«Viajero incandescente», Luis Saavedra
Agregado en 11 diciembre 2009 por admin in 203, Ficciones, tags: CuentoCHILE |
«—Puede que haya un Cielo; debe haber un Infierno.
Mientras tanto, nuestra vida está aquí».
Al final del camino, de Rudyard Kipling
1.
—EL MUNDO ES RARO Y PELIGROSO, y su verdadero corazón está oculto, osito. La vida es viajar buscándolo, ¿no crees?
El oso de peluche, sentado al lado del niño, sigue haciendo preguntas. Se acerca a ella y no tiene miedo. La mujer lo contesta todo, fascinada por un juguete que no conoce el término «muerte».
La mujer se aleja un poco de la luz de la lámpara, mirando al norte por la ventana. Ahora la tormenta amaina y se vuelve una lluvia ligera. El terminátor1 viene incendiándolo todo con una cascada de luz. La noche se retira hacia el sur y ella sabe que la seguirá. Ve que el niño, frío y ceniciento desde hace un par de horas, ya no es una presa. Ya no mana sangre de las heridas del cuello, ya no hay vida en el cuerpecito lívido.
—¿Por qué tienes que beberla?
—Para seguir viajando, osito. La noche huye de mí, yo la persigo.
—Eso no parece bueno. La mamá dice que es mejor alejarse de las cosas que te duelen.
Ella lo mira con frialdad: —No, osito, hay veces que no es posible.
La mujer se acerca a la ventana y la abre, deja entrar un poco del aire helado y aromático del huerto. Siente el cantar de la madrugada en los pájaros y, más arriba, las corrientes del éter la llaman, tratando de raptarla. Fundirse con el corazón de las tinieblas es algo tan seductor, tan enigmático.
—¿Por qué quieres seguir viajando?
Asciende en esencia y el huerto, el niño y el osito quedan atrás. Sus imágenes se disipan como un incienso y ahora sólo hay sombras preñadas de agua y violencia. La sangre del viento también la atraviesa y da vida. Por un momento es un estado extático que la trasciende. La noche se transforma en la mujer y cuando cree que aquello que está oculto se le revelará, la sensación acaba. Vuelve a ser solamente su esencia en las corrientes. Recupera su control y enfila hacia el sur, donde hay noche y más hambre, donde la curvatura del mundo va hacia arriba.
Entonces ve la estrella cayendo, allá adelante. Un magnífico rastro de caos luminoso que se pierde entre las nubes de la borrasca. ¿Para eso viajaba, para ser testigo del enigma en el corazón de las tinieblas? El mundo es raro y peligroso, y ella es parte del mundo.
Kyleray decidió hace mucho que estaba cansado de huir. Así que ya no más viajes, ya no más moverse hacia delante con la noche apuntándole un dedo hacia la nuca. Se instaló en un condo deshabitado y regeneró sus celdas de energía. Lo mejor de todo es que no vive un alma en varios días de viaje a la redonda y el paisaje es impresionante. La visión cristalina de la atmósfera le da una profundidad de campo de unos cincuenta kilómetros a ambos lados del anillo y no recuerda ninguna otra parte del mundo en que la sensación de estar en el fondo del cuenco sea más poderosa.
Kileray puede anticiparse a la noche casi cuatro horas. Puede ver la sombra tan definida que baja desde el norte para abalanzarse sobre él como la boca de Leviatán. Las primeras veces el miedo lo obligaba a encerrarse en el nivel más inferior y ordenaba al condo que lo sellase hasta que amaneciera, pero era una acción inútil. Cuando recuperaba la cordura, se encontraba aturdido y lejos hacia el sur.
Kileray tardaba horas y hasta días en regresar al condo. Al llegar, encontraba una escena devastadora: el nivel inferior tenía un gran forado en su polímero y un rastro de destrucción se alejaba por el sur. Algo hecho con la furia de una bestia. La bestia con la cual soñaba cada noche.
Kileray tiene un gato. En realidad no es un gato, pero él se ha empeñado en verlo así porque es silencioso y negro y lo sigue a todas partes. En el aire. Pero lo que definitivamente lo convierte en un gato es el leve ronroneo de su funcionamiento. Es un agente del condo que vive a tu alrededor para atender tus necesidades, y en realidad él es el condo. Tiene un obturador que se puede considerar un ojo y la sensación cuando te mira es de melancolía. El hombre le debe la vida a ese gato. De no ser por el Gato, el regreso sería más largo aún. De haberlo.
Kileray también decidió que era impráctico detener a la bestia. Algo que había aprendido en algún libro sagrado de alguna de las miles de religiones de ese mundo. Es imposible esconder lo invisible debajo de la piel, dice. Así que cada atardecer se instala desnudo en las afueras del condo y encara el norte, como ahora. El Gato revolotea a su alrededor, metal negro no-reflectante no-euclidiano, que posee un punto más negro en su estructura, que registra todo. Y entonces, Kileray siente el corazón de las tinieblas devorándolo a medida que baja, siguiendo la curvatura del mundo. El aire se ioniza, le llegan las primeras briznas de lluvia y el terminátor y su metabolismo se disparan exponencialmente. Se eriza su cabello y comienzan los cambios musculares y óseos. El dolor lo paraliza. El dolor lo desgarra. La endorfina invade la sangre y su percepción explota dejando sólo un universo de sensaciones primitivas y pulsiones hechas de sexo y garra. La noche devora su sangre derramada.
Con el primer aullido, el Gato asciende tres metros, quedándose lejos del alcance destructor de la bestia. La tormenta los tiene agarrados y la luz del día se retira violentamente hacia el sur. Las percepciones del lobizón son magníficas ahora y sabe con precisión dónde está el molesto Gato. Se envara cuando presiente la fuente de luz intensa, y luego el ruido ensordecedor. La onda de choque lo tira al suelo y el terremoto que viene después no lo deja incorporarse. En su mente animal sólo hay miedo; intuye que algo terrible y maravilloso le ha sucedido a la tierra. Un huevo de fuego del cielo ha caído.
La atmósfera es tan fina que sólo puede oír un estruendo apagado de las explosiones que separan la enorme bobina de punto cero. Los destellos blancos y anaranjados parecen difuminarse dentro de un sueño tan lejano como la enredadera de luminarias del mundo anillo, bajo él. Por un momento no pasa nada y luego, muy lentamente, la bobina comienza a caer. Los primeros cien metros, una lluvia de cerámica la acompaña centelleando. Luego, un sol lo ciega todo y la estructura donde se encuentra se remece al segundo siguiente. Algo, no sabe qué, no ha resistido en la maquinaria de la bobina. Fija la vista de nuevo y ahora la velocidad de la caída se ha incrementado. Por el boquerón que ha dejado la explosión se escapan furiosamente espectros de energía. La bobina gira lentamente, herida, y se sumerge en la primera tela de nubes: un efecto de vórtice desgarra capa tras capa y se las lleva persiguiendo la estructura. Hay un segundo destello que ilumina fantasmalmente el escenario y abre un agujero que despeja las nubes en forma violenta. Puede ver que la bobina ahora es una estrella binaria y asesina que marca con fuego su camino hacia la superficie. El manto de las nubes se vuelve a cerrar y deja de verla.
Se le eriza el cabello el pensar que el impacto puede vaporizar las fundaciones del mundo anillo hasta el manto antimeteoritos.
Siempre es de noche para Nonobe. El Carrier de Manutención del mundo anillo proyecta sólo oscuridad a lo largo de sus 900 kilómetros de envergadura, revisando los nodos funcionales del basamento. Por eso sólo ve las zonas diurnas, muy adelante al sur y detrás del norte, como un anhelo. Cuando el corazón de las tinieblas se aclara, puede ver brillando la cicatriz de la carretera central allá abajo y se imagina que algún día podrá recorrer el mundo más de cerca, voluntariamente, y no como ahora, capado en su deseo de conocer todas las vidas que sobrevuela.
El Carrier se mueve sobre las invisibles líneas de suspensión que generan los muros del borde del anillo y el equilibrio tiene que ser perfecto. Hace un par de siglos alguien descubrió que el caos era armónico porque era una reunión de funciones tan primitivas que no tenían margen para el error, así que nacieron los complejos perfectos. Pero aún quedan algún par de funciones que sólo las puede realizar una entidad pensante. Una IA sería un desperdicio, por eso Nonobe es humano. Es un trabajo muy solitario y rutinario. Tanto que ha visto al otro técnico del Carrier, Vebesva, sólo un par de veces, y su intervención sólo se ha justificado otro par. Hoy es la tercera vez.
No sabe cómo reaccionar. Una vida de ensueño permanente le ha quitado sus reflejos y se queda mirando otro rato el manto de nubes. Los electromagnetos de contención se han descargado por su culpa y la estructura entera ha cedido. Quizás piensa que un diseño perfecto se puede reparar a sí mismo y continuar. Pero al instante siguiente, se da cuenta que ha sido por su inacción que la bobina ha caído arrasando todo allá abajo.
—Acabo de verlo en video —dice Vebesva. La imagen de su monitor retinal le muestra un desconocido hasta que reconoce los rasgos y gestos. ¿Han pasado dos años ya?—. Mantione dice que el mecanismo del núcleo se clausuró poco antes de tocar tierra. Hay que recuperarlo.
La IA rectora acaba de enviarle una orden indirecta y no sabe qué significa. Revisa el estado de su avatar en el núcleo de Mantione: aún está en verde, pero no puede estar seguro. Nonobe, visiblemente nervioso, sube por los callejones hacia el hangar.
—Voy a descender, me voy a demorar poco. No quiero exponerme a la luz.
—Es lo mejor. Suerte.
Los pasillos del Carrier son estrechos, con tramos tenebrosos y otros asépticos. Pero la entrada del hangar es amplia y da a la sala de juegos de un niño gigantesco. Hay mariposas que pueden traspasar la atmósfera y hacer vuelos sublumínicos dentro del sistema del mundo anillo, y también libélulas usadas en vuelos largos dentro de la atmósfera. Una espora es suficiente para ir y volver a tierra trayendo un lastre en un lazo electromagnético. Y hay decenas de ellas, de todos los colores. Entrar al hangar siempre le demora dos o tres minutos por la luz solar, que se cuela a través de las exclusas inmensas para la salida de las mariposas. Acostumbrado a la iluminación artificial de pasillos, caminar bajo la luz siempre le provoca dolores de cabeza.
El músculo de entrada de una espora azul se abre como un ojo vertical. Nonobe aborda y se recuesta en la elastina y la sensación es tan agradable que la disfrutaría de no ser por la urgencia. La espora es transparente por dentro, Mantione dibuja logaritmos ardientes de navegación en sus membranas. Siente la ausencia de la IA en su cabeza y le parece una señal de alerta. El suelo desaparece bajo la espora y cae libre hacia la negrura y el caos. El corazón de Nonobe bombea excitado. El corazón de las tinieblas devora a Nonobe.
2.
La inmersión completa en una aventura se pagaba bien hace unos trescientos años, pero tenía que ser una experiencia única y no las virtualidades al alcance de todos. Los clusters cibernéticos eran demasiado populares y adictivos para los que podían pagar y los cotos de caza extrasolares se volvieron una alternativa. Estaban lo suficientemente alejados de las rutas estelares y tenían especies que uno podía llevarse a casa. Pero no era suficiente. Muchos no querían cazar, sino sencillamente olvidarse quiénes eran. Se construyeron estaciones Vinaheim y clusters de atmósferas con pieles temáticas donde cada cual podía comprar su personalidad y vivirla, o morirla, si prefería. Pero la presión del mercado es nuestra respuesta sintética a la evolución, y eso significa que debe haber más y mejor en un nicho que se expande. Miniesferas de Dyson, complejos toros y planetoides huecos dieron paso a la construcción del primer mundo anillo basado en una piel de sexo terciario. El radio era de sólo punto tres unidades astronómicas., pero se posicionaron setenta ambientes con una población estable de setenta millones de entidades. Los mundos anillos demandaban el presupuesto de un sistema solar, pero nadie se preocupaba. Aunque era un negocio arriesgado, siempre hubo quien lo pagara.
Hace ciento veinte años, *Björnstern era una empresa sin mucha cuota de mercado, pero que ascendía en el nicho de los anillos temáticos. Una nueva administración la transformó de una aventura familiar en una compañía agresiva con ínfulas de monopolio. Compró pequeños mundos anillos a compañías desesperadas o quebradas, en sitios mal ubicados del espacio humano, pero que ofrecían buenas ganancias a corto plazo si implementaban un sistema de portales inmediatos. Invirtieron rápidamente y sin mucho cálculo, poniendo sus esperanzas en que la violenta expansión atrajera inversionistas. La curva de retornos nunca ascendió sobre dos por ciento y los acreedores iniciaron demandas. El directorio de *Björnstern conservó la calma y decidió embarcarse en varios créditos que solventaban el déficit y desguazó un par de anillos con pieles que nunca funcionaron. Inauguraron un fastuoso anillo de casi una unidad astronómica y un ejército de diseñadores de pieles construyó el mejor temático de la época. Fue un éxito y todos pudieron respirar. Duró un par de años. Una empresa rival se desangró invirtiendo en un mundo terraformado con una piel acuática.
Sobrevino un largo crepúsculo de mundos anillos. *Björnstern, agobiada, exhausta y sin posibilidades de reaccionar, con el tiempo se vio obligada a acogerse al artículo 24 y traspasar sus activos a fideicomisos de manutención en cada gobernación local de la galaxia. Luego se disgregó en múltiples compañías como un castillo de arena al subir la marea.
Desde hace cien años, los mundos anillos permanecen administrados mínimamente, olvidados.
Aunque le llevó toda la noche, Dvora siguió la estrella hasta que se precipitó contra el suelo. El corazón de las tinieblas le impidió ver con claridad el otro corazón de fuego aullante que gritó por un segundo y se apagó. Rodeando, espirando la larga columna negra que teñía el camino hacia el sitio de impacto, su esencia descendió de nuevo y retornó su forma física. Tocó tierra, un pie y luego el otro. No vio a nadie, pero divisó la tierra calcinada y más allá la marmita ardiente que contenía a la estrella. Va hasta el borde y se cubre el rostro, así debe haber sido el Infierno. Puede ver las invisibles lenguas de calor lamiendo el aire lentamente. El suelo cruje bajo sus pies, cristalizado como de escarcha, y hay cosas negras que quizás tuvieron vida o solamente era roca. Volutas de neón rayan la tierra a medida que se acerca, pequeñas grietas móviles que huyen a su paso y se apagan más allá. Y luego contempla los restos de una nuez gigantesca, desguazada, que emite una leche de luz tenue para sus ojos nictálopes. La estrella está adentro, acunada entre metal retorcido y no sabe si está viva o muerta. Su mejor conjetura es que duerme por la marea de colores suaves que recorre su superficie ovalada. Está fría, inusualmente fría. La toma entre sus brazos, es una reacción maternal aunque nada en ella la hará nunca elegir ese camino. Allí donde la toca, los colores de su superficie se convulsionan y siente un hormigueo en las manos que le deja una ligera euforia. Nunca había visto algo de afuera del mundo anillo, algo extraordinario. Los hombres que llegan del cielo le parecen más bien débiles, pero esto está fuera de su experiencia. Es como el revés de un espejo negro y se le ocurre que puede estar viendo el mercurio oculto de la noche. Si es un pedazo del corazón de las tinieblas, entonces existía un agujero por el que meter la cabeza y mirar el mecanismo que siempre había querido conocer. No llueve ahora, puede ver aún los restos del tránsito de la estrella. Subiría siguiendo el rastro, la colocaría en su lugar y se quedaría por fuera: al fin descubriría qué es lo que se oculta. La percepción de la presencia le golpea como un mazo, se da vuelta y allí está la criatura, esperando. Distingue una sonrisa blanca y erizada y el sonido subterráneo de una garganta animal. El lobizón se yergue y avanza acechando. Sus ojos como pozos de furia y locura en la tormenta.
La espora penetra capa tras capa y Nonobe no sabe bien a qué velocidad desciende, y si es el camino correcto. Un diagrama le indica que no hay fuga en el núcleo de la bobina, a pesar del choque, pero la urgencia ahora es que sí fue removida. No sabe si por un humano. La visibilidad es nula, sólo hay una apagada sensación de movimiento y el débil resplandor de un relámpago. Él, como Vebesba, nunca ha bajado a la superficie. Ellos son propiedad del Carrier, ensamblados en algún laboratorio en órbita, mantenidos en estasis hasta los once años y después entregados al servicio de manutención. En muchos sentidos, ninguno de los dos ha estado vivo. Legalmente, no lo están. Su primera memoria es estar de pie en el lado superior del Carrier, con el sol cayendo directamente y un cielo azul oscuro. Traía puesto un traje transparente de atmósferas que dosificaba todas las sensaciones. La planicie metálica se extendía apenas interrumpida por torretas de comunicación y chimeneas de vapor. Por alguna razón sabía por qué estaba allí y también conocía la presencia en su cabeza. «Mi nombre es Mantione, tú eres Nonobe, has nacido y ahora me sirves. Debajo está el Carrier, busca en tu memoria. Puedes moverte a voluntad porque el control ahora es tuyo, pero recuerda estas dos cosas. Primero: el Carrier de este mundo anillo es tu hogar y tu sentido está aquí.» Un inmenso claro despejado de nubes se abre camino abajo y ahora puede ver la carretera de metal iluminada, y luego el sitio del impacto de la bobina, indicada por la señalética de la espora. No dispone de ningún acercamiento fiable y no sabe si el núcleo tiene alguna filtración. Está ansioso. Quizás él sea el primer humano en tocar la superficie después del cierre del anillo. Oficialmente por supuesto. La seguridad del área espacial es regularmente violada por piratas y naves sin rumbo que intentan aterrizar, pero todos se encuentran con las baterías de pulso que los devuelven al espacio profundo. La espora inicia el acercamiento final y desacelera. Programa una aproximación visual y puede ver tres figuras y el núcleo. El núcleo se reporta sin novedad, los problemas no vendrán de él. Las tres criaturas artificiales parecen estar esperando algo y permanecen quietas. Ordena camuflaje y una trayectoria de acercamiento, considerando que la espora no genera ruido y parecerá una quimera instantánea, que le dará una ventaja estratégica. Una tiene la apariencia de un lobo y la otra asemeja una mujer, la tercera es alguna especie robótica. «Y segundo: éste es un anillo inusual, Nonobe, su piel replica bestias que nunca existirán. Fue construido para ser exótico y peligroso, por eso desconfía de todas sus creaciones.»
El lobizón la observa desde hace un tiempo. La presintió bajando del cielo, mientras él llegaba desde el condo. La ve acariciar el huevo, seduciéndolo, robándolo. Oye las palabras de arrullo de la hembra estúpida. Ella quiere devolverlo al aire negro. Acecha con una furia fría, la insulta secretamente, ¿acaso no sabe que los huevos son para iniciados? Bestias magníficas como él que han mordido la negrura, comprendido que la vida es dualidad. El Gato molesto está sobre su cabeza, pero ha aprendido a quedarse al margen de sus cacerías. Alguna noche saltará tan alto hasta alcanzarlo y ya no habrá más Gato. La hembra toma entre sus brazos el huevo y la oye contarle mentiras. El calor es insoportable en ese lugar, la tierra irradia velos de fuego que le queman el pelaje y los testículos, y le cuesta guardar la posición de acecho. Da un paso adaptando las almohadillas de sus patas al terreno. El suelo vitrificado cede y un ruido apagado hace eco en su cabeza como un estruendo. Siente aún más de esa ira virulenta que le viene cuando caza, pero se controla. A pesar que el calor reduce su sensibilidad, puede ver la escritura variante sobre el huevo, la gramática secreta que explica por qué existe un Cielo o un Infierno, por qué las criaturas deben pasar sus existencias en este anillo antes de alcanzar uno de los dos estados. Ahí estaba la religión originaria sin contaminar, desnuda y rústica, una intuición verdadera abriéndose paso a través de la maraña turbulenta dentro del cráneo de la bestia. ¿Cuántas religiones había en el mundo anillo? Éste era un mundo diseñado para creer. En la calidez de la vida y en su espanto también. Todas las etnias humanas que habían entrado por los agujeros de la malla de defensa del espacio cercano, y establecido sus colonias desde hace cien años, habían traído su propio arsenal de mitologías impuras que se remezclaron como memes. Ya era difícil nacer sin el estigma de una creencia humana, pero más difícil era ahora nacer como una quimera fantástica generada por la piel del anillo. La humanidad harapienta devoraba espacios y consumía todo, y al final prevalecería la vulgaridad de los hombres, su obsesión por lo mundano. Da otro paso hacia la mujer y se siente vibrar: el huevo confirma su valor desplegando las dos lunas en cuarto creciente que se contraponen. La brisa que corre a su favor le trae el olor de la hembra y sabe que no es humana, sino una creación como él. No puede reprimir las descargas eléctricas de miedo y excitación que le recorren la espina porque su voz genética le dice que jamás los encuentros entre especies del anillo terminan pacíficamente. Ya no hay necesidad de acechar y permite que sus glándulas dispersen su esencia. La hembra se gira y le enfrenta. El lobizón gruñe, su pelaje aumenta su tamaño aparente. La ira deja paso a la cautela y a la sensación de que no puede permitir que ella despliegue sus habilidades. Comienza a llover, pero el calor lo sigue atormentando. Prepara sus garras, en la religión originaria la sangre es un bautismo deseado.
Las colonias humanas trajeron una abundancia como nunca había visto. Los animales humanos se encierran cuando la oscuridad llega hasta sus poblados. Pero ella, la seguidora de la noche, siempre encontraba alguien dispuesto a brindar su sangre y bastaba un solitario pensamiento que la conjurara. Ven, quiero conocerte, ¿eres real?La existencia ha sido tan larga y compleja. Recibía muchos nombres, según la cultura que visitara. En algunas partes, incluso no tenían una voz para ella y simplemente bastaba la palabra «demonio» en sus lenguas guturales. Recuerda lugares como Tepizcúa, donde hay una efigie enorme de carne viviente compuesta de hombres santos que han decidido fundir sus cuerpos y mentes con un parásito expansionista. Recuerda a otros de su especie, como Banfión y Jhiniba, que se perdieron en el tiempo y no pudo volver a encontrarlos, ni siquiera yendo a buscar a las matrices genitales de donde nacen todos. Recuerda cuando las criaturas del anillo eran más numerosas y entonces la vida era una continua supervivencia. Quizás haya tocado tierra en un mismo sitio más de una vez, pero no de la misma manera. Ha muerto, la piel del anillo la ha resucitado, ha sido cazadora y carnada, tantas veces que prefiere ahora mantener su memoria en el mínimo. Cree haberlo visto todo, con excepción de lo que esconde el corazón de las tinieblas. La bestia que tiene delante es un medio ser, que en realidad son dos vidas rotas que no hacen una. Conoció a los de su especie en los primeros años, cuando uno aprende a valerse por sí mismo. Sólo ha visto el lado de la bestia, pero le bastó para saber que es un enemigo que hay que tener delante.
—La voladora tiene un huevo hermoso —Dvora apenas entiende la voz cavernosa. El lobizón tiene la suficiente confianza para adelantarse y enfrentar la mirada de la hembra.
—No es un huevo, medio ser. Es un pedazo del cielo. Me lo llevo conmigo.
La bestia niega con la cabeza: —Eres egoísta. Mira sus marcas, ¿sabes lo que significan?
—No quiero problemas contigo, medio ser, pero no voy a darte la estrella.
—¿La voladora lo va a impedir? Yo sé lo que significa el huevo, soy más digno.
—Qué puede saber tu especie de eso. Los hombres que vienen de arriba tienen más dignidad que un medio ser.
En un impulso de furia, se adelanta para lanzar un zarpazo, pero la mujer ya no está allí. Siente un golpe duro en su muslo. El pelaje húmedo inunda la atmósfera. Dvora reaparece a sus espaldas, tiene la sonrisa fría.
—Es raro. Antes éramos tantos que vivíamos peleando, pero nunca me encontré con alguien de tu especie. Y ahora que sólo hay hombres, ésta puede ser la última vez que vea a alguno como nosotros.
El lobizón se da la vuelta lentamente. Sus instintos le dicen que salte sobre la hembra, pero quiere más al huevo. Primero eso, luego hincarle los colmillos en la garganta.
—Yo sí luché contra voladores. Me humillaron como tú, eran vanidosos como tú. Pero yo probé sus carnes. ¡Dame el huevo!
—¿Y me dejarás ir? ¿Quién es el vanidoso ahora? Entonces, ven a buscarlo.
—La voladora no entiende que el huevo es lo último que nos queda. Nos explicará por qué somos. Nos dará sentido.
—Ahora estamos de acuerdo. Por eso me lo llevo hacia el cielo… Pero ¿cómo lo sabes? Los que son como tú no piensan mucho.
—Yo sí, soy más viejo, recuerdo más cosas. Aprendí que los hombres nos van a reemplazar. Yo quiero seguir vivo, quiero saber matar mejor. Dentro de poco todo será de los hombres. Ni tú volarás tan alto para escapar.
—Parece que sí que eres más viejo, al menos sabes hablar. Tal vez tengas razón y, al final, ya no pueda seguir a la noche como hasta ahora. Pero… —La hembra abrazó fuerte la estrella y su mirada se hundió en la profundidad de los colores.
—Entonces no seas egoísta, comparte el huevo. Si yo aprendo y tú aprendes, entonces seguiremos vivos. Puedo entender más, no sólo de garra y hambre. ¡Mírame, voladora!
Y Dvora lo miró. Una vez conoció un árbol cantor. Recitaba respuestas, aunque a veces las preguntas eran otras. Se quedó el tiempo de una noche para oírle cantar todas las quimeras que habitaban el mundo anillo, y en su canto las bestias como el lobizón eran las más inferiores. Y sin embargo, siente una ligera empatía cuando ya la diversidad se ha reducido a tres o cuatro especies. El árbol cantor se había convertido en un tocón talado cuando la noche volvió a pasar por su región. En ese entonces, verlo muerto tampoco fue suficiente empatía para ella.
—Medio ser, yo siento lo mismo que tú, pero no puedo darte la estrella.
Siente una ira que le revuelve las entrañas. Es un torbellino abrumador que cancela sus funciones cognitivas superiores y lo transforman en una máquina precisa. Sus garras oprimen el barro y salta hacia adelante. La hembra de nuevo se mueve más rápido, pero ya está sobre aviso. Se arquea dando un giro y la alcanza de un zarpazo. Dvora cae a un charco y el huevo se aleja de ella. El líquido cálido de su sangre se escurre por el brazo roto. No siente dolor, pero sí una punzada profunda y metafórica en el pecho. La humillación se hunde rápidamente y busca dónde ha caído la estrella: la encuentra. Luego busca dónde se encuentra su enemigo. El lobizón aterriza y gira, cuando ve a la voladora caída sus instintos se desatan, pero no alcanza a dar un tercer salto. Aparece una esfera azul en el cielo que lo deslumbra. Un hombre se perfila contra la luz y luego siente el aguijón en su hombro. Gruñe y una descarga electro-química desata una ola de movimientos espasmódicos en su cuerpo que lo echan por tierra.
Nonobe lanza una segunda estrellabeja contra la mujer. Ya vio lo que puede hacer y no es menos peligrosa que la bestia. Con las dos quimeras inmovilizadas, ordena a la espora que recupere el núcleo y salgan pronto de allí porque el efecto sobre el sistema nervioso tiene una duración limitada. Revisa el sitio de impacto de la bobina y siente alivio al ver que no ha alcanzado el daño que suponía. Regresa a donde ha dejado a las criaturas. No se acerca mucho al lobo. Aún tiembla y le castañetean los dientes, pero en sus ojos se nota que no es de miedo. Es un ejemplar con pelaje plateado y magnífico que lo mira con odio. Es del doble de su tamaño y la piel bajo el pelo está surcada de arrugas y viejas cicatrices. Aunque no ha mirado el último censo de quimeras se atreve a pensar que es el último de su familia. La espora termina de cargar el núcleo en su interior.
La lluvia se ha transformado en una cortina de polvo de agua y en un momento más será rocío. Por el norte, la frontera de la luz es un muro que mordisquea la cola de la noche y la noche huye. Se acerca a la mujer y la ve con la mirada muy fija en el cielo, y se pregunta si el shock nervioso fue demasiado. Se acerca más y ve que todo en ella es un contraste de belleza. Su piel es tan blanca que casi se trasluce con la humedad y su pelo y ojos son tan negros que parecen más una ausencia. Su boca está compuesta del rojo y el blanco. Su cuello se desliza hasta el nacimiento de los senos que suben y bajan suavemente. Su presencia es tan fragante que despierta en Nonobe lo masculino de la ternura y el deseo. Coloca una mano sobre la mejilla de la mujer y la mirada de Dvora de pronto se fija en él. Lo atraviesa como un par de cometas:
—¿Por qué tienes el rostro de un hombre?
Cae hacia atrás. Escucha un gruñido y ve que el lobo también lo mira, y deduce que las toxinas son más débiles en las quimeras. Tal vez porque como todo está cambiando tan rápido en el mundo anillo, su conocimiento sobre la biología de la piel ya está prescrito. Saca de un bolsillo externo las últimas dos estrellabejas por si acaso.
—¿Quién eres? ¿La estrella es tuya? —pronuncia débilmente Dvora. Ha visto la esfera azul comerse la estrella y no puede dejar que se vaya así sin más. Por lo menos quiere un par de palabras que la acompañen en el futuro. No quiere quedarse sin nada y recordar ese momento como la pérdida más dolorosa. Casi puede mover la cabeza, parece una sensación fantasma de voluntad—. Llévame con la estrella, no me dejes.
El terminátor se acerca. El hombre no puede evitar pensar en la promesa de una existencia al lado de ella, aunque sabe que no es posible. La segunda enseñanza de Mantione le puede salvar la vida ahora. Comienza a levantarse a pesar de lo confundido que está y va hacia la espora. El lobo vuelve a gruñir, pero ahora parece que se incorpora. Hay un momento de terror puro en su alma y después recuerda lo que tiene en la mano. Cuando va a lanzarlas, sufre una descarga eléctrica que le quema la mano. Las estrellabejas estallan y las neurotoxinas se esparcen por su piel. El Gato baja y se interpone entre el hombre y el lobo, como protegiéndolo. Dvora aprovecha y se arrastra sobre un brazo hacia la espora, ahora sí que duele. Nonobe tiene su propia batalla: entre la explosión de adrenalina y la absorción de los químicos, todo es confusión. El Gato se dirige para escanear a la bestia pero se acerca demasiado, y el lobo prueba sus reflejos. El Gato desaparece en el crepúsculo girando sin control. El terminátor se acerca. Dvora duda un momento ante el músculo de entrada, sólo un momento.
Nonobe, medio borracho, medio en shock, ve con angustia cómo la espora se eleva, ve cómo acomoda el núcleo bajo ella y lo arrastra en su viaje de vuelta al Carrier. La mujer dentro lo mira un segundo, fríamente, y es todo. Da la vuelta y encuentra la segunda mirada, ardiente. La bestia levanta la cabeza para ver el huevo escaparse, ya no podrá conocer el origen, no habrá iluminación. El terminátor se acerca. El lobizón se arquea en un alarido de dolor y de furia. Algo en su vientre está mal. Piensa que el hombre le provoca el dolor para escaparse con su huevo, ruge otra vez y se abalanza sobre él. Nonobe está paralizado y ya no tiene más estrellabejas. Logra reaccionar y corre, pero la bestia lo barre de un zarpazo en la cadera que lo lanza lejos. Cae con el peso de sus piernas sobre la cabeza y queda sin aire. Ve que la bestia viene a su encuentro, pero no luce normal porque su vientre parece hinchado y babea. Se arrastra un poco, pero es inútil. Una zarpa lo retiene de la cabeza, lo voltea con violencia y enfrenta a los dientes blancos. El terminátor se acerca. El lobizón ahora puede oler la esencia del hombre con claridad. Se detiene y duda en medio del caos que está disolviendo su mente.
—La voladora sabía. No eres hombre… no eres nosotros. Eres… nuevo.
Se dobla de dolor, asustado, y se derrumba al lado de Nonobe. Hay un largo aullido que gira hacia notas agudas y se corta. El vientre se desgarra y una lluvia de gotas de sangre caliente matiza el aire frío. El lobizón hunde las garras en el suelo, respira en secuencias rápidas y espasmódicas. Un sonido líquido y luego algo que se revienta, vísceras que salen expulsadas. Nonobe se incorpora y aleja, y al volver a mirar encuentra a la bestia con un rictus silencioso de agonía. Las costillas se quiebran con un sonido de madera seca, mientras la atmósfera se va iluminando. Nonobe sabe que arriba el Carrier comienza a alejarse y la noche se acaba. La luz le hiere la vista, pero antes de quedarse ciego, ve un hombre ensangrentado irguiéndose de las entrañas de la bestia.
El terminátor está aquí.
Con la suficiente suerte, un mundo anillo se convierte en un milagro. Un sistema perfecto y autocontenido que se instala en el espacio de una órbita galáctica, sin dependencia de ningún objeto estelar. La matemática que lo sostiene se inventó hace mil años y sus materias primas provienen de todos los rincones del dominio humano. Todos los anillos con pieles comerciales tienen una población flotante que los convierte en ambientes artificiales y sin desarrollo. Se estancan, terminan su vida útil y se desguazan. Se rearman en otro sitio y una tropa de diseñadores de pieles los resucita. Vuelven a menguar hasta que pasan de moda. La mayoría son desmantelados por los holdings que los crearon, otros son saqueados a través de los años por piratas y otras entidades humanas que necesitan las materias. Los menos son abandonados porque están muy lejos o mejor defendidos, o sus problemas legales se alargan décadas, y se convierten en objetos estelares de referencia en cartas de navegación. Envejecen, se oxidan, y su fisonomía cambia con los impactos cometarios y los intentos de asaltos de comunidades enteras. Se desata una década de gran turbulencia en la que la malla de defensa de los anillos combate todos los eventos. Pero al fin ocurre, se abre un agujero que da vía libre a la superficie, y las colonias florecen y toman posesión. Pero, como cualquier sistema vasto, la inercia de sus procesos es tan monumental que pese a todo continúa su órbita alrededor de la galaxia. Se reconvierte, la piel original del anillo muta y se adapta, y comienzan las historias pequeñas, llenas de personajes que desbordan la superficie. Recién entonces, se vuelven objetos vivos.
3.
Le parece una sensación extraña estar rodeada de la espora y ascendiendo al corazón de las tinieblas. Le parece extraño no haberse convertido en esencia ya a esa altura. Dvora no es atravesada por sus corrientes invisibles, pero aún así ve la violencia negra y su sangre se incendia, aunque no haya turbulencia. Alguien escribe a su alrededor extraños dibujos de fuego. Son como rasguños que desaparecen en una piel que se cura. Se siente intoxicada, muy cerca de la intimidación.
Una vez hubo una víctima, hace demasiados años para acordarse. Él se enamoró de la lejanía de su piel blanca y la promesa de su boca cerrada. Él sabía quién era y aún así aceptó su voracidad. Fue feliz en el último instante, y mientras su elán fluía hacia ella le dijo que la oscuridad era efímera y por eso violenta. Que la oscuridad era mujer como ella. Que el corazón de las tinieblas era ella. Si eso era cierto, aquí estaba y aquí pertenecía, pero entonces ¿qué buscaba, qué había oculto?
Asciende, aunque no de la forma acostumbrada. Se da cuenta que nunca ha llegado tan arriba. En un momento, la espora comienza a ser atacada por cargas eléctricas cada vez más intensas: el núcleo activo las atrae y bailan para ella, y después desaparecen. El núcleo adquiere una luminosidad azulina que parece ralentizar el tiempo y un relámpago inusual tiende un puente eléctrico entre las nubes próximas y la espora. Árboles de luz fantásticamente ramificados tratan de alcanzarla y se refugia en sí misma, sin miedo pero alerta. La danza del relámpago termina cuando sale de la capa de nubes. Un tapiz geométrico de las estrellas la recibe.
Hipnotizada por las dimensiones del Cielo, se deja llevar. Parece un instante eterno, pero las estrellas se acercan y algunas parpadean en ciclos interdependientes. Se abre un ojo en el tapiz y la espora lo atraviesa, una cascada de luz la recibe. Ahora está en una habitación gigante con más esporas y formas metálicas, bruñidas, que no reconoce. La espora la deja salir y camina temblorosa en un mar de luminosidad. Hay algo calmo y más gigantesco allá arriba. Un óvalo de oro incandescente que es lo contrario del corazón de las tinieblas, que la abraza y calienta. Se deja caer rendida y extática. No puede respirar por el peso de la luz. Es tanto el deseo que la aprisiona, que la anula, aquello: el algo oculto. Revelado.
El secreto no puede ser traspasado. La piel del anillo dice que a los de su especie le está permitida ver su gloria una única vez en la vida. Dvora es descatalogada. Dvora se transforma en fragancia sin dolor. Dvora asciende para abrazar el Sol.
Kileray odia los amaneceres porque no sabe cuántos muertos tendrá que enterrar cada mañana. Tampoco recuerda cómo murieron. Se supone que con el tiempo uno se acostumbra a todo, pero él nunca lo ha logrado. Lo único bueno de despertar es que sabe que el Gato siempre estará allí para llevarlo de regreso al hogar. Hoy el Gato no se desplaza bien y tiene una gran abolladura en el casco. Parece que ha sido una noche movida.
Hay muchas pisadas y el cráter de algo que se estrelló. Suspira cuando ve que sólo hay un cuerpo, uno muy familiar: el lobizón. Despatarrado, patético y solitario. Siente el mismo sentimiento de lástima cada vez, aunque sabe que es su propio asesino. Pero es un alivio nunca recordar cómo sale de ese vientre abierto, el útero hermafrodita que ambos comparten. Lleva una mano a su estómago y sabe que llegado el momento su naturaleza lo traicionará otra vez, cada noche. Al menos, la noche más próxima está a un año de distancia.
Coloca la última piedra que marca la tumba de la bestia y busca en su memoria el símbolo de alguna religión. Para Kileray, todas sirven en ese momento. Dibuja dos círculos y en cada círculo un perro, y los perros se enfrentan con ojos vacíos desde sus burbujas. La religión, cualquiera, debiera ser su herramienta para explicar todas las relaciones del mundo, pero aún no decide si quiere dejarse llevar por una iluminación. Aún no ha encontrado ninguna que incluya la metamorfosis monstruosa que sufre.
El Carrier ya está lejos, pero aún queda en el aire algo del ozono y humedad de las tormentas. La atmósfera vuelve a ser prístina y azul, el arco del mundo anillo desaparece en el espacio. Le gusta esa sensación de estar en el fondo de un cuenco de tierra calcinada porque siente que le da amparo y equilibrio. Necesita de ello, inmovilizado como está para comprenderse.
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El Gato le indica que a tres kilómetros de su posición hay una cápsula de provisiones que él mismo dejó en los alrededores. Precisamente para estas ocasiones. Kileray es un hombre pragmático que deseaba tener bajo control todas las circunstancias, pero se ha acostumbrado a que sólo puede mitigar las consecuencias. Se pone a caminar bajo el sol; serán dos horas, pero está acostumbrado. Recuerda una parábola de un culto dicotomista sobre dos sombras y un solo hombre. El hombre duda muchos días cuál elegir, y mientras eso sucede las sombras luchan y se matan mutuamente. La enseñanza concluía que se puede poseer dos sombras sólo si se entiende la naturaleza propia. Pero Kileray piensa que la suya es una batalla mucho más compleja.
¿Qué piensa ahora? En nada, sólo en caminar. La tierra recalentada le quemará los pies en media hora más, el Gato le brindará algún cobijo, no encontrará ninguna respuesta en ningún libro de religión. Pero nada de eso le importa a un viajero con dos sombras.
Ha caminado un tiempo que le parece una eternidad. Primero a ciegas, luego se ha acostumbrado a la luminosidad del día. Ha tenido tiempo para pensar en la noche que pasó, en las muchas cosas que ocurrieron. Le apenan las últimas palabras del lobizón y ya no siente la presencia de Mantione en su cabeza. Si no es hombre ni es quimera, entonces se encuentra en una zona completamente nueva. Al fin ha alcanzado la carretera principal del mundo anillo, la misma que siempre ha visto desde lo alto. Algo en su cabeza hace clic, la inclina y sonríe. Está delante de una vida nueva.
Si uno se coloca en la mitad de la carretera, con la cabeza entre las piernas y entrecierra los ojos puede ver una cara sonriente. Hay un par de grandes árboles flanqueando el camino, que hacen las veces de ojos, y mucho más lejos un arco de metal que parece una sonrisa. Por la boca sigue la carretera como la lengua infinita que se pierde, hasta que vuelve a aparecer por el lado contrario y de nuevo se mete en la boca. Es una imagen tan luminosa y llena de significado para Nonobe que se siente abrumado, aunque sabe que sólo es la sangre que se agolpa en su cabeza. El día es tan perfecto, la luz es tan perfecta, la curvatura del anillo perdiéndose en el cielo es perfecta.
Cuando se incorpora ya casi no ve el Carrier en la distancia. La prisión de la que escapó se disipa como un cuento para niños que se termina. Se lleva a Vebesba y Mantione, lo lamenta. Se lleva el corazón de las tinieblas. Ahora lo mejor es caminar alejándose del Carrier hacia ninguna parte. ¿Ha tomado el camino correcto? No le preocupa averiguarlo, no se apura: es tiempo de sentir el sol en la piel; ya vendrá la noche de nuevo.
Nonobe dio el primer paso siguiendo el asfalto de metal. Se promete volver a ese mismo sitio y poner la cabeza entre las piernas para ver la cara sonriente. Y otra vez, Nonobe dará el primer paso siguiendo el asfalto de metal.
NOTA 1: El terminátor es la línea que separa el lado iluminado (día) y el oscuro (noche) de un cuerpo planetario. VOLVER
Luis Saavedra Vargas nació en 1971 en Santiago de Chile. Siempre se interesó en lo fantástico por su estética de colores chillones y luminosos y sus monstruos siempre enfurecidos con buen gusto por las mujeres. Se le conoce mejor como editor del fanzine Fobos y los Púlsares, los libros que recogieron los relatos ganadores del concurso del fanzine, y en esta faceta ha decidido escribir relato largo, pero siempre está la opción del cuento corto, mucho más difícil. En Axxón se le publicaron tres relatos: «El payaso de porcelana» (140), «El río del mundo» (158) y «Ol’fairies Bar» (162). Éste último quedó finalista del concurso Domingo Santos 2005, en España, mientras que el segundo fue recopilado en la antología Años-Luz, sobre ciencia ficción chilena. Este relato apareció en la colección Poliedro 3 (2008, Chile), libros que publica anualmente el Grupo Poliedro, colectivo dedicado a la creación literaria fantástica en Chile.
Hemos publicado en Axxón: EL PAYASO DE PORCELANA (140), EL RÍO DEL MUNDO (158), OL’ FAIRIES BAR (162), LA CRÍPTICA CIENCIA FICCIÓN (ensayo) (171)
Este cuento se vincula temáticamente con UNA EN UN MILLÓN, de Rodrigo Juri, ESCENA DE VAMPIRISMO, de Diego E. Gualda, EL BAILE DE LAS VÍCTIMAS, de Carlos Gardini, 1807, de Alejandro Alonso
Axxón 203 – diciembre de 2009
Cuento de autor latinoamericano (Cuento : Fantástico : Ciencia Ficción : Realidad Virtual : Vampirismo : Licantropía : Chile : Chileno).