ELEGÍA AL AUSENTE PERFECTO

Alejandro Alonso

Argentina

Al errar por las lentas galerías

suelo sentir con vago horror sagrado

que soy el otro, el muerto, que habrá dado

los mismos pasos en los mismos días.

 

¿Cuál de los dos escribe este poema

de un yo plural y de una sola sombra?

¿Qué importa la palabra que me nombra

si es indiviso y uno el anatema?

 

Groussac o Borges, miro este querido

mundo que se deforma y que se apaga

en una pálida ceniza vaga

que se parece al sueño y al olvido.

—Fragmento del "Poema de los dones".

El hacedor, Jorge Luis Borges (1960).

 

Nicolás Lombardo frunció el ceño y bajó la mirada. Tenía nueve años aparentes, pero esa expresión lo mostraba como adulto. Su hermano Júpiter, ocho años mayor, esperaba pacientemente que el chico preguntara. De eso se trataba todo.

—¿Puedes explicármelo otra vez? —pidió Nicolás finalmente. Se peinó con los dedos el cabello rubio o, mejor dicho, lo despeinó sin preocuparse por los resultados de la maniobra.

Júpiter Lombardo también era rubio, pero a diferencia de su hermano llevaba el cabello rapado al estilo militar. Como su padre. También había heredado de Sergio los ojos claros, la contextura atlética y una pasmosa sensación de ausencia.

—¿Qué es lo que no has comprendido?

Nicolás engoló la voz y enumeró con los dedos.

—Las dimensiones, las potologías Calabi-Yau, el tiempo englutinante… —Cerró los ojos, tal vez intentando recordar la fonética de los términos misteriosos que la capitana Leticia Yáñez usaba en el puente de la nave—. Las cronelipsis, el tiempo mareado, el tiempo discontinuo, el RVCortical, el mapa dimensional sensible, los cayau, los endecálogos…

Júpiter levantó la mano y Nicolás se detuvo.

—Sobre los endecasílabos puedes preguntarle al tío Celestino. Es un término que se usa en poesía.

—¿Y lo demás?

Estaban en el camarote de Nicolás, sentados a ambos lados de una mesa que era, por lo demás, el único mobiliario visible. Durante el tránsito por el espacio de tiempo discontinuo, la tripulación no esencial de El Pampa era confinada en sus habitaciones, pero Júpiter prefería reunirse con su hermano y charlar. Se había vuelto rutina.

Júpiter había vivido en la Tierra, había conocido incluso a su padre, el verdadero, el que había muerto sin enterarse del nacimiento de Nicolás. Sabía que la habitación de un niño de nueve años tenía que ser más colorida, menos espartana. Recordaba su propia infancia: los juguetes desparramados a la espera de que mamá los juntara. Pero Nicolás no tenía padre físico, ni madre. Tan sólo aquel fantasma sintelizado, que se manifestaba como un holograma perfecto cada vez con mayor frecuencia.

Sergio Lombardo era la nave. Su personalidad estaba embebida electrónicamente en cada porción de El Pampa, de la misma forma en que el olor a hembra satisfecha se había impregnado en el sillón de la capitana Yáñez.

—¿Por qué estamos acá? —preguntó Nicolás. Júpiter sospechó que era la única pregunta que tenía sentido real, la única cosa que podía interesarle al muchacho en ese momento. Pero sabía que llegarían otras preguntas más difíciles de responder.

—Porque después de que murió mamá, no teníamos donde ir —admitió Júpiter, cansado de dar la misma respuesta más que de la pregunta de Nicolás.

La Comandancia sospechaba que Sergio Lombardo se había aliado con el enemigo cayau y había participado en una cronoelipsis: una forma de sabotaje que aprovechaba las corrientes de tiempo mareal para viajar al pasado del universo "humano", y desde allí sacudir la continuidad temporal hasta destruir el objetivo. Sin embargo, el sabotaje había sido evitado merced a la posibilidad iterativa de enviar mensajes al pasado y corregir los daños causados por las cronoelipsis.

Lombardo había sido sacrificado en el transcurso de aquella acción preventiva. Un mártir de la causa cayau, o la víctima de una conspiración sutil y retorcida. Júpiter no lo sabía.

La capitana Foster los había visitado poco después de la muerte de Lombardo, y les había propuesto quedarse con la versión sintelizada de Sergio en El Pampa, viajando sin destino fijo por el universo cayau. La madre de Júpiter fue arrestada poco después de aquella visita. Sospechaban que había negociado con los traidores. Nunca llegó a dar su consentimiento para el viaje.

—Yo elegí venir con papá —admitió Júpiter. Se volvió hacia la cámara biosensible en el otro extremo del cuarto y sonrió con tristeza—. Con lo que nos queda de él…

Nicolás asintió, tal vez para demostrarle a Júpiter que la respuesta se había mantenido invariable, fiel a sí misma. Júpiter se aflojó como si acabara de dar un examen.

—Pero, ¿quién es nuestro padre? —insistió Nicolás—. ¿Éste o aquél?

Júpiter esperó a que el holograma perfecto de Sergio lo sacara del brete, pero el sintelizado no compareció. De hecho, parecía evidente que quería escuchar la respuesta de su hijo mayor. Otro examen.

—Comencemos con el tiempo aglutinante —dijo Júpiter—. Si los dioses nos son propicios, es posible que terminemos con la cuestión de nuestro padre antes de salir de la corriente de tiempo discontinuo.

—Me parece bien. ¿Qué son los dioses…?

Júpiter ignoró la pregunta.

—Cuando yo vivía en la Tierra, sólo hablábamos de tres dimensiones espaciales y una temporal. —Júpiter gesticuló con amplios ademanes—. Alto, largo, ancho. Y una dimensión temporal, el tiempo lineal positivo, que va siempre del pasado al futuro. Los humanos sólo podemos percibir esas cuatro dimensiones. Pero no son las únicas.

Nicolás asintió. Esa parte de la historia no representaba ninguna dificultad.

—Desde hacía décadas, los físicos teóricos especulaban con la existencia de otras dimensiones, que no podemos ver porque están arrolladas y comprimidas. —Júpiter se levantó y señaló un fragmento de fibra óptica del proyecto de Nicolás—. Si yo te muestro una línea, como esta fibra, ¿cuántas dimensiones ves?

—Sólo una.

Júpiter desconectó la fibra óptica y regresó al asiento.

—Pero si nos acercamos más —explicó, ofreciéndole la fibra a Nicolás—, vemos que en realidad son dos dimensiones: una extensa, longitudinal, y otra más compacta, arrollada sobre la extensa. Podemos movernos hacia delante y hacia atrás, o bien hacia los costados recorriendo el perímetro de la fibra.

Nicolás asintió.


Ilustración: Bárbara Din

—En el universo "humano", hay cuatro dimensiones extensas y seis dimensiones arrolladas.

—¿En cilindros?

—No exactamente. Forman una figura geométrica, topologías, llamadas Calabi-Yau. No importa, son difíciles de dibujar. Imaginemos que son cilindros.

—Está bien.

—¡Pero hay otros universos! —advirtió Júpiter—. Y en esos otros universos, estas dimensiones no están arrolladas. Incluso hay más dimensiones temporales.

—Es el universo de donde vienen los cayau —dijo Nicolás, recordando anteriores explicaciones.

—Exacto. Pero ya no es un universo separado. Las membranas del universo "humano" y el universo "cayau" se tocaron. Eso hizo que aparecieran más dimensiones en nuestro universo, que surgiera algo llamado tiempo aglutinante y que las dimensiones adicionales pudieran verse en nuestro universo como si fueran extensas, si bien siguen arrolladas en topologías Calabi-Yau. Por cierto, de ahí viene el nombre de los cayaus, de Calabi-Yau.

—¿Y cuántas dimensiones hay ahora? —preguntó Nicolás.

—Dieciséis. Las cuatro dimensiones del espacio-tiempo que nos son más familiares, otras ocho dimensiones espaciales arrolladas, que son las dimensiones adicionales y que los cayau pueden navegar como si fueran dimensiones extensas. Y cuatro dimensiones más de tiempo aglutinante, que de alguna forma actúan como pegote de las dimensiones arrolladas.

Nicolás asintió. Intentó recoger la fibra, pero Júpiter fue más rápido: tomó la pieza, se levantó y la colocó nuevamente en el proyecto de Nicolás.

—Como no podemos ver esas dimensiones —siguió Júpiter, mientras acoplaba los conectores de la fibra en los puertos ópticos del proyecto—, hay un sistema que se llama RVCortical, que nos permite percibirlas artificialmente a través de los otros sentidos. Eso es el Mapa Dimensional Sensible: una representación virtual en sabores, olores y emociones de las dimensiones que no podemos ver.

—Ah, y ese mapa se divide en emogustivo y emolfativo. Ya lo sabía.

Nicolás levantó la mirada y señaló el proyecto. Un brazo robot desconectó el extremo de la fibra que Júpiter había manipulado y lo reconectó en otro puerto, apenas por debajo del anterior. Júpiter se volvió hacia su hermano y éste le sonrió como diciéndole aprende para la próxima.

Vencido, Júpiter regresó a su asiento y esperó que Nicolás preguntara. De eso se trataba todo, de que Nicolás entendiera.

—¿Por qué la capitana dice que nuestras bodegas infinitas usan tecnología de tiempo aglutinante?

Júpiter contuvo el aliento y se envaró.

—¿Por qué quieres saberlo? Ya lo sabes.

—Cuéntamelo otra vez.

Nicolás parecía disfrutar perversamente la incomodidad de su hermano mayor.

—Ayer dijiste gato negro —exclamó Júpiter, golpeando la mesa.

—Dije gato negro... mojado —respondió Nicolás, un poco desconcertado, pero aceptando el desafío.

—Dijiste gato negro mojado y sucio.

—Dije gato negro mojado y sucio y furioso.

—Dijiste gato negro mojado y sucio y furioso y tuerto.

—Dije gato negro mojado y sucio y furioso...

—Espera, ¡alto ahí! —interrumpió Júpiter—. ¿Qué estamos haciendo? ¿Por qué no podemos detenernos cada vez que jugamos al Gato negro?

—¿Por que los dos queremos ganar?

—Además de eso… ¿Por qué no nos aburrimos de jugar?

—No sé.

Júpiter levantó el índice para que Nicolás prestara atención.

—No nos aburrimos porque los dos modificamos la respuesta del otro: yo modifico tu frase, entonces tú modificas la mía, entonces yo modifico tu frase una vez más, y la respuesta va creciendo. Los dos queremos saber cómo será la respuesta del otro.

—Es verdad.

—La respuesta final es un aporte de tus adjetivos intercalados con los míos.

—De eso se trata el juego, ¿no? —dijo Nicolás elevando una ceja.

—En el tiempo aglutinante pasa algo parecido.

Nicolás retrocedió en su silla, como si lo hubieran empujado contra el respaldar. Hizo silencio.

—En el tiempo aglutinante hay cuatro dimensiones, que forman dos planitiempos. Son como sábanas de tiempo. El primer planitiempo está formado por una dimensión lineal positiva y por el tiempo mareal. Es tiempo mareal, no tiempo mareado, ¿eh? Es el tiempo que va y viene. Avanza hasta un punto definido del futuro y luego regresa al pasado. Como un péndulo.

—Una sábana que va y viene… Es como una bandera flameando —reflexionó Nicolás—. Es raro.

—Más raro es que haya una segunda sábana. Pero esa sábana tiene una dimensión lineal positiva y la otra existe sólo por retazos. Ése es el tiempo discontinuo. Ahora estamos navegando por un espacio de tiempo discontinuo, por eso nos tienen aquí, encerrados.

—Ah…

—La primera sábana choca con la segunda, rompiéndola, por eso el tiempo es discontinuo. A su vez, la segunda sábana choca en varios puntos de la primera, haciendo que flamee, que vaya y vuelva, por eso el tiempo es mareal, como una ola que va y viene.

Júpiter entrecruzó los dedos.

—Al final —continuó—, crean un patrón de interferencia, donde el movimiento de un planitiempo influye en el otro y viceversa.

—¿Pero cuál de las dos fue primero?

—Es como con gato negro mojado y sucio y furioso y tuerto, donde tus respuestas y las mías se cruzan y después de media hora de estar jugando ya no recordamos quién empezó. Las sábanas se interfieren, se molestan entre sí.

—¡Pero siempre gano yo!

—Porque puedes hacer trampa, hermanito. Sólo por eso.

Nicolás chasqueó la lengua.

—Entiendo. Creo… ¿Y qué tiene eso que ver con las bodegas infinitas?

—La mutua interferencia produce burbujas de espacio-tiempo. Ahora mismo nuestra nave está viajando dentro de una de esas burbujas. Los cayau saben cómo manipular el espacio-tiempo discontinuo, así que le explicaron a nuestra nave… —Júpiter se volvió alarmado hacia la cámara biosensible—. Le explicaron a papá cómo aislar un volumen de espacio determinado, una burbuja espacial, en distintos tiempos. Por eso se llaman bodegas infinitas. Se pueden guardar muchas cosas y cuando se acaba el espacio, avanzamos media hora o así, y empezamos a guardar de nuevo. Si el tiempo fuera continuo, las cosas seguirían allí, pero como es discontinuo, al avanzar en el tiempo nos encontramos con que la bodega está vacía. No hay conexión, es como si fueran muchas bodegas.

Júpiter bajó la mirada y sonrió con tristeza. Le costaba continuar, pero era importante no parar. Tomó aire. Ya lo había hecho antes.

—Usamos la tecnología de tiempo mareal para ir y volver en el tiempo. La bodega está dividida en unas cuarenta burbujas de veinte minutos lineales, que están separadas entre sí por unos diez minutos de estasis. El tiempo va y viene en las bodegas, como si fuera un péndulo. Unas veinte horas de tiempo mareal para ir y otras veinte para volver a cero. Así que no sólo tienes que recordar dónde guardaste la carga, sino también cuándo. En qué burbuja está.

—No lo entiendo del todo, pero no importa.

Júpiter deseó que Nicolás volviera a la pregunta original: ¿Quién es nuestro padre? ¿El humano o el sintelizado? En lugar de eso, Nicolás preguntó lo de siempre. Y Júpiter respondió. De eso se trataba todo, de que Nicolás aceptara la verdad.

—¿Por qué nos encierran mientras estamos viajando por el tiempo discontinuo?

Júpiter tomó aire otra vez, amargamente.

—Para que nadie se pierda. La capitana cree que en las habitaciones estamos más seguros.

Nicolás buscó la mirada de Júpiter: ¿Eso es todo? ¿Qué clase de explicación es ésa?

Júpiter tragó en seco.

—Éste no es nuestro universo —dijo—, es el universo de los cayau. Ellos nos enseñaron cómo preparar la nave para navegar, incluso cómo adaptar los ambientes para que los humanos pudiesen vivir dentro, pero ni siquiera ellos dominan del todo las consecuencias de la interferencia entre el tiempo mareal y el tiempo discontinuo.

—No entiendo.

—La bodega sólo existe unas cuarenta veces cada veinte horas, un tercio del tiempo ni siquiera está allí. En ese tiempo intermedio no hay ni espacio ni tiempo. Pero al transitar por el espacio de tiempo discontinuo, o al navegar hacia el pasado del universo "humano" usando el tiempo mareal, la bodega existe intermitentemente también en los períodos intermedios. Es un efecto secundario de la interferencia. Esa existencia termina cuando salimos del tiempo aglutinante. Todo vuelve a la normalidad.

—¿Y…?


Ilustración: Mauricio J. Schwarz

—¿Qué pasaría si alguien entrara a la bodega infinita mientras navegamos por el espacio de tiempo discontinuo? ¿Dónde y cuándo quedaría al regresar la nave al tiempo continuo? —Júpiter clavó la mirada en el holograma perfecto de Nicolás. Habló despacio, para que el chico no se asustara—. Quedaría atrapado en el no-tiempo: una estasis espaciotemporal que es peor que la muerte. Nadie podría rescatarlo.

La voz sintelizada del niño se quebró.

—¿Y eso pasó alguna vez? ¿Se perdió alguien?

—Sí, Nicolás. Tú.

El holograma inclinó la cabeza en señal de desaliento y se desvaneció.

Júpiter observó la silla vacía, la mesa, el proyecto de óptica que su hermanito nunca llegó a terminar. Aspiró consternado la ausencia perfecta impregnada en las paredes de aquella habitación espartana.

La voz de la capitana Yáñez lo rescató de la angustia. Habían salido del espacio de tiempo discontinuo.



Alejandro Alonso

Alejandro Alonso nació en 1970 en San Martín, provincia de Buenos Aires, Argentina. En la actualidad se desempeña como periodista de tecnología y negocios. Publicó sus primeros relatos en Axxón a partir del número 33 (cuento "Demasiado tiempo"). Desde entonces ha continuado su carrera de escritor con gran empuje, publicando en la Argentina, México y España, y avanzando en calidad, contenido, imaginación y maestría de una manera avasalladora. Ha logrado juntar una producción muy potente por lo original de sus temas y por lo interesantes y bien escritas que están las historias. En Axxón además se pueden leer sus relatos "El decimocuarto día" número 46, "Procesos" número 47, "Postales desde Oniris" número 61, "Sociedad anónima" número 63, "La letra número 54" número 65, "...y tu firma al pie..." número 91, "Póstumo" número 100, "Disneylandia" número 109, "1807" número 112, "La duna del 40o aniversario" número 117 y Hombres y piedras número 125. En España resultó finalista en dos de las convocatorias a concursos de relatos (Pablo Rido y Domingo Santos) y últimamente han aparecido relatos suyos en Artifex Segunda Epoca. Como justo reconocimiento a su tenacidad y enorme capacidad de trabajo, tiene hoy un sólido panorama en posibilidades de publicación y de seguir cosechando galardones.
     En el número 112 de esta revista apareció el relato "1807", que forma parte de una serie de cuentos de índole "fantástica" con ambientación histórica, al igual que "Rojo Federal", en el número 134. En ese mismo estilo, se ubica "De memorias ajenas", que puede ser leído en la sección El Cuento Elegido, además de "Demasiado tiempo" y "Las cinco direcciones de su brújula".
     Alejandro Alonso ganó el Premio Axxón 2001 en la categoría Cuento de CF con el cuento "La duna del 40° aniversario", publicado en el Axxón # 117.
     Fue el ganador del prestigioso premio UPC del año 2002 por la novela corta El camino a Trascendencia, compartido con Pablo Villaseñor.


Axxón 142 - Septiembre de 2004