«¿Cuándo voy a morir, doctor?», de Carlos Daminsky
Agregado en 21 septiembre 2010 por admin in 210, Ficciones, tags: CuentoESPAÑA |
—¿Cuándo voy a morir, doctor? —preguntó Carlos Dykowski.
El MPRCOG le clavó una mirada inquisitiva, observándolo de arriba abajo con sus ojos blancos. Después, el paciente extrajo de una abertura redonda que se había formado en el E-tejido de sus pantalones un paquete de Celtas sin boquilla que había sido fielmente imitado.
—Fumar no es bueno para la salud —dijo el MPRCOG.
—Ya, ya… ¿Sabe que estos cigarrillos han salido de las Industrias Teufel? Son de lo mejor y me han costado un buen puñado de créditos. —Y a continuación Dykowski prendió un pitillo con un pequeño encendedor láser que tenía integrado en la manga de su camiseta de flores, luego fumó inspirando una profunda bocanada y expulsó el humo hacia el rostro del médico.
La neblina blanquecina se quedó estática y parada ante el MPRCOG, y después se disipó.
—Vaya, ¿cómo ha hecho eso?
Los Médicos Precognitivos (MPRCOG) eran una institución que se había asentado con gran fuerza en los Estados Independientes de Iberia después de la guerra global que había comenzado contra las Amebas de Júpiter y que desembocó en una anarquía mundial en manos de señores de la guerra que terminaron por combatirse unos a otros indiscriminadamente. Al final, cuando el desastre amenazaba la supervivencia de la raza humana, se pudo pactar una paz total; aunque aquel tratado era frágil, por el momento era suficiente para mantener la balanza de la tranquilidad.
Y todo esto provocó una paranoia desmedida en la gente, que había visto cómo la Tierra había sido arrasada y en muchas zonas era inhabitable por culpa de la radiación y las cenizas. Conocer el futuro era una obsesión y había surgido toda una oleada de interés desmedido hacia, por ejemplo, el Tarot, el I Ching o las Cartas Gitanas. El porvenir era angustia y desesperación. Luego llegaron los precognitivos, no se sabe muy bien de dónde. En algunos hebdomadarios oficiales aparecieron noticias acerca de sus supuestos poderes. Se barajó la posibilidad de que ciertos agentes bacteriológicos usados por las Amebas al principio de la guerra fueran los causantes de las alteraciones. Fuera como fuera, pronto empezaron a surgir franquicias de gabinetes de MPRECOGs por todo el mundo superviviente, y la gente acudía en masa a ellos en busca de consuelo y de respuestas para sus dudas.
Los gobiernos de los países, muchos de ellos mandados por auténticos tiranos bárbaros, al principio tuvieron celos y pusieron objeciones. ¿Hasta dónde podrían alcanzar aquellas visiones futuristas? Y, por supuesto, hallaron un potencial con el que podían manipular a las masas. Pero los precognitvos no ansiaban ningún poder, y además, sus predicciones sólo eran válidas para el ámbito de un día.
O eso parecía…
Después, sobrevino una extraña plaga. Un misterioso virus acabó con la mayoría de los visionarios y empezaron a fallar en las predicciones, provocando lentamente incredulidad en el público. Así, los que sobrevivieron a la extraña enfermedad fueron puestos en tela de juicio. Muchos de ellos fueron expulsados y tuvieron que vivir como nómadas en recónditas zonas, pero hubo algunos estados, como los de Iberia, que sí permitieron que continuasen sus actividades adivinatorias. Aunque ya eran más de carácter marginal todavía había muchas personas que acudían a ellos e incluso gozaban de un alto grado de aceptación dentro de la sociedad íbera.
Aquellos precognitivos, llamados de segunda generación, eran un tanto diferentes a los primeros. Sus ojos se habían tornado blancos y saltones, y todos ellos habían perdido las piernas; así que usaban sistemas de impulsión para desplazarse, generalmente un chasis articulado con ruedas de orugas que podían modificar a voluntad para, por ejemplo, flotar. También se les habían atrofiado la boca y las cuerdas vocales, por lo que solían comunicarse con unos pequeños aparatos que traducían sus mensajes directamente de sus cerebros.
Y aquellos eran algunos de los cambios visibles, porque había gente que decía que podían hacer otras cosas extrañas…
—Bueno, doctor, ¿me lo va a decir o no?
El visionario ni se inmutó. Continuó mirando fríamente a Carlos Dykowski , tras la mesa metálica de su despacho, que estaba vacío a excepción de dicha mesa y un par de sillas. Las paredes de la sala estaban acolchadas.
—Ya entiendo, quiere más dinero, ¿verdad? No tiene suficiente… Qué me va a decir, los de su calaña van de monjes pero en realidad lo que quieren es más y más, la codicia está fácil, ¿eh? —el consultante se removió en su asiento.
Después, la voz del traductor que colgaba del endeble cuello del precognitivo habló con voz neutra:
—Por favor, no me ofenda. Si no viene dispuesto, señor, le aconsejo que se marche de aquí con su dinero. Vuelva por donde vino.
—Oh, no, discúlpeme. Por favor, no quería molestarle —Dykowski intentó arreglarlo—. Eh… Lo que quería decir es que si no tiene suficiente dinero, estoy dispuesto a darle una cantidad más grande.
—No quiero más.
—Entiendo, entiendo. ¿Entonces? ¿Qué?
—No morirá.
—¡Bien!
—Le recuerdo que esto tan sólo es vinculante en el ámbito de las próximas veinticuatro horas.
—De acuerdo, quiero el recibo.
Antes de subir a su perfecta réplica, convenientemente modificada, del SIMCA 1000, leyó otra vez con atención el pergamino que había sido expedido por el equipo automático del gabinete del precognitivo. Todo correcto en lo estipulado por las leyes. Aquella gente todavía trabajaba, extrañamente, con papel del auténtico, desestimando cualquier aparato de almacenamiento de memoria.
A continuación, abrió un bolsillo en su E-tejido del pantalón y allí lo guardó. Sonrió y subió al vehículo. Éste se elevó unos cuantos palmos del suelo y se puso en marcha. Activó el piloto automático, se recostó en el asiento de cuero y puso las manos en el respaldo para la cabeza. El tráfico era fluido, así que no tardaría en llegar a su destino, el palacio de conferencias en el que hoy Torcuato Panero, excelentísimo y noble mandatario por la gracia de Diox de los Estados Independientes de Iberia, iba a dar una conferencia sobre las nuevas plantas de reciclaje de cenizas nucleares que al parecer iban a cambiar el futuro…
Carlos Dykowski miró la caja de cartón que había en el asiento de al lado e hizo una mueca. Dentro de ella estaba guardado el Xenolobite que había traído de Marte.
Aprovechando un viaje que había efectuado personalmente para fortalecer contactos con los poderosos clientes que compraban sus E-tejidos en el planeta rojo, sus factorías entraron en una huelga general radical que acabó con la expropiación estatal bajo la excusa de que él no podía mantener en orden sus actividades… Después, se le ocurrió lo de la criatura marciana… Ella le ayudaría en su venganza.
Entonces, la pequeña pantalla del salpicadero del vehículo se iluminó mostrando un inquietante mensaje:
TOME LA PRIMERA SALIDA INMEDIATAMENTE. LE HAN MENTIDO, SU VIDA CORRE PELIGRO.
Las palabras se borraron y a continuación apareció otro mensaje:
CONFÍE EN NOSOTROS. QUEREMOS AYUDARLE CON SU PLAN.
Dykowski reaccionó por instinto. Desactivó el piloto automático y tomó la palanca de mando. Una señal luminosa de color verde anunciaba la próxima salida. Número 13, Calle Barbacana.
Tomó la intersección.
Nada más avanzar por la calle, vio un camión con un enorme trailer ovalado de color negro. La puerta trasera empezó a descender y unas personas surgieron de los lados de la acera y le indicaron que subiera.
Cuando estaba esperando para ascender, una detonación seguida de una enorme llamarada hizo que su SIMCA 1000 se tambaleara y él, impulsado hacia delante, se golpeó contra el salpicadero.
Y de repente la puerta de al lado de su vehículo se abrió y una mujer se introdujo a toda prisa.
—¿A qué espera? ¡Vayámonos!
—¿Pero quién es usted?
—¡A qué espera!
Dykowski accionó la palanca a tope hacia delante y el coche salió disparado a toda velocidad.
—¿Qué es lo que ocurre?
—Nos han descubierto, señor Dykowski.
—¿Sabe mi nombre?
—Pues claro. También sé para qué sirve lo que hay dentro —dijo la mujer, mostrándole la caja en la que estaba guardado el Xenolobite.
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Carlos vio cómo le sonreía perfectamente. El color de sus ojos era violáceo y una larga cabellera negra le pendía hasta los hombros. Su cuello estaba oculto por un collar de cristal irisado.
—Y también sé que le han engañado… Va a morir… ¡¡AHORA!!
—¿El qué?
Y en ese instante, un rayo de color anaranjado atravesó el parabrisas produciendo una cascada de pequeños cristales. Y justo cuando iba a impactar certeramente en la mitad de la frente del sorprendido Carlos, se detuvo, y también lo hicieron los cristalitos.
—¡Por Diox! ¿Qué ha ocurrido?
—El tiempo se ha detenido. Bueno… lo he tenido que hacer, como verá…
Dykowski se hizo para atrás alejándose del rayo mortal y de la neblina de cristales, después miró por la ventanilla lateral y contempló una escena en la que todo se había paralizado: los demás vehículos, las gentes y los robots que había en la acera del bulevar. Un mundo de estatuas.
—Tenía que salvarle a toda costa.
—¿Quiere explicarme esto?
—Verá, el precog al que acudió a visitar era un farsante. Un espía del gobierno que le leyó la mente.
Carlos también pudo contemplar una paloma sintética detenida en el aire (las de verdad se habían extinguido hacía mucho tiempo y habían sido sustituidas por simulacros a petición popular, ya que a la gente le encantaba ver a estos pájaros que alegraban el paisaje urbano).
—El presidente —continuó la mujer— había sido puesto en aviso. Iba a sufrir un atentado inminente. Al parecer, el gobierno tiene a su disposición varios Superordenadores que fueron encontrados flotando en el espacio. Esas máquinas tienen una arquitectura tecnológica muy avanzada que les permite tener lo que podíamos denominar visiones sobre el futuro. A continuación, las redes de espionaje entraron en alerta roja activando todo su poder. Y finalmente dieron con usted. Era cuestión de probabilidades.
—¿Sí? Y tú estás en el bando contrario y has venido a ayudarme, ¿verdad?
—Correcto. Pertenezco al Clan Yelmo de precognitivos, pero como puedes observar también hay militantes de otros tipos.
Y entonces, ocurrió algo extraño. Dykowski estaba mirando a Dykowski. Y el tiempo congelado reanudó su marcha. En un instante el rayo pasó por su lado rozándole e impactó en el Dykowski del asiento trasero. Su cuerpo se reventó soltando humo con olor a chamuscado y el SIMCA 1000 perdió el control dando bandazos hasta que derrapó y volcó.
En el interior de la caja del coche, Carlos dio varias vueltas hasta que salió impulsado de golpe al exterior y chocó contra el duro hormigón; luego rodó por el pavimento hasta quedar boca arriba mirando el cielo azulado. Un cohete de pasajeros, con sus luces de posición parpadeantes, volaba en las alturas.
Desde la zanja a la que se había arrastrado miró, oculto, cómo los vehículos policiales rodeaban su coche. Luego pensó en el Xenolobite. Buscó la caja en su E-tejido, que había vuelto a recomponer los tejidos y desgarros sufridos en el accidente. No estaba. Lo que sí halló fue el contrato de la consulta del precognitivo. Lo rompió en trozos.
¿Se había quedado la caja en el coche?… ¿O no? Una punzada en la sien le dio la confirmación. El microchip injertado le avisaba de que el animalito se había activado y puesto en marcha. Todo estaba pasando demasiado deprisa, era mejor así. Su plan continuaba.
Transformó su camiseta de flores en una chaqueta con capucha y después, disimulando, se puso ésta en la cabeza alejándose de la escena del accidente.
Tan sólo había andado unos cuantos pasos cuando escuchó una voz que le llamaba. Miró de reojo a ambos lados pero no vio a nadie. La voz continuó llamándolo, pero extrañamente no la escuchaba. Se dio la vuelta.
—¡Señor, señor! —un niño cruzaba la carretera agitando las manos—. ¡Señor, por favor, espere!
Carlos, tenso, se puso en guardia.
—Oh, no. No tenga miedo, tan sólo quiero ayudarle.
Entonces se dio cuenta de que no era un niño, en realidad era una especie de enano con facciones aniñadas.
—Tenemos que hablar… Es importante. Vayamos a ese restaurante de paellas rápidas, por favor —indicó con el dedo el lugar. Un cartel en 3-D mostraba una paella, que daba vueltas, con mariscos que hacían guiños y sonreían.
En aquel momento Dykowski observó cómo un vehículo policial, con su llamativo color rosa, se aproximaba despacio, haciendo rastreo de la zona.
—De acuerdo.
Y los dos entraron en el restaurante, apresuradamente, por la puerta de hoja espiral que se abrió automáticamente, replegándose.
«Diox… Hoy todo el mundo me quiere ayudar… Y yo me estoy perdiendo en una extraña confabulación. El bichejo marciano ya está en marcha y yo ya no sé si quiero vengarme… Estoy liando una gorda», pensó Carlos, mientras miraba al enano.
—Mi nombre es Esteban Rey. Pertenezco al Clan Roca de precognitivos.
—Y es rival del clan Yelmo. ¿Me equivoco?
—No exactamente. Ellos están equivocados.
—Explíquese, por favor.
—Verá… Tanto ellos como nosotros luchamos contra el gobierno. Torcuato Panero es un farsante. Un títere colaborador de las Amebas.
—¿Qué?
—Es una guerra sucia, nadie se da cuenta de ello. Digamos que no luchamos en un terreno material.
—¿Pero no derrotamos a las Amebas de Júpiter? —en aquel momento Carlos recordó algunas imágenes repugnantes de los rocambolescos seres, que al parecer eran superinteligentes.
—En un principio fue así. Pero cuando se vieron cerca de la derrota, hicieron uso de un arma secreta que permitía manipular las mentes; y así, algunos gobiernos cayeron en su poder, aquellos que eran objetivos especialmente fáciles por no contar con buenos gabinetes de precogs. Luego vino la anarquía mundial en la que todos atacaban a todos y entonces, las Amebas, viendo que la Tierra iba a quedar estéril incluso para ellas, detuvieron las acciones bélicas de los países que dominaban. A continuación sobrevino la plaga que diezmó a los precog; pero después de todo aquel holocausto ocurrió algo extraordinario: surgieron otras personas con nuevos poderes capaces de liberar a la Tierra del yugo de las Amebas. Una nueva raza que transformaría los antiguos clanes.
«¿Y yo qué soy? Otro títere. Me he convertido en el muñequito involuntario de unas extrañas disputas. ¡Por Diox!». Y mientras estaba pensando, el enano le apuntó con una extraña arma; era un plátano.
—En realidad, señor Dykowski, le tenía que haber matado hace ya unos cuantos minutos, pero bueno… No me gusta hacer las cosas así, ya sabe, tan frías. Por eso he preferido contarle algo de esta historia… Y como le decía, los Yelmo estaban equivocados, usted sí que tenía que morir —el enano le señaló la ventana—. ¡Mire!
Y Carlos se giró y contempló una ciudad en ruinas y de color plomizo. Edificios desmoronados, calles quebradas. A continuación vio pasar a un hombre harapiento y barbudo corriendo con una mochila a cuestas; tras él, una horda de individuos desgarbados y que rugían guturalmente, le pisaba los talones.
—Es así —y algo negro salió del plátano (en realidad, un arma camuflada) e impactó en el cuerpo de Carlos Dykowski. Una extraña sensación de hielo y de fuego le recorrió y a continuación, dando espasmos, cayó al suelo con la boca llena de espumarajos.
Lo último que pensó, absurdamente, es que no había ni tan siquiera llegado a pedir una paella rápida.
Teóricamente, el Xenolobite había de morir. Estaba ligado al cuerpo de Dykowski por medio de neurotransmisores y éste al de la criatura. Por lo tanto si uno moría el otro también, ya que las células de ambos quedaban colapsadas al bloquearse las funciones vitales. Pero la criatura no murió. Tampoco lo había hecho Carlos Dykowski. El legado de su mente fue encriptado y enviado a un satélite artificial llamado Portalada.
La criatura marciana, que en aquel momento trepaba a un edifico próximo donde el presidente iba a dar la charla, se desactivó y sus garras se soltaron de la pared. Luego cayó y dio contra el suelo, donde rebotó un par de veces.
Pepito, un niño de diez años, vio al Xenolobite en el suelo y, curioso, lo tanteó con el pie varias veces. Estaba aparentemente inerte. Después, se agachó. Observó detenidamente al bicho, no le interesaba su extraña forma externa, una mezcla de escorpión y ciempiés, sino su interior. A él le encantaba ver las cosas por dentro. Y lo mejor de todo es que lo podía hacer sin abrirlas.
Su estructura interna era un amasijo de carne y metal entrecruzado. Todo ello estaba interconectado con lo que al parecer era una especie de cerebro. Éste no era de carne ni de metal. Entonces leyó en él las órdenes que en aquel momento parecían detenidas… Al parecer el bichejo debía, no sabía bien por qué extraña razón, llegar hasta el presidente. Entonces Pepito pensó que sería divertido llevárselo él mismo. Sonrió.
Inmediatamente después de que el legado-memoria de Dykowski llegara al satélite clandestino Portalada, emitió una orden a la Tierra que fue directamente al centro de control de las Empresas Criogénicas Lee-Price. Allí, procesadas automáticamente, fueron reenviadas al nicho 35, en el cual descansaba la señora Kika Romero. Entonces, el ordenador que se encargaba de gestionar todos los sistemas vitales de la mujer activó el proceso para devolver su cuerpo a la consciencia.
—¡Me cago en la puta intergaláctica! —exclamó furiosa la mujer—. ¡Por qué me han despertado de mi sueño!
—Lo siento, señora, pero han llegado unas órdenes prioritarias —respondió la voz indefinida del ordenador.
—¿Y qué pasa con ellas?
—Son de un ex marido, Carlos Dykowski.
—¿De ese maldito bastardo? Ese cruce de Insecto Palo de Marte y de Mona Venusiana. ¡Y por qué interrumpen mi sueño!
—Señora, le interesará saber que le ha dejado su legado. Al parecer una suma cuantiosa de créditos.
—Ummm… ¿Sí, eh?… ¿Y adónde tengo que ir?
Kika Romero tomó el primer taxi que vio. Al entrar en la cabina el conductor automático le saludó:
—Buenos días, señora, ¿dónde le llevo?
—A la Calle Caracol, número 39.
—Discúlpeme, pero esa dirección no existe.
—¿Cómo que no?
—En mis directorios computarizados no sale.
—Si me han enviado un aviso urgente de un despacho de abogados, Martínez & Martínez. Su sede está allí.
El conductor automático se quedó en silencio unos segundos y después dijo:
—Martínez & Martínez, despacho de abogados, efectivamente. Pero se encuentran en la Calle Destino, número 100, según mi banco de datos.
—Pues llévame hasta allí.
—Como quiera. Por cierto, señora, viste usted muy bien.
Kika Romero sonrió y cruzó las piernas. Llevaba puesto un vestido irisado que le transparentaba sus voluptuosos senos y en cada punta de sus erectos pezones había un aro travesado.
Era la prenda que tenía lista, para cuando algún día despertara de su hibernación voluntaria, a la que había recurrido después de sus crisis y de un intento de suicidio. Unos sueños tranquilos y relajados perdurables eran una terapia de solución. Aunque hubiese preferido no despertar nunca… Sí, pillaría el dinero de ese maldito hijo de mona venusiana y después otra vez a dormir. Y a todo esto, ¿cuánto llevaba dormida? Ni se le había ocurrido preguntar.
—¿Dónde compró ese vestido, señora?
«Este conductor automático está haciendo demasiadas preguntas extrañas…»
Cuando descendió del vehículo se preguntó si no le habían tomado del pelo. Se quedó contemplando un momento en la acera cuarteada cómo el taxi pintado a cuadros rojos y verdes se alejaba flotando hacia la lejanía en la que brillaba una luz dorada; a continuación, echó un vistazo a la zona ruinosa que se abría ante ella. Bloques de casas viejos y decrépitos se alzaban grisáceos en aquel barrio silencioso. Una planta pasó rodando, arrastrada por el aire, junto a su lado.
Escuchó unos crujidos. Provenían de un cartel oxidado que colgaba medio torcido en la esquina de un edificio polvoriento. Sus letras descoloridas todavía se podían leer: Martínez & Martínez.
Fue hasta la puerta de entrada e intentó mirar a través del cristal de la hoja, pero la mugre que tenía se lo impidió. Cuando iba a golpear para llamar, la puerta se abrió y una persona con ojos blancos apareció.
Ella gritó.
—Oh, no. No se asuste, por favor —dijo el extraño tipo con voz neutra. Y ella se dio cuenta de que aquella voz provenía de una especie de aparato que le colgaba de su escuálido cuello. Después, salió del interior. Su cuerpo estaba acoplado a un chasis con ruedas oruga.
Pepito estaba a punto de llegar a la entrada del edificio barroco, donde el presidente iba a dar su conferencia, cuando una pequeña niña rubia con coletas que estaba apoyada en la pared le salió al paso.
—Hola, ¿cómo te llamas?
El niño la miró unos instantes y dijo:
—Pepito.
—¿Adónde vas?
—Yo… Pues quería entrar ahí dentro.
—¿De verdad? ¿Sabes que hoy el presidente del país va a dar una conferencia?
—¿Ah, sí? Oye, ¿y tú cómo te llamas?
—¿Yo? Pepito.
—¿Pepito?
—Sí.
—No puede ser.
Y en aquel instante, Pepito miró a Pepito. Su doble se acercó y le dio unas palmaditas.
—Ya se lo he dicho, hacía mucho tiempo que estaba separada de él —dijo Kika Romero.
La mujer estaba esposada y sentada en un butacón, de frente al hombre de los ojos blancos cuyo cuerpo estaba integrado en un chasis que se desplazaba con unas ruedas oruga.
—Ya… ¿Y tiene la menor idea de por qué la citó?
—No lo sé… Yo estaba dormida en un sueño criogénico para superar mis crisis cuando me despertaron… La verdad es que yo pensaba que… Bueno… Podría haber algo de pasta de por medio, ¿sabe?
En aquel momento entraron dos personas por una puerta lateral. Vestían sendos trajes de cuero negro ajustados.
—Vigilen a la mujer.
Y el hombre del chasis desapareció por la misma puerta.
En la otra habitación le esperaba otro tipo, se volvió cuando entró.
—Señor presidente —dijo —, le he estado sondeando la mente y al parecer no miente.
—Bien, acabo de ser informado que el Xenolobite ha sido interceptado. Un agente ha dado con un niño que al parecer lo portaba a mi conferencia… Bueno, ya sabes, a la conferencia de mi doble.
—¿Y Dykowski?
—Su mente fue trasladada a un satélite ilegal llamado Portalada. Está fuera de nuestra jurisdicción de momento, pero he ordenado que sea rastreado por un escuadrón de naves hasta su eliminación.
A continuación, algo que hasta entonces había permanecido oculto en una esquina se movió. Era un agente de las Amebas.
—¿Y qué hay de los clanes precog? —preguntó el ser, emitiendo un órgano de su membrana gelatinosa para poder hablar.
—¿Los clanes? Están más que controlados. Los topos que hemos infiltrado paulatinamente han hecho su trabajo a la perfección; incluso el clan Yelmo y el Roca no han hecho más que ayudarnos, eso sí, involuntariamente, desde que los Superordenadores detectaran la posible amenaza hace ya un siglo. Y al parecer, creo que todo ha salido casi a la perfección…
Torcuato Panero pensó en los enormes computadores que se encontraban en un búnker bajo aquella casa, que no era más que una tapadera. Los Superordenadores, dos colosales ordenadores unidos entre sí, podían considerarse casi como una de aquellas antiguas deidades a las que la gente adoraba hacía miles de años.
Aquellas máquinas podían analizar y dar futuros válidos para que su perpetuidad en el gobierno, apoyada por el elixir inmortal de las Amebas, fuera eterna. La única variable que todavía no habían resuelto era la de su asesinato. Evitado cientos de veces, pero no resuelto por entero; lo cual impedía su ascenso a gobernante único de la Tierra y, después, del Universo entero.
Siempre había algún subterfugio, esta vez un satélite ilegal. Otras veces había sido una nave que había desaparecido en órbita o una trasnsmigración de cuerpos.
—Señor, ¿qué hacemos con la mujer?
—Intégrenla en el Superordenador, a modo de tributo, ya sabes…
—Me parece perfecto —respondió el hombre del chasis y después salió de la habitación.
Y en aquel instante le llegó un mensaje de las todopoderosas máquinas. Era un holograma con forma de cubo. Torcuato lo tocó y se desplegó; una imagen triangular con un ojo hecho a base de iconos parpadeantes se mostró.
—Señor Presidente de Iberia, una nueva confabulación se está extendiendo. Esta vez, según los cálculos, la amenaza proviene de una zona de levante. Alguien, no contento por la cesión para el negocio de una fábrica de chupa-chups, planeará su muerte —anunció una potente voz que parecía el eco de miles.
—Está bien, está bien, activen el protocolo de rutina —dijo, aburrido, Panero.
Kika Romero fue llevada ante el Superordenador, una enorme estructura de más de cinco pisos de altura repleta de enormes pantallas con circuitos fosforescentes. Pero lo más sorprendente era que a ella su forma le recordaba a una catedral gótica con la que había soñado en su suspensión criogénica, cuya imagen había visto anteriormente en un holoanuncio de no sabía muy bien qué. ¿Era de una empresa de reconstrucciones históricas?
Los dos tipos que la sujetaban la empujaron hacia delante y ella contempló los pináculos, de los que parecía brotar un magma rojo, que coronaban la estructura; y después, en el centro, el enorme rosetón compuesto por una especie de cristal líquido. Debajo había una especie de repisa en la que unas extrañas estatuas parecían seguir una secuencia. ¿Eran santos? ¿Deidades? No pudo averiguarlo; una maraña de cables viscosos la enredó y la atrapó. No tuvo tiempo de decir nada. Fue arrastrada e introducida dentro de la monstruosa máquina a través de una membrana porosa.
Nada más ser integrada Kika Romero dentro de los engranajes del Superordenador, la mente encriptada de Dykowski, que estaba en el satélite Portalada, entró en acción conectándose con su ex-esposa.
Kika… Kika…
¡Oxtias! ¿Eres tú, Carlos?
Afirmativo.
¿Qué me ha pasado?
Estás dentro del Superordenador.
¿Qué?
¡Que te ha comido! Su descomunal estructura necesita carbono para mantenerse en pie.
Pero, ¿y ahora qué?
Ahora me ayudarás, para eso te desperté…
¡Serás hijo de Sawalkayar!
Kika, hay que enviar a tomar por culo este sistema. Todo es una farsa, todo es un engaño; y nosotros vamos a acabar con toda la mierda.
¡Ah, bueno! Oye, Carlos, estoy cachonda… Esas estatuas de la fachada del ordenador, por lo poco que vi, me parecieron estar en una orgía. ¿Por qué no lo hacemos? Hace tanto tiempo que no follo…
¡Quieres callar! Escucha… Mientras estabas en suspensión criogénica, pagué a ciertos médicos cirujanos para que te implantaran y camuflaran por todo tu cuerpo unos microexplosivos muy potentes.
¿Pero qué dices?
Lo siento, nena.
¡Carlosssss! ¡Porque no puedo moverme, que si no…!
La enorme explosión reventó media estructura del Superordenador, que se desmoronó con estrépito dentro del búnker.
—Ahora viene lo mejor —dijo Torcuato Panero desde la mampara en la cual observaba la escena.
—Sí —respondió el tipo del chasis de ruedas oruga.
Y entonces, la descomunal máquina que se había desquebrajado justo por la mitad a consecuencia de la explosión, se selló manando un extraño líquido ambarino en el que habían disueltos componentes electrónicos. A continuación, la cara sellada empezó palpitar y lentamente fueron saliendo los apéndices de la nueva estructura. La regeneración estaba en marcha de nuevo… Una vez más, como siempre…
Carlos Daminsky nació en 1973 y es residente de Alcoi (España). Ha publicados varios relatos en Portal CIFI y en NGC 3660, para agosto se publicará un cuento en la revista digital argentina NM. Se reconoce influenciado por escritores como Poe o Philip K. Dick, y otros como Joyce. También por el surrealismo y Dalí, por poetas como Panero o Gonzalo Rojas. Y las películas de terror góticas y «casposas».
Hemos publicado en Axxón: MATRIMONIO y OBITUARIO
Este cuento se vincula temáticamente con EL DÍA QUE ÑORQUINCO DESAPARECIÓ DEL MAPA, de Laura Núñez; E. T.- V., de Judith Shapiro y LAS PELOTAS QUE VINIERON DEL ESPACIO, de Ángel Torres Quesada.
Axxón 210 – septiembre de 2010
Cuento de autor europeo (Cuento : Fantástico : Ciencia Ficción : Dominio extraterrestre : Precognición : España : Español).
Excelente relato en el que de manera limpia construye mundos y relaciones complejas en muy corto espacio. Tiene herramientas muy fuertes que atrapan al lector desde un comienzo y una dosis de humor perfectamente balanceada que hace amigable la intrincada trama.
Me gusto mucho el relato, sobretodo los personajes, todos ellos muy graficos, los del simca 1000 me llogo al corazon, siempre me ha gustado ese modelo de coche.
este cuento esta buenisimo axxon es lo mejor!!!!!
esta buenisima la historia es de lo mas como entusiasma al lestor jaja axxon lo mejor!!!!!