«Así permanece hermosa Lisa Marie (Anticuada canción para sonámbulos)», Pé de J. Pauner
Agregado en 4 febrero 2013 por dany in 239, Ficciones, tags: CuentoMÉXICO |
PRÓLOGO
Rossie, una niña, vive en un descuidado caserón rodeado de jardines tan húmedos como oscuros. Antes de soñar suele obsesionarse por su apariencia. Acostumbra sentarse en la fuente de piedra cubierta por líquenes que hace tiempo no funciona. Pasa largas horas mirándose en un espejo de mano que lleva siempre consigo. Pasea entre los helechos gigantes cubiertos de rocío, por el sendero empedrado, lodoso, casi enterrado, que serpentea entre las hierbas feraces, los árboles envejecidos de los que pende el musgo español y las flores muertas que se pudren desde hace mucho y no terminan de desintegrarse. Disfruta la naturaleza salvaje. Aspira el ambiente viciado. Levanta los brazos. Sonríe.
Por la noche, sobre una cama con dosel, sueña con una niña enferma. La puede ver sobre un camastro húmedo por el sudor, en un cuarto que huele a fiebre y moho. A media luz sabe que el suelo está sucio, pegajoso por fluidos corporales, porque la niña no quiere asear su cuarto. Está concentrada en estas cosas cuando siente que su alma es aspirada. Absorbida. Es una sensación atroz. Como si una boca sin dientes la chupara. Todo es vértigo, mareo. Intenta mirar y no ve nada. Sobre la frente el sudor escurre en gotas calientes. Le duelen las articulaciones. Parpadea. Se encuentra en la cama, acostada. Mira a la izquierda la luz mortecina de la vela sobre un destartalado mueble con cajones. Encima, el techo descascarado aborta la poca pintura que aún retiene. En la unión del techo con dos paredes se agita una telaraña polvorienta. Siente la lengua amarga como si sostuviera una moneda de cobre. Tiembla con miedo, se separa. A su lado yace la enferma; en la frente mojada el sudor corre hasta las sábanas.
—Ahora ya no estaré más sola. Tampoco me sentiré enferma —le dice—. Me llamo Lisa Marie. ¿Vendrás por las noches a visitarme?
I
Durante el desayuno, Rossie juguetea con el cereal. No tiene hambre. Piensa. Su madre la mira sospechando problemas en la escuela. Ella siente que mamá está preguntándose algo. Le suelta:
—Mamá, ¿has tenido sueños recurrentes?
—He escuchado algo de eso. Pero no, nunca. ¿Por qué? ¿Qué pasa?
—Por nada… Llevo días soñando con una niña extraña.
Rossie se levanta.
—¡El desayuno! —grita mamá.
—¡No tengo hambre! —La niña sale por la puerta de la cocina, mochila al hombro, rumbo al autobús escolar que apenas se acerca.
II
Todas las noches, Rossie visita a Lisa Marie. Gustan de jugar en el bosque cercano a la casita de Lisa, a la que alcanzan las agujas de pino que el viento arrastra. Una tarde dan con una tumba olvidada en medio de un claro. Un ángel de piedra carcomida mira al cielo, como implorando clemencia para quien yace a su sombra, debajo de la lápida de nombre borrado, cubierta de hojas.
Lisa Marie se sienta al borde de la tumba. Llama a Rossie. Una al lado de la otra se tocan. Lisa empieza. Sonríe. Pasa los dedos ligeramente por los labios de su amiga. De la parte de abajo de la tumba, de algún agujero, extrae una cajita que abre en su regazo. Contiene un peine, cosméticos.
Lisa Marie acaricia el cabello de Rossie. La peina, mirándola a los ojos. También le enrojece las mejillas, los labios. Al fondo hay un espejito de mano, un broche y un guardapelo que le entrega envueltos en un pedazo de seda azul ribeteada de dorado.
Por la mañana, Rossie llega al desayuno maquillada. Su madre la regaña. La obliga a lavarse la cara antes de comer el cereal. Rossie se encierra en el baño. Solloza un poco y se desnuda. Debajo de la regadera deja que corra el agua tibia sobre los hombros, la espalda. Se le moja el pelo. Cierra los ojos. Pasa los dedos sobre los labios. Recuerda. Se ha quitado de encima el olor a enfermedad de Lisa Marie. Y ese olor a moho que tiene su casa. Del espejo del baño, un óvalo grande, brota la cajita que soñó que encontraba su amiga. La ve sobre el lavabo cuando termina de bañarse. Sonríe. Ya no tiene motivos para estar triste.
III
A Lisa Marie le gustan las manzanas. Cuando Rossie la visita le ofrece una de tamaño grande. Rossie la rechaza. No le gustan. Ni siquiera las tartas que la abuela prepara por la Pascua.
En el bosque llegan muy lejos, más allá de la tumba del claro, hasta un riachuelo que fluye entre los árboles. De una gruesa rama que llega al agua pende un columpio. Se dejan caer en el riachuelo cubierto por hojas. Ponen la ropa a secar en los arbustos. Corren desnudas a lo largo de la orilla. Hay algo anormal en los árboles, proyectan sombras azules, agitan ramas de hojas secas, murmuran.
Al anochecer las niñas se besan los labios suavemente. Vuelven a casa. Lisa Marie prepara chocolate. Se sienta a la mesa. Come un par de manzanas. Sonríe, contenta por la presencia de su amiga. Solas, recorren la casa. Rossie nunca ha visto adultos en casa de Lisa; a pesar de esto siempre tiene ropa limpia, todo más o menos aseado, excepto su cuarto que aún huele a enfermedad. Un olor persistente, impregnado en las cortinas y alfombras. No debe serle muy difícil mantener su hogar así a Lisa Marie, la casa es pequeña y hay pocas cosas… lo necesario para que puedan vivir dos niñas solas.
IV
En los baños de la escuela, mientras se mira en el espejo de mano de Lisa Marie, Rossie ve el reflejo de una anciana. Asustada, deja caer el espejo. No se rompe. Cuando el susto ha pasado, desde el suelo, el espejo le devuelve su propia imagen. Lo guarda apresuradamente. No lo volverá a usar en todo el día. Esa noche preguntará a Lisa sobre esto.
Su madre la nota cada vez más abstraída. No sale. No come. Se sienta en el porche largas horas mirándose en el espejo de mano: peinándose, hablándole a su reflejo. Se balancea en la mecedora. Le confiesa que solamente quisiera dormir. El aire arrastra hasta sus pies las hojas secas de los árboles cercanos. Y sigue meciéndose mientras se mira al espejo. Canturrea en voz baja una canción que habla de muertos.
V
Rossie ha enfermado. Su madre está muy preocupada. Hace ocho horas que tiene fiebre. Delira. El médico opina que hay que llevarla a un hospital. Mientras está en la casa, cae en un coma profundo.
Sus pies pisan descalzos el suelo sucio, pegajoso. Se detiene. Permanece al pie de la cama donde Lisa Marie, hace ocho horas, se consume de fiebre. Rossie le enjuga la frente. Le acaricia el cabello. Sonriendo, triste, la peina en silencio. Hay algo extraño en la cara de Lisa, parece vieja, arrugada. Y el pelo se le quiebra entre las manos.
Lisa Marie abre los ojos.
—Debo estar muy fea —murmura.
—No, mira —Rossie le tiende el espejo. Lisa aparta la vista.
—Es un regalo. La hermosa eres tú… los espejos son instrumentos de vanidad. Y yo no soy hermosa ni vanidosa.
Intenta una sonrisa, luego cierra los ojos, duerme.
Rossie permanece horas al pie de la cama. En el lecho mojado, Lisa Marie comienza a temblar. Rossie se acuesta a su lado. La abraza. Le susurra al oído, consolándola, cosas dulces que solo una niña bonita aspira a escuchar. Sin darse cuenta, se queda dormida. Abre los ojos. Le duelen al parpadear. Tiene fiebre. Tiene frío. Su cuerpo huele, transpira. El contacto con la piel de Lisa Marie le quema. La respiración de esta es entrecortada y tiene la boca entreabierta. Mirándole los labios, Rossie siente que es vaciada. Es una sensación obscena. Sexual. Su alma es arrancada. Por fin, en torrente, entra en la fiebre de Lisa.
VI
El médico pronuncia lentamente la inconcebible noticia. Rossie acaba de morir. Nadie sabe nada. También ignoran que los muertos pueden soñar. Cuando la velan, metida en su ataúd acolchonado de seda, nadie sospecha que sigue soñando… En su sueño, Lisa Marie abre los ojos. Está radiante, limpia como recién amanecida. A su lado yace el cuerpo de Rossie. Coge el espejo, mira: es joven, hermosa. Al caer la noche, poco a poco, va cavando una fosa en medio del bosque, hasta la cual arrastra el cuerpo de Rossie. La entierra. No se demora demasiado. No quiere romperse las uñas.
VII
El ataúd de Rossie es inquieto. Se mueve mucho y desde el interior le surgen gritos. Alguien grita, también, que la niña está viva. Otro por ahí se desmaya. La gente que ha acudido al velorio se paraliza de horror, pero la madre corre, abre la tapa. Saca a la niña. La carga como a un bebé. La abraza. Y por el resto de la noche, no termina de llorar.
EPÍLOGO
Rossie acostumbra jugar a solas en el jardín descuidado. Regresa tarde a casa. Cuando mamá le pregunta qué desea cenar —a las niñas que han vuelto de la muerte se las suele mimar mucho—, ella pide un capricho que la deja sorprendida:
—¿Una tarta de manzanas podría ser?
Y así, sin más, se sienta a esperar…
Pé de J. Pauner es un narrador, ensayista, crítico de cine y biólogo mexicano que ha hecho activismo y performance. Ha publicado novela erótica y ha sido antalogado en latinoamérica, Australia y España. En el género de la Ciencia Ficción ha publicado el ensayo “Las cinco grandes utopías del Siglo XX” en la web española Alfa Eridiani.
Hemos publicado en Axxón, además de varias ficciones breves: EL HOMBRE EQUIVOCADO, EL OTRO MESÍAS, NOCHES DE BANTIAN, LA NOCHE DE TEMPOAL, AHÍ FUERA y DESPOJOS.
Este cuento se vincula temáticamente con CLOTILDE, de Fernando José Cots; CAZADOR, de Darío Alonso y EL GRAN EXPERIMENTO DE KLEINPLATZ, de Arthur Conan Doyle.
Axxón 239 – febrero de 2013
Cuento de autor latinoamericano (Cuentos : Fantástico : Terror : Posesión : México : Mexicano).
Axxon es, desde hace una tonga de años, internacional, traducido, y con una calidad como esta, a prueba de cañones.
La historia es muy buena, pero el texto necesita ser pulido. Quizá sería bueno reescribirlo y contarlo de mejor manera.
A mí me encantó la narración. No creo que necesite ser pulida. Quizá te hizo «ruido» el estilo.
Un año después, aún sigo releyendo esta fenomenal historia.