" This is the first day of my last daysI built it up now I take it apartClimbed up real high now fall down real farNo need for me to stayThe last thing left I just threw it awayI put my faith in god and my trust in youNow there' s no more fucked up I could do..."—Trent Reznor (NIN), "Wish"
Devoró el Gansito con gula mientras sus ojazos verdemar, debidamente escondidos bajo goggles Bruno, escudriñaban el territorio. Caín no solía llegar tarde, lo cual era una preocupación menos. La pulsera ceñida a su antebrazo indicaba la hora pactada: 13:13. El sol neolaredense cumplía bien su trabajo; joder lo más posible a las lagartijas que se atrevieran a desafiarlo. Inviernos cortos y gélidos; primavera/verano eterno con canículas para derretirle el culo a cualquiera. Valentina nunca se acopló. Ni naciendo en el pinche infierno soportas esta mierda, pensaba continuamente. Para su fortuna, en esta ocasión, el sol pasó desapercibido.
Guardó el discman bajo el asiento de su Spirit guinda, cortó la corriente y activó su alarma recién adquirida. La mejor y más moderna, según le dijeron. Si se enteraba el Norteño del precio, la mataba sin remordimientos —por ello, prefirió ocultarlo—. Aquí las ratas trabajan rápido y no hay que darles oportunidades ni tentaciones.
Con su lengua limpió los residuos del Gansito entre sus dientes. Una sonrisa impecable, la sonrisa del más chingón.
Entró a la Fonda y la pestilencia de las comidas corridas debió perforar su olfato. Mas no ocurrió. De todas formas, aguantó el asco, pensando en McDonald's. Viva el capitalismo, caviló mirando con desagrado a los valemadristas que ahí comían. Dos mesas llenas y el resto del cuchitril vacío, tal y como Caín auguró.
La puerta de tela se abrió para dar cabida a una prostituta de cabello enmarañado. Sus labios inyectados en colágeno y la estrechez de su vestido que apenas la contenía completaban la grotesca imagen. Valentina sintió repulsión cuando la vio rascarse vorazmente la vulva por debajo de la ropa. No quiso imaginar que clase de alimaña vivía ahí.
—¿Qué vas a querer, mamita?
Valentina escudriñó al extraño que la abordaba y reafirmó que la situación no estaba mejorando.
—Nada. Estoy esperando a una persona. Gracias.
—No —recriminó el sujeto mientras estornudaba en el rostro de la chica—. Tienes que pedir algo o te me vas a la verga.
Pensó en un vaso con agua, pero la carencia de reglas de sanidad la hizo decidirse por una Doctor Pepper en botella cerrada.
—Yo la abro aquí —indicó sacando su llavero de la misma marca del refresco solicitado.
Husmeando el comedor, cruzó su mirada con ratas de tamaños descomunales a las que prefirió no molestar ni con la vista y una emanación de agua que venía desde lo que parecía ser el baño; la peste vino después. En la barra, los estantes de los productos Marinela estaban vacíos: ni un méndigo Gansito. El antojo de saborear otro pastelito de chocolate quedaría postergado a otro momento. Observó en el techo, donde unos focos tipo salchicha parpadeaban, algunos cables amarrados a la mexicana con trapos de franela. Definitivamente el panorama no mejoraba con el tiempo.
Cuando la gaseosa llegó a la mesa, Caín apareció en la fonda, pero al entrar, le hizo una señal para que no se moviera. En el exterior, ella pudo avizorar el arribo de dos autos: Grand Marquis 90, modelo obsoleto, color negro, sin placas, vidrios polarizados; de los cuales brotaron tres sujetos. No fue difícil para ella hacer la operación en su mente: 2 x 3 = 6. Las armas se produjeron más tarde.
—¡Al suelo! —Caín gritó saltando tras el mostrador.
Valentina sacó un par de dagas, mismas que lanzó al tiempo que buscaba refugio en el baño. Por fortuna tuvo buena puntería: 6 - 2 = 4.
Caín comenzó a disparar como loco, sin importarle a quien mataba. La prostituta, experta en situaciones similares, sin rogarle, salvaba su pellejo huyendo a la cocina.
Las balas comenzaron a circular por el interior de la fonda como pirañas en busca de alimento. El olor a pólvora debería estar opacando la fetidez de la comida casera. Gracias a Dios, pensó Valentina abriéndose paso en dirección al baño.
Una bala alcanzó su cintura, rasgando su vestimenta y desbalanceándola hasta caer en el charco de aguas negras. Su repulsión no pudo pasar desapercibida. A pesar de no sentir nada. Volteó para defenderse, pero una bota selló su frente, aventándola; al caer, alcanzó a girar para golpear la extremidad del enemigo y derrumbarlo a su lado. Sin pensarlo, sacó otra daga que se quedó a dormir en la tráquea del rival: 4 - 1 = 3.
—¡Pinche perra!
Percibió el bramido a su espalda y anidó otra daga en su diestra. Haciendo fuerza brincó y cuando se disponía a girar para enfrentar al adversario, la humedad en su pelo quimérico redundó en un espasmo eléctrico al encontrarse con los cables de luz. Escuchó después la ráfaga que vino a arrojar la pintura negra sobre su horizonte, al momento en que la muerte bajaba a arrancar el alma de su cuerpo virtual.
Valentina sucumbió totalmente drenada de toda savia y con una expresión en sus ojos que denotaba, no miedo a la parca, sino una frustración por haberla alcanzado ahí, en ese momento.
—¿Qué errores viste en la escena anterior, Valentina? —cuestionó el Norteño mientras le ofrecía una tirada del churro recién nacido.
Valentina no aceptó, incrustando la mirada en el monitor. Sostenía su visor en la mano izquierda, al tiempo que con la mano libre se acariciaba un labio.
El humo de él emanó suave por su boca.
—Caín no me está ayudando en nada. ¿Lo viste esta última vez? ¡Pinche culo! Se escondió con la pinche puta.
—A Lyn May no me la toques. Ella siempre está a toda madre en su papel. Es más, después de esto, haré una porno con ella —bromeó.
Valentina lo contempló de reojo. El Norteño ya estaba colocado y, para entenderlo, tenía que alcanzarlo en su viaje.
—No quiero regresar ahí, Nortes —escupió el chicle de mora azul y comenzó a desnudarse.
Él observó el color de la goma de mascar.
—¿Ya te acabaste los chicles de heroína?
—No. Los dejé.
El Norteño, desde luego, fuera de red, abandonó su posición para rogar por una explicación. Llevaban planeando este golpe por dos semanas y no existía reemplazo para Valentina; era su estrella principal.
—No me hagas preguntas, por favor —suplicó titubeando entre permanecer en ropa interior o desligarse por completo de las telas que impedían que su esplendor llenara la habitación.
El Norteño la devoró con sus ojos negro azabache. Estaba rica, como él la quería, y mirando el bulto en la pantaleta, sintió ansiedad por meterle la lengua.
La pantalla de su ordenador capturó la imagen de Caín, quien desde la comodidad de su cantón los visitaba.
—¡Miren esto! Creo que en vez de entrar a casa del Norteño puse un canal porno.
—Cállate el hocico —exclamó mientras se acercaba al monitor mostrando su pene—. Aquí está tu canal porno, güey.
Valentina se acostó en la cama para escuchar la conversación mientras hojeaba una High Society. Estiró su mano izquierda y de una pequeña nevera que hacia las veces de una mesa de noche sacó primero un Gansito congelado, después una Doctor Pepper de bote. Sus verdemar se perdían entre páginas enteras de fotografías con tipos y tipas cogiendo, el semen derramado a placer en bocas sedientas de sexo y su conciencia comenzó a divagar. ¿Qué la ataba al Norteño? ¿El sexo? ¿Las drogas? Quería explotar. Por dentro sentía que su razón la roía para hacerle ver la situación y elaborar un inapelable recuento de su vida con él. Mordió el bocadillo imitando inconscientemente a las modelos devora-pitos de la revista. El golpe significaba tanto para el Norteño que sentir el peso del evento en sus manos la abrumaba. Hasta el momento, las dramatizaciones virtuales resultaban en verdaderas masacres e incluso el resto del grupo dudaba del éxito de la misión. ¿Por qué su pareja era el único que no lo notaba? Abrió la Doctor Pepper y el gas provocó que el refresco chorreara su rostro y pecho; de nuevo emuló sin advertirlo a las impúdicas.
La escena se grabó en el sitio donde el incidente tomaría lugar. El Norteño colocó las cámaras en las vestiduras de todos los involucrados para tener todos los ángulos cubiertos. No pudo evitar recordar la desafortunada suerte de los actores que contrató para interpretar el papel de los judiciales; ellos se creyeron la pendejada de la película independiente; la bala que penetró sus cabezas les otorgó sus minutos de fama cuando aparecieron muertos flotando en el Bravo. El Norteño, como genio que es —cuando quiere—, digitalizó las imágenes de cada uno y elaboró el programa con el que ensayaban a diario. Praktiz makez perrfekt, solía decir con su "pinche inglés cebollero", como Valentina lo calificaba. Bebió un gran sorbo del refresco, disfrutando cada mililitro que bajaba por su garganta, sus ojos cerrados la invitaban a olvidarse de todo y empezar de cero. Miedo. Tal vez era el fundamento que la mantenía presa. Pudo haber sido ella una puta en otra vida y él, su verraco. Estaba confundida. Tiró la revista, acabó el pastelito y la gaseosa inundó su estómago al beberla de un sorbo. Más azorada que nunca, se acercó al Norteño para enterarse de las novedades.
—Me dice tu parche que no me sientes competente, Valentina, ¿es verdad eso, flaca?
—Sí, Caín —contestó soslayando circunloquios—. Creo que debes ponerte más agresivo. Me siento sola en medio de la trifulca. Necesito el apoyo de todos ustedes de lo contrario terminaré como siempre lo hago: muerta.
—¿Qué sugieres, North?
El Norteño retiró la vista del monitor por un momento y contempló su equipo de trabajo. En ese momento creyó tener las cosas fuera de alcance. Quería responder aprisa como estaba habituado, pero con simpleza reconoció que el plan aún tenía resquicios que, de no ser velados, pondrían en peligro la vida de los elementos y, entre las posibles casualidades estaba la preciosa Valentina, a quien dedicó breves relámpagos de su visión. El tiempo se detuvo para él, miró su cámara de video, y como oprimiendo un thumbnail emocional, resucitó iconografías propias; se miró haciéndole el amor, en aquella cama, y la escuchó decirle "te amo, Nortes" al tiempo que llegaba al éxtasis. Encontró en un rincón de su mente las veces que utilizando su equipo virtual, cogieron. Recordó como la libido los consumía en cada encuentro y se convertían en bestias en celo; valía madre si los mataban clavando, la cachondez regía sus vidas. Evocó los encuentros en la Torre Eiffel, en la cima de la Pirámide del Sol, en Marte e incluso en el centro del estadio donde se disputaba la final del Mundial del 2002. Hartos recuerdos, sexo, drogas y techno-industrial. La vida con ella era divertida y lo comprendió hasta ese día. Pero...
Debía aguzar los extremos de su proyecto a fin de no naufragar.
—Mañana habré ajustado los " mizing likz" —sentenció—. Esta noche trabajaré en los detalles. Misma hora, Caín, fowardea esto al resto del equipo, porque mañana intervendrán todos.
—Pero, Nortes, los demás aún no saben que...
—Valentina —interrumpió el Norteño—. Todos van a intervenir mañana. Eso es definitivo.
Caín, sintiéndose incómodo con la disputa, prefirió hacerse tonto y pretender que no escuchaba nada, aunque estaba atento.
Ella, hastiada, dejó al Norteño hablando solo y se aventó en la cama, que la recibió con la dulzura que necesitaba.
—Mañana en la fonda pinche a la misma hora, ciao. Los mismos emplazamientos y esta vez espero que no te culees, Caín.
El enlace expiró.
Bostezó. Quiso buscar frases apropiadas para consentir a Valentina. Tanto evocar recuerdos sexuales, despertó su lujuria. Escuetamente no ideó nada que valiera la pena. Buscó el espejo y se reventó el barro que celoso le había guardado para esa noche. Eso le dolería y después de todo, ella estaba exagerando. Pensó en salir, pero todos sus amigos estarían conectados a esta hora y las pláticas virtuales lo estaban volviendo paranoico. Decidió estudiar el plan.
La escena del día cobró vida y en su visor observaba los acontecimientos con mayor nitidez. Ver a Valentina en escena volvió a regalarle una erección y los deseos de tirársela volvieron como si fuera un adolescente. Con qué pinche arrogancia se traga esos pinches Gansitos, evaluó.
La dramatización era perfecta y la disfrutaba emocionado.
Quizás la Lin May deba portar una "cuerno de chivo"; Valentina en vez de dagas puede traer unas estrellas de ninja, ¿cómo se verá lanzándolas? Cachondísima; el Caín ya debe estar adentro cuando ella llegue; la mesa uno comenzará a disparar cuando los judiciales se presenten...
Continuó trabajando, planteando nuevas teorías y rectificando errores. El éxito de este golpe los lanzaría a la cima. Valentina conocía partes de los verdaderos planes del Norteño. Ninguno de los involucrados sabía que matarían a esos agentes por contrato y mucho menos que el dinero sería depositado en la cuenta personal del respetado mentor. Motivo suficiente para que no escatimara en recursos. Fue idea suya el realizar la dramatización digital y después experimentar virtualmente todas las posibilidades para ejecutar el golpe perfecto; y después de éste, vendrían más trabajos. Así realizaría su sueño de convertirse en el mejor asesino a sueldo, por lo que utilizando la tecnología de vanguardia, tal aspiración no divisaba obstáculos.
Esa era una de las aprensiones cardinales de Valentina. Advertir que el Norteño estaba dispuesto a "sacrificar" a algunos de sus colaboradores en caso de así convenir a sus objetivos, no la sosegaba; en cambio, la perturbaba más.
Como en un corrompido ritual, el Norteño finiquitó su obra y reptó el lecho para besar las plantas de los pies de su amante. Seguía despierta, pero pretendió lo contrario. Él, ansioso, anidó sus dedos en la vagina mientras se perdía besando el vientre de su mujer. Ella lucía esplendorosa y él encontró algo en ella; recordó a la madre que nunca tuvo. Sin embargo, la frialdad que le exhibía lo orilló a figurar la pasión extinguiéndose. Por un segundo contempló la posibilidad de renunciar a lo demás y consumirse en aquella piel; penetrar en ella, arraigarse en su vientre para volver a nacer nuevo y vivir toda una vida con Valentina.
Para su miseria, eso no ocurrió.
Esa mañana comenzó diferente a como todos imaginaron. Los elementos a participar en el golpe despertaron con un mensaje en sus pantallas que los desconcertó. Había armas para todos y siguiendo las instrucciones del ejercicio siete, estaban citados en el lugar real, a la hora anunciada.
Valentina despertó y el Norteño no estaba. Su espacio en la red guardaba dos mensajes. El primero le indicaba las instrucciones sobre el adelanto del plan y el segundo era una nota de que él también estaría presente en la ejecución. Se desconcertó, pues él siempre era muy metódico y participar jamás fue su determinación. No obstante, se dirigió al baño a lavar su cuerpo.
Salió y radionet pasaba una de sus canciones favorita. Cantó.
Vida Contigo, gurú de mi camino. No estoy perdido, en el viento escuche el destino, contigo... contigo...
En el clóset estaba lista la ropa que debía ponerse, el Norteño arregló todo. Se puso las pantaletas al sentirse seca.
Estoy rendido, y ando sin rumbo fijo. Lo mejor que he tenido sé donde lo consigo... contigo... contigo... No saques mi alma, de tus sueños... Déjame estar en ti... Vida contigo, porque sin ti no hay nada... no tengo nada... ¡Aaahhh!... Vida contigo, porque sin ti no soy nadie... no tengo a nadie...
Se colocó el sostén y contempló el vientre en el espejo, lo acarició con ternura disfrutando su perfección. Estudió su rostro pálido y sus verdemar brillaron con vanidad.
Amor respiro y ya no siento frío. Sólo paz recibo... porque tu estás conmigo... conmigo... conmigo... Fundidos hasta el olvido... Volando envueltos hasta el cielo y sólo recuerda conmigo, no hay nada prohibido conmigo... conmigo...
Con maestría atenuó el maquillaje en el punto exacto. Le disgustaba hacerlo, pero odiaba los brillos innecesarios. Sus labios carnosos y matizados en azul mandaron un beso a su reflexión. Sonrió alegre consigo misma.
Adéntrate en este mundo, imagina que sólo existimos los dos... Vida contigo porque sin ti no soy nada, no tengo a nadie... Sólo contigo...
Su body suit pegado al cuerpo revelaba una figura bien cuidada. Los goggles Bruno, la pulsera en su antebrazo y estaba lista.
—Escuchamos a Zupia —comentó el locutor—, con "Vida Contigo". Sigan comunicándose, perros de barrio pobre. Hoy tiene que ser el día en que todo se decide para alguien. No sé para quien en específico, pero así como todos los días se muere y nace alguien, siempre suceden cosas que cambian el destino de los cabrones que vagan por esta vida de mierda.
Dos escuadras niqueladas esperaban ser acariciadas por Valentina y aguardaban pacientes sobre la pequeña nevera. Primero sacó su Gansito y su Doctor Pepper; entonces agarró las armas.
Ahora, no le que daba otra cosa que esperar la hora y desear que todo saliera bien.
El Spirit guinda aparcó en el lugar marcado. No había señas del resto del equipo. Terminó su refresco. Cortó corriente; puso alarma. El Rezo de Los Que Sobran le cantaban "Kimono" en su discman cuando decidió bajar del auto. Recorrió el lugar, no hay ni un alma en kilómetros, pensó. Sacó su Gansito y lo abrió para dar inicio a su caminar. El Norteño le dijo en cierta ocasión que su adicción a la Doctor Pepper y a los Gansitos era más peligrosa que su gusto por los chicles de heroína; ella aseveraba que era más barato. Además, una de sus manías era pedir azúcar cuando se cansaba o cuando estaba nerviosa. Ese día aplicaba la segunda opción.
Valentina no se acabó el Gansito. Por primera vez, sintió asco y lo tiró a medias. Respiró a profundidad y dirigió sus pasos a la entrada de la fonda.
Tal y como recordaba el lugar. Mismos olores, similares sensaciones. El corazón aceleró su palpitar. Eso deben sentir los actores el día del estreno, se tranquilizó. La función comenzaría pronto y prefirió postergar sus nervios para cuando el telón se abriera.
Pidió su Doctor Pepper en botella cerrada sin que el mesero la abordara y descansó su mirada en la oscuridad del refresco. ¿Y qué si todo sale mal y morimos todos?
Valentina se mostraba insegura, sus verdemar no lucían y cuando observó a la prostituta, de pronto deseó ser ella. Tal vez en el fondo se sentía en situación similar. Ambas eran utilizadas por hombres que no las valoraban lo suficiente. Al menos ella cobra.
¿Dónde estás, Nortes? ¿Por qué cambiaste los planes a última hora?
Probó la gaseosa y sucedió igual que con el Gansito. No tenía deseos de disfrutar nada y su ansiedad la orillaba a demostrar su impasibilidad moviendo sus pies bajo la mesa. Ese frenesí la envolvía.
Contempló las ratas sin miedo y cuando vio el agua circular en su dirección, un escalofrío recorrió su columna vertebral de principio a fin. Los cables de la luz en el techo tampoco eran alentadores. Su vista recayó en uno de los tipos —a quienes no conocía, pero sabía estaban de su lado— y se sorprendió de verlo tratar de entablar comunicación con ella. Valentina leyó sus labios:
¡Vámonos de aquí!
Los latidos se multiplicaron por cien. ¡Es una trampa! Aseguraba mostrándole —sigiloso en sus movimientos— el auricular enclaustrado en su oreja.
¿Quién te lo dijo?, preguntó ella angustiada.
Caín, respondió.
Valentina desvió su mirada al exterior, distraída por los ruidos de afuera y avizoró a Caín que corría desaforado hacia la fonda, mientras gritaba quién sabe qué a un radio transmisor que cargaba. Sus ojos se abrieron como platos y con disimulo sacó las pistolas. Aterrada descubrió que no estaban cargadas. Cerró los verdemar en señal de impotencia, misma que fue transmitida a todos los del grupo al verla. Se supieron perdidos.
—¡Puta, es una trampa! —gritó Valentina encabronada mientras saltaba sobre su mesa.
La cuadrilla entera se levantó, sacando sus armas y alistándose a atacar.
Caín entró despavorido.
—¡Ya vienen por nosotros!
Valentina saltó de mesa en mesa, estando junto al recién llegado en segundos:
—¿Quiénes son?
—Son los judiciales, vienen a chingarnos. Nosotros somos la presa.
—¡Tenemos que salir de aquí! —gritó la doble de Lyn May ahogándose en su pánico.
Se escuchó un disparó que reventó la cabeza de un elemento. Los sobrantes buscaron de donde provenía la bala entre el lugar.
—¡Hay alguien con nosotros! —indicó Valentina, mientras contemplaba horrorizada la llegada de los judiciales.
Se escucharon cuatro balazos que acabaron con igual número de integrantes, dejando vivos a Caín, Valentina y la Lyn May wanna-be.
El trío corrió a guarecerse, tomando las armas de los caídos. El espectáculo daba inicio y los actores secundarios entraban a escena.
Los judiciales penetraron disparando en todas direcciones. Desde su escondite, la tercia comenzó a repeler la agresión, descontando a un par de principio.
Disparos venidos de quién sabe dónde, volvieron a presentarse, acabando en poco tiempo con la vida del tercero y cuarto agente.
Valentina se levantó y brincó mientras tronaba la "cuerno de chivo", que escupió plomo en la frente del quinto.
Caín, muerto del miedo, disparaba a lo tonto, importándole poco si mataba a su compañera; por su parte, la análoga de Lyn May ametralló al último sin piedad y emocionada.
La atmósfera se tornó perturbadora. Los tres compartieron miradas de incertidumbre. Sabían que alguien aún vivía, estaba dentro de la fonda y lo que era peor, ignoraban su identidad y ubicación.
La puta, delirante, lanzó enormes carcajadas impregnadas con el nerviosismo que imperaba en el lugar. Caín deseó callarla, pero no se atrevió a moverse. Valentina estaba irritada.
Desde su resguardo, el Norteño, ayudado de su inseparable laptop —en momentos como éste—, controlaba las cámaras que previamente instaló en la fonda. Sonreía, disfrutando el agobio que inyectaba en sus "colaboradores". Preparado, se colocó su lente virtual y accionó el control remoto para monitorear las posiciones de las presas. Activó la opción infrarroja, y su ordenador le señaló el lugar exacto para hacer el disparo a través de la pared que los dividía.
La supuesta doble de Lyn May, por el nivel de sus carcajadas, no alcanzó a escuchar el disparo que se abrió paso entre el panel separador; y con la precisión requerida, el proyectil se incrustó en su ojo derecho, despidiéndola precipitadamente de sus compañeros para arrojarla al mundo de los muertos.
Caín, bañado con la sangre de la ramera, vomitó. Su rostro denotaba un pánico que Valentina jamás imaginó conocer.
—¡Está atrás! —señaló ella, empujando a su amigo para evitar ser sorprendidos.
El Norteño, observando a través de la pared, comenzó a situar a su colaborador. Lo miraba correr en dirección opuesta a Valentina y lo siguió con el cañón de su pistola hasta que consideró prudente disparar.
Ella escuchó el balazo y sintió la muerte de Caín, pero por otra parte, se alegró de continuar con vida.
Para cuando quiso ubicar a su mujer, no la encontraba.
—No mames, chiquita. ¿A dónde te fuiste? —susurraba el Norteño.
—¿Por qué lo hiciste, pinche Nortes? —preguntó ella con un rencor que obligó al asesino a voltear a enfrentarla.
Ella fue más rápida y, con una daga, perforó la mano que sostenía el arma.
—¿Para que te servíamos entonces? ¿Para jodernos? Siempre lo planeaste así, ¿verdad? ¿Por qué?
—Lo siento, pero era necesario matarlos a todos, mis contratantes querían que trabajara solo y yo necesitaba lograr este golpe. Ahora, podemos ir a cobrar el dinero y largarnos de aquí. Podemos dedicarnos a viajar, por medio de la red nos pueden contratar y con mi equipo seremos los más chingones. Nos la van a pelar todos.
—No, Nortes —fue tajante—. No te voy a permitir que hagas esto. Te voy a mandar a la chingada por ojete.
Con gran disimulo, el Norteño oprimió un botón del control remoto y su laptop comenzó a imitar el ulular de sirenas de la policía. Esto distrajo a Valentina lo suficiente como para dejar que él sacara otra pistola que anclaba en la parte baja de su espalda.
—I'm zorry mai dir.
No pudo reaccionar a tiempo y la tercia de plomo acabó en su vientre, tórax y hombro izquierdo. Valentina cayó sorprendida.
El Norteño se acercó y derramó la sangre de su mano sobre la frente de ella.
—Pudiste haberte decidido por mí —le dijo—. Pero como toda vieja, eres pendeja.
—Y tú... —habló con gran esfuerzo—, pudiste decidirte por mí... y por... tu hijo. Pero como todo hombre..., eres un hijo de puta.
Como golpe le vino la revelación al Norteño al verla oprimir impotente el vientre, para tratar de salvarle la vida a un ser que ya estaba muerto. Recordó eventos que no valoró, la descolgada que dio de las adicciones, el cuidado que ponía en sus movimientos, la preocupación por vivir, algunos ascos y mareos, y sobre todo, el sentimiento que lo invadió aquella noche cuando abrazó su vientre.
Acobardado, la abandonó en la agonía.
Abrió las llaves del gas en la cocina y dejó su Zippo encendido en un rincón para luego salir de la fonda con sombra de su culpa a cuestas. Avanzó pasmado, sin poder extraer la confesión de la mente. Sabía que después de esto su vida no volvería a ser la misma. Las lágrimas brotaron sin ser llamadas, inundando su visión del dolor provocado. Se limpió con su mano ensangrentada y su rostro manchado se asemejaba al de un indio que al perder al ser amado, se baña en la sangre del muerto; la sangre de Valentina lo bañaría siempre.
El Norteño sacó el duplicado de las llaves que conservaba del Spirit guinda y entró al auto. La explosión arrojó algunas cosas al exterior y el Norteño agachó la cabeza asustado.
Una vez más tranquilo, avivó la corriente y encendió el auto. Inconsciente, activó la alarma que desconocía y siguió en su huida. Decidido a largarse del lugar y dispuesto a seguir con su vida, aceleró sólo para que la explosión del vehículo cegara su vida.
Valentina entonces descansó en paz.