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¡ME GUSTA
AXXÓN!
  
 


COLOMBIA

 

Ahora que la confusión se ha adueñado del mundo y toda clase de versiones corren acerca de lo que ha ocurrido en el último tiempo, no sé qué sentido pueda tener escribir esto, seguramente ninguno, pero igual lo haré. Un antiguo escritor inglés decía que «escribir es una forma de terapia» y apelo a esa terapia a la que tantas veces he recurrido en mi vida, a ver si una vez más me ayuda a ordenar un tanto todos los espectros que recorren mi inconsciente. Muy seguramente, escribir mi versión de lo que ha ocurrido en los últimos meses en este planeta no servirá de mucho, pero por lo menos quiero dejar este testimonio de primera mano a modo de una botella al mar que se lanza buscando un invisible, incomprensible y quizás inexistente destinatario. De todos modos, empecemos. Todo comenzó, días más días menos, hace quince meses. El 21 de enero de 2318 llegó a la Tierra el mensaje más esperado en toda la historia de esta, hoy más que nunca, absurda humanidad. Ese día, a la Oficina de Contacto Extraterrestre del Gobierno Mundial (una entidad que llevaba más de ciento cincuenta años buscando alguna civilización extraterrestre sin resultado alguno), arribó por fin un video brevísimo. Por alguna razón, la imagen era ultraborrosa, pero el audio era excelente. En los doce minutos de la grabación, se veía una suerte de velo azul y nada más, y como acompañamiento del velo azul se escuchaba una voz que hablaba en un español tartamudeante, pero inteligible. La voz —claramente generada por alguna suerte de computador— aseveraba que la civilización de la cual provenía el mensaje había detectado la presencia de la humanidad y que deseaba hacer contacto con ella. Para ello, esta civilización no identificada deseaba un encuentro físico en un planeta llamado Nereo 4 que, con la tecnología de transporte actual, bien podía alcanzarse en el lapso de un mes a partir de la Tierra. Este planeta había sido escogido por ellos —decían— debido a que tenía un clima y unas condiciones atmosféricas semejantes a las de la Tierra y tornaría menos traumático para cualquier astronauta tanto su llegada como su estancia allí. Así pues —aseveraban ellos— esperaban que un embajador humano, sólo uno, estuviera en ciertas coordenadas de Nereo 4 en la fecha equivalente en la Tierra al 20 de marzo de 2318 a las nueve y treinta de la mañana. El mensaje concluía sin explicar por qué el embajador humano sólo podía ser uno, y de ningún modo podían ser dos o más personas. Nada decía al respecto. Tampoco aclaraba por qué razón habían elegido el español para comunicarse, y no cualquier otra de las más de seis mil lenguas que hay en el mundo.

En un primer momento los científicos y técnicos de la Oficina de Contacto Extraterrestre pensaron que alguien les estaba gastando una broma desde nuestro propio mundo, y escudriñaron con cuidado de dónde provenía el mensaje. Para su sorpresa, no encontraron que la fuente del mismo se hallara en la Tierra o en alguno de sus alrededores donde se encuentran asentadas las colonias, sino que, efectivamente provenía de un sector inexplorado de la galaxia de El Dragón, donde alguna vez se había supuesto que existían planetas que podían albergar vida. Así pues, la fuente del mensaje era claramente, según dijeron ellos en ese entonces, «no humana». Además de lo anterior, a partir del 22 de enero del año pasado, el mismo video con el mismo mensaje inicial empezó a llegar sin falta a la Oficina de Contacto Extraterrestre cada veinte minutos. Cuando cientos de copias del mismo mensaje de contacto se encontraban grabadas y archivadas en la Oficina y no cabía duda de que la humanidad se encontraba por fin ante el primer mensaje de una cultura extraterrestre en toda su historia, el Doctor Irving Goffman —director de la entidad— determinó que la humanidad ya tenía derecho a conocer el crucial video. De este modo, todos los medios de comunicación del planeta se encadenaron y el 31 de enero del año pasado, difundieron la noticia. Cuando el video se conoció en nuestro mundo, cundieron la alegría y la locura. En ciudades, pueblos y aldeas del orbe la gente salió espontáneamente a las calles a bailar, cantar, emborracharse y en últimas, a sumirse en un carnaval. Mientras por la TV, la radio, los celulares o Internet se escuchaban las expresiones de alegría y esperanza de todos los ciudadanos, desde el más encopetado hasta el más humilde, en algunos lugares se improvisaban ceremonias religiosas de agradecimiento a Dios, en otros ya se hablaba de cómo podrían ser físicamente los extraterrestres —pues el video enviado nada mostraba acerca de esto—, no faltaban los arquitectos, músicos, filósofos y artistas que especularan acerca de las sorpresas que nos traerían la arquitectura, música, filosofía y arte alienígenas. Había, por supuesto, quien pensaba que los extraterrestres podían ser agresivos y que la Tierra —como tantas veces había ocurrido en los relatos de ciencia ficción— podía ser invadida, conquistada y sojuzgada por los emisores del mensaje. Durante unos pocos días se barajaron toda clase de hipótesis, ideas y opiniones, que iban desde lo más sesudo hasta lo más descabellado. Pero bueno, el hecho fue que por la premura de la cita puesta por los alienígenas (que emplazaba a los humanos a estar el 20 de marzo del año pasado en Nereo 4), muy rápido la Agencia Aeroespacial Mundial se dio a la tarea de elegir quién sería ese humano que por primera vez en la historia fijaría su mirada en la mirada de un ser no humano, pero civilizado (claro está, se pensó entonces, si es que esos seres tenían ojos). Tras diversas discusiones, selecciones y clasificaciones llevadas a cabo por líderes científicos y políticos que ahora mismo no vale la pena mencionar, el hecho fue que al final sólo quedamos como posibles candidatos para ese viaje unas cinco personas y a la postre, tras una sesión el 5 de febrero del año pasado que transcurrió en medio de disputas airadas y amenazas de todo tipo, yo fui el elegido para ser el primer hombre que tendría el honor de estrechar una mano extraterrestre (claro está, como entonces dijo alguien, si es que ellos tenían manos). Las razones por las cuales fui elegido eran varias, pero las fundamentales eran que yo había sido explorador en más de cincuenta misiones en cualquier cantidad de planetas, planetitos y planetotes que el hombre haya conocido. Además de eso, mi hoja de vida era pantagruélicamente perfecta: en más de doscientos viajes por el espacio nunca había cometido un error y, en cambio, siempre había salido avante en las dificultades más inconcebibles y disparatadas. Fuera de eso hablo catorce idiomas y tengo tres doctorados en física, biología y filosofía, que me permiten —a veces a mi pesar— abarcar más de lo debido. Si a lo anterior agregamos que soy soltero, que no tengo hijos, que mi salud tanto física como psicológica es intachable, y que siempre fui amigote de la mayor parte de los miembros del comité que seleccionó al embajador humano, era obvio que yo tenía que ser el elegido.

De este modo, el 15 de febrero del año pasado abordé la nave que debía llevarme a Nereo 4 y, sin mayores contratiempos, arribé a las coordenadas que solicitaban los extraterrestres, incluso un día antes de la fecha fijada (el 19 de marzo del año pasado). Tal como habían aseverado los extraterrestres, el clima de este mundo era muy parecido al de la Tierra, el aire no era totalmente respirable pero, haciéndole algunos ajustes a mi casco de dotación, mi nariz y mis pulmones no sufrieron gran cosa y hasta me pude dar el lujo de dar una corta caminata por los alrededores del lugar en el cual había aterrizado mi nave. La mañana del 20 de marzo del año pasado me desperté muy temprano y súper emocionado, al fin y al cabo no todos los días en la vida un hombre tiene la oportunidad de ser el primero de su especie en contactar por primera vez en la historia con una inteligencia que proviene de otro mundo. A las siete de la mañana hora de la Tierra GMT, dispuse todas las cámaras y equipos de sonido que enviarían la señal de mi encuentro hasta el último rincón de este planeta. En esas dos horas antes del contacto, recibí por el intercomunicador llamadas de mis jefes, mis amigos, mi madre y mis hermanas, y pude palpar que yo no era el único que estaba ansioso porque llegara el esperadísimo momento. Hasta Olga, una ex novia que había tenido hace muchos años y que no hablaba conmigo hacía dos décadas, sorpresivamente me llamó minutos antes de la llegada del extraterrestre y me hizo una serie de insinuaciones eróticas que en ese lugar y en ese instante me parecieron completamente fuera de lugar. El hecho fue que unos minutos antes de la hora convenida, cuando estaba sentado en la sala de mandos de mi nave y verificando la información de algunos monitores, recibí un mensaje de los extraterrestres. El texto escrito en perfecto español (me pregunté una vez más por qué ellos insistían en escoger ese idioma para comunicarse y no otro) me decía que debía permanecer quieto donde estaba, que en unos momentos arribaría su nave con su delegado, que ellos acoplarían la nave de ellos con la nuestra mediante un dispositivo especial, que debía aguardar unos quince minutos mientras ellos ejecutaban una labor de desinfección y que, tras ese lapso, su delegado abriría nuestra escotilla de entrada y entraría en nuestra sala de mandos. Y así fue, apenas unos minutos después de llegado el mensaje ocurrió la primera cosa que no entendí. Mientras yo observaba sentado desde la sala de mandos de la nave, las cámaras externas me transmitieron la imagen de un artefacto de transporte que estaba aterrizando; lo pasmoso del asunto es que el vehículo de ellos que estaba llegando era idéntico al nuestro en todos los detalles: mismo color, mismo diseño, mismos dispositivos externos, mismas dimensiones. Desconcertado, verifiqué si las cámaras estaban funcionando correctamente y no me estaban transmitiendo imágenes de archivo de la misma nave por el sistema audiovisual, pero no encontré fallo alguno. ¡La nave de ellos era idéntica en todos los detalles a la nuestra! ¿Qué estaba ocurriendo? ¿Qué era eso? Impaciente y ahora más intrigado que nunca, aguardé mientras el armatoste de ellos aterrizó, se acopló al nuestro por las mutuas escotillas de entrada y ocurría esa labor de desinfección que ellos habían anticipado. De repente, la escotilla de entrada de nuestra nave giró, se abrió lentamente y alguien apareció en el umbral. Por alguna razón, en ese instante yo cerré los ojos mientras sentía que alguien caminaba hacia la sala de mandos, eran unos pasos suaves, afelpados y tal vez cansados, que en unos segundos, según pude percibir, se detuvieron justo frente donde yo estaba. En ese momento, respiré profundo y abrí mis ojos. ¿Qué decir de lo que vi y de lo que ha sucedido a partir de entonces? No lo sé. La verdad es que no lo sé. ¡Frente a mí estaba un tipo que usaba el mismo uniforme que yo usaba! ¿Cómo era posible? ¿Previendo que ellos tenían una cita con nosotros habían diseñado un traje espacial idéntico al que usamos nosotros como dotación habitual? ¿Era eso? El otro que estaba parado ante mí no se diferenciaba para nada de la forma humana, mostraba una cabeza, un tronco, dos brazos y dos piernas, y en un instante comenzó a quitarse el casco. Cuando se lo quitó, otra vez tuve la sensación de estar alucinando: ¡Él era yo! ¡Sí, era yo! Verlo frente a mí era exactamente igual que estarse mirando en un espejo, pero con la diferencia de que él era alguien tangible. Venciendo mi estupefacción y tratando de entender un poco lo que estaba ocurriendo, alargué mis manos y le toqué la cabeza, la cara, el pecho, las manos. ¡Él era real! ¡Yo no estaba alucinando! Allí, frente a mí, había alguien concreto que físicamente era idéntico a mí y que, además, estaba poniendo la misma cara de asombro que yo estaba poniendo. Tan pronto yo terminé de palparlo, él hizo lo mismo; con una evidente angustia que se transparentaba en sus ojos, el otro también me tocó la cara, la cabeza, las manos, las piernas. ¡Él tampoco podía creer lo que estaba aconteciendo! ¿Quién le estaba jugando una broma a quién? ¿Qué estaba ocurriendo? En ese momento el otro habló y mi horror aumentó.

—¿Qué es esto? —dijo—. ¿Qué pasa?

Recuerdo que yo no hablé porque del susto me quedé sin palabras. ¡Ese tipo no sólo se veía idéntico a mí, sino que también tenía una voz idéntica a la mía! ¡Además hablaba español igual que yo! ¿Cómo era posible? Por segunda vez el tipo con la misma apariencia mía se quedó mudo contemplándome con la boca abierta (y, por supuesto, yo hice otro tanto). De esta extática contemplación mutua me despertó el intercomunicador de la Tierra que en ese instante me estaba llamando.

—¿Marco?—escuché—. ¿Marco?

—¿Sssí?—musité yo.

—¿Qué está pasando? ¿Hay alguna falla técnica? Estamos observando tu imagen repetida en la sala de mandos. No podemos ver al extraterrestre. ¿Qué pasa?

—Sí están viendo al extraterrestre —contesté—. No hay ninguna falla técnica.

Sin comprender bien lo que acaecía, por un momento detuve mi contemplación del alienígena y narré con el mayor detalle posible todo lo que había sucedido en los últimos minutos tras la llegada de la nave de ellos. En la Tierra estaban tan desconcertados como yo, pero entonces decidí avisarles que durante un rato iba a cortar la emisión de voz y sonido mientras aclaraba un poco lo que estaba ocurriendo. Ante mi indicación protestaron, pero igual hice lo que había dicho. Sentía que sólo si me quedaba a solas con ese sujeto que entonces tenía en frente, sin interrupciones de parte de la Tierra, podría esclarecer un tanto el alud de eventos ininteligibles. Curiosamente, mientras yo hablaba con la Tierra y tomaba la decisión referida, el otro tipo también estuvo hablando con quienes supongo eran personas de su planeta; no pude entender lo que decía pues yo estaba concentrado en mi propia charla, pero por el rostro asombrado que el individuo revelaba, supongo que estaría teniendo una conversación muy semejante a la que yo mantenía.

En fin. Cuando el otro y yo nos quedamos a solas (no sé si el otro también cortó la comunicación con su planeta pero, por lo que hoy conozco al respecto, no me extrañaría que hubiera ocurrido así), otra vez nos observamos mutuamente alelados y, en cierto momento, el otro habló.

—¿Tú también te llamas Marco?

—¿Y cómo lo sabes?

—Oí que te llamaban así desde el intercomunicador.

—Sí —contesté—. Me llamo Marco Chaya ¿Y tú?

—¡Marco Chaya! —respondió el otro con gesto de estupor.


Ilustración: Graciela Lorenzo Tillard

Y bueno. Desde aquí sucedió lo que, de acuerdo con la lógica, el buen sentido y todas las probabilidades, nunca debía haber ocurrido. El otro y yo comenzamos a platicar y, para sorpresa y espanto de ambos, nuestras vidas eran idénticas. El otro también se llamaba Marco Chaya como yo; también había nacido el 14 de abril de 2088 según el tiempo terrestre y por ende, en ese entonces, también estaba a punto de cumplir cincuenta años de edad; el otro también había estado más de doscientas veces en el espacio en diferentes misiones; también hablaba catorce idiomas; también tenía tres doctorados, uno en física, otro en biología y otro en filosofía; también era soltero; tampoco tenía hijos. A medida que pasaban las horas, el otro Marco y yo charlábamos, y las coincidencias entre su vida y mi vida aumentaban y aumentaban, hubo momentos en que experimenté miedo, a veces rabia, a veces risa, por instantes desesperación al sentirme objeto de alguna suerte de sobrehumana broma cósmica. La madre del otro Marco tenía el mismo nombre que la mía, me mostró una foto de ella que llevaba consigo y en ese punto casi que no me turbé cuando vi que ella tenía la apariencia exacta de mi mamá. Sus hermanas eran iguales a las mías hasta en el menor detalle: las mismas edades, los mismos estudios, los mismos trabajos, sus esposos tenían el mismo nombre y hacían lo mismo que los esposos de mis hermanas. El otro Marco tenía un sobrino de nueve años que sufría de la misma incomprensible enfermedad respiratoria que sufre aún mi sobrino de nueve años que, no hay que decirlo, se llama igual que el sobrino de él y se encuentra en el mismo grado escolar que el de él (confrontamos el nombre de los colegios donde van los dos chicos y resultó que tenían el mismo nombre, buscamos en la red mundial de información el nombre de las rectoras de ambos colegios y resultaron llamarse igual y tener la misma apariencia física tanto en su planeta como en el mío).

En cierto momento, harto de que su vida fuera el reflejo de la mía y viceversa, él me pidió que le mostrara imágenes de mi planeta y le mostré todo el archivo audiovisual del cual disponía en la nave: Una y otra vez, el otro Marco se llevaba la cabeza a las manos sin poder creer que su mundo fuera exactamente igual al mío. Su planeta y el mío poseían igual atmósfera, igual geografía, iguales formaciones geológicas, mismos oceános y en la misma cantidad, mismas formas de vida animales y vegetales, una sola Luna idéntica a la nuestra hasta en el último cráter. Cuando, abrumado por todas las coincidencias, el otro Marco me preguntó si a nuestro planeta lo llamábamos «la Tierra» y yo le confirmé el hecho, el sujeto pareció derrumbarse de manera definitiva.

—Entonces es cierto, no estábamos alucinando.

—¿A qué te refieres?

En ese punto de la historia, el otro Marco me contó. Aproximadamente en Febrero de 2317 (más o menos un año antes de que su mensaje llegara hasta nosotros) la Oficina de Contacto Extraterrestre de ellos (una dependencia estatal que, no es necesario decirlo, se dedica a la misma tarea a la que se dedica nuestra oficina homónima), rastreando diversas zonas del espacio nos había descubierto. En primera instancia les había llamado la atención que nuestro mundo fuera idéntico a su planeta, al menos en los aspectos que pueden detectarse a la distancia y mediante instrumentos. Asombrados por el hecho, habían dedicado todo el año 2317 a recabar datos sobre nuestro globo y a descartar la hipótesis de algunos de sus científicos, según la cual, un mundo igual al de ellos no existía, sino que sus aparatos de observación sufrían de alguna misteriosa aberración que les hacía devolver a su Tierra imágenes que eran un reflejo de sí misma. Una vez descartada la hipótesis de que sus ingenios de observación estuvieran funcionando mal, entre aterrados y confundidos habían decidido que la única opción que descartaría todas las dudas era hacer contacto con nuestra civilización y por ello habían enviado el mensaje que nosotros habíamos detectado en enero del año pasado. Según me relató el otro Marco, ellos intuían que nuestra cultura debía tener algún grado de similitud con la de ellos, pero no hasta el grado que ya habíamos verificado. ¿Cómo era posible que dos mundos físicamente idénticos y con idéntica población se produjeran de manera independiente en dos puntos distintos del universo? Sobre todo (hecho que nos asustaba tanto a él como a mí) ¿cómo es que, de manera independiente y sin que la población de un mundo supiera lo que hacía la población del otro mundo, al momento de escoger el primer hombre que haría contacto con otro planeta, dos civilizaciones escogían a dos sujetos exactamente iguales? ¿Era tan sólo una coincidencia cósmica increíble o había algo más tenebroso detrás de ello?

Cuando yo reanudé mi comunicación con la Tierra y les relaté todo lo que había ocurrido en mi contacto con el otro Marco y con su mundo, una vez que pasó la fase de incredulidad general, cundió la confusión en la comunidad científica de la Agencia Aeroespacial. Una y otra vez me repetían que lo que yo les narraba y les mostraba era imposible, y algunos hasta lanzaron la tesis de que yo había enloquecido y que, como buen psicótico paranoide, había inventado «pruebas» para apuntalar mi descabellada historia. No obstante, cuando les pedí que permitieran que el otro Marco viajara conmigo en nuestra nave hasta nuestro mundo, y constataron que las imágenes de un tipo idéntico a mí que mis cámaras les enviaban no eran ninguna creación mía, accedieron a regañadientes. Por supuesto, en aquel momento no se les contó toda la verdad sobre el primer contacto a los ciudadanos de a pie de la Tierra, sino que se les ofreció otra versión. Tanto el Doctor Goffman como sus asesores deseaban examinar al otro Marco y verificar una gran cantidad de datos, antes de que la gente conociera realmente lo que estaba aconteciendo. Y así fue. A fines de abril del año pasado, el otro Marco Chaya originario del otro planeta Tierra arribó conmigo a nuestra Tierra y de inmediato se sometió a cuantas pruebas y exámenes se le ocurrió a cuanto médico, físico, biólogo, astrónomo, psicólogo y filósofo fuera parte de la Agencia Aeroespacial. Una y otra vez, todos los científicos y expertos de nuestro organismo repetían que lo que había sucedido era imposible, pero una y otra vez comprobaban que estaba sucediendo ante sus mismas narices sobrecogidas. La existencia de ese otro Marco Chaya y de su mundo igualito al nuestro violaba todas las leyes de la física, la astronomía, la biología, la psicología y la totalidad de las ciencias, pero lo cierto es que no era ningún delirio, era innegable. Tras los estudios del caso, al otro Marco Chaya se le permitió —siempre acompañado de algún delegado del gobierno— recorrer nuestro planeta durante un mes. Así pues, durante treinta días el otro Marco caminó por las calles de diferentes ciudades, comió en restaurantes, asistió a distintas iglesias, entró a cines y obras de teatro, se embriagó con vinos, acarició perros y gatos. En esos treinta días el otro Marco acampó en la selva amazónica, buceó en el Mar Caribe, corrió en el Desierto del Sahara, nadó en el Ganges, se tomó fotos en el Parque Nacional Yellowstone. En cierto instante, incluso, mareado por el hecho de que esta Tierra era igual hasta en el último grano de arena a su Tierra, sufrió una crisis nerviosa que fue oportunamente atendida por varios de nuestros mejores psiquiatras. Una vez concluido su período de exploración, el otro Marco pidió que se le permitiera volver a su mundo llevando todas las pruebas y documentos del caso, y no tuvo problema cuando nuestro gobierno le pidió que dos de nosotros le acompañáramos hasta su Tierra, para hacer allá lo mismo que él había hecho en nuestro orbe: la Doctora Kina Madeira (reconocida neuróloga y psiquiatra) y yo.

A comienzos de julio del año pasado, Kina, el otro Marco y yo arribamos a —me cuesta decirlo— «la Tierra». ¿Qué puedo decir en este punto que no sea un disparate? ¿Qué puedo anotar que no parezca un desvarío? También a Kina y a mí nos sometieron a todos los exámenes habidos y por haber, también nos preguntaron todo lo que era dable preguntarle a un ser humano. Cuando sus científicos me examinaban, no se sabía quién era el más admirado, si ellos contemplándome a mí o yo contemplándolos a ellos. También, una vez concluidas sus revisiones, nos dieron un mes para recorrer esa Tierra. Igual que el Marco Chaya que estuvo aquí, Kina y yo —acompañados por algún delegado de su gobierno— hicimos lo mismo allá. Ella y yo caminamos por las calles de diferentes ciudades que eran iguales a nuestras ciudades, comimos en restaurantes que eran iguales a nuestros restaurantes, asistimos a distintas iglesias que eran iguales a nuestras iglesias, entramos a cines y teatros que eran iguales a nuestros cines y nuestros teatros, nos embriagamos con vinos iguales a los nuestros, acariciamos perros y gatos que eran tan perros y tan gatos como los nuestros. En esos treinta días, Kina y yo acampamos en la selva amazónica de allá que es la copia de la selva amazónica de acá (o quizá la nuestra es la copia de la de ellos, no entraré por ahora en esas divagaciones), buceamos en el Mar Caribe de allá que es igual (y se llama igual) que el de acá, corrimos en el Desierto del Sahara de allá que es igual que el de acá, nadamos en un Ganges idéntico a nuestro Ganges, nos tomamos fotos en un Parque Nacional Yellowstone que es un clon de nuestro parque homónimo. En cierto instante, incluso, mareados por el hecho de que esa Tierra era igual hasta en el último grano de arena a nuestra Tierra, Kina y yo sufrimos una crisis nerviosa que fue oportunamente atendida por varios de sus mejores psiquiatras.

No obstante, Kina y yo hicimos algo más. Azorados por ese mundo que de algún modo era también nuestro mundo, e intentando comprobar una vez más hasta dónde ese planeta era idéntico al nuestro, yo busqué allá a Olga Rosas, la ex novia con la cual más cerca he estado de casarme alguna vez aquí en la Tierra, y Kina buscó a Uly Martin, su ex esposo. Olga —como dije anteriormente— era la mujer que me llamó a Nereo 4 el día que el otro Marco y yo nos vimos por primera vez, ella había sido mi novia muchos años atrás y yo siempre la recordaba como mi gran frustración. Esto porque si ha habido una mujer con la cual hubiera querido casarme y no lo logré, fue con ella. Pues bien, considerando que esa otra Tierra era igual a la nuestra prácticamente en cualquier detalle y que el otro Marco había llevado una vida que era idéntica a la mía hasta en los eventos más insignificantes, supuse que allá también debía existir una Olga Rosas, filósofa y de ojitos color miel que una vez en el pasado había sido mi pareja. Y supuse bien. Haciéndome pasar por el otro Marco (que en últimas es como decir que yo me estaba haciendo pasar por mí mismo), no me costó mucho trabajo encontrar a Olga y ponerle una cita en cierto restaurante de la ciudad donde ella vivía. La Olga que había sido novia del otro Marco acudió puntual y para nada me sorprendí cuando noté que era física, psíquica y espiritualmente idéntica a la otra Olga Rosas que hacía tantos años había tratado y amado en la otra Tierra. En compañía de ella pasé una tarde maravillosa tomándome un vino y «recordando» antiguas anécdotas. De hecho —y debo confesarlo— en el momento en que íbamos a despedirnos, nos besamos apasionadamente, acabamos haciendo el amor en el apartamento de ella y quedé con la sensación incongruente de haber sido infiel conmigo mismo (aunque ahora que lo pienso yo mismo no me puedo traicionar a mí mismo, así me encuentre repetido en dos planetas).

En fin. A Kina Madeira, según me contó ella por esos días, le sucedió algo muy parecido. Allá en la otra Tierra pudo encontrar a otro ex esposo de ella llamado Uly Martin que, según pudo comprobar, era igual hasta en la menor particularidad al Uly Martin con el cual había estado casada más de una década allá en nuestra Tierra. De hecho, cuando Kina y yo tomamos la nave de regreso a la Tierra (nuestra Tierra), Kina se encontraba muy afectada y emocionalmente desubicada, no sólo por haberse topado con su ex marido, sino porque —igual que yo— había tenido la oportunidad de verse con la Kina Madeira de esa otra Tierra que llevaba una vida igual en cualquier aspecto a la vida de ella.

—Al verla sentí que estaba soñando —me dijo—. Sentí que si Dios existe debe ser un engendro que en este mismo momento se está riendo de nosotros.

Pero bueno, para abreviar la historia digamos que después de nosotros, entre septiembre y octubre del año pasado, varios astronautas fueron de aquí a la otra Tierra y varios astronautas vinieron de la otra Tierra para acá. Tras estos meses de intercambio, un día de comienzos de noviembre del año pasado y de modo simultáneo, las poblaciones de los dos planetas Tierras conocieron de golpe toda la verdad acerca de lo que había estado sucediendo desde el día del primer contacto entre el otro Marco y yo (en la otra Tierra, igual que aquí, también se había guardado reserva acerca de los hechos hasta que no fueran verificados de modo exhaustivo).

Las reacciones aquí y allá fueron de todo tipo. En ambas Tierras, millones de personas abarrotaron las agencias de viajes solicitando cupos para viajar al otro planeta y conocer a su doble respectivo. En ambas Tierras (y cuando ya no servía para nada), otros millones de personas dijeron que lo que relataba el respectivo gobierno era falso y que obedecía a una macabra conspiración. En ambas Tierras se afirmó que era imposible que ambos mundos hubieran tenido la misma historia y que hubieran existido dos Sócrates, dos Pitágoras, dos Jesuses, dos Moisés, dos Mahomas, dos Dantes, dos Copérnicos, dos Bachs, dos Cervantes, dos Newtons, dos Poes, dos Nietzsches, dos Einsteins, dos Heisenbergs, dos Freuds, dos grupos Beatles (y lo cierto es que en los meses de estudio antes del anuncio mundial, se había verificado que semejante aberración era un hecho irrefutable). En ambas Tierras se anunció que el día del Apocalipsis ya había comenzado. En ambas Tierras, los científicos, filósofos y teólogos comenzaron a lanzar toda clase de teorías para explicar semejante despropósito cósmico.

En cuanto a mí (y yo mismo no entiendo bien por qué) no acepté el ofrecimiento que me hicieron entonces de encontrarme nuevamente con el otro Marco Chaya que vive en la otra Tierra. Confieso que en las dos o tres ocasiones que me reuní con él después de nuestro primer contacto en Nereo 4, experimenté un sentimiento que al principio fue de fascinación, pero que poco a poco fue derivando en una franca y total repugnancia. La última vez que lo vi no dejaba de pensar en que ese sujeto albergaba los mismos pensamientos y deseos mezquinos que yo; que ese sujeto quizá duplicaba todo lo bueno que hay en mí, pero también todos los aspectos reprobables de mi alma que tanto me molestan. Pensaba que la existencia de ese sujeto de alguna manera tornaba vulgares mis escasas cualidades que ya no eran únicas, y en cambio contribuía a afear el universo al duplicar todos los aspectos miserables de mí mismo que son, precisamente, aquellos que nunca merecerían ser duplicados. Curiosamente, un tiempo después de que tomé aquella decisión de no ver a mi doble, supe que al otro Marco Chaya en la otra Tierra, también le habían hecho el ofrecimiento de volverme a ver y que él también había declinado la invitación (supongo que él, ya que somos iguales, debió experimentar hacia mí la misma aversión que yo siento hacia él y que apenas hasta ahora reconozco).

A mediados de enero de este año, cuando apenas se tenía una conciencia de dos meses y medio acerca de la duplicación del planeta Tierra y, por supuesto, los dos mundos se encontraban sumidos en un total estupor, sucedió lo que jamás debía haber sucedido. Un día de ese mes, a las Oficinas de Contacto Extraterrestre de ambos mundos, llegaron sendos mensajes idénticos al que nuestra Tierra había recibido por primera vez el 21 de enero del año pasado. En esta ocasión, el nuevo mensaje daba cuenta a las dos Tierras de una tercera civilización extraterrestre que las había detectado a ambas y que deseaba hacer contacto con ellas. Para ello (y esto parecía una broma), esta civilización no identificada solicitaba un encuentro físico en el mismo planeta Nereo 4 de la ocasión anterior. Abreviaré. A fines de febrero de este año, los dos planetas Tierra se encontraron con la «nueva» civilización, las probabilidades matemáticas se fueron al diablo y resultó que la tercera cultura era otro planeta Tierra rotunda y aterradoramente idéntico a los otros dos. Cuando los delegados de los tres planetas verificaron cuanto dato era posible, resultó que la tercera Tierra era la copia de las otras dos (o las otras dos eran la copia de ella). Por solicitud mía (pues esta vez no quise ser el delegado humano para este contacto y se enviaron a otros astronautas), averigüé si en la tercera Tierra existía también un Marco Chaya con iguales características a las mías y (algo en mí no se sorprendió) resultó que sí. Así pues, desde hace un par de meses existimos tres Marcos Chayas iguales en este universo que parece estar diseñado por un clown sobrehumano que quiere tomarnos el pelo. En estos días he inquirido un poco más en las características de esta nueva Tierra y descubrí que allí hay una tercera Olga Rosas, un tercer Irving Goffman, una tercera Kina Madeira. Para horror de científicos, filósofos, artistas y teólogos, resulta que los Sócrates son tres, los Pitágoras tres, los Jesuses tres, los Moisés tres, los Mahomas tres, los Dantes tres, los Copérnicos tres, los Bachs tres, los Cervantes tres, los Newtons tres, los Poes tres, los Nietzsches tres, los Einsteins tres, los Heisenbergs tres, los Freuds tres, tres los grupos Beatles…

Por supuesto, al conocerse y confirmarse la noticia, el mundo se sumió en un caos como el que nunca había acaecido en la historia (sé que en los otros dos planetas Tierra aconteció lo mismo). Ante el pasmo y la náusea de saber que cada partícula y ser de nuestro planeta Tierra existe por triplicado, cundió la idea de que este universo era diabólico y se multiplicaron los suicidios (creo que nadie se sorprenderá si escribo aquí que diversos investigadores ya han comprobado que cuando, por decir algo, un Pedro Pérez se suicida en nuestra Tierra, otros dos Pedros Pérez idénticos también se quitan la vida en los otros dos planetas Tierra). Un físico malvado de uno de los tres planetas Tierra de nombre Erik Right, acometió el experimento infame de asesinar a una mujer llamada Anael Gregory en una de las tres Tierras y se supo que en las otras dos Tierras, otros dos físicos llamados Erik Right también habían asesinado a sendas Anael Gregory. Ahora cada persona de este planeta Tierra y de los otros dos planetas Tierra, sabe que cada acto que realizamos siempre viene por triplicado, y gana popularidad la idea de que —de algún modo misterioso— cada ser humano es uno y tres a la vez, y que cualquier acto, por insignificante que sea, parece tener resonancias inesperadas en los otros dos planetas Tierra. De hecho, el problema es que ahora muchos sujetos viven con la idea de que las acciones que realizan no son suyas, sino meras copias inconscientes de acciones idénticas cometidas en los otros mundos llamados Tierra. Pero bueno. Apenas estábamos en este globo medio atisbando las consecuencias tremendas de que la Tierra no fuera una, sino una tríada, cuando —como si en verdad un demiurgo estuviera empeñado en ridiculizar a nuestra especie y a sus inocentes concepciones— se vino el nuevo porrazo. Hace apenas un mes largo, a fines de marzo, a las Oficinas de Contacto Extraterrestre de los tres mundos conocidos, llegaron tres mensajes que —y parece un mal chiste— eran iguales al que nuestra Tierra recibió en enero del año pasado. En la nueva terna de mensajes, una cuarta civilización extraterrestre anunciaba que hacía muy poco había detectado a las otras tres, que deseaba un encuentro físico con ellas y que —broma que ya no causa risa— proponía para tal cita al planeta Nereo 4. Hace cinco días, pues las otras tres Tierras se apresuraron a aceptar el encuentro, sucedió la reunión de las cuatro culturas y ya hasta siento rabia al admitir que esa cuarta civilización extraterrestre resultó ser un cuarto planeta Tierra exactamente igual, desde lo más grande a lo más insignificante, a las otras tres Tierras. Gracias a mi posición privilegiada en el interior de la Agencia Aeroespacial, en el breve lapso que ha transcurrido desde la conjunción de las cuatro Tierras, ya pude verificar algunos datos que deseaba. Para mi espanto hay un cuarto Marco Chaya que —y ya no sé para qué repito esto— es igual hasta en la forma de los dedos pulgares de los pies a los otros tres Marcos. Hay cuatro Olgas Rosas, cuatro Irvings Goffmans, cuatro Kinas Madeiras. La historia de esa cuarta Tierra revela, por ejemplo, un cuarto Pitágoras, un cuarto Jesús o un cuarto Copérnico. La batalla de las Termópilas ha ocurrido cuatro veces y al menos cuatro veces cuatro Napoleones Bonapartes han mordido el polvo en cuatro Waterloos a manos de cuatro Duques de Wellington.

El mundo (es decir, los cuatro mundos) ya no sabe qué pensar. Tan pronto se dio a conocer la noticia de que los planetas Tierra eran cuatro, en esa cuarteta de orbes ha comenzado a sentirse un miedo silencioso y persistente. De repente, y eso me pasa hasta a mí que soy agnóstico, los hombres sentimos que estos contactos en este momento para nada son casuales y que más bien parecieran seguir un oscuro libreto proyectado en algún tipo de mente sobrehumana e impenetrable. Todos estos encuentros científicamente imposibles de estos últimos quince meses darían la impresión de que algo o alguien está manipulando al ser humano como si fuera una suerte de juguete. Pareciera que por primera vez en la historia (o las historias) la raza humana estuviera ante alguna clase de retorcido humor sobrenatural. Algunos hombres de ciencia han argumentado que no hay nada que temer y que los cuatro hallazgos son un puro resultado del azar, pero creo que eso no se lo creen ni ellos mismos. Además, algunos matemáticos se han dado a la tarea de calcular las probabilidades de que cuatro planetas Tierra absolutamente idénticos (o idénticos en un 99.9999999%) fueran generados por azar en sitios diferentes del mismo universo, y la cifra que han obtenido para efectos prácticos es igual a cero (lo que en otras palabras quiere decir que detrás de este galimatías lo más probable es que haya alguna clase de mente inteligente). Otros observadores de todos los descubrimientos de estos últimos meses llaman la atención sobre el hecho de que los únicos extraterrestres encontrados hasta el momento han resultado ser humanos y nada más que humanos, y han lanzado la teoría (que en otro instante pudo ser absurda, pero ahora ya no) de que los humanos son la única especie inteligente en el universo, y que quizá nunca nos toparemos con alguien distinto a nosotros mismos. Es más, algunos de estos teorizadores plantean que el hallazgo de cuatro planetas Tierra absolutamente iguales (o casi absolutamente iguales), demuestra que la especie humana sólo es un producto en serie. Para estos sujetos los humanos no sólo no son únicos (así en otro tiempo hayan presumido de serlo) sino que nuestra especie entera sólo sería una manufactura salida de alguna clase de cadena de montaje cósmica. «Así como nosotros fabricamos juguetes o computadores», argüyen estos pensadores, «quizá una raza infinitamente más inteligente (o más malvada) que la nuestra produce humanos y los va sembrando de planeta en planeta para que ellos —creyéndose libres— en realidad vayan cumpliendo de modo ineluctable cierto programa interno». Hay también quien ha propuesto que este cuarto descubrimiento de un planeta Tierra sólo es el preludio al encuentro de muchos más planetas Tierras. Para ellos dentro de muy poco hallaremos un quinto mundo idéntico a la Tierra, luego un sexto, un séptimo, un octavo, un noveno, un décimo, un undécimo y así ad infinitum. Argumentan ellos que el modelo planeta Tierra quizá es el único que existe en el universo para generar razas más o menos racionales y que nos pasaremos millones de años por venir encontrándonos a nosotros mismos en los lugares más inesperados del cosmos. «La Tierra», dicen ellos, «descubrirá que sólo es un eslabón más en una cadena de una longitud inabarcable para el entendimiento humano». Con base en lo formulado en alguna de las teorías explicativas que ya he referido existe también quien ha sugerido que la ristra de mundos descubriéndose entre sí es tan rotundamente improbable que por primera vez estamos ante una prueba matemática de la existencia de un Dios y que todo lo acontecido en este último tiempo sólo sería el modo mediante el cual empieza a comunicarse con nosotros, no un tipo de vida extraterrestre, sino alguna entidad sobrenatural. «Pareciera», afirman ellos, «que el ser supranatural quisiera que el hombre se advierta insignificante y ridículo, y de este modo mover a las humanidades a una humildad que hace rato les faltaba». «Así pues», continúan, «la progresión de eventos de los últimos días quizá sólo tiene como propósito hacer que el hombre piense en esa hipótesis de Dios que hace tanto tiempo se encontraba en el desván de la historia». En cuanto a mí, ya lo dije desde el comienzo de esta crónica: escribo como una forma de proporcionarme sostén espiritual y de esclarecer un tanto el batiburrillo de ideas y sentimientos en el cual se me han convertido la cabeza y el corazón. Desde mi punto de vista, lo ocurrido en los últimos quince meses no es —como suponen algunos ingenuos— una extravagancia sideral que ya pasó, sino que apenas es el prólogo de algo más grande que en estos instantes se está iniciando. Personalmente, siento que los cuatro encuentros son sólo el amanecer de una nueva era. La humanidad (o las humanidades) está asistiendo a los inicios de algo más descomunal que lo que pudiéramos haber imaginado. Sin sospecharlo, estamos siendo espectadores de una serie de hechos que, por primera vez en la historia, responderán a algunos de los interrogantes más antiguos y perennes acerca del origen y el destino del hombre. El linaje humano ha entrado en una fase que le obligará a repensar y reconceptualizar muchas certezas y nociones sobre las cuales hace tiempo estaba acomodado. Como ya lo mencioné antes, siento miedo porque, como muchos, experimento que Algo o Alguien ha comenzado a poner al hombre en su lugar pero, sobre todo, siento una inmensa curiosidad. Parafraseando al antiguo escritor Arthur C. Clarke, diría que la familia humana comienza a percibir el fin de su infancia y el comienzo de su adolescencia, que el hombre asiste al final de su mañana y al comienzo de su mediodía. Sé —porque tantas veces lo he comprobado— que en este mismo instante otros tres (o más) Marcos Chaya escriben estas mismas letras. Advierto que en esta reiteración de Marcos en el universo hay un misterio que —como dijo alguna vez un filósofo— quizás no existe para ser comprendido, sino tan sólo para vivir a su sombra. Advierto también que, si algún día alguien llega a leer esto, él mismo estará más repetido de lo que supone.

 

 

Campo Ricardo Burgos López nació en Bogotá en 1966. Es psicólogo de la Universidad Nacional de Colombia y magíster en literatura de la Universidad Javeriana de Bogotá. Autor de «Libro que contiene tres miradas» (Premio Nacional de Poesía Colcultura 1993), de la novela «José Antonio Ramírez y un zapato», y de «Pintarle bigote a la Mona Lisa: Las ucronías». Asimismo, compiló la «Antología del cuento fantástico colombiano». Cuentos suyos han sido incluidos en «Cuentos de ciencia ficción» y en «Contemporáneos del Porvenir. Primera antología de la ciencia ficción colombiana». Su ensayo «La narrativa de ciencia ficción en Colombia» fue publicado en «Literatura y Cultura. Narrativa colombiana del siglo XX». Poemas suyos también han aparecido en diversas antologías de poesía colombiana. En la actualidad se desempeña como profesor en la Universidad Sergio Arboleda de Bogotá.

Hemos publicado su cuento GABRIEL GARCIA MARQUEZ HABIA MUERTO y el ensayo ESCARBANDO EN PHILIP K. DICK (Una indagación a «El hombre en el castillo»).


Este cuento se vincula temáticamente con TODOS LOS BOUTROS VERSUS TODOS LOS HEDREN, de Juan Pablo Noroña; EL PUEBLO QUE SALIÓ DE LA NADA, de Martín Cagliani y LETICIA EN EL REFLUJO DE LA MAREA, de Alejandro Alonso.

Axxón 217 – abril de 2011

Cuento de autor latinoamericano (Cuentos : Fantástico : Ciencia ficción : Contacto con extraterrestres : Mundos paralelos : Colombia : Colombiano).


5 Respuestas a “«Speculum», Campo Ricardo Burgos López”
  1. fernando valle dice:

    Un cuento muy ingenioso de Burgos. Le he seguido la pista desde «El clon de Borges» y lo considero de los buenos escritores colombianos en este género tan difícil que es el fantástico.

  2. samuel dolmen dice:

    El cuento de Burgos indaga la posiblidad, ya entrevista por el Nuevo Testamento, de que cada «yo», literalmente sea una legión (sea que lo sospechemos o no ). Además, quería unirme a lo que dijo Fernando Valle antes que yo: El libro a leer de Burgos es su novela «El Clon de Borges». Allí, a partir de la idea de un millonario excéntrico que clona a Jorge Luis Borges, hay una reconceptuaización de lo que serán las literaturas y artes del futuro. «El Clon de Borges» sirve para prepararse para todo eso que se nos viene encima.

  3. samuel dolmen dice:

    Y ahora que lo noto, en la nota biográfica sobre Burgos no aparece su novela «El Clon de Borges».

  4. josepzin dice:

    Acabo de ver un avance de una película con un argumento similar: otra tierra con la misma gente :O

  5. esperanza vargas dice:

    Ricardo Burgos es de los escritores fantásticos colombianos que hay que tener en cuenta. Coincido en que su obra máxima es «El clon de Borges» que en Colombia ,como cosa rara para un autor fantástico o de CF, ha tenido escasa recepción. Colombia aún sigue siendo un terreno hostil para los escritores del género.

  6.  
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