El gran Sherlock

Gracias a la recomendación de Carlos Feinstein y Jorge Korzan, accedí a la serie televisiva inglesa Sherlock, creada por Mark Gatiss y Steven Moffat. De esta serie sólo se han hecho tres episodios de poco menos de 90 minutos cada uno. Se trata de una adaptación inspirada en la obra de Conan Doyle. 

En la serie, Watson (encarnado excepcionalmente por Martin Freeman, quien probablemente sea el próximo Bilbo en la nueva versión de The Hobbit) es médico y veterano de la guerra en Afganistán, y Sherlock (un excéntrico Benedict Cumberbatch) es un detective consultor de Scotland Yard. Todo muy similar al original, salvo por el hecho de que la acción es contemporánea, y los investigadores sacan provecho de los mensajes de texto, el servicio de GPS y las pruebas de ADN. El primer capítulo de la serie, “A Study in Pink” (Julio de 2010), está fuertemente inspirado en Estudio en escarlata, rescatando partes enteras de la novela, pero con otro giro a la hora de resolverlo. De hecho, a mi juicio, es un giro mucho más interesante y cinematográficamente mucho más potable, que el que Conan Doyle le imprimió a la primera novela de la serie de Sherlock Holmes.

En el desarrollo del episodio, el tono va del drama al humor, pasando por el thriller psicológico de notable intensidad. Nos muestra un Holmes freak, casi asexuado, y un Watson (el punto de anclaje del televidente) marcado por los traumas de la guerra y la autoconmiseración. El manejo del ritmo, en los 88 minutos que dura el episodio es más que soberbio: hay tiempo para detenerse sobre los protagonistas, correr con ellos por las calles de Londres cuando las circunstancias lo demandan, apreciar la camaradería que está naciendo, pensar y resolver con el gran detective.

Tuve oportunidad de recomendar este primer capítulo a los asistentes al taller literario del Museo de la Policía Federal, como un ejemplo de una adaptación inspirada en la obra de Conan Doyle. Y probablemente sea, en la clase de este viernes, un buen punto de partida para hablar de adaptaciones de historias clásicas a la pantalla grande y a la pantalla chica (en sus distintas formas: adaptación propiamente dicha, adaptación basada en una obra literaria o teatral, inspirada en una obra, recreación, y adaptación libre… éstas son las categorías que la profe Liliana Arce nos enseñó en el curso de Adaptación de Guionarte), además de las recreaciones literarias donde grandes personajes son trasladados a nuevos escenarios, o participan de aventuras que nunca imaginaron sus autores.

El caso de Sherlock Holmes es especial: es un personaje que se fue construyendo sedimentariamente a través de las distintas entregas en formato cuento o novelado. Recordemos que Serlock Holmes conoció la fama a partir de la publicación del cuento “Un escándalo en Bohemia” en Strand Magazine, en 1891, y para entonces ya había sido concebido como una serie de relatos con un mismo protagonista. Esta acumulación produce en el lector un sentimiento de proximidad similar al que hoy se da en muchas series televisivas, donde el personaje es desnudado lentamente, y sus características, antecedentes y traumas van surgiendo a la luz lentamente, incluso como si fueran datos anecdóticos dentro de una ocasional historia donde lo que vemos es al personaje “en acción”. Con el tiempo, esas características terminan siendo más importantes que las historias eventuales de cada episodio, como sucede en House M.D., por dar un ejemplo.

En épocas del taller literario de Axxón, nos ocupamos de Sherlock Holmes al menos en dos ocasiones, sobre todo debido a la fascinación que Eduardo Carletti sentía por el personaje, que trasmitió también al resto de los contertulios. Uno siente que el personaje realmente vivió, y no es raro: también lo cree una buena parte de los jóvenes británicos, según la encuesta de una cadena de televisión (UKTV Gold) que se dio a conocer en 2008. Los datos dicen que el 58% estaba seguro de que el detective existió en la realidad, mientras que un 23% no tuvo dudas en sostener que Churchill era un personaje de ficción.

La tarea de tomar un personaje de esta altura e intentar reformularlo, para situarlo en nuevos contextos y ponerlo ante nuevos desafíos es monumental, y al mismo tiempo gozosa, si bien los resultados pueden ser devastadoramente pobres, y de esto sobran ejemplos. A pesar de ello, los escritores que acometen este trabajo de motu proprio lo hacen porque antes han amado y han estudiado al detalle al personaje. Tal el caso del español Rodolfo Martínez, que ha escrito algunos pastiches holmesianos dignos de consideración: Sherlock Holmes y la sabiduría de los muertos (premio Asturias, 1996, revisada en 2004 para ser publicada por la colección española Bibliópolis Fantástica) y Sherlock Holmes y las huellas del poeta (en la misma editorial). En ambas, Martínez mete a Holmes en un universo muy poco racional, el de Lovecraft, trasladando al personaje a nuevos escenarios y nuevos contextos históricos. En 2007, Martínez publicó Sherlock Holmes y la boca del Infierno (Bibliópolis Fantástica), donde el detective se cruza con Aleister Crowley y, en 2008, Alamut publicó Sherlock Holmes y el heredero de nadie, también de Martínez, ambientado en el Lejano Oeste Norteamericano. Otro gran autor español, Rafael Marín, encaró Elemental, querido Chaplin (Minotauro), donde Holmes se une al niño que fue Charles Chaplin para desentrañar una trama de corte diabólico.

En esta misma línea, algunos autores de lengua inglesa, como Neil Gaiman, Elizabeth Bear o Steve Perry, fueron convocados a escribir historias holmesianas-lovecraftianas que luego fueron compiladas en Sombras sobre Baker Street (La Factoría). Dos antecedentes más de pastiches holmesianos, de muchos que pueden citarse: Elemental, Dr Freud (Emecé, 1975) de Nicholas Meyer, y una versión vernácula donde Holmes se cruza con un sucedáneo de Borges (que hace las veces de Watson): El dilema de los próceres (Sudamericana, 1997, reeditado en 2009), del argentino Jorge Fernández Díaz.

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3 respuestas a El gran Sherlock

  1. Laura Ponce dijo:

    Muy interesante el comentario. Gracias, Ale. Trataré de conseguir la serie :-)
    Un beso

  2. Claudio Sánchez dijo:

    En Estudio en escarlata se investiga un crimen cometido contra mormones, por lo que la acción se desarrolla parcialmente en Utah. ¿Quién o quiénes son las víctimas en esta versión?

  3. alealo dijo:

    Hola, Claudio. Ésa es la parte de la hitoria que es eliminada. A mi juicio, correctamente, y en su lugar se crea un thriller psicológico mucho más aprovechable desde lo televisivo y más al gusto de hoy.

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