«Las cloacas del paraíso», Rodrigo Juri
Agregado en 30 julio 2010 por admin in 209, Ficciones, tags: CuentoCHILE |
1
Las olas rompen contra las rocas de abajo levantando una fina llovizna que se eleva incluso por sobre el borde del acantilado, envolviendo al hombre que, sin amilanarse por el frío ni la humedad, contempla el inicio de un nuevo día. Disfruta del aroma salino que inunda sus narices y que llena sus pulmones. Aprecia el violento clamor del mar estrellándose contra las murallas de piedra. Sonríe cuando los primeros rayos del sol le hacen entrecerrar sus ojos.
Un parpadeo. Tan sólo eso. Y todo es oscuridad mientras cae vertiginosamente en un abismo de insondable profundidad.
Francisco Domínguez detesta cuando eso pasa. Cuando interrumpen violentamente la conexión y dejan su cuerpo botado en cualquier lado para que él se haga cargo. Al menos esta vez está abrigado, cubierto por las mantas de un lecho que huele a desinfectante y a sexo. A un costado, poniéndose sus ropas hay una niña impúber. La reconoce como un móvil Leyla estándar. Uno de los modelos clonados en serie por una compañía de la competencia. Una criatura que fue lobotomizada en su primer año de vida y que desde entonces es manipulada en forma remota a través de un implante por los operadores de la compañía.
Se pregunta si acaso podría ganar algo de todo aquello. Pero no. Es claro que el operador sabe quién es su cliente y que la sesión ha terminado.
—¿Dónde estoy? —le pregunta.
—En un motel en las afueras de Santiago. Hay una estación de trenes justo a la salida.
Mira por una ventana y afuera es de noche. Eso no le consuela mucho. Con seguridad su cliente lo ha paseado sin ningún miramiento por la superficie, exponiendo su cuerpo a los dañinos rayos ultravioleta del sol e incluso es posible que lo haya llevado hasta las ruinas de la ciudad que siguen siendo radiactivas aunque ya han pasado varias décadas desde el último bombardeo.
A ese ritmo no va a durar mucho. Decide que lo mejor es aprovechar la oscuridad, así que se viste rápidamente y sale presuroso en dirección a la estación, esperando que pase pronto un tren que lo lleve a casa.
2
Está sentado sobre hierba seca mirando un valle verde que se extiende a lo lejos. Su último cliente parece haberse hecho adicto a él y volvió a solicitar sus servicios sólo veinticuatro horas más tarde. Apenas había tenido tiempo para llegar a los complejos subterráneos de Nuevo Valparaíso, reportarse con su jefe y dormir un poco. Pero estaba bien. Ahora de nuevo su mente puede disfrutar de la soledad y de un paisaje maravilloso, lejos de los inmundos corredores de la ciudad y la total miseria de la superficie. Por otro lado, su cuerpo podía estar asándose en lava ardiente, por lo que sabía. No importaba. Después de lo que había pasado había exigido garantías adicionales y se las habían otorgado. Cualquier daño que sufriera sería compensado con creces.
¿Quién sería?, se preguntó. Su jefe le había dicho que era un oficial corporativo de la Luna. Eso no era mucho porque el noventa por ciento de la demanda en el lucrativo negocio del arriendo de cuerpos provenía de la Luna. Hombres de negocios, autoridades, incluso turistas, que jamás podrían poner un pie sobre la Tierra pues sus huesos famélicos se quebrarían y sus flojos corazones colapsarían, todo ello a causa de la escasa gravedad en la que habían nacido y crecido. Lo más cerca que podían llegar era hasta alguna estación espacial en órbita terrestre y desde allí contratar los servicios de alguno de los muchos miserables que poseían un implante de control remoto en la base de su encéfalo.
A algunos les repugnaba esa práctica. La forma última de prostitución. Muchos le miraban con desprecio cuando sabían a qué se dedicaba. Expresión que se convertía en desdeñosa envidia cuando le veían conduciendo algún lujoso automóvil o envuelto en un elegante traje manufacturado en la Luna o Marte. Todo gracias al dinero que no dejaba de llegar a su cuenta corriente.
Él, en cambio, los miraba con condescendencia. Gentes que se aferraban a una realidad decadente. ¿Qué podía haber de bueno en aquel mundo arruinado por interminables guerras nucleares, agotado en sus recursos naturales, sometido a dictadores brutales y a oligarquías esclavistas?
Lo paradójico era que alguien de allá, de aquel paraíso tecnológico que era la Luna, deseara visitar este infierno. Pero quién era él para discutir sus motivos. Lo importante era que eso le permitía pasearse por un soleado valle tapizado de fragantes flores y frondosos árboles, y encima, se le pagaba por ello.
Esta vez es peor. Está en medio de una zanja, semidesnudo y la lluvia cae sobre él a cántaros. De nuevo está en el exterior, y no puede dejar de preguntarse qué asuntos tiene su cliente allí afuera. No importa. No es problema suyo. Sí lo es comprobar que todos sus miembros estén donde deben estar. Sí, aparentemente sí, aunque siente un dolor apagado en la base del estómago. Sin duda, alguien le había golpeado allí algunos momentos antes. ¿En qué sórdido asunto se había metido su cliente?
Se levanta lo mejor que puede y comienza a caminar. No tiene idea de dónde está ni a dónde debe dirigirse. Le pide a la inteligencia artificial alojada en su implante que le avise a su jefe y que mande un transporte a por él. Se sienta debajo de un árbol. Su mente se traslada a una paradisíaca isla tropical mientras alguien más se encarga de llevar su ser hasta un sitio confortable y seguro.
3
Una ciudad dorada al otro lado de un río de plata. Allí quizás le esperan los tesoros de Alí Babá, o mejor aún, el harén del califa. Sólo tiene que pedir y se le concederá. Esta vez su cliente le había ofrecido el doble de paga y acceso a realidades virtuales de alta fidelidad. Al final no pudo negarse.
Se acerca a la góndola que espera al borde del río. Sube en ella y como por arte de magia la pequeña embarcación comienza por sí sola a surcar las aguas llevándolo hacia la ciudad de oro.
Dolor. Intenso dolor. Está en una playa de arenas grises, bajo un cielo encapotado. Su pierna sangra y su pantalón está manchado de púrpura. ¿Cuándo tiempo lleva así? ¿Ha perdido mucha sangre? ¿Cuánto le van a pagar por este desastre?
Todos estos interrogantes pasan a segundo plano cuando ve que a su lado está el cuerpo inmóvil de una pequeña. La conoce. Leyla. Quizás la misma en cuya compañía había despertado días atrás. Por alguna razón, está seguro de ello. Comprende que está muerta, su cuello torcido en un ángulo imposible.
Tendrá que dar algunas explicaciones a la policía y a los dueños de la unidad, pero todo está en la memoria de su implante y, por supuesto, se le exonerará de toda responsabilidad. El verdadero culpable tampoco tiene nada de qué preocuparse pues está a salvo allá en el espacio.
Se arrastra un trecho dejando un rastro rojo tras de sí. Se está desangrando con rapidez. Siente una punzada de miedo. Piensa en enviar una señal de emergencia. No servirá. No llegarán a tiempo. Por lo demás, ya siente que sus miembros se entumecen y su visión se nubla. Muy pronto perderá la conciencia. Ya está jodido. Decide permitir que la muerte gane esa batalla.
4
Su jefe le espera en la cima de la verde colina apoyado en monolitos de piedra. Domínguez asciende los últimos tramos del sendero visiblemente enojado.
—Lo siento, Pancho —dice el jefe—. Los seguros cubren todo y el cliente se ofreció a pagar una compensación adicional.
—¿Qué mierda pasó?
—Ya sabes. Los selenitas y sus conspiraciones corporativas. Y no nos conviene saber más.
—Última vez, jefe. Ya no quiero más problemas. Nada de cuerpos fuertes y atléticos. No quiero jugar más a los espías y ladrones.
—Entonces no me sirves.
—Eso está bien porque renuncio.
La niña avanza por el pasillo escasamente iluminado. A su lado están los centenares de estanques guardados en el sótano de la compañía. Dentro de cada uno de ellos flota un cuerpo, o lo que queda de ellos. A veces son sólo cabezas o cerebros conectados directamente a tubos que les suministran nutrientes.
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Llega hasta donde sus nuevos jefes le habían dicho que estaba. Un cuerpo completo, flotando en un líquido viscoso. Es viejo, de cabeza calva y muchas llagas en la piel producto de la radiactividad. Francisco Domínguez, dice la placa. Alguna vez ese cuerpo había sido joven y se había alimentado, había caminado y había visto y oído por sí mismo. También había sido pobre y tuvo que venderse a bajo precio. Lo trataron mal y muy pronto quedó estropeado. Pero había alcanzado a ahorrar lo suficiente como para costearse un estanque de manutención.
La niña contempla con tristeza aquel ser, que es ella misma, el original, allí donde todavía residen sus recuerdos y su voluntad.
Con el dinero de los seguros, los bonos y la indemnización bien podría haber vivido sin necesidad de trabajar un buen tiempo. Podría haberse quedado una larga temporada en cualquiera de los jardines del Edén que tanto le gustaba visitar. Pero no.
Sí, detestaba ese mundo en el que le había tocado vivir. Pero lo necesitaba. Necesitaba saberse vivo, saberse real. Saber o imaginar al menos que era algo más que ese bulto flotando en líquido verdoso.
Ahora que había comprobado que la mudanza se había llevado a cabo sin contratiempos tenía que volver a sus labores. Sus nuevos jefes le habían dado un modelo Leyla estándar. Un cerebro hueco que ahora ocupaba él. Un cuerpo infantil que debía ofrecer a los pedófilos de la Luna. Esta vez sería un operador, nada de escaparse a mundos de fantasía en horas de trabajo.
Rodrigo Juri es chileno, ingeniero agrónomo, economista y profesor de Biología de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Fue becario de investigación en la Universidad de Sophia, Tokio. Cayó en la ciencia ficción gracias a Star Wars en 1977. Poco después descubrió la colección de revistas Más Allá que guardaba su tía, y desde entonces es un fan incondicional. En 1989 participó junto a Luis Saavedra en un fanzine de poca vida, donde publicó su primer cuento, “Como Peces en la Red”, que con el tiempo también fue publicado en España, Italia y Francia (en esta última en una antología de CF latinoamericana). En el año 2007 participó como miembro del Comité Organizador de la Nippon2007, la Convención Mundial de CF que se realizó en Yokohama. Sus funciones fueron primero como “Fan Table Coordinator” y luego como parte del equipo encargado de la Ceremonia de Premiación. Esta experiencia fue la culminación de sus sueños de infancia. Ha contribuido esporádicamente con Tau Zero. Actualmente es profesor de Biología en el Saint George´s College de Santiago, uno de los colegios más prestigiosos de Chile. Ejerció varios años como agrónomo y economista, pero ahora lleva una vida tranquila y agradable que le permite escribir. Su esposa se llama Ximena y es profesora de primaria y su hija se llama Evelyn. Comparten sus vidas con tres gatos, un perro y una catita macho (pajarillo). Hemos publicado en Axxón: UNA EN UN MILLÓN
Este cuento se vincula temáticamente con IN CORPORE SANO de Ricardo Acevedo Esplugas, FIGURAS DE CERA de Sergio Gaut vel Hartman
Axxón 209 – julio de 2010
Cuento de autor latinoamericano (Cuento : Fantástico : Ciencia Ficción : Distopía : Alquiler de cuerpos : Chile : Chileno).