Revista Axxón » «Escenas de la presidencia», Claudio G. del Castillo - página principal

¡ME GUSTA
AXXÓN!
  
 

CUBA

 

Nota aclaratoria: Los nombres de ciertos lugares, acontecimientos y personas (trátese de jurídicas o naturales) han sido modificados y/o tergiversados, de forma tal que ya ni al propio autor le queda claro sobre qué o quiénes versaba exactamente su historia. En vista de ello, si el que suscribe es demandado por una cifra multimillonaria, se deberá a la pura casualidad o a su mala suerte.

 

Aquella mañana el Congreso había defraudado a Yorsh Jucein Flinton, Presidente de los Estados Juntos de América. Su idea de sancionar un presupuesto para dar continuidad a la «Guerra de las Galaxias» no tuvo la acogida que esperaba:

—Seis episodios de la peli son más que suficientes, hombre —fue la excusa de opositores y aliados.

—¿Y qué me dicen de «Viaje a las Estrellas»?

—¡Nones!

—¡Hab SoSlI’ Quch! —rugió Yorsh en la tribuna.

Finalizada la sesión matutina, el Presidente se obligó a canalizar la frustración acumulada. Después de arrellanarse en una cómoda silla tras la mesa del Despacho Elíptico, encendió su portátil y se logueó en Feysvuk. Pero de inmediato cerró la página con evidente enfado: sus últimas treinta solicitudes de amistad habían sido rechazadas y, de otra parte, el Secretario General de la ONO tardaba más de lo que dictaba la etiqueta en aceptar su invitación a un abrazo.

«Decididamente, un mal día», pensó afligido.

Entonces recordó que aún no había hecho sitio en su apretada agenda para lustrar la dentadura postiza de la Primera Dama. Se disponía a aplicarse a tan relajante pasatiempo cuando, por una de las puertas que daban acceso a la oficina, asomó el busto generoso de su asistenta personal:


Ilustración: Fraga

—Señor Presidente, Alex… el Secretario de Estado aguarda por usted. Le trae una noticia de carácter urgente.

—Hazlo pasar, cariño. Y dale de comer a Chewbacca, por favor. Dos raciones de Groski´s estarán bien.

El Secretario de Estado irrumpió en el Despacho Elíptico y, nervioso, le extendió al Presidente un ejemplar del Good Old Times.

—¡Lea los titulares! En las páginas de la 33 a la 45 se pone mejor.

Yorsh tomó el periódico y al colocarlo ante sí, frunció el entrecejo:

—Horribles el encuadre y la maquetación de este número, ¿no le parece? —comentó.

—Es que está al revés, señor Presidente.

Yorsh parpadeó y desde el asiento fulminó con la mirada a su interlocutor:

—Le aclararé algo, estimado Hollyshit… ¡Sí, porque lo veo venir y ya me tiene hasta las narices la bromita…! En verdad puedo leer al revés. Si me quejo del encuadre y la maquetación… Pero hágame una sinopsis, que para eso es mi secretario.

—De Estado.

—Usted lo dijo.

El «secretario» se mordió el labio inferior. «No merezco este jefe; no lo merezco», se lamentó.

—Ha salido a la luz un tema harto embarazoso, que lo involucra con una tal Lengüisky.

El Presidente se incorporó, como si lo hubiese picado un escorpión:

—¡Infamia! ¡Calumnia! Maldita prensa amarillista. ¡Lo negaré todo, absolutamente todo! —bufó.

—¿Qué tiene que alegar a esto? Permítame… —el señor Hollyshit desplegó en la mesa el Good Old Times y le mostró a Yorsh una docena de fotografías suyas y de una mujer cuarentona, refocilándose (¡vaya casualidad!) sobre esa misma mesa—. Sin contar que puede hallarlas en cada rincón de la Internet.

—Fotochop, simple y llano Fotochop, carísimo Hollyshit. No es más que una hábil manipulación de las fotografías que le tomó a usted el Servicio Secreto cuando se veía a escondidas con mi asistenta. —El Secretario de Estado dio un brinco; era obvio que el escorpión seguía en la oficina—. ¿No se ha fijado en el tatuaje del conejito cerca del pezón izquierdo? ¿Y qué me dice del volumen de los senos? ¡Ya quisiera mi Lengüisky…! —En ese momento fue Yorsh quien lució la mueca que tanto perseguían los periódicos: semejante a la de la máscara que simboliza la tragedia. El Presidente se repuso del burdo desliz e inquirió—: ¿Qué consecuencias me traerá el asunto?

—Dada la gravedad de los hechos que se le imputan, es de esperar que el índice de aprobación a su gestión caiga cinco puntos porcentuales.

Yorsh se frotó las manos:

—No está mal, nada mal. Por cierto, ¿cómo está tan seguro del numerito?

—Con perdón, señor Presidente, me lo ha puesto a huevo: cinco puntos son cuanto le queda.

—¡Uy! ¿Y es normal llegar a cero?

—Cada administración ha tenido altas y bajas pero… Si hoy convocáramos a elecciones, un inmigrante de Woolloomooloo o hasta un Suquamish de las reservas le vencerían por amplio margen. El problema es que este escándalo se sumará a lo que ocurrió el mes pasado en Los Ánguiles.

—¿Y qué ocurrió el mes pasado en Los Ánguiles? —preguntó Yorsh—. Digo, si se puede saber.

El Secretario de Estado lo miró extrañado:

—¿No leyó mi notificación vía correo electrónico del terremoto que azotó la ciudad?

—Abofetéeme si encuentra su mensaje en mi bandeja de entrada. Revise, revise si quiere. Es que en ocasiones un tal señor Mail Scanner se arroga el derecho de eliminarlos con no sé qué pretexto. ¡Y todavía se precia de llamarse un «servidor»!

—Ahora entiendo por qué los damnificados no recibieron auxilio. En cualquier caso, los estragos del fortísimo movimiento telúrico fueron debatidos hasta la saciedad en los pasillos y la cafetería.

—Conque era eso… —Yorsh se rascó la barbilla—. Pues trasmita mis condolencias a la parentela de los occisos y que despachen in fraganti ciento cincuenta toneladas de Groski´s para los huérfanos. Lo que sobre, embárquenlo hacia Aytí y véndanles el producto a precio de costo, ni un dólar más. ¡Y que se enteren los medios! —concluyó.

—Digna de un novel su proceder —lo recriminó el Secretario de Estado.

—El Nobel, ¡ah!, el Nobel. Ya que estamos, engrase los mecanismos para promover mi candidatura. Será bueno anticiparnos a la competencia.

—Me refería a que lo que haga en Los Ánguiles será insuficiente para revertir el proceso de deterioro de su imagen.

El Presidente se dejó caer en la silla, abatido.

—¿Qué me aconseja?

—Invierta sus energías en paliar los efectos de la crisis financiera. Una vez que nuestros ciudadanos tengan trabajo y plata en el bolsillo, dejarán de malgastar sus neuronas en la política.

—¡Es usted un genio! Sin duda, mi renacer como líder de la nación pasa por revitalizar la economía. Hemos terminado. No bien salga, invite a pasar al Secretario del Tesoro. Y, querido Hollyshit: lo del Nobel, va. —Yorsh cerraba el periódico cuando un energúmeno retorcido y con bifocales hizo su entrada—. ¿Qué tal está, señor Brokenback? —le espetó a bocajarro el Presidente, zalamero.

—Ahí vamos, a la marchita.

—¿Y su escoliosis?

—Ni fu ni fa.

—¿Y el Tesoro?

—¿Tengo cara de pirata?

El señor Brokenback siempre se las arreglaba para sacar de sus casillas al Presidente. «¿De qué artes se valdrá?», solía preguntarse éste.

—¿Hay mucho dinero en las arcas?

—Gracias a que tu idea estúpida no prendió en el Congreso, dispondré de unas migajas si se presentara una emergencia.

—Mañana sin falta me entregará usted un informe exhaustivo con propuestas sólidas para incrementar la liquidez.

—Mañana un carajo, apunta ahí: Fomentar las acciones bélicas, donde sea.

—¿Acciones bélicas? ¿Y no sería más prudente…?

El Secretario del Tesoro miró a Yorsh por encima de los espejuelos:

—¿Te levantaste hoy con ganas de joderme? ¡Guerra, guerra! Yo me largo que me estoy cagando.

—Pero…

—Y esto me lo llevo. —El Secretario del Tesoro tomó el periódico de la mesa y le dio la espalda al Presidente. Antes de tirar la puerta y desaparecer, murmuró:

—¿Dónde he visto estas tetas?

«Un bicho, el Cuasimodo —admitió Yorsh—. En un segundo le ha pasado la papa caliente al Ministerio de Defensa.»

El Jefe del Estado Mayor analizaba con sus subordinados el escenario estratégico-táctico a largo plazo en el Centro Oriente, cuando la ubicua asistenta del Presidente traspuso el umbral de la Sala de Situaciones:


Ilustración: Fraga

—Lo requieren en el Despacho Elíptico, General.

—¡Infierno bendito! ¿Me dejarán hacer la guerra en paz? —rezongó el Jefe del Estado Mayor—. ¿Es de corre corre la cosa?

—»¡In fra-gan-ti!» —recalcó la mujer, y guiñó un ojo.

Yorsh orbitaba cual esquizo el perímetro de su oficina. A un tris de caer en la alfombra víctima de los mareos recibió la ayuda providencial de un hombretón de músculos recios y pelo canoso:

—¿Qué me cuenta de Hyrac, eh, General? —preguntó Yorsh; su tez había recobrado el sonrosado habitual—. ¿Hallaron las armas de destrucción masiva? ¿Sí o sí?

—Ni un siquitraque, mi Presidente; ni un pedo en una botella. Nada de nada.

—¡Concho, tenía el presentimiento…! En fin, para la próxima. ¿Alguna otra novedad?

—No la llamaría precisamente novedad: los miembros de la resistencia se empeñan en darnos quebraderos de cabeza. Recién ayer nos decoraron con pelos y tripas las alambradas de la Zona Verde. No obstante, capturamos un insurgente que salió ileso de las explosiones.

—Presenciamos aquí el típico modus operandus de Al-Qaers-ta —dijo Yorsh, a la par que el General anotaba el latinajo en un bloc para debatirlo con sus allegados—. Ordene que torturen al individuo hasta que muera o suelte prenda sobre quiénes planearon el ataque.

—No es que reste valor a dos o tres pescozones, mi Presidente, pero el sujeto de marras da pena, la verdad. Está tan flaco que, en medio del atentado, no se percató de que el C-4 que llevaba atado al abdomen se le había escurrido por el camino. Me parece castigo suficiente el disgusto que se llevó, el pobre, cuando accionó el detonador y voló una mezquita que había en la esquina. Además, no pierda de vista que desde el nueve de noviembre la Comunidad Internacional está pendiente de los métodos de interrogación alternativos que empleamos.

—¡Que no le quite el sueño una nimiedad, General Crazygun!

—¡Señor, sí, señor!

—La tortura es plenamente legal en nuestros antros de reclusión (que, dicho sea todo, reúnen las condiciones mínimas indispensables para la faena). Así lo avala una enciclopedia de sobrado prestigio como la Güiquipedia.

—¿Güiquipedia? ¿No habrá leído tal en Güiquilics? —preguntó el Jefe del Estado Mayor, escribiendo, siempre escribiendo…

Yorsh meditó un instante; luego se encogió de hombros:

—¡Vaya usted a saber! Con la hemorragia de güiquis que hay en la web… ¿Qué sitio es ése del que me habla?

—Pertenecea Lassanch.

—¿Lassanch? Me suena.

—El traidor que metimos en Prison Break cuando la red de satélites del NOHRAD detectó que había pateado a un gato. Sus revelaciones han minado el fervor patriótico de los estadojuntenses y la credibilidad del gobierno.

Yorsh no pudo contener su ira:

—¡No toleraré que vulneren la democracia que nos legaron nuestros padres fundacionales! Será menester aplicar nuevas medidas antes de que la situación se nos vaya de control. ¡Espiaremos a los sospechosos, promoveremos juicios ejemplarizantes, echaremos los perros a quienes protesten y electrocutaremos a… a… y… y…!

—Mi Presidente, deberá oxigenar su popularidad si quiere que el pueblo se deje introducir un dedo tan grueso en el recto.

—Lo felicito; no hubiera podido ilustrar más gráficamente mis intenciones.

—Pruébeme —masculló el General, mirándose las uñas.

—Por eso está aquí. Es mi deseo una escalada bélica en el Centro Oriente.

—¿¡Qué dice!? El Centro Oriente no da para más.

—¡Entonces, invada otra región!

—Sin una provocación manifiesta, imposible. La Comunidad Internacional…

—¿Provocación? ¿Provocación? —Yorsh dio un fuerte puñetazo en la mesa—. ¡Muéstreme un documento, firmado por estas manitas, que establezca un nexo entre sus provocaciones y mis guerras!

—Mi Presidente, la Carta de la ONO clama por un mínimo de respeto.

—General Crazygun, ¿está usted conmigo o contra migo? ¡Escúpalo sin rodeos!

—¡Todo lo contrario! —exclamó el General, afectando indignación—. Aun así, y discúlpeme, sin un pretexto no implicaré en una guerra genocida a mis soldados, a quienes considero mis hijos…

—¡Por el amor de Dios! ¿En qué academia estudió usted? ¡Al demonio! —Yorsh corrió hasta un intercomunicador y gritó—: ¡Señorita Happyhole, localice al Director de la Oficina de Inteligencia ele-ele-a, lla! Y tráigame de la cafetería una pizza de paparazzi que me ha entrado hambre.

—Señor Presidente, ya se nos terminó el… paparazzi —se escuchó a través del altavoz—. Es que vuela, ¿sabe? Ahora mismo sólo nos queda pepperoni.

—Olvídelo. —Yorsh dejó escapar un suspiro—: Este mundo va de mal a peor. Tienes que ser Primer Ministro de Hytalia para que se dignen bautizar con tu apellido a un ingrediente.

El Jefe del Estado Mayor se despidió del Presidente con un gesto militar y el bloc rebosante de anotaciones. Minutos después se personaba en el Despacho Elíptico el Director de la Oficina de Inteligencia; quien aparentaba ser más siniestro que lo que en realidad era.

—¿Qué hay, viejo? —fue el saludo.

—Esta reunión es súper-híper-secreta —musitó Yorsh, cerró la puerta con llave y se agenció un lápiz y el modelo establecido para esa clase de reuniones.

El Director de la Oficina de Inteligencia hizo una mueca de inteligencia y sostuvo con el Presidente la charla escrita que se transcribe a continuación:

Dirofintel: ¿qaStaH nuq? (¿Qué sucede?)

Yorjucflin: ¿nuqjatlh? (¿Huh?)

Dirofintel: ¿¡qaStaH nuq!? (¿¡Que qué sucede!?)

YJF: ¡Ah!, sí. Necesito…

DOI: Muy bien, aunque para ello…

YJF: Concedido.

DOI: El ataque deberá ser brutal.

YJF: Brutal y… ¡ad hoc!; sí, ad hoc.

DOI: ¿In situ no te da igual?

YJF: De acuerdo.

DOI: ¿Qué rascacielos te viene a la mente?

YJF: ¿Aquel mono gigantesco llegó a derribar el Empaires Tei?

DOI: No lo sé, tendré que verificar. ¿A quién le achacamos…?

YJF: Está ese tipo, Maikel Murdok…

DOI: OK. ¿País?

YJF: ¿Qué letra escogimos este año para las naciones que auspician…?

DOI: Si te digo, te miento. ¿La C?

YJF: Infórmate y mantenme al tanto.

DOI: ¿Nombre de la Operación?

YJF: «El Imperio Contraataca» o «La Amenaza Fantasma».

DOI: Más chulo el segundo.

—Listo. —Yorsh rasgó el papel por la mitad y convidó a su interlocutor a una cena peculiar—. Sólo lamento que no venga acompañada con una rica pizza de paparazzi o con… ¡lassanch!, ya decía yo… —Al engullir su parte, sentenció—: Lo que en la Casa se cuece, en la Casa permanece.

—El rufián predilecto de papá. Adiós, hermanito.

Culminada la intensa jornada laboral, Yorsh Jucein Flinton prendió un enorme tabaco. Se deleitó obsequiándole conspicuas bocanadas frente al ventanal que daba al Jardín de los Gladiolos. Y rió, feliz, sabiéndose cumplidor de lo que se espera de un buen Presidente de los Estados Juntos de América.

«Ahora, unas vacaciones.»

 

 

Claudio Guillermo del Castillo Pérez nació el 13 de septiembre de 1976 en la ciudad de Santa Clara, Cuba. Es ingeniero en Telecomunicaciones y Electrónica; tiene un diplomado en Gerencia Empresarial. Actualmente trabaja en el aeropuerto internacional “Abel Santamaría”, como jefe de Servicios Aeronáuticos. Es miembro del Taller Literario Espacio Abierto, dedicado a la Ciencia Ficción, la Fantasía y el Terror Fantástico. Fue alumno del curso online de Relato breve, que impartiera el Taller de Escritores de Barcelona, en el período junio/agosto de 2009.

Ganador del I Premio BCN de Relato para Escritores Noveles (España) en 2009. Mención en la categoría Ciencia Ficción del I Concurso de Fantasía y Ciencia Ficción Oscar Hurtado 2009 (Cuba). Tercer Premio del Concurso de Ciencia Ficción 2009 de la revista Juventud Técnica (Cuba). Finalista en la Categoría Fantasía del III Certamen Monstruos de la Razón (España). Premio en la Categoría Fantasía del III Concurso de Fantasía y Ciencia Ficción Oscar Hurtado 2011 (Cuba).

Ha publicado sus cuentos en los e-zines Axxón, miNatura, Cosmocápsula, NGC 3660, Qubit; así como en Breves no tan breves, Químicamente impuro y Juventud Técnica.

«Escenas de la presidencia» obtuvo la Primera Mención en el Festival del Humor Aquelarre 2011, Cuba.

Hemos publicado en Axxón: TERCO, PUDO SER, ALIEN, MÍNIMA EPOPEYA, DISCURSO POR LA PRESIDENCIA, K/T, INVASIÓN, LA RESPUESTA, PIONEROS DEL ESPACIO, ASHVILLE, EL SECRETO AL DESNUDO, MALDITOS,ESCENARIO 0: VALLE DE CHESSICK, MOCOROLA SMART 9000 y LA VIDA AL REVÉS.


Este cuento se vincula temáticamente con LA SEMANA ALEATORIA. CRÓNICA DE UN EXPERIMENTO SOCIAL y MISIÓN ESPACIAL AL ASTEROIDE DEL GENERAL, de Fabián Casas; TRANSCRIPCIÓN DE UNA CINTA MAGNETOFÓNICA HALLADA EN EL BOLSO DE UN INGENIERO DE LA PLANTA DE CHERNOBYL, de Daniel Martín y Daniel Cacharelli, y LA VACA NO ES UNA VACA, de Javier Goffman.


Axxón 223 – octubre de 2011

Cuento de autor latinoamericano (Cuento : Fantástico : Ficción especulativa : Humor : Política : Cuba : Cubano).

4 Respuestas a “«Escenas de la presidencia», Claudio G. del Castillo”
  1. Fernando José Cots dice:

    Me he recagado de risa. Una genialidad.

  2. Claudio G. del Castillo dice:

    Muchas gracias José. No imaginas cuánto me alegró el día tu comentario. Un abrazo.

  3. Jajaja, genial, Claudio. ¡Te felicito!

    Saludos,
    Daniel

  4. Tanta carcajada me ha provocado un dolor delicioso…estas demasiado, Claudio :D

  5.  
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