciones de desalojo.

Cuando abrió los ojos, las cifras de ventas seguían ahí. Un calendario con gatitos que jugaban con lana colgaba de la pared de su cubículo. Habían pasado ocho días desde su encontronazo con recursos humanos. Había soportado su castigo, siete horas de discursos aburridos de los asesores sobre sensibilidad. Él era el mensajero del Maelstrom. Su deseo y su misión más firmes eran la disgregación del plano mortal de la existencia hacia la oscuridad, el caos y la entropía, e incluso él había odiado esas siete horas.

Tomó el último sorbo del café demasiado frío de su taza, y frunció el ceño. Se puso de pie y se alejó a grandes pasos del escritorio hacia la cafetera, sólo para encontrarla vacía. Suprimió el impulso de buscar al culpable que no había puesto una nueva jarra de café y condenar la psique del malhechor a vagar en cementerio eterno del alma. En vez de eso empezó él a preparar una nueva jarra de café.

—Buenas tardes, Nya —dijo Marty, un hombre pequeño de contabilidad que llevaba una camisa de vestir de mangas cortas y color amarillo mostaza, mientras se acercaba a la cafetera—. ¿Amas Nueva York, eh?

—¿Qué? —Nya giró para enfrentar al hombre, jarra en mano.

—La… eh… la taza. —Marty señaló la taza blanca con el diminuto corazón que Nya acercaba a la jarra de café.

—Algún día iré a Nueva York —entonó Nya sin emoción, volviendo su atención al café.

—Sí, es un lindo lugar para visitar.

—Iré allí y llevaré a sus masas sermones del más allá. Les mostraré profecías de las que los hombres no se atreven a hablar.

—¿Como qué, una presentación sobre llamadas de ventas? No sabía que nos expandíamos al mercado de Nueva York, pero sí, parece una buena idea. —Marty desplazó su peso de un pie al otro—. ¿Esta noche hay softball? Tenemos que ganarle este juego a Sistemas. Estamos detrás de ellos en el marcador. Nos hiciste falta.

—Usaré mis brazos largos y ventaja superior —prometió Nya— para enviar esa esferita diminuta a dimensiones más allá de la pared del campo exterior.

—Eso es… sí. Ese es el espíritu. Gracias por no hacer eso de hacer estallar mi mente con tu voz, ¿sabes?

—Capacitación de sensibilidad cultural. —Nya apagó la cafetera—. Me dicen que los mortales pierden el contacto con la realidad cuando les hablo directamente a lo profundo del alma. El capacitador dice que tu gente lo encuentra «inquietante».

—Algo así —dijo Marty—. Como sea, nos vemos en el diamante.

Nya se quedó mirando el café oscuro que goteaba en la cafetera, llenando la jarra lentamente con su amargo botín cafeinado. Él era capaz de blandir poder casi infinito, pero aún así estaba a merced de este artefacto que se tomaba su tiempo entre gorgoteos y bocanadas de vapor para producir el néctar que él necesitaba para soportar una larga tarde.

—Hey, Ángela —dijo Marty—. Es raro, pero no es mal tipo.

—¿Has visto a Daryl? —dijo Ángela—. Apenas puede alimentarse él mismo. He estado esperando durante meses que me arregle la firma del correo electrónico, y ahora de lo único que habla es de «los caprichos de la negrura infinita» y alguna estupidez sobre zampoñas.

—Sí, a lo mejor Nya se pasó un poco de la raya. Pero dime que no te harta la gente de Sistemas de vez en cuando.

—Hartarme, quizá, pero no tanto como para volver loco a alguien.

—Es muy bueno como primera base —dijo Marty—. Y todavía tenemos una oportunidad de alcanzar a Sistemas en el campeonato.

Nya llenó su taza que decía «Yo Corazón NY». Sin bajar la jarra, se tomó un trago largo del café hirviente. El consejero de sensibilidad también le había dicho que tomarse el café tan caliente que a sus compañeros los quemaría era otra característica «inquietante». Frunció el ceño y agregó a la lista de cosas que tenían poder sobre él «esperar que se enfríe el café».

Levantó la taza hasta los labios y sopló en la superficie del café, dispersando suavemente los delicados tentáculos de vapor.

—Bueno —dijo Ángela—. Al menos dime que no le contaste que después del juego íbamos a Finnegan’s.

—No, supuse que todos ustedes iban a querer ir sin él, así que omití esa parte.

Furioso, Nya lanzó la jarra al piso sin que le importara el café hirviente o el vidrio roto. Se abalanzó hacia la esquina de los cubículos que lo separaban de Ángela y Marty.

Ángela se puso pálida y dio un paso atrás. La pared de un cubículo le impidió escapar. Marty se puso blanco y pareció que le iba a fallar la vejiga, como le había pasado a Daryl.

¡Mis oídos lo escuchan todo! ¿Soy adecuado para batear jonrones para tu equipo de softball, pero no para el consumo mutuo de alcohol?

—No es eso, Nya —dijo Marty mientras retrocedía. Ángela se encogió de miedo.

—Ángela, prepárate a enfrentar las profundidades de la profecía nunca pronunciada.

Los ojos de Ángela se abrieron contemplando las visiones de oscura inevitabilidad que él le puso en la mente. Con el paso de cada segundo, un coro de dolor interminable (los aullidos majestuosos de las almas perdidas en una eternidad de tormento) apartaron su visión del salón de ventas. Para la conciencia en desintegración de Ángela, cada momento transcurría a un ritmo angustioso y lánguido. Nya le permitió regodearse en su desesperación y la forzó a abrazarse con un universo frío e indiferente en el cual todo aquello que a ella le había parecido importante se marchitaba hacia la nada.

Las pupilas de Ángela se dilataron más, hasta que sus iris fueron consumidos por una negrura como de tinta. Las cadencias suaves de sus gritos llenaron la oficina, dándole una calma plácida a la tarde.

Nya sonrió y lanzó una carcajada. No le importó a quién alterara la expresión terrenal de su goce.

—Nya —gritó Bob para hacerse oír sobre los gritos de Ángela cuando llegó a la escena. Vamos, hombre, ya hablamos de esto.

El gerente se arrodilló al lado de Ángela, intentando reconfortarla, pero Nya sabía que ella nunca se recuperaría totalmente de las cosas que le había mostrado.

—Quizá si ella hubiera recibido una capacitación sobre sensibilidad —conjeturó Nya—, sabría que no está bien excluir a un miembro de la familia de una actividad recreativa.

Marty se escapó dando vuelta detrás de una esquina de cubículos. Nya examinó la oficina, la gente se puso de pie, espiando por encima de las paredes de sus cubos con curiosidad vacilante pero implacable. Les presentó a todos una visión de la oscuridad del otro lado del velo, pues en el fondo todos ellos anhelaban tales visiones.

—Voy a tener que registrar esto como una reprimenda formal —amenazó Bob.

Nya sonrió. La locura de Ángela lo alimentaba. Era hora de probar su fuerza contra su adversario más temible.

—Ansío entrar en batalla una vez más. ¡Mándenme a la diabla de recursos humanos!


Traducción © 2022, Marcelo Huerta San Martín

[*] «miserable», «sirviente» y «maldito», respectivamente, en cóptico [N. del T.]

Jonathan Ficke vive en las afueras de Milwaukee (Wisconsin, EE.UU.) con su esposa e hija. Se graduó en Relaciones Públicas en la universidad de Marquette; una disciplina que (de alguna manera) es otra forma de ficción especulativa.

Su hermano mayor le hizo conocer a Tolkien a una tierna edad, y pese a los ruegos de piedad de sus repisas, desde entonces viene consumiendo el género con voracidad.

Cuando no está leyendo o escribiendo, convierte madera en aserrín y, cuando todo sale bien, en muebles.

Puede encontrarlo en Twitter como @jonficke, allí reflexiona principalmente sobre trabajo en madera, básquet y escritura.

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