“¿Imaginación o experiencia? ¿Qué ayuda más para escribir una ficción?” Así se titula la nota de tapa de La Balandra – Otra Narrativa nº3, y en ella ofrecen su punto de vista escritores como Vlady Kociancich, Eduardo Berti, Mariana Enríquez o Marcelo Figueras. Mientras leía esas reflexiones, pensé en qué hubiera respondido yo. En parte porque el tema resonó de alguna manera en mi experiencia, y en parte porque no puedo evitar invadir las conversaciones ajenas. Así que, con permiso…
Creo que lo que más ayuda es la imaginación. De hecho, la experiencia directa es totalmente innecesaria. En algunos casos, incluso, inaccesible: ya sea por cuestiones históricas o por limitaciones de nuestra realidad, como sucede en los cuentos de ciencia-ficción y fantasía. Sin embargo, la imaginación no lo es todo, así que, allí donde la experiencia no esté disponible, habrá que acudir a un sucedáneo: la documentación.
En mi caso, esa documentación suele ser caótica, y al mismo tiempo obsesiva. Fotos o planos de donde se desarrolla la acción, cadencias en la forma de hablar de ciertos personajes históricos, consistencia del suelo donde pisan, marcas de cigarrillos que se fumaban en la época en que transcurre el relato, preocupaciones, costumbres, protocolos, paisajes, aromas…
Experiencia y documentación cumplen funciones equivalentes: aportar escenarios, disparar situaciones, recoger los primeros esbozos de los personajes que después transitarán la historia. La experiencia (ya sea como protagonista o como testigo sensible a lo que le pasa a otra persona) aporta además elementos que la documentación no puede. Por ejemplo, nos pone en contacto con lo que sentimos mientras vivimos esa situación. Pero esta carencia tampoco es insalvable. Allí es donde la imaginación viene al rescate. De hecho, al menos para mí, el tiempo de documentarse termina cuando la imaginación es capaz de rellenar todos los huecos y emerge una experiencia sintética, a menudo inmersiva, cuya virtud destacada es la verosimilitud.
Para quienes escribimos ciencia-ficción y fantasía, es un momento maravilloso que rápidamente pierde su brillo. Porque, superado ese punto, todo eso que a los lectores les provocará asombro, para el escritor que lo pergeñó pasa a ser rutina. A menudo terminamos pensando y mirando el mundo a través de los ojos de nuestros personajes: somos el viejo peón que todas las mañanas, con el estómago acalambrado por el frío, tiene que recoger la bosta de los dragones.
¿Se puede escribir una ficción sin imaginación (o con poca imaginación)? Claro. También es posible. Se pueden enhebrar recuerdos y crear una nueva realidad (una suerte de patchwork, o monstruo de Frankestein). Pero para redimir esa obra literaria haría falta una sensibilidad y una capacidad de observación exquisitas, y una técnica sumamente depurada. Y esto último no es una cuestión menor. Experiencia e imaginación son solamente los primeros peldaños de la escalera. El resto del ascenso requiere el dominio de aspectos técnicos como el estilo, el manejo de la estructura, la habilidad de plasmar descripciones y diálogos, el desarrollo de personajes y situaciones, y la representación de conflictos, entre otros.
¿Se puede escribir una ficción sin experiencias interesantes que abonen el relato, y sin imaginación? También se puede: la maquinaria industrial vomita cientos de libros consagrados a la tediosa repetición. Al fin y al cabo, hay público para todo.
Alejandro Alonso (2012)