¡ME GUSTA
AXXÓN!
  
 

MÉXICO

 

 

What the eye does not see, the heart does not grieve over, does it?

Equus
Peter Shaffer

 

 

Todo el mundo sabe que si los
Caballos fuéramos capaces de imaginar
a Dios, lo imaginaríamos en forma de Jinete.

Caballo imaginando a Dios
Augusto Monterroso

 

 

 


Ilustración: Guillermo Vidal

—Dios es un caballo, mamá.

—¿Qué? ¿Qué dices?

—Que Dios es un caballo…

—¿Me preguntas?

—No, te digo.

—Pero, ¿por qué dices eso?

—Me lo dijo en la mañana, en el establo.

—Amor, los caballos no hablan.

—Bueno, no sé, pero ese me habló, me dijo: en las sombras seré tu luz, en la hambruna seré tu pan y en la muerte, seré tu lecho. Me acuerdo muy bien. Mamá, ¿eso qué significa?

Se agachó y acarició mis mejillas. Su cuerpo temblaba. Me besó la frente.

—Toma mi mano. Tenemos que seguir caminando, vamos a la casa de tu tío.

—¿Qué pasa mamá? ¿Por qué nos vamos? ¿Dónde está mi papá?

—Nos va a alcanzar allá.

—Mamá, qué hizo papá, ¿algo malo verdad? El otro día lo vi pegarse con un señor.

—No sé, mi amor, no sé, pero tenemos que cruzar por aquí y tener cuidado porque de noche hay muchos bichos.

—Sí, mamá. ¿Ma? Tengo frío.

—Caminando se nos quita, vente, vámonos, agárrame de la mano.

—Mamá, qué te hicieron esos señores. ¿Fue cuando te pegaron? ¿Por qué caminas así?

—No es nada, mi amor, me lastimé cuando saltamos por la ventana, estoy bien, vente, vamos para ese lado, ese árbol es el abeto del abuelo, ¿ya lo viste?

—¿Mami?

—Shh.

—Ma.

—Mijito, shh.

Nos acuclillamos detrás de unos arbustos, entre la espesura de las sombras andaban unas figuras, parecían remembranzas.

—¿Son ellos, ma?

Me tapó la boca, sus labios tocaron mi oído. Quédate bien quieto. Unas palabras se dejaron oír entre los árboles mientras mi madre me abrazaba. Ya está, préndela. Préndela.

Dos espadas luminosas, como perros sabuesos buscaban y husmeaban, abriendo brechas en el manto nocturno.

El cuerpo de mi madre se crispó, se levantó conmigo en brazos, sentía su pecho contra el mío y su respiración agitada. Su mano me oprimía la cabeza contra su cuello, olía su piel. Los dos hombres estaban lejos, pero avanzaban hacia nosotros.

Comenzó a caminar muy despacio, pisando suavemente la hojarasca. Caminaba tan lento que parecía andar hacia atrás. Cerré los ojos y fundí mi cuerpo con el de ella. Tengo miedo, susurré a su oído. Shh, mi amor, reza, reza.

Oía los pasos de los hombres merodeando cerca de nosotros, casi sentía la luz de sus espadas abriéndome la piel. Oí gritos, por ahí andan, ya los vi, para allá, ilumina para allá.

Abrí los ojos. El bosque se dibujaba con líneas pardas entre la carrera de mi madre, las ramas nos pegaban en la cara. Mis piernas se enrollaron en su torso.

Yo rezaba para que sus piernas se convirtieran en piernas de caballo, para galopar sobre las piedras y el miedo.

Caímos en una poceta. Desorientados, tentamos el suelo y entre el ramaje vimos el río, ella me levantó bruscamente. Mijo, levántate, mira allá, mira. Volteé y en la ribera un caballo bebía agua.

Mamá esbozó una sonrisa.

—Vente, vamos, vamos.

Corrí hacia el animal y ella se quedó atrás.

La blancura de su rostro resplandecía ante el ojo lunar, su boca estaba abierta y su mirada muy alerta, no dejaba de mirar hacia el bosque. Me besó la cara y el cuello del caballo.

—Ven, súbete, ¿te acuerdas cómo cabalgar, verdad?

—Sí, mamá, sí.

Con todas sus fuerzas me subió al lomo desnudo del animal.

—Agárrate de aquí, ¿ya?

—Sí, ¿ma?

—Agárrate bien y hazte para adelante.

Trató de montarlo. Resoplaba para subirse, pero a cada intento se resbalaba.

—Mamá, súbete, súbete.

—Ya casi mi amor, no llores, sólo tengo que acomodarme bien.

Los hombres llegaron al río, ella volteó y se lanzó sobre el lomo, pero no pudo. Corrían hacia nosotros.

—¿Ma?

—Agárrate bien, mi amor, no te sueltes.

—Ma, súbete.

—Yo montaré el siguiente caballo.

Azuzó al animal en las ancas y salió a la carrera. Agarrado de la crin volteé a mirar por un momento, la vi dirigirse hacia la enramada, ellos detrás. Entre las formas de la noche, vi que su cuerpo se trasformaba mientras corría. Sus piernas crecieron poderosas, su cuello se engrosó y su cabeza se alargó, sus manos se encabritaron y tocaron la tierra. Aún la veo galopar y perderse entre las sombras.

 

 


Mariana Carbajal Rosas nació en Córdoba, Veracruz, México, y desde niña se enamoró de la lectura y el cine. Estudió Lengua en Literatura Hispánicas para ser una mejor lectora, actualmente es periodista de cultura y cursa la Maestría en Estudios de la Cultura y la Comunicación. Escribir es una parte de su vida y espera que poco a poco, con la práctica, sus textos vayan mejorando. Mientras tanto hace su mejor esfuerzo.

Hemos publicado en Axxón: DESAYUNO PUNK.


Este cuento se vincula temáticamente con EL CABALLO APARECE y ¿HA OÍDO LLORAR A LOS LOBOS?, de Daniel Flores, y LA PEOR PESADILLA, de Antares.


Axxón 255 – junio de 2014

Cuento de autor latinoamericano (Cuentos : Fantástico : fantasía : Metamorfosis : México : Mexicana).

3 Respuestas a “«Equus», Mariana Carbajal Rosas”
  1. Ricardo Giorno dice:

    Bello cuento. Felicitaciones.

  2. Querida Mariana:

    En tu cuento no sólo sintetizas sentimiento o una visión infantil ante el terror y lo inevitable, nos haces soñar con otras posibilidades mejores, de salvación y ascensión.
    Pero de eso y mucho más debemos hablar en persona. Me alegra mucho verte otra vez en Axxón tan legendaria revista como necesaria.
    Muchos besos y mis felicitaciones.

    Pé de J. Pauner.

  3. Ruben Pepe dice:

    Muy fina tu prosa, impecable sintaxis. Con los elementos justos para obtener un relato con suspenso y una violencia velada. Una fantasía de primera, con sutileza en un desenlace imprevisto. Felicitaciones y adelante.

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