Revista Axxón » 40 años de Adolescencia, O ¿por qué no estamos ahora en la Luna?, Jorge Korzan - página principal

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Mientras tú lector lees estas palabras, los ecos de las conmemoraciones por la Llegada del Hombre a la Luna se propagan en todo medio, despertando recuerdos, admiración o polémica sobre algo ocurrido 40 años atrás, época en que quizás no habías nacido.

Además del vuelo de la Apolo 11 y la caminata de Neil Armstrong y Edwin Aldrin sobre la superficie del Mar de la Tranquilidad, las misiones Apolo incluyeron otras cinco expediciones (las Apolo 12, 14, 15, 16 y 17 ; y siendo exactos, casi seis si consideramos la accidentada misión Apolo 13). Todos estos vuelos merecen una descripción y mérito impresionantes por sí mismos, pero solo los mencionaremos como hechos, pues lo que investigaremos aquí será otra cosa.

Si desde el 20 de julio de 1969 (alunizaje de la Apolo 11) hasta el 15 de diciembre de 1972 (partida de la Luna de la Apolo 17) hubo hombres caminando en la superficie de la Luna ¿por qué no se regresó en casi 40 años? De hecho, ¿por qué no podemos repetir la hazaña hoy, y las Agencias Espaciales nos prometen el regreso para 2019 o 2020, pero parece que lo dicen cruzando los dedos?

¿Cómo puede ser que hoy no haya ciudades en la Luna, ni se pueda ir (al menos) a ella frecuentemente, cuando durante 40 años vimos en revistas, libros, documentales y sitios web promesas y planes, resultados de investigaciones sobre el tema repetidos y revisados una y otra vez?

La respuesta abarca muchos campos, que a primera vista no tienen que ver ni con cohetes ni con tecnología alguna. Pero todos estos aspectos se entrelazan entre sí, de un modo que es bastante instructivo. Empecemos.

 

Una visión histórica general

Las misiones Apolo fueron el punto más alto de lo que se llamaba entonces la carrera espacial entre los Estados Unidos de América y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (citada como URSS). Esa carrera espacial entraba en el marco de lo que, también en la época, se conocía como Guerra Fría.

Ambas entidades políticas, en ese período, estaban en un estadio de competencia verdaderamente feroz. Triunfadoras de la Segunda Guerra Mundial, se habían «repartido el mundo» en áreas de influencia y buscaban acaparar espacios entre sí. Esta competencia no era solo política: era también económica, ideológica, militar, tecnológica y, en particular, mediática o de propaganda. Por un lado, el estilo de vida Capitalista o Americano; del otro, el Comunista o Ruso-Soviético.

Aunque en 1962 (con las Crisis de los misiles en Cuba) se estuvo al borde de una guerra nuclear, y por casi 30 años se desataron innumerables conflictos con armas «convencionales» donde chocaban ambos bandos entre sí (como Vietnam, Afganistán y el siempre presente Medio Oriente), no podía hablarse de guerra abierta. El recuerdo de la destrucción de la Segunda Guerra Mundial era muy reciente, y las armas nucleares que crecían en número aseguraban resultados infinitamente peores. A eso se le llamaba «equilibrio estratégico» o la «deténte atómica«: una paridad contradictoria con armas tan poderosas que no convenía usar, pero a la vez convenía tener, porque la amenaza de su uso bastaba como medio de influencia.

En esa época, socialmente hablando, la tensión era permanente: no se sabía qué haría el «otro bando». Pero a la vez, parecía que no pasaba nada: la vida cotidiana era extraordinariamente estable y previsible, si la comparamos a patrones de hoy. Si había incertidumbre, estaba oculta: pasaban seguramente cosas, pero a escondidas; y no es casualidad que la época de Guerra Fría, en Hollywood, fuera la edad de oro de las películas de suspenso y espionaje.

 

En semejante contexto, el lanzamiento del Sputnik en 1957 había sido impresionante en varios sentidos, y el vuelo de Yuri Gagarin en 1961 mucho más. Particularmente en el plano social y mediático, ambos hechos aseguraban a cada rincón del mundo que el comunismo permitía el acceder al Universo, el cambiar el mundo entero, y en especial que el capitalismo no era capaz de hacer algo semejante.

Los EEUU, si no respondían, iban a dejarse anular con todo lo que eso podía implicar, y por esa razón se creó la NASA y, posteriormente, el presidente John Fitzgerald Kennedy impulsó el Programa Apolo. Había que superar a la URSS, y habiendo llegado al espacio orbital, el siguiente paso era la Luna. La Luna se había vuelto objetivo nacional, y eso se focalizó a toda la sociedad de los EEUU a tal punto que, en esa época, el símbolo del progreso era el cohete.

En un sorprendente esfuerzo de desarrollo tecnológico-industrial, tan impresionante como el que permitió generar los recursos para ganar la Segunda Guerra Mundial, los EEUU no solo se pusieron a la par de la URSS, sino que la terminaron aventajando.

La Apolo 11 no solo fue el hecho de llegar a la Luna, el hecho histórico. Como muy bien señala Arthur C. Clarke en «Regreso a Titán«, el 20 de julio de 1969 fue el momento triunfal de los Estados Unidos en el siglo XX. Además, podemos agregar que fue el hecho simbólico que marcó la superioridad del capitalismo como sistema político, económico e ideológico.

Las siguientes misiones Apolo, independientemente de sus éxitos, fracasos y méritos propios, pueden considerarse como ratificaciones de esa superioridad. Independientemente de la Guerra de Vietnam y crisis como la Petrolera en la década de 1970, puede sospecharse que la cancelación de los viajes a la Luna tras el Apolo 17, en 1972, se enmarcan en su objetivo cumplido dentro de la lógica de la Guerra Fría.

Esto se terminó confirmando con el decrecimiento relativo de la influencia de la URSS en el plano socioeconómico, durante los años posteriores. El resultado final fue el derrumbe de la URSS en 1989-1991, lo que significó tanto el fin de la Guerra Fría como el nacimiento del mundo tal como hoy lo conocemos.

 

La tecnología de la época

En el comienzo de la Guerra Fría (años 1947-50), en el plano militar se consideraba al armamento nuclear como definitivo tras Hiroshima y Nagasaki. Tanto los EEUU como la URSS iniciaron una producción en masa de estas armas con diversa capacidad de destrucción. Pero la limitación estaba en el hacer llegar el arma nuclear al objetivo: las bombas atómicas llegaban a su blanco en la panza de inmensos aviones de bombardeo, tras horas de vuelo, y la precisión en el blanco dependía de los pilotos.

Ambos bandos habían capturado planos, materiales y técnicos de la derrotada Alemania Nazi, y habían desarrollado misiles basados en los primitivos cohetes V2. Pero al igual que ellos, los misiles eran de corto alcance y poca precisión. En los EEUU, algunos teóricos aseguraban que podían montarse bombas atómicas en misiles más grandes, cosa de llegar a objetivos enemigos en un lapso de minutos; pero se consideraba que eso no era posible.

Con el Sputnik y la Cápsula Vostok con Yuri Gagarin, la URSS demostró que se podían construír cohetes lanzadores grandes y potentes, de largo alcance y con tremenda precisión: si eran capaces de poner una cápsula orbital en una órbita precisa, también podían dejar una bomba nuclear en un objetivo definido muy lejano. Esto, para los EEUU, significó una espada de Damocles. En tecnología de cohetes, estaban visiblemente retrasados. Pero también, como señala muchas veces Robert A. Heinlein en sus escritos, ante todo estaban vulnerables pues la URSS tenía acceso al Espacio, un entorno desconocido que había que controlar.

Por cierto, la URSS no había iniciado la Era Espacial por altruismo. Los cohetes lanzadores de los Sputnik, las cápsulas Vostok y todas las evoluciones hasta llegar a las naves Soyuz de hoy día, eran (y son) misiles intercontinentales adaptados. Por cada cohete empleado en colocar algo en órbita, había muchos más emplazados con bombas nucleares, apuntando a objetivos en EEUU y Europa. No es sorprendente entonces notar que los EEUU terminaron haciendo exactamente lo mismo. Si bien ambas partes declaraban que los vuelos al espacio «eran para toda la humanidad» y «sus propósitos eran eminentemente científicos» además, y por sobre todo, eran ensayos de misiles, sistemas de propulsión y guía, y muchas otras tecnologías con aplicación militar, con beneficios adicionales de propaganda a favor. Y por tal razón, además, era impensable que toda experiencia espacial estuviera fuera de las decisiones militares y de servicios de inteligencia.

 

A nivel tecnológico, conviene considerar que hace 40 años la tecnología era otra cosa. Esencialmente, era mecánica: autos, trenes, barcos, aviones, máquinas-herramienta, innumerables herramientas de mano. Lo electrónico estaba muy acotado: la sensación del momento era la TV. Y los materiales disponibles eran metales: el acero, el aluminio, y posteriormente aleaciones con titanio muy caras de conseguir.

Estos materiales permitían mucho margen de seguridad, lo que quiere decir groseramente que «tenían aguante»: si se diseñaba una viga para resistir determinado esfuerzo, se podía tener la confianza de que frente a un esfuerzo mayor esa viga aguantaría, a lo sumo se deformaría en vez de romperse. Eso fue innumerables veces comprobado por los combatientes de la Segunda Guerra Mundial en sus armas y vehículos, especialmente en los aviones de combate.

Lo que esto implica es que no se requerían cálculos muy exactos para los diseños. Y en la época, vehículos, motores, edificios y máquinas estaban calculados con reglas de cálculo. Hoy esto sería impensable porque para nuestra mentalidad, eso implica un nivel de análisis, detalle y precisión intolerablemente bajo. Pero en aquel entonces, lo que se construía funcionaba y bastante bien.

Tanto en la URSS como en los EEUU se aplicó toda esa experiencia en los cohetes y cápsulas espaciales. En particular, se adoptaron experiencias y métodos de la industria aeronáutica entonces existente, que tenía unos detalles particulares que conviene tener en cuenta.

1.   No existían simulaciones de ningún tipo. Cada nuevo avión tenía que ser probado en prototipos reales, probados por pilotos de prueba, y que se evaluaban tras cada ensayo, porque la tecnología de sensores estaba en pañales.

2.  Cada piloto de prueba tenía asumido que podía matarse en cada prototipo al que subía, porque nada podía considerarse verificado hasta no ser probado en un entorno real (y muchos diseños se demostraban inútiles y defectuosos en pleno vuelo, lo que podía involucrar cualquier desastre)

Por lo tanto, los astronautas de la década de 1960 hasta por lo menos 1990 pueden considerarse como pilotos de prueba, con todas las implicaciones de los dos puntos anteriores. Lo cual explica por qué todos tenían grado militar, aparte del hecho de que estas misiones se hacían en un entorno afín: en la Guerra Fría, cada misión era equivalente a un combate en defensa de su respectiva nación.

Y en cada vuelo, cada astronauta subía a su cápsula en condiciones que hoy consideraríamos de riesgo inaceptable, con aparatos no probados, en ambientes no conocidos, en una época donde se conocía muchísimo menos que hoy sobre cualquier cosa. Un grado de heroísmo (y a la vez inconsciencia) impresionante. Que por cierto, tuvieron todos y cada uno de los astronautas que participaron en los vuelos de las Apolo a la Luna, y en todos y cada uno de los técnicos y personal auxiliar tras cada pieza, detalle y consideración acerca de estas misiones.

 

Muchos de los que dudan de la llegada a la Luna dicen «es imposible que hayan llegado con la tecnología de la época», pero la respuesta es sencilla: conocían la tecnología que usaban extraordinariamente bien, y tenían bien claro que podían hacer lo que hacían dentro de límites y márgenes muy estrictos. Lo cual obligaba a que cada cálculo, cada evaluación, cada ensayo se probara y comprobara una y otra y otra vez. Y en caso de tenerse que superar límites, las soluciones debían ser lo suficientemente ingeniosas como para ser razonablemente manejables. Unos conceptos de exigencia extrema que pueden señalarse de excelencia en la ingeniería de la época, y de los cuales se tenía experiencia en las décadas anteriores con la Segunda Guerra Mundial.

Hoy sabemos que el diseño del cohete Saturno V que motorizó a las Apolo no fue sencillo, y que el planeamiento del vuelo de cada misión Apolo tampoco fue nada fácil. Ambas cosas se hacían «al límite«, o sea, en condiciones prácticamente de falla segura. Por esa razón una frase repetida de la época rezaba que «el 99,99999 por ciento de las piezas de cada misión Apolo funcionaron correctamente«: para la tecnología de la época, eso era un esfuerzo y un éxito sin precedentes.

Aquí podríamos hacer otra pregunta ¿por qué no llegó a la Luna la URSS? ¿Acaso no habían sido los primeros en hacer los vuelos, y tenían tanta o más capacidad que los EEUU? Los Soviéticos habían desarrollado un colosal cohete, el N-1, tan grande como el Saturno V. Pero estaba construido demasiado al límite, y sus pruebas fueron un fracaso. Eso cortó de raíz los planes de llegar a la Luna por parte de la URSS, que aprovechó los recursos disponibles y su experiencia en el desarrollo de las estaciones espaciales Salyut, y las cápsulas Soyuz usadas todavía hoy.

Muy posiblemente un factor de importancia haya sido que, si bien los ingenieros de la URSS eran excelentes y muy talentosos, sencillamente no hayan tenido a mano suficientes computadoras (cuyo desarrollo estaba bastante atrasado respecto de lo que se conocía en EEUU). Para 1969 las computadoras eran esencialmente más calculadoras enormes que otra cosa, pero los ingenieros americanos disponían de ellas para comprobar diseños. Además había mucho personal dedicado a computadoras dispuesto a brindar trabajo de apoyo, merced a entidades de investigación como la DARPA, creada por el Gobierno de los EEUU y el Pentágono.

En particular, pocos meses después del Primer Alunizaje, el 29 de octubre de 1969, DARPA produjo la primera transmisión de datos en una naciente red de computadoras (ARPANET) que luego se llamó Internet.

 

Tras el Apolo 17, habiéndose cancelado por falta de presupuesto el Programa Apolo, los EEUU aprovecharon los recursos destinados a las expediciones Apolo 18, 19 y 20 (que quedaron en el olvido) para el proyecto Skylab, la única estación espacial en órbita que emplazaron (con tres expediciones entre 1973 y 1974).

La última misión en que se usó la cápsula Apolo y un cohete Saturno fue el encuentro orbital Apolo-Soyuz, en julio de 1975.

Desde 1970, la NASA consideró que la tecnología Apolo había sido aprovechada al máximo y todos los esfuerzos, en su cada vez más menguante presupuesto, se concentraron en dos caminos: el desarrollo del Transbordador Espacial o Space Shuttle, y la investigación del Sistema Solar con sondas automáticas, ambas historias más o menos conocidas, que merecen un artículo propio y que no examinaremos aquí.

 

Una visión económica

Según el polémico economista Lyndon LaRouche, hay dos clases de economías, que describiremos aquí a grandes y groseros rasgos.

Una es la economía física, basada en recursos, condiciones y resultados reales y tangibles. Aquí, por ejemplo, podemos ubicar la agricultura, la minería, la industria pesada, la generación de energía. En este entorno, lo que llamamos dinero es una herramienta de intercambio, valiosa en lo relativo a su función para la distribución de bienes y servicios.

La otra es la economía monetaria, donde podemos poner al mercado financiero, las acciones, las ganancias de cambio entre una moneda y otra, etc. El dinero, aquí, puede decirse que es una herramienta de contabilización dentro de operaciones donde generalmente es la única entidad que se considera. Por lo tanto, el dinero se vuelve valioso en sí mismo. Lo interesante de la economía monetaria es que pueden realizarse transacciones y negocios, con ganancias o pérdidas, considerando dinero que puede no existir realmente, porque basta que las cantidades involucradas estén debidamente contabilizadas. Por esta razón a la economía monetaria también se la puede llamar virtual.

Una condición básica de la economía física, según LaRouche, es la infraestructura, o sea todo el trasfondo (background) necesario para mantener y promover a la misma. Eso involucra la distribución de energía, el transporte de materias primas, productos y personas, las comunicaciones, etc. Si se dispone de una infraestructura eficaz de máximo rendimiento, la economía física entra en fase de expansión.

Considerando esto, podemos suponer que la economía monetaria también precisa infraestructura, pero si se observa bien, esta infraestructura es diferente. Ante todo, lo que se precisa son comunicaciones, con una capacidad cada vez mayor de transferir y procesar a gran velocidad información y datos; también hace falta energía, y disponer de capacidad tecnológica, pero en términos informáticos podemos señalar que la economía física se basa en gran medida en hardware, mientras que la economía monetaria depende de una infraestructura de software.

 

LaRouche señala que entre 1971 y 1972, el entonces presidente de EEUU Richard Nixon inició un proceso por el cual se dejó de lado un modelo económico de cambio fijo entre monedas, basado en el patrón oro, pasando a otro de «tasas flotantes» que tomaba como patrón al dólar. Podría decirse que en esta decisión se definió un cambio de orientación, dejando de priorizar la economía física para concentrarse más en la monetaria.

Por la misma época tomó mucha fuerza y difusión el concepto de lo que hoy llamamos sociedad postindustrial, donde son de capital importancia las industrias livianas, los servicios y las nuevas o altas tecnologías, en desmedro de la industria pesada. La actual evolución de este concepto es la Era de la Información, cuyos frutos vemos todos los días.

Si se examina la forma en que estas altas tecnologías (groseramente hablando, los nuevos materiales, las computadoras y equipos digitales, las comunicaciones e Internet) se han desarrollado y desarrollan hoy, y en particular cómo se financian y generan ganancias como industria, inmediatamente queda evidente que dependen de una economía monetaria, ya que su base de capital consta esencialmente de acciones. A su vez, puede decirse que su principal mercado de acción e influencia es el manejo de información en empresas de servicios, muchas de las cuales están directa o indirectamente relacionadas con el mercado financiero. En definitiva, son la infraestructura de la economía monetaria, que desde luego se emplean en muchos otros campos (incluidos el uso cotidiano en nuestras casas).

No es nada casual que desde 1970 el desarrollo y expansión de esta clase de tecnología e infraestructura haya sido explosivo, hasta llegar al grado que hoy nos parece normal. Durante el mismo período, la economía virtual planetaria creció al menos al mismo nivel. A principios de 1980, se estima que el capital financiero del globo era equivalente al PIB (producto bruto interno) mundial, o sea que por cada dólar o cualquier otro valor invertido en «economía real» había otro en la economía monetaria. Hacia fines del 2005, el capital virtual en acciones y derivados superaba al valor de todo el capital real circulante en la Tierra en una proporción de casi 4 a 1.

Un corolario a semejante situación es que en tales condiciones, a la hora de buscar ganancias se terminan prefiriendo las posibilidades de la economía monetaria a las de la economía física, con lo cual la importancia relativa de la economía física decae. Donde esto se refleja inmediatamente, es en la infraestructura que esa economía física requiere.

 

Cómo estamos hoy

Según LaRouche, en los EEUU la infaestructura de economía física está prácticamente venida abajo. La mayoría de las fábricas están cerradas, tras la decisión de muchas empresas de derivar su producción a China y otras naciones del Tercer Mundo, en el marco de la llamada Globalización. Esto, en mayor o menor medida, podemos verlo en prácticamente todo punto de la Civilización Occidental.

EEUU pudo soslayar esto por muchos años mientras disfrutaba del rédito de la economía monetaria, pero actualmente ésta se encuentra en estado de colapso, y no sabemos qué ocurrirá mañana respecto de este asunto.

 

Hoy la NASA no tiene la capacidad que tuvo 40 años atrás para colocar astronautas en la Luna. No dispone de un lanzador equivalente a un Saturno V, ni podría volver a construirlo o utilizarlo de nuevo.

¿Por qué? Porque no se tiene la infraestructura física para volverlo a construir, ni existe ya el personal que hace 40 años tenía la experiencia en esa tarea. Tampoco existen las herramientas ni instalaciones para realizarla. Todo aquello que se conservó en el tiempo ha sido reciclado para su uso por parte de los transbordadores espaciales. Revertir todo eso implicaría un esfuerzo insostenible para una nación que, ante todo, debe revertir el mal estado de su infraestructura de economía física general, no solo de su capacidad espacial.

Pero además, si bien el diseño del Saturno V es una maravilla de la ingeniería, es de hace 40 años. Hoy los criterios de diseño son muy diferentes, con conceptos, materiales y técnicas de fabricación distintas. En este sentido se confía en que, gracias al Proyecto Constellation abierto por el presidente George W. Bush en 2004, se disponga de una familia de cohetes lanzadores llamados Ares, y una cápsula estándar de uso múltiple llamada Orión.

Orión sería una evolución de las Apolo, con estructura similar pero con nuevos materiales e instrumentos, de modo de tener capacidades superiores a su antecesora. En cierta manera, sería algo así como una Apolo con esteroides de alta tecnología. En cuanto a los lanzadores Ares, en esencia pueden verse como híbridos entre el esquema del Saturno V y los impulsores de combustible sólido de los transbordadores espaciales actuales.

Pero el primer vuelo tripulado en una Orión está planificado para septiembre de 2014. Para complicar las cosas, el desarrollo de los lanzadores Ares se encuentra complicado, con críticas que incluso proponen reformular su diseño desde cero. Sumado a la marcha actual del colapso de la economía monetaria mundial, no se sabe si ambas circunstancias retrasarán el cronograma, y mucho menos por cuánto tiempo. Lo que sí podemos estar seguros es que los tiempos no se acelerarán.

 

Los transbordadores que la NASA tiene aún operativos han superado su vida útil, lo que exige una infraestructura de mantenimiento en crecimiento que hoy no está en condiciones de sostener. Por esta razón se ha decretado su retirada del servicio, dejando proyectos como el de la Estación Espacial Internacional dependientes de la capacidad espacial de Rusia, que conservó a duras penas la infraestructura física que tenía para este tema la extinta URSS. Lo que la NASA sí puede hacer, y hace, es el desarrollo de sondas automáticas como las que exploran actualmente Marte y Saturno, desarrolladas con tecnologías de economía monetaria como la computación, la robótica y los nuevos materiales. Para estas misiones, puede decirse que las necesidades de economía física casi se reducen a disponer del cohete lanzador, lo que reduce costos.

Ahora bien ¿no se podría aprovechar ese estado de cosas? ¿No sería más provechoso concentrar recursos en el desarrollo de proyectos que Rusia no puede llevar adelante por falta de fondos, como la producción de la familia de lanzadores Energía con potencialidades hasta mayores al Saturno V? Si se suma la experiencia rusa en tecnología espacial, tecnología copiada y a su vez desarrollada por China en sus propias experiencias espaciales, no suena descabellada la creación de algún tipo de entidad internacional de desarrollo espacial, dedicada no a los intereses de un Estado sino para toda la Humanidad.

Lamentablemente, esto puede ser real solo en el caso de que el mundo tenga una estructura sociopolítica que hoy no tiene. De hecho, actualmente soplan vientos que avizoran una segunda Guerra Fría, y no sabemos cómo sería si se produjera. Lo que sí se puede sospechar es que en el actual estado de crisis, muy posiblemente no sería el mismo escenario que el que ocasionó la carrera espacial durante el siglo XX.

 

Conclusiones

¿Por qué, entonces, si llegamos a la Luna en 1969, está tan lejana en 2009?

Varias respuestas relacionadas entre sí:

  • La llegada a la Luna fue una herramienta de la Guerra Fría. Cumplido su objetivo político-militar-tecnológico-económico-mediático, no hacía falta continuarlo y se canceló.
  • El llegar a la Luna era una operación al límite de la capacidad tecnológica de la época. No garantizaba resultados superiores a los ya obtenidos.
  • Por la misma época se tomó la decisión de privilegiar la economía monetaria en vez de la economía física. Como consecuencia económico-política-militar-tecnológica, los desarrollos técnicos de los años siguientes se concentraron en la infraestructura que la economía monetaria necesitara.
  • La economía física entró en cierta estasis y luego en disminución. Los viajes espaciales tripulados requieren una infraestructura afín a la economía física. La investigación espacial se adaptó desarrollando sondas automáticas, que requieren más infraestructuras acordes a la economía monetaria.
  • Hoy la infraestructura de economía física está obsoleta o en decadencia, cosa que implica que para los vuelos tripulados actuales prácticamente haya que volver, incluso, a generarla desde cero.
  • Pero lamentablemente, esto tampoco puede ser posible sin poner en acción / mejorar / reconstruir la infraestructura de economía física general, cosa que en este momento está en seria duda por el colapso de la economía monetaria en la cual ahora nos apoyamos.

Con estos detalles pareciera que estamos en una situación paradójica. Tenemos más conocimiento y somos más capaces, pero podemos menos.

Según lo que vimos hasta aquí, esto fue el resultado de una serie de decisiones que por un lado suspendieron o mantuvieron en situación estática un desarrollo (la exploración y quizá colonización humana del Espacio) y privilegiaron otro (Internet y toda la tecnología acorde a la Era de la información). A la vez, esas decisiones llevaron a una disminución de la infraestructura de la economía física en beneficio de la infraestructura de la economía monetaria (Internet, sociedad de consumo, economía virtual).

¿Esto está bien o está mal? Veamos.

Si hubiéramos continuado con el ritmo de 1969, habríamos llegado a un callejón de salida tecnológico. Posiblemente tendríamos bases en la Luna para más o menos 1980 o 1990, pero no sabemos con qué costo de muertes, y un gasto de recursos sin retorno peor aún. El examen de lo sucedido en la Apolo 13 puede darnos una idea de lo que hubiesen sido verdaderos problemas. Imagínate ahora, lector, el uso de esa tecnología en circunstancias como las que rodearon a los accidentes de los transbordadores Challenger y Columbia, tanto en las cercanías de la Tierra como en la Luna. Podríamos estimar que catástrofes similares se habrían presentado muchas más veces, tarde o temprano.

A su vez, el no habernos enfocado de lleno en una economía monetaria habría afectado el desarrollo de la electrónica, la informática e Internet. Quizá Internet no hubiese aparecido, o sería radicalmente diferente a lo que es hoy. Y el entorno relacionado con lo virtual sería también diferente en varios puntos. Independientemente de esto, podemos sospechar que cualquiera haya sido el desarrollo posible, habría sido más lento que el que hemos vivido. ¿Por qué? Porque para un entorno eminentemente de economía física, lo relacionado con la informática es un servicio o complemento, así que no hubiera sido considerado tan prioritario como lo fue para nosotros, y las inversiones en investigación y desarrollo habrían sido diferentes.

En definitiva, con ese camino tendríamos un 2009 extremadamente diferente del actual. Te dejo a ti, lector, imaginar sus características. Muchos autores de Ciencia Ficción del siglo XX pueden darte varias pistas. Como recomendación personal no dejes de considerar que si la Guerra Fría hubiese sido mal resuelta, en el peor de los casos nada de lo conocido existiría hoy: una guerra nuclear habría arrasado con todo.

Por supuesto, hay una tercera opción. ¿A nadie se le ocurrió plantear que tanto la economía física como la monetaria podrían haberse desarrollado en forma armónica? Si hubiese sido posible aprovechar lo mejor de ambos entornos…

La respuesta inmediata es no, y la razón inmediata es que hace 40 años quienes tomaron decisiones muy posiblemente no tenían noción de todo esto que estamos evaluando, resultado de que miramos estos detalles cuarenta años después. Sus motivos y justificaciones habrán sido muy otros, en circunstancias cuyo análisis merecerían varios libros y años de estudio.

Pero además hay otra razón más profunda, que en el caso de quien escribe es una hipótesis que defiende con convicción. Somos una especie en estado adolescente. Como cualquier adolescente de la especie humana, su crecimiento no es armónico, su personalidad no está completamente adaptada a su entorno inmediato o mediato. Es muy contradictorio, con destellos de creatividad y agudeza en sus observaciones, mezclados con inexplicables arrebatos de entusiasmo e ilusión. No puede responder por sus opiniones, impresiones y emociones, que pueden ser muy cambiantes en tiempos cortos sobre un mismo tema. Para la adopción de nuevos criterios y evidencias tiene sus tiempos, harto variables. Y en particular, en general los adolescentes se centran en sí mismos y en todo lo referido a ellos, como ser sus intereses y sus pares, dejando de lado de muchas formas (generalmente violentas) el mundo de los adultos. Esto lo aprende, sabe y sufre cualquier padre o madre de adolescentes, mientras contiene y soporta a la criatura en evolución que tiene como hijo, buscando a la vez que consiga despertar todas las potencialidades que podrá desarrollar, al llegar a madurar.

Si tú lector observas lo que te rodea, la sociedad de consumo con mil juguetes que te seducen, las conversaciones cotidianas, lo que se te ofrece en los medios, el cine, la TV, Internet ¿no se te ocurre que todos nosotros estamos en una «edad del pavo«? ¿Son casuales las discusiones religiosas, la pasión por el deporte, el glamour y la moda, la desesperación existencial, todas señales de una confirmación de pertenencia, de la búsqueda de un sentido? Que tengamos sociedades tan desiguales ¿no es un reflejo de un desarrollo inarmónico como el de un adolescente, que puede tener fuerza sin saber lo que puede hacer con ella, o sentidos muy despiertos que no sabe para qué utilizar, con posibilidades y habilidades que deja de lado y que le podrían servir para afrontar problemas que no se anima o no sabe resolver?

Si con esta imagen vemos los 40 años desde que se pisó la Luna, y jugamos con ciertas escalas, una analogía tosca que podemos usar es el ver a un adolescente de 14-15 años que hizo una recorrida de 10-20 kilómetros en bicicleta. Al volver a su casa, tiró la bicicleta por ahí y se puso a chatear y ver Facebook con su PC. Obviamente, si aparecemos frente a él y le proponemos que vuelva a tomar la bicicleta para otra recorrida de 20 kilómetros nos mirará con mala cara, porque sus músculos están enfriados y posiblemente le duelan, pero además está enfocado en la pantalla y hasta puede no captar del todo lo que le estemos hablando.

Si miramos con detalle, no nos sorprendamos que al mirar la bicicleta tirada la encontremos oxidada y con piezas flojas, que el cuarto de nuestro adolescente tenga todo revuelto y consagrado a propagar mugre, y que incluso el propio adolescente en cuestión recuerde que en todo ese tiempo se olvidó de comer o ir al baño.

De alguna forma, en mayor o menor medida, ese adolescente está en todos y cada uno de nosotros. El que se haya dejado a la Luna de lado en todo este tiempo, para bien y para mal, ha sido una decisión consensuada que se terminó tomando en gran medida inconscientemente por la mayor parte de nosotros, pero los resultados están aquí y ahora, y durante 40 años los hemos aceptado, con todo lo que eso llevó implicado.

Volver a la Luna, como hemos visto, en la situación actual general significa poner en claro muchas cosas y corregirlas previamente en la Tierra. Sencillamente, porque si eso no se resuelve, o los viajes a la Luna terminarán siendo otra vez una aventura trunca, o directamente no se volverán a producir. No hace falta definir en este artículo bastante extenso qué cosas son las que debemos resolver: las ves lector todos los días en cualquier medio, así como muchas otras solo las conoces tú en la suela de tus propios zapatos. Son bastantes, en cualquier caso, como para que elijas la que más te guste resolver. Y en esa acción irás creciendo, iremos todos creciendo, de a poco saliendo de la adolescencia para llegar a un estado de cosas más adulto.

Manos a la obra, hay mucho para hacer. Quizá la Luna tenga que esperar un poco más, pero no hay por qué preocuparse: a medida que maduremos, volveremos.

Y seguiremos más allá.

 

Referencias

Sobre Guerra Fría
http://es.wikipedia.org/wiki/Guerra_fría

El programa Apolo
http://es.wikipedia.org/wiki/Programa_Apolo

La cápsula Apolo
http://es.wikipedia.org/wiki/Nave_Apollo

El cohete Saturno V
http://es.wikipedia.org/wiki/Saturn_5

La misión Apolo 11
http://es.wikipedia.org/wiki/Apolo_11

La misión Apolo 13
http://es.wikipedia.org/wiki/Apolo_13

La misión Apolo 17
http://es.wikipedia.org/wiki/Apolo_17

El Skylab
http://es.wikipedia.org/wiki/Skylab

La misión Apolo-Soyuz
http://es.wikipedia.org/wiki/Apolo-Soyuz

El cohete soviético N-1
http://es.wikipedia.org/wiki/Cohete_N-1

El cohete Energía
http://es.wikipedia.org/wiki/Cohete_Energía

El Proyecto Constelación
http://es.wikipedia.org/wiki/Proyecto_Constelación

La cápsula Orión
http://es.wikipedia.org/wiki/Orión_(nave_espacial)

Cohete lanzador Ares I
http://es.wikipedia.org/wiki/Ares_I

Cohete lanzador Ares V
http://es.wikipedia.org/wiki/Ares_V

Sobre Lyndon LaRouche
http://es.wikipedia.org/wiki/Lyndon_LaRouche

Libros:
¿Así que quieres aprender economía? – Lyndon LaRouche, EIR, 2001
Regreso a Titán – Arthur C. Clarke, Emecé Ediciones, 1977

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