«Los bebés vienen de la Tierra», Louis Evans
Agregado el 21 septiembre 2023 por richieadler en 305, Ficciones
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Me aprieta la mano con el ritmo del latido de un corazón. Me pregunto si él sabe lo que está haciendo. Es una pregunta frívola, una red lanzada sobre las preguntas más serias que se hunden en lo profundo. Me doy cuenta de que le devuelvo un apretón continuo. Sin ritmo. Como un electro plano.
—Lo siento —dice, y su voz oculta algo.
No sé si me habla a mí o a la cosa que me implantaron y que me crece dentro. Eso que crece dentro de mí, sólo vivo a medias.
No sé con quién se está disculpando, pero respondo por los dos.
—Yo no —digo, y no vacilo al responder. Tomamos una decisión. Sabíamos lo que significaba.
Ya está lo bastante oscuro para que nuestra luna más pequeña, verde y rajada, tome forma en el cielo.
En el tercer trimestre cambias la medicación. Antes eran sólo tres o cuatro o cinco pastillas. Cosas ordinarias. La sustituta se tragará lo que le den.
Pero en el tercer trimestre está la bebida, que es un término en la jerga para los crioprotectores, que es una forma elegante de decir anticongelante, es casi puta magia si examinas la cristalografía, cómo el hielo no empieza a formarse, cómo la sangre enfriada va y viene en oleadas. Ella empieza a beberse vasos enteros.
Si él pudiera controlarlas mejor, esas manos lo habrían hecho cirujano, pero las puntas de sus dedos zumban como libélulas cuando tiene que hacer algo importante, así que en vez de ello es granjero.
Recuerdo la vibración de sus dedos la primera vez que me tomó de la mano, el aroma de la madreselva cuando nos dejamos caer al pasto, riendo. Pienso en la madreselva, que es nativa, no una planta importada; pienso en que la Tierra nos deja los nombres que ella descarta. Pienso en los dones de la Tierra.
La madreselva no será la misma que en la Tierra, pero su aroma tiene el mismo significado, así que lo beso bajo una cobija gruesa de verano. He estado lista para tener un hijo con este hombre desde hace mucho tiempo.
Las sombras de las cortinas crean un diseño en la pared de la habitación del bebé, al enroscarse y desenroscarse con suavidad. Aferro las cortinas con los dedos y tiro; las sombras se enderezan y se quedan quietas, fijas mientras pueda sostenerlas. La luz del sol ingresa, de todos modos. Eso es bueno. Un bebé no debería estar en la oscuridad.
Cuando puede tolerar los vasos de bebida, la dosis empieza a aumentar. La mayoría de lo que toma simplemente pasa por su cuerpo, produciendo excrementos líquidos gloriosamente incongelables, excrementos que podrías usar para lubricar rieles para tanques en Europa, y así ella tiene que seguir bebiéndola, metiéndosela en el cuerpo, en el saco amniótico, entrando en la placenta.
Recuerdo el cuidado con el que nos vestimos, la formalidad con la que mi padre le abrió la puerta del auto a mi madre. El transbordador asentado en la larga y delgada pista de asfalto, regordete y elegante como un ave llena de críos, como un pez lleno de esporas.
Recuerdo cómo el pasto estaba quemado en torno a la pista, los hombres y mujeres en batas azules y limpias que se afanaban en torno al vehículo, el humo del pasto quemado caracoleándoles entre las piernas. Cómo la luz del vientre metálico del vehículo era verde como el mar.
La Tierra está muy lejos, y el sueño es profundo y oscuro. Los traemos al mundo en un largo y delgado camino de llamas, y la mayoría de ellos despierta. Pero algunos no; permanecen en algún lugar entre las estrellas, soñando por siempre con los suaves arcos que unen los mundos, con cómo se siente estar congelado y cayendo por siempre, con el pasaje del tiempo más allá del tiempo.
—Ojalá no fuera así. Nunca viven. Pero ustedes viven. Y la próxima nave tiene su niño; ya tiene su bebé adentro, esperando que tomen la decisión generosa y valiente de entregar algunos meses de su fuerza y su esperanza a la ciencia, a la medicina. A la esperanza de los nacimientos naturales en este planeta. Ya somos mejores en ello; ¡ahora el embarazo promedio dura entre tres y seis meses!
»Así son las cosas —dijo—. Espero que tomen la decisión correcta.
Sentados en la oficina del hospital, en nuestras dos sillas, tomados de la mano, no lo discutimos. Sabíamos lo que queríamos, y tomamos una decisión.
Justo antes de que llegara mi hermano, mi madre me explicó lo que era la Lista. Teníamos que esperar nuestro turno, me dijo. No me dijeron en qué posición estábamos en la Lista. No me dijeron que los que estaban primeros en la Lista recibían sobrevivientes y los que estaban después recibían sólo los muertos.
Tenía dieciséis, un mes antes de que llegara mi hermana, y encontré a mi padre llorando y él me explicó cómo se crean y compran los bebés. Cuanto habíamos tardado en enterarnos de que uno no podía reproducirse bajo nuestro sol.
Me dijo:
—Si te ofreces voluntaria para concebir un niño… un feto, una cosa… si los dejas probar tratamientos contigo, aunque sepas que lo que llevas en el vientre no sobrevivirá, te ascienden en la Lista. Es la única forma de progresar.
Dijo que mi madre había sido voluntaria, que había pasado un mes en el Ala de Maternidad. Un Ala de Maternidad de la que jamás había salido vivo un niño. Que gracias a su sacrificio, yo recibiría una hermana viva, cuando había recibido un hermano muerto.
Esa mañana caminé bajo los cielos que parecían un bol de agua pura. Uno puede ver la estrella de la Tierra en una noche clara desde mi casa de la infancia, pero no miré hacia arriba. Sentía el pasto y el suelo fértil entre los dedos, y me preguntaba, como se pregunta una mujer, lo que yo daría por ser madre. Ahora lo sé.
Somos una pareja joven. La Lista es larga, y hay sólo una forma de progresar. Tomamos una decisión.
Sabíamos lo que significaba.
Lo haces así. Cuando ves las burbujas tienes que dejar que la idea de su carga, de los rostros congelados de los niños, se deslice suavemente sobre la superficie de tu mente. No debes pensar en los niños y niñas que dan sus primeros pasos bajo soles distantes, y no debes pensar en los hombres y mujeres creciendo en una tierra extraña, preguntándote por el sonido de sus labios diciendo las palabras «madre», «padre». No debes pensar en lo lejos que están las estrellas, ni tratar de que la escala del espacio te entre en la mollera, no debes pensar en tu propia madre, en cómo te sonríe, en que su nariz es tu nariz y tus manos son las manos de tu padre, no debes desear que las cosas cambien…
Así haces tu trabajo.
Estoy de pie en el campo con mi esposo, esperando que nuestro niño caiga desde lo alto, esperando…
Louis Evans nació y creció en Manhattan, y actualmente vive en Brooklyn. Es un escritor de ciencia ficción y fantasía, y ensayos de no ficción sobre política, cultura nerd y especialmente la intersección de ambos.
Su ficción ha aparecido en Analog SF&F, Escape Pod y otras publicaciones. En su abundante tiempo libre también escribe comedia, es un performer literario y productor de eventos, que ha contribuido con BAHFest West, Shipwreck SF y Cliterary Salon.
Es miembro de la Science Fiction Writers of America y de la clase de Clarion West de 2020 (demorada por la pandemia)
Su sitio personal es https://www.evanslouis.com/.
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