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Para Diva, Maravilla.
Fremen despertó sin saber en dónde se encontraba. La noche anterior —si es que no habían pasado más días—, una patrulla de la Compañía irrumpió en su multibloque, lo tiraron al suelo y le inyectaron un líquido amarillo viscoso en una de sus nalgas. Quiso gritar y explicarles que cometían un error. Antes de eso, su boca se hizo puré ahogando las palabras en saliva.
Tendido en una litera, desnudo, su primer impulso fue recogerse contra la pared y soltar un grito. Dónde diablos se encontraba. Una habitación rectangular de paredes metálicas. Una silla y una terminal de conexión. Al fondo, una puerta deslizable. Un leve temblor lo invadió con la certeza de su encierro.
Algo había salido mal. Su mujer se encargaba del balance mensual y le informaba si debían comprar otra holopantalla, cambiar la turbolavadora o invertir en una terminal de última generación para mantener el gasto mensual por encima de la cuota. Antes de despedirse con un beso que a Fremen le pareció frío y distante —pero no fuera de lo cotidiano—, Margaret le informó que se dirigía a la megaestructura comercial. Acababan de elevar los precios y no podían desaprovecharlo.
Se levantó y se dirigió a la puerta deslizable. Sobre el marco una luz verde parpadeó y la puerta se abrió enseguida. El brillo del sol lo cegó obligándolo a retroceder. Frente a él, un pasillo angosto de color blanco y más adelante, separado por un ventanal translúcido, el vacío. Las piernas se le aflojaron y estuvo a punto de tirarse para atrás. Entre el velo de nubes divisó múltiples manchones de lo que solo podían ser árboles, formas difusas que cubrían el suelo hasta solaparse con el horizonte. Quedó sorprendido. Aunque la altura lo impresionó su atención se fijó en la vegetación. En las ciudadelas los árboles habían desaparecido a medida que los multibloques se configuraban invadiendo el espacio disponible. Solo en los más costosos se podía disfrutar de cubículos con jardines privados o parques públicos.
Se asomó a uno y otro lado del pasillo. Este se alargaba combándose en los extremos. A unos metros de él, un individuo observaba por el ventanal.
—Es bueno ver otro rostro —dijo el desconocido sin mirarlo. Sonreía. Llevaba un pantalón de sudadera, el torso desnudo, descalzo.
Fremen retrocedió volviendo a su habitación. Seguía desnudo. En la pared frente a la terminal encontró un compartimiento con ropa. Un pantalón y una chaqueta de sudadera, un par de tenis. Se vistió y regresó al pasillo. Al llegar al punto donde había visto al desconocido leyó con aprensión el número 1257 grabado en la puerta. Debe ser su habitación, pensó. Continuó caminando, pegado a la pared, hasta dar toda la vuelta. Así que soy 1256. Se quedó allí, mirando su puerta, dándole la espalda al vacío y al mar de nubes que rodeaba la estructura, una torre que sobresalía de la vegetación y se erguía más arriba de las nubes, mucho más que los multibloques donde Fremen había vivido, o cualquier otra megaestructura de las ciudadelas.
—Nos vemos de nuevo —dijo el desconocido.
La voz lo hizo saltar. Se giró para enfrentarlo. Tenía el cabello largo y sucio, formando mechones que le cubrían parte de la cara.
—Me llamo Fremen —se apresuró a decir.
—1257 —dijo el desconocido. Soltó una carcajada y le estrechó la mano—. Somos compañeros de piso —Señaló con el pulgar la habitación a sus espaldas.
—¿Dónde estamos? —preguntó Fremen con voz entrecortada.
—Quién puede saberlo —dijo 1257 alzando los hombros.
—Cuánto tiempo…
—Unos meses, tal vez más —1257 miró hacia afuera—, perdí la cuenta.
—¿Estamos encerrados?
—Podría decirse que sí —dio unos pasos acercándose al ventanal.
Fremen se quedó en el mismo sitio, sin moverse. El vació frente a él le producía pavor.
—No te preocupes —1257 le dio unos golpecitos al ventanal—, ya se te pasará. Por lo pronto vamos a tu habitación. Mi despensa está vacía.
Caminó hasta la puerta de Fremen. Esta no se abrió.
—¡Muévete, amigo, no sabes el tiempo que llevo sin comer!
Fremen se acercó a la puerta. La luz verde superior parpadeó. 1257 saltó al interior y junto al compartimiento de ropa presionó un recuadro del tamaño de su mano. Murmuró “despensa”. El recuadro parpadeó con luz roja. 1257 soltó una palabrota.
—Amigo, te necesito.
Fremen repitió las mismas acciones que 1257. Al instante se escuchó un sonido de compartimientos deslizándose. Se abrió un espacio rectangular frente a él. 1257 lo apartó y tomó uno de los paquetes de color blanco que se apilaban en un costado. Sacó el polvo, lo colocó en un plato hondo y lo mezcló con agua de un dispensador. Finalmente lo pasó por el proteinizador y se dejó caer al suelo con el plato entre las manos.
—Esto me sabía a mierda hace unos días —1257 masticó y se llevó otra cucharada a la boca—. Ahora podría comerlo hasta vomitar y tragarme todo de nuevo.
—¿Cómo llegaste aquí? —le preguntó Fremen desde la entrada de la despensa. 1257 comía con avidez.
—Igual que tú, supongo —1257 lo señaló con la cuchara—. Me quedé sin trabajo y mi crédito se evaporó —tosió llevándose la mano a la boca—. Llevaba varios días escondiéndome de las patrullas. Me cansé de esa mierda. Me metí en el primer bar que encontré y bebí sin parar hasta que me pasaron la cuenta —se tocó la nariz repasando el lugar donde la tenía torcida—. Lo último que recuerdo es estar tirado en la calle y luego ¡plaf!, aquí estoy, la vista de lujo pero termina uno por aburrirse.
—No sé qué sucedió —Fremen bajó el rostro—. Hasta el día de ayer las patrullas no me preocupaban. Pago mis facturas a tiempo, mi crédito está por encima de la media —se pasó la mano por los ojos—, debe ser un error, tiene que ser eso, a menos que…
—¿Qué?
—Mi mujer, Margaret, ella se encarga de los gastos, vigila que cumplamos con la cuota.
—¡Ohhhh, amigo, la maldita zorra te vendió! —1257 gritó y la comida saltó de su boca. Reía atragantándose, contento con lo que decía Fremen. Lo señaló de nuevo con la cuchara—. Eso te pasa por confiar en tu mujer.
—No, no, no es más que un error —Fremen intentó sonreír—, lo puedo arreglar fácilmente si me comunico con alguien de la Compañía.
1257 dejó de reír.
—No te hagas ilusiones, amigo, no hay forma de salir o comunicarse con el exterior —volvió a su plato de comida.
—¿Probaste con la terminal?
—Fue lo primero que hice. Me sacó varias veces y al final la volví pedazos.
—¿Te sacó?
—Me pidió mi ID para entrar al sistema.
—¿Probaste con tu nombre?
—Claro que sí, amigo, no soy tan estúpido.
Fremen le dio la espalda y se acercó a la terminal.
>>Identificación:
—“Fremen Campbell”
>>Comando de voz inválido. Identificación:
—“Residente Multibloque 221, megaestructura 522”
>> Comando de voz inválido. Identificación:
—¿Dijiste que probaste con tu nombre?
—Amigo, ¿acaso estás sordo? —1257 alzó la voz.
Fremen continuó.
—“1256”.
>> Comando de voz inválido. Identificación:
Estuvo a punto de golpear la terminal.
—Tenías razón, esto no sirve.
—Te lo dije, estamos jodidos —1257 salió de la despensa y se colocó detrás de Fremen.
>>Identificación:
El comando tintineó en la pantalla.
—Cero, somos un puto cero —dijo 1257 señalando la pantalla.
>>Comando valido, cargando el sistema.
Fremen saltó de la silla.
—¡Funcionó!
—¿Un puto cero? —dijo 1257 sorprendido.
—¡Cero, cero, ese es el comando!
>>Bienvenido 1256. Se procederán a cargar los programas de educación y trabajo en aislamiento. ¿Desea empezar ahora mismo?
—No, déjalo para después. ¿Dónde me encuentro?
>>Unidad Autónoma de Aislamiento para Individuos Sin Crédito —respondió el sistema.
—Eeeehhh, sí, pero… ¿Exactamente dónde?
>>Información desconocida.
Fremen miró a 1257. Este sonreía.
—Deja de perder el tiempo. Esa máquina no te va a resolver la vida.
—No quiero esperar a quedarme sin alimento para decidir qué hacer —giró el rostro de nuevo hacia la terminal—. Comunícame con la Compañía.
>>Comando de voz inválido.
—Maldita máquina…
>>Comando de voz inválido.
—¡Sistema Off! —gritó Fremen. Se dejó caer sobre la silla.
—Te lo dije, amigo, estamos jodidos —1257 le palmeó el hombro—. Voy a dormir un rato.
Al llegar a la puerta se detuvo. Fremen caminó hasta allí.
—Te veo en la noche —dijo 1257 y le giñó un ojo.
Fremen pasó frente a la terminal y se tiró en la litera. Se sentía frustrado y 1257 no le era de mucha ayuda. Sí las cosas siguen así…, se dijo Fremen. Cerró los ojos pensando en su mujer. Se giró hacia la pared. No estábamos tan mal, pensó. Las luces se apagaron cuando su cuerpo se relajó lo suficiente para dormir.
Los golpes de 1257 lo despertaron.
—¡Apúrate, amigo, tengo que mostrarte algo!
La habitación permanecía en penumbra salvo por una luz blanquecina sobre la puerta. Al salir no encontró a 1257. Se detuvo varias veces dejando que sus ojos vagaran en la oscuridad que rodeaba el ventanal. Cientos de puntos de luz brillaban en el firmamento, solitarios como faros minúsculos y distantes, o formando nubes de gas difusas y resplandecientes. Cómo brillan, pensó asombrado. Y este silencio… en la ciudadela todo es tan… interrumpió su cavilar. Se encontró a 1257 en el suelo, las rodillas recogidas, la espalda contra el muro interior.
—Mira —1257 señaló un panel sobre su cabeza—. Lo acabo de descubrir.
Fremen se acercó. En el panel se veía un recuadro negro, nada más.
—Ya intenté de todo y esta maldita cosa no funciona —1257 se paró junto a Fremen.
Se colocaron a la altura del panel. Al momento se dispararon varios flashes de luz roja que los cogieron por sorpresa. Fremen se tiró hacia atrás y 1257 a un lado.
>>Escaneo completo —la frase se proyectó en el recuadro.
En el suelo y sobándose un codo, Fremen supo de qué se trataba. 1257 soltó una carcajada que resonó por el pasillo. Justo en el medio del panel se dibujó una línea que se proyectó hacia arriba y hacia abajo, seguida de un sonido neumático. Se formaron dos compuertas que al instante se deslizaron. Dentro parpadeó una luz blanquecina.
—¿Pero… y esto qué es? —dijo 1257.
—Un salón… —Fremen titubeó—, un salón de ejercicios.
—Eso lo puedo ver, 1256, lo que no entiendo es qué diablos hace todo esto acá.
Fremen se sintió extraño. No le gustó que lo llamara “1256” y mucho menos sentirse identificado.
—Estamos recluidos, ¿no? —Fremen miró a 1257—, si vamos a permanecer encerrados es normal que… —se calló antes de terminar—. Si ayuda en algo, me esperaba otra cosa.
—Están jugando con nosotros —dijo 1257 con los puños apretados—, los malditos están jugando con nosotros —Sus ojos brillaron con una capa translúcida de humedad.
Esta por reventar, pensó Fremen. Se levantó y le tendió una mano a 1257; este chasqueó con la lengua sobre el paladar y le apartó la mano. Con la luz artificial se veía más delgado, las costillas formando promontorios bajo la piel. Entraron al salón y luego de observar una a una las máquinas terminaron por probarlas. 1257 caminaba en una esfera que le permitía cambiar de dirección como si se desplazara en un lugar abierto. Llevaba un visor y parecía disfrutarlo.
—amigo, tienes que ver esto, se siente muy real.
—Esto no se queda atrás —dijo Fremen. Sobre una camilla, cinco brazos robot le daban un masaje en la espalda con movimientos rápidos y precisos.
1257 dejó de caminar.
—En unos días esto no será más que una distracción inútil. Tenemos que salir de aquí, amigo, o pronto vas a saber lo que es pasar hambre y estar encerrado.
Fremen no respondió. Las despensas tenían que ser surtidas de alguna manera. La clave estaba allí, en el cuarto multifuncional, esperando a que él la descubriera.
—Creo que tengo una idea —dijo Fremen.
—Eso es bueno, amigo, necesitamos más de eso —1257 se bajó de la esfera.
—Tenemos que hacer creer al sistema que vamos a ejecutar los programas de trabajo.
—No pienso perder el tiempo con eso —dijo 1257—, además mi terminal está hecha pedazos.
—Ya veremos cómo lo resolvemos.
Fremen cerró los ojos y dejó que la sensación de placer que le producía el masaje lo inundara. No estaba mal relajarse después de tanta zozobra. Antes de eso se había fijado en el tamaño de la unidad de masajes, un bloque de metal donde se articulaban los brazos robóticos y que cubría con precisión una de las losas plásticas del suelo.
Al volver a su habitación y después de comer con 1257, en vez de acostarse, probó otra combinación en el panel. “Baño”, murmuró. El espacio se configuró y al desplazarse la pared, un baño pequeño pero totalmente funcional apareció frente a él. Después de asearse y vestirse activó la terminal. Esta presentó tres opciones:
>>Capacitación general sobre las instalaciones y programas asociados.
>>Trabajos en aislamiento.
>>Educación en aislamiento.
La primera duraba cuarenta minutos. La segunda y tercera, estaban desactivadas. Inició con la capacitación. Cuando terminó confirmó lo que ya sabía: las instalaciones parecían inexpugnables y su localización era incierta. Además de la despensa y el baño, el cuarto multifuncional servía también como aula de educación y zona de trabajos virtual. Para recibir alimentos debía trabajar, realizar ejercicio físico y llevar una conducta aceptable. Las instalaciones funcionaban de forma autónoma, producían su propia energía y el manejo de residuos se autogestionaba internamente. En cuanto a los programas de educación, se referían a la reinserción en comunidad con títulos como “la economía se fortalece a través del consumo” o “la felicidad al alcance de su mano”, y una que le pareció mucho más sugerente que las otras: “consumo, luego existo”. Esto no le decía nada nuevo, desde pequeño había recibido este tipo de educación y más bien lo exasperaba. Soy un ciudadano ejemplar, pagó mis facturas y cumplo con mi cuota de consumo. Me parto el alma trabajando para encajar. Corrieron lágrimas por sus ojos pero en vez de sentirse triste la rabia lo inundó. Se levantó y se fue en busca de 1257.
—¿Qué es lo que quieres, 1256? —dijo 1257 cuando la puerta se deslizó—. Déjame dormir, lo que sea puede esperar hasta mañana.
—No me llames así.
1257 se dio la vuelta para volver a su litera. Fremen se coló en la habitación y la puerta se cerró. Se tapó la nariz. Paquetes de comida y residuos malolientes cubrían el suelo. La ropa de 1257 estaba tirada en cualquier lado. No quiero llegar a este punto, se dijo. La terminal estaba hecha pedazos en el suelo, tal como le había dicho 1257.
—¿No nos obligan a limpiar? —le preguntó.
—Ya puedes empezar si no te gusta.
—Lo que quiero saber es si recibes algún tipo de notificación o disminuyen tus raciones —se acercó a la terminal y agachándose rebuscó entre sus partes.
—Amigo, me enviaron otra terminal por el multifuncional y la estrellé contra el ventanal, así que no sé de qué hablas —1257 se sentó en la litera recostándose contra la pared—. Eso sí, lo que quedaba de la terminal de repuesto desapareció.
—Deben tener bots para los mantenimientos.
—Eres una lumbrera, 1256 —1257 le sonrió. Se veía triste.
—Ya te dije que no me llames así —Fremen rebuscó entre las placas de la unidad y los circuitos de acoplamiento, algunos se veían estropeados pero la placa madre parecía intacta—. ¿Te conté a qué me dedicaba antes de llegar aquí?
—No tuve el placer —1257 bostezó.
Fremen tomó la placa madre y se dirigió a la salida.
—Espera, amigo, ¿qué vas a hacer con eso? —lo alcanzó y al abrirse la puerta lo siguió.
Entraron a la habitación de Fremen y mientras este desarmaba la terminal 1257 lo observaba. Fremen conectó la placa madre sobrante he inició el sistema. Como supuso, se generó un error cíclico, un bucle que obligó a la terminal a reiniciarse varias veces. Por último se ejecutó un programa de depuración.
—Me estoy empezando a aburrir —dijo 1257—. ¿Se supone que vas a lograr algo con eso?
—Se supone —Fremen continuó mirando la pantalla sin pestañear.
—Pero todavía no sabes qué, ¿cierto?
—Cierto.
De pronto la terminal se apagó al igual que las luces y los demás sistemas.
—¡Tenemos menos de diez minutos! —dijo Fremen.
1257 lo miró sin comprender.
—¿De qué diablos estás hablando?
—Querías salir, ¿no?, empieza a correr y ayúdame con la puerta.
Ambos tiraron de la puerta hasta que se abrió lo suficiente para que pasaran. Corrieron hasta el salón de ejercicios.
—¡Empuja con todas tus fuerzas! —gritó Fremen.
Desplazaron la unidad de masajes lo suficiente para que en el suelo quedara un recuadro del mismo tamaño que la unidad. En uno de los ángulos, un compartimiento disimulado. Fremen levantó la protección utilizando una cuchara y luego digitó uno de los códigos que emitió la terminal en el programa de depuración antes de apagarse.
—¡Oh oh oh! —soltó 1257 excitado, señalaba el recuadro y no paraba de moverse—. ¡Eres brillante, amigo!
El panel se deslizó dejando ver una palanca. Fremen tiró de esta y en seguida el recuadro en el suelo comenzó a elevarse. Un ascensor de emergencia se posicionó frente a ellos.
—No sé cómo diablos lo lograste, 1256, pero te estoy mortalmente agradecido.
—Todavía no salimos.
—Tenemos una posibilidad —dijo 1257 y se metió en el ascensor. Fremen hizo lo mismo.
Un minuto después el ascensor seguía en su sitio. Desde donde estaban podían ver cómo la oscuridad se retraía en el ventanal. Amanecía.
—No pasa nada —dijo 1257 palmeando las paredes.
—El programa de depuración debe rein… —Fremen no terminó la frase. El ascensor inició el descenso.
—Voy a estar en deuda contigo el resto de mi vida.
—Comienza por no llamarme 1256.
—De acuerdo, 1256 —1257 lo saludó de forma militar.
Fremen intentó sonreír. El ascensor continuó descendiendo.
—El sistema no sabe que escapamos —dijo Fremen—. Abajo puede ser distinto, sensores de movimiento o bots de contención, guardias armados, cualquier otra cosa dispuesta a impedirnos la salida.
—Cualquier otra cosa es mejor que seguir encerrado —1257 apretó los puños—. Pero debiste avisarme, amigo, no llevamos nada encima.
Tenía razón. Ambos iban descalzos y 1257 llevaba solo el pantalón.
El sonido del ascensor disminuyó al tiempo que se detenía. Un salón con equipo médico, camillas, tubos de cirugía y otros menesteres médicos. 1257 se acuclilló como si fuera a saltar sobre una presa.
—No hay nadie —dijo Fremen.
En efecto, el salón estaba vacío. Rebuscaron entre los equipos hasta que encontraron una bata para 1257. En un estante se veían medicamentos y gasas, desinfectantes, tapabocas, guantes y jeringas de diferentes tamaños.
—Nos pueden servir —1257 tomó varios frascos y los guardó en su bata.
Dieron a un pasillo circular sin ventanas. Halógenos en el techo alumbraban en ambas direcciones. Lo siguieron al azar hasta dar con una bifurcación que formaba una línea recta. Tomaron por esta y después de caminar un trecho sin hacer ruido, salieron a una galería con puertas trampa que conectaban con otras áreas.
—Esto está muerto —dijo 1257 empujando una de las puertas.
Unidad autónoma de aislamiento, pensó Fremen. Demasiado fácil.
—Vamos por allí —Fremen señaló las escaleras que descendían a un nivel inferior.
Ventanales de gran tamaño dejaban pasar la luz del exterior. Esto los hizo moverse más rápido.
—Algo pasa —murmuró Fremen—. El sistema debería alertar de nuestra presencia.
—Te lo cargaste, ¿no?
—Aproveché una falla en los protocolos de seguridad, nada más. Me parece muy extraño que podamos movernos sin ser detectados.
—Pues alégrate, amigo —dijo 1257—, parece como si fuéramos invisibles.
—Lo dudo —Fremen saludó un ojo visor que desde uno de los flancos seguía sus movimientos.
La lógica de 1257 le gustaba. Parecía tomarse las cosas con calma y sin darle importancia a la situación. O más bien estaba desesperado por salir.
Llegaron a otra galería de un blanco impoluto con techos altos y poco mobiliario.
—Allá está —dijo 1257 apuntando con la barbilla.
—Sí —Fremen se detuvo.
Puertas translúcidas de batientes los separaban del exterior. El viento soplaba con fuerza pues se escuchaba el ruido de los árboles. Se movieron despacio, acercándose a las puertas con sigilo, esperando que cualquier cosa sucediera.
—Deben estar cerradas —dijo Fremen volviendo a su habitual miedo y desconfianza. Sudaba frío.
—No te preocupes por eso, amigo —los ojos de 1257 brillaban con las pupilas dilatadas—. Me tomé dos estimulantes de acción rápida.
Sin siquiera pensarlo 1257 empezó a trotar y tomó velocidad. Parecía un minisub de la línea aérea, la cabeza al frente como un ariete.
—¡Qué haces! —le gritó Fremen tratando de alcanzarlo. Cerró los ojos al ver que 1257 iba a chocar contra las puertas.
El ruido se sofocó cuando el cristal explotó y se hizo polvo. 1257 continuó corriendo otro tramo y al perder el impulso se detuvo. Fremen trotó hasta su posición.
—¿Cómo sabías que eran vidrios de seguridad?
1257 jadeaba con las manos en las rodillas.
—Yo también tengo mis ideas —señaló a Fremen con el índice. Luego se dejó caer al suelo—. El vidrio de seguridad no se rompe a menos que la velocidad de impacto sea la adecuada como para volverte papilla.
Fremen negó con la cabeza y se giró para observar la torre. Aún seguían bajo la estructura pero ahora estaban fuera de esta. Le extendió una mano a 1257 y lo ayudó a levantarse.
—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó Fremen.
—Conseguir la mayor distancia posible entre eso y nosotros —1257 miró por última vez la torre y comenzó a caminar en dirección opuesta.
Fremen titubeó pero enseguida lo siguió. Al principio caminaron por el descampado que rodeaba la estructura pero luego se fueron internando en el bosque. Pronto la vegetación les impidió ver la torre.
—Fremen… —dijo 1257 deteniéndose.
—¿Sí?
—Me puedes llamar Mark —asintió sin volver el rostro—. Es mejor que 1257.
—Claro que sí, 1257.
Ambos rieron y sin volver atrás, continuaron la marcha.
Julián Reyna nació en Bogotá (Colombia) en 1982. Biólogo. Lector. Escritor tardío. El primer libro de corte fantástico que recuerda haber leído fue “Los viajes de Gulliver”, un regalo de su madre que le generó gran afición por el género fantástico (incluyendo el cine), decantándose luego por la ciencia ficción. ¿Por qué le interesa este género? Su gran amplitud y capacidad infinita de generar deslumbramiento, conciencia, reconocimiento a través de lo extraño o lo desconocido, lo cotidiano visto desde otras facetas; es un género que se reinventa y transforma constantemente y con este, el lector. Ha publicado dos cuentos en la Revista Sinestesia (en línea) y su cuento “La caída”, fue escogido dentro de los 100 mejores relatos breves en el concurso Bogotá en 100 palabras (2017).