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Ficción Breve (setenta y cuatro)

Anécdotas, pinceladas, las ficciones breves no son para sus autores un simple ejercicio o divertimento para matar el tiempo. Ambientadas en universos fantásticos suelen esconder tras sus pocas palabras inquietudes profundas, muchas veces relacionadas con nuestros miedos, y principalmente el miedo a lo desconocido. Ese desconocido suele ser la muerte, lo distinto o lo que vendrá. Esta suerte de exorcismo literario es tantear con el pie sobre el borde del abismo, a oscuras, buscando una forma de racionalizar eso que asusta o, al menos, inquieta. No hace falta que sea el horror espantoso que ahoga y paraliza, hay muchas otras formas más sutiles que suelen conmovernos pero claro, eso depende de cómo es cada uno de nosotros.

Obviamente no todo es oscuridad: a veces estas pinceladas nos dejan entrever una pequeña aunque brillante luz de maravilla, dejándonos a nosotros, los lectores, leves pistas para completar el todo. Posiblemente eso sea lo mejor del ejercicio breve: dar las bases para que al leerlo completemos con nuestra imaginación la cartografía de ese mundo.

También hay lugar para el humor y la ironía, los que tras una sonrisa pueden hacernos temblar más que las historias más tenebrosas.

Veamos qué tienen para decirnos esta vez estos artífices del breve, cuánto hay de inquietud, de maravilla, de fantástico.

Dany Vázquez

 

 

 

ALGÚN DÍA – Laura Paggi
ARGENTINA

 

Era claro que con ese aparatito que me habían dado —una especie de cámara de fotos— podía viajar en el tiempo. Pasado o futuro daban igual, lo importante era la fabulosa experiencia. Pero una condición se imponía: debía tener los pies sumergidos en el agua del mar.

Y fue así: corrí y corrí hasta la playa más cercana y arrojé mis zapatillas por ahí. Caminé hasta la orilla y encendí el aparato. Esperé largo rato mirando el mar, cuando atardecía…

Nada, no ocurrió nada. Claro, el mar estaba retirado, y a kilómetros de distancia de mis pies. Yo estaba parada en las piedras de esa inmensa playa. Pensé que los viajes en el tiempo sí son posibles, solo debés estar en el momento exacto, ni un minuto antes ni uno después de la bajamar.

El sol se ocultó y ya no vi ni mar ni cielo, sólo mis propios pies.

 

 

 

 

ANÉCDOTA DE UNA NOCHE SIN LUZ – Enrique Decarli
ARGENTINA

 

Es tradición en la familia escribirnos cosas lindas para los cumpleaños, cosas que en otra fecha no nos escribimos ni decimos aunque tengamos ganas.

10 de junio, próxima la medianoche, escribía la carta de mamá. A la mañana la había despertado con un beso, el desayuno, el diario. Le había regalado un camisón blanco seda, hermoso. Pero… la tradición es la tradición: todos mis regalos se disolvían sin la carta. Y en eso estaba, cuando un rayo dejó la casa sin luz.

Por la potencia, por la violencia del temporal, que no aflojaba desde mediodía; por repetidas experiencias anteriores, supuse que Edesur no devolvería la electricidad hasta la mañana siguiente.

Subí a la pieza. Me saqué la ropa, la colgué en el perchero. Llegué hasta la cama, corrí la frazada.

—¡Hace frío! —dijo una voz grave.

Instintivamente me aparte. Mis manos reconocieron un hombro, una cintura, una rodilla huesuda. La uña del índice derecho se me enganchó en la frazada. Arrastré la frazada y me arranqué la uña. Choqué el perchero y caí. Encima se me desplomó la ropa.

Una figura ensombrecida se levantó de la cama. Se desperezó. Hizo una especie de reverencia; se fue murmurando algo que no entendí. Los pasos apurados se perdieron escaleras abajo.

Se iba como si nada. Andá a saber desde cuándo usurpaba mi cama, y ahora se iba así, como si nada. ¿Qué iba a hacer? ¿Correrla?, ¿detenerla?, ¿pedirle explicaciones, un alquiler?

Nunca tuve buen estado físico. Tirado en el suelo en calzoncillos, tapado por la ropa, con un dedo destrozado, qué iba a hacer. No tenía armas, linterna, velas, nada.

Un ruido a llaves me tranquilizó. Quizá la sombra, al verse descubierta, había decidido irse. El sonido de un picaporte pareció confirmarlo; el chillido de una bisagra oxidada. El olor de la calle se propagó rápido. Un portazo. ¡Blum! Respiré. Pero ahora había otro sonido. Otro par de pasos subía la escalera.

Una figura vestida de blanco apareció en el pasillo oscuro.

Blanco seda… Hermoso.

—Pensé que habías salido —dijo la voz de mamá. Y encendió la lámpara del pasillo—. Volvió la luz. Todavía espero la carta.

 

 

 

 

AMOR EN ESPIRAL – Camilo Humberto Avendaño Cuesta
COLOMBIA

 

Como una patología de lo más extraña, ella siempre habrá de olvidar esa última parte en cada orden. Por más que se pretenda ser enfático, metódico o imperativo, la olvidará instantáneamente. Siempre será el café desdibujado, si se menciona en el último lugar de la lista, o los panecillos, si son los terceros o cualquier otra solicitud que se haga después de los dos primeros componentes sin importar cuál sea el pedido.

Este comportamiento no puede atribuírsele a la ansiedad de servir con diligencia. Tampoco hay cabida para argumentar que algún problema de orden sentimental la haya acuartelado en la gruta de la melancolía, y por ende, atrofiado su desempeño laboral. Sería injusto además diagnosticar que su «distracción terciaria» sencillamente esté de manera inextricable emparentada con la torpeza, pues éste no es un caso ligado al intelecto. Total, nunca ha sido errónea o inexacta al momento de atender y despachar el par de productos que se le solicitan sin importar el temperamento de los clientes, sea el más cándido entre todas las almas nobles o se trate del más ruin de los canallas en el peor de sus días. Simplemente para ella, tras el mostrador de los bocadillos y delante de la cafetera locomotora, no le es posible concebir triadas en su algoritmo motriz. Su contaduría es finita y fugaz; uno y dos, ya está.

Los clientes que la conocen parecen estar ya acostumbrados a su anomalía numérica: comprenden su condición y prefieren otorgar más mérito al carisma que ella imprime cuando los atiende y por eso no hacen ningún reclamo, no protestan ni se quejan con el administrador, que más bien pareciera su padre por el gran afecto y cuidado que le destina. Pues a quienes ignorantes de su caso, han osado maltratarla por su «torpeza» al olvidar el tercer producto que le solicitaban, literalmente han sido expulsados casi a los puños por el administrador mismo. Cuando esto ocurre, en su mente jamás se cruza la pregunta del porqué se han suscitado tales alborotos. Se ocupa nuevamente en su labor remarcando la sonrisa para el resto de la clientela, y en el caso de aquellos que recién acaban de conocerla, se marchan indignados y violentados para nunca jamás cruzar las puertas del café ni poner un pie allí.

No obstante, existe algo peor que los clientes primerizos e ignorantes. Se trata de aquel sujeto que a excepción de los desterrados, vuelve un par de días después de haber sido expulsado a trompadas como si nada y solicita su insolente orden de más de dos productos con una actitud gruñona. ¿Cómo puede ser tan insensato y cruel en aprovecharse de la condición de ella? Los golpes propinados por el administrador habían dejado ya de ser efectivos, y en menor medida, las amenazas. Parecía que al tipo muy en el fondo le complacía presenciar cómo ella olvidaba la tercera orden para luego hacerle un gran alboroto a modo de reproche. No parece entonces que las golpizas pretéritas patrocinadas por el administrador y también por quienes la aprecian le hayan hecho comprender que no debe molestarla.

Con el rostro empollado, producto de la tarde lluviosa, el sujeto en mención entra al café, y solicita triste y simplemente un café, sin azúcar, sin cuchara ni nada que lo acompañe. Es una orden unánime y directa. Entonces todos bajan la guardia, pues aparentemente no hay razón para preocuparse nuevamente.

Nadie en el lugar lo nota, pero es este el momento en el que el trazo que marca aquel par de vidas, se ha venido acercando de manera progresiva hasta llegar al mismo punto. Ni el administrador mismo, ni los clientes nuevos o antiguos, lo han percibido. El hilo del tiempo los ha ido trenzando en las curvaturas de momentos que juntos han compartido durante la dinámica de su existencia (reencontrarse-despedirse) hasta enmarañarlos hacia el mismo centro.

Para comprender su historia hay que mencionar también que la sugerida curvatura del tiempo logró tejer un desenlace mediante el logaritmo de una memoria femenina con capacidad de dos elementos por solicitud y el juicio resquebrajado de un hombre que le impedía recordar lo que ella no podía recordar. De modo que para llegar al centro del eje de referencia (o desenlace) él pide un café, anomalía que ella no logra procesar en su razonar, y a continuación se dirige, por alguna razón, como si la existencia del universo y todo lo que habita en él dependiera de ello, con el café solicitado y en presencia de un segundo café para ella ¿quebrantó o multiplicó su condena? Lo más certero es esclarecer que su espiral fue trazándose en reversa. Sobre el centro del eje que es la mesa donde están sentados, ahora queda la certeza frente a todos los presentes de que su amor es más etéreo que la memoria y la razón.

 

 

 

 

UN SUEÑO – Enrique Decarli
ARGENTINA

 

Algo andaba mal. Una buena parte del sueño me costó descubrir qué.

La revelación cayó con el peso de una guillotina.

Mi vida transcurría sobre un plano. Nada faltaba, es cierto, pero las calles, las casas, los árboles; aun la gente no tenían relieve ni color.

Una rayuela abandonada. Una guía de calles gigante. El mapa de un desierto.

Tampoco había perfumes, sabores; sólo la impresión, vaga y extraña, de ser un fantasma, un extranjero en un pueblo fantasma.

En un momento del sueño, y sólo por un momento, todo despierta. Las calles huelen a alquitrán, juntan agua en las esquinas. En las casas se baldean patios, se cuelga ropa. Los árboles dan sombra. La gente me habla.

Sentir que no era un fantasma fue mi parte preferida del sueño.

El problema que tiene este sueño (ahora que estoy despierto, lo pienso y me desvela), es que no haya sido un verdadero sueño; sino apenas un recuerdo.

 

 

 

 

LA SOMBRA DEL DESEO – Pablo Castro
ARGENTINA

 

—La vida siempre es más complicada que la muerte —con su mano izquierda secó el sudor de la frente al sol, que aullaba mediante agudos e invisibles rayos.

—Es verdad —dijo ella mientas miraba las vidrieras con ropas en oferta—. Con un tiro —continuó— en un segundo enviás todo al mismísimo diablo. En cambio el nacimiento implica nueve meses de gestación, un extenso trabajo de parto y qué se yo qué más —su sombra acompañaba los movimientos de su obeso cuerpo.

—Si le hacés, por ejemplo, una resonancia magnética al cerebro de un muerto, puede impresionar perfecto, sin inconvenientes —él tenía la boca seca, mas hablar con una colega sobre el sistema neurológico lo hacía olvidarse de la sed, y más aún tratándose de ella—. En cambio —prosiguió— si le hacés la misma resonancia a un fulano normal, con una vida sin problemas, en una de esas encontrás imágenes de un cerebro destrozado, hecho fruta —debajo de sus pies su propia sombra danzaba incordiosa, sin respeto por los movimientos propuestos por el cuerpo.

—Por más que nuestra ciencia siga avanzando, siempre quedarán misterios —se abanicó ella con las hojas del trabajo a presentar en el congreso.

Él se acomodó el nudo de la corbata, le miró los ojos carmesí y la recordó con su esbelta figura en épocas de estudiante. Y si bien ahora el cuerpo de ella había engordado, su figura ya no era la de antaño y las arrugas le envolvían el maltrecho rostro, él reprimió un juvenil impulso de encastrar su boca en las finas comisuras de sus labios.

Ella comprendió la mirada de él. Hacía años que no se sentía deseada por un hombre. Ser objeto de deseo masculino por un lado la satisfizo, aunque por otro la asustó: provocar a un hombre era algo bastante escandaloso, prefería a los hombres como colegas a quienes impresionar desde lo intelectual, lo más lejos posible de la atracción física. En su estructuración mental no hubo más alternativa que reprimir una posible satisfacción erótica.

Sí, ambos cuerpos reprimieron tales impulsos, pero sus sombras no. La oscura silueta de él, sombría y autónoma, se arrojó sobre el rostro de ella, y le ennegreció profunda y apasionadamente los labios.

La sombra de ella no se quedó pasiva, sino que serpenteó en el aire como bailarina de ballet y respondió con una pasión imposible de describir con palabras.

Ellos, incrédulos ante la singular escena, continuaron con la represión de emociones y optaron por apurar el paso: ella en diez minutos presentaba un trabajo en el congreso.

La conferencia giró sobre medicamentos de última generación y terapias novedosas paliativas de enfermedades neurológicas. Él la observaba, y su organismo palpitaba como cuando estudiaban juntos, y otra vez, al igual que en aquellos tiempos, unas estúpidas inhibiciones lo detenían a la hora de consumar un romance con ella. Pero su sombra no parecía muy inhibida.

En las postrimerías de la conferencia, la sombra de ella abandonó el atril, escaló por encima de los presentes y se adhirió al reflejo oscuro del cuerpo de él. Y así, ambas sombras, sin inhibiciones mediante, hicieron el amor con dulzura y bestialidad.

Los presentes, honorables y respetados médicos de distintas latitudes, se horrorizaron ante el loco y exhibicionista desenfreno de un par de manchas oscuras. Aunque, siendo sinceros, más se asustaron cuando sus propias sombras latieron de modo intenso, rebeldes y desobedientes, inmorales y gozosas.

Hubo sombras asesinas, bultos enlutados ansiosos de poder que hacían sangrar a otras oscuridades. Aparecieron siluetas amantes que, como pájaros nocturnos que tajean a la noche, volaron hacia otras libidinosas sombras. Borrosidades insatisfechas hallaron goce en perfiles oscuros de viejos amores olvidados. Surgieron manchas con impulsos contradictorios que de alguna misteriosa manera satisfacían a las tendencias opuestas. Hubo proyecciones negras tan complejas que hasta se autoflagelaban y obtenían así placer. Brotaron sombras que perdían su individualidad al fusionarse con masas amorfas de profundas oscuridades. Las cerrazones parricidas ocuparon gran espacio en la sala. Centellaron con una luz propia, que brillaba en su negrura, los sombríos contornos perversos. Unas temibles manchas sádicas hallaron sombras masoquistas, y todos se deleitaron.

Y de esa manera, así como él y ella lo adelantaran con su charla en la calle, una nueva incógnita se apoderó de un conjunto de neurólogos, nuevas preguntas con indescifrables jeroglíficos como respuestas: la sombra del deseo como nueva manifestación de vida. Sí, definitivamente la vida era más complicada que la muerte.

 

 

 

 

NOCHE DE PERROS – Enrique Decarli
ARGENTINA

 

Me habían despertado unos ladridos y el ruido de un cuerpo que cae al agua. Desde la ventana de mi habitación veía a mi perro sumergido en la pileta. Veía la inútil natación. Se hundía. Inexorablemente. Poseidón lo arrastraba a los abismos.

Desnudo como estaba llegué corriendo al borde de la pileta. Agarrándole las patas delanteras lo ayudé a salir. Creía que lo había salvado. Pero su cuerpo —esa presencia tan lejana— me decía que no. Las orejas quebradas. El rabo entre las patas. Los bigotes caídos. La mirada triste.

Si ya no quiere estar entre nosotros, pensé, que al menos no se muera en casa. Lo cargué en brazos y, por arriba de la medianera, lo tiré a la casa vecina. Pero él saltó la pared, y otra vez los ladridos me despertaron para llegar corriendo hasta el borde de la pileta, donde, después de agarrarle las patas delanteras y ayudarlo a salir, se sienta.

Como todas las noches, se sienta y me recuerda que le fallé. Que no pude salvarlo.

Si en todo este trance me atacara y desgarrara en pedazos, aun así, volvería a la cama contento, encontraría el sueño otra vez. Lejos de eso, sentado en el borde de la pileta, me mira entristecido. Hace interminable mi vigilia.

 

 

 

 

HABITANDO CUERPOS – Héctor López
EL SALVADOR

 

El cuerpo de un ser humano siempre será un enigma. Muchos cuerpos he habitado y muchos más he dejado abandonados. Nunca entenderé por qué hay almas jóvenes que perecen en cuerpo arrugados y muchos cuerpos jóvenes llenos de vida que vagan por el mundo portando almas moribundas dispuestas a amarrarse un lazo en el cuello y saltar para quedar colgados de una viga.

Tengo ya un par de milenios vagando por la tierra y, aunque mi naturaleza no es la de un ángel —ya que fui creado con malévolas intenciones—, mi vida y mis conocimientos ancestrales han sido de beneficio para muchos científicos, descubridores de mundos y hasta para almas corruptas y siniestras, las que he habitado solo para mantener vivo el fuego interno que me hace recordar el eterno fuego de donde un día salí.

Una vez alguien dijo que había un ángel para cada ser humano: esto no lo puedo asegurar, nunca he visto uno. Lo único que puedo asegurar es que sí, hay un demonio para cada quien.

Y a veces hasta más.

Yo soy uno de ellos. Hace tiempos habité con otros de mi especie el cuerpo del humano que me fue asignado, fue mi primera vez y no podía controlar mi existencia ni la suya, así que aquel cuerpo se volvió inestable y convulso. Sin embargo un día se presentó un hombre ante nosotros. Su mirada era profunda y su alma poderosa, y aunque su aspecto no era envidiable, supe por alguna razón que era un hombre que no llevaba demonios porque su voz reflejaba el fruto de un corazón limpio. Él me habló y con autoridad me expulsó del humano. Yo salí huyendo de aquel cuerpo y me introduje en unos cerdos, pero estos salieron desbocados y se desbarrancaron, y al caer al fondo del barranco y hacerse pedazos, mi existencia quedó liberada. Y antes de que nadie se percatara me introduje en otro hombre. Desde entonces ando vagando por este mundo.

Creído muerto por los míos y por los otros, me he dedicado a ser hombre.

Este día me he visto en el espejo, vi las arrugas que ha cosechado este cuerpo con los pocos años que tiene. Aprecié las callosas y surcadas manos: parecen tierra arada lista para cultivar.

Alguien toca la puerta.

Quién será.

«Abuelo», me dice una criatura que empieza a morir.

«Mi querido nieto», le respondo mientras él corre a mis brazos. Como siempre he dicho, los niños son las habitaciones más hermosas donde alguien como yo puede vivir.

Entran sus padres. Me saludan. Les saludo. Le digo a mi nieto que quiero enseñarle algo en el jardín. Salimos.

Cuando entra de nuevo a la casa todo parece más grande. Entra llorando y gritando. Los adultos corren a ver qué pasa, salen al jardín y encuentran el cuerpo arrugado del abuelo que yace entre las plantas sin el más mínimo hálito de vida.

Mientras tanto, sigo llorando la pérdida de mi abuelo.

 

 

 

 

Él – Enrique Decarli
ARGENTINA

 

Estábamos con Luís en la vereda de casa. Serían las cuatro. Una madrugada helada. La calle vacía. De vez en cuando, un policía en la esquina. Teníamos ganas de fumar. Teníamos cigarrillos pero no teníamos fuego.

En la esquina de Boedo y Agrelo dobló un tipo. Se acercó despacio, la cara envuelta en el sobretodo, el cigarrillo en la mano. Le pedí fuego. Sin contestar, sacó un encendedor. La llama nos iluminó. A Luis, a mí, a él.

Guardó el encendedor y siguió.

—Era tu viejo —me dijo Luís.

—Papá —le grité —. Papá…

No estaba. Había devorado de un solo paso el resto de la cuadra.

Era mi viejo. Muerto. Tres años después. Volvió para no decir nada. Encendernos los cigarrillos y desaparecer.

 

 

 

 

La voz del miedo – Emiliano Baigorri
ARGENTINA

 

Por fin estoy sentado en mi escritorio, frente a la computadora, tecleando a un ritmo de sesenta palabras por minuto, cuando de pronto una voz, venida desde el fondo de la sala, me llama. No logro identificar qué me dice, pero distingo nudos o cráteres en el sonido: las familiares notas de la angustia y el temor. Me pongo de pie y me doy la vuelta, abstraído, pensando en la siguiente línea. La única luz proviene del velador de mi escritorio. Por lo tanto, el fondo de la sala no puede vislumbrarse. A pesar de que me encuentro totalmente solo en la casa, de eso estaba seguro hace un momento (motivo por el cual podía ponerme a escribir), no tengo miedo. Pero la sala está repleta de muebles, detrás de los cuales cualquiera podría esconderse. Camino, lentamente, barriendo con mi vista cada rincón que permita el escamoteo de un cuerpo. Llego al final de la sala. En el suelo, una fina capa de polvo se acumula, probablemente a causa de los varios días sin limpieza. Un ruido me hace dar la vuelta rápidamente: una persona, sentada frente a mi computadora, teclea. Alcanzo a pronunciar mi nombre en el instante en que mi cuerpo comienza a derrumbarse como una montaña de harina soplada por el viento.

 

 

 

 

Rating – Adriana Cantero
ARGENTINA

 

De vez en cuando, la señora Morte De Bian organiza almuerzos en su programa «La oscuridad es un manjar para unos pocos». Pero le está ganando en rating de oscuridades el siniestro Hannibal Lector, quien lee las líneas de la vida en su platillo antes de cenar ante las cámaras.

La tele se está extinguiendo con tales programas: los aparatos de tv se autodestruyen.

Ya nada será igual.

 

 

 

 


AUTORES:
 

Laura Paggi nació y vive en la Ciudad de Buenos Aires, Argentina. Su inquietud artística la lleva a incursionar en muchas ramas del arte (especialmente en las artes plásticas) con muy buenos resultados. Su literatura no se queda atrás: sus obras, breves y cargadas de poesía, ya han cosechado algunos premios.

Si bien ya publicó ilustraciones y fotos en la revista, aquí hace su debut literario en Axxón.

 


 

Enrique Decarli nació en Buenos Aires en 1973. Es abogado y músico. Vive en Rafael Calzada.

Su último libro de relatos, Jauría, publicado por la editorial Eloísa Cartonera, fue uno de los ganadores del Concurso “Sudaca Border” 2013. Su primer libro de cuentos, Desde la habitación del sur (Libresa, 2009), fue finalista del Concurso Internacional de Literatura Juvenil Libresa, de Ecuador, y lectura recomendada para la Escuela Media en el marco del Plan de Lectura Nacional 2010 por el Ministerio de Educación y Cultura de la Nación Argentina, y Big Bang, su segundo volumen de relatos, fue publicado recientemente por La editorial Textos Intrusos. Finalista de la tercera edición del Concurso Literario “Eugenio Cambaceres, 2013” que organiza la Biblioteca Nacional junto al Museo de la Lengua por su colección de cuentos Vía Láctea, en la actualidad se desempeña como coordinador de talleres literarios.

Algunos de sus textos fueron publicados en Escrituras Indie, Revista Axxón y La Balandra (otra narrativa); también en Uruguay, en la revista Literatosis, y en España: El Coloquio de los Perros, Babab.com y Narrativas.

Ya es habitual tenerlo en nuestras páginas. Además de numerosas ficciones breves, hemos publicado: LOS DESPOJADOS, PALOMAR, LAS OPORTUNIDADES PERDIDAS, DESDE LA HABITACIÓN DEL SUR y REENCUENTRO.

 


 

Humberto Avendaño Cuesta es colombiano, y desde hace algunos meses vive en la ciudad de La Plata (provincia de Buenos Aires, Argentina).

Se presenta a sí mismo: «Desde que tengo memoria he vivido cautivado por las letras y la ficción que hay detrás de ellas, los puentes de fantasía que forjan a través de las páginas de lo que conocemos como libros.

»Soy egresado de la Universidad Nacional de Colombia, de la carrera de Español y filología clásica en el año 2010 en donde la grieta por lo fantástico se acrecentó aún más mediante el estudio y la exploración de mundos mitológicos, pensamientos helenos, y diversas literaturas que me impulsaron en definitiva a construirme como autor.

»Me desempeñé como docente de literatura en durante más de cinco años en mi país, donde logré compartir mi entusiasmo con la mayoría de los muchachos con los que tenía a cargo, haciéndolos cómplices de la travesía literaria.»

Con este breve cuento (por el que siente especial cariño) empieza su periplo en esta aventura que es Axxón.

 


 

Pablo Castro nació el 7 de agosto de 1982 en la ciudad de Mar del Plata. Desde 2008 ejerce como licenciado en psicología en dicha ciudad, tanto en instituciones de salud mental como en su consultorio de forma privada. Es co director de la revista Psum, reflexiones en salud mental, donde ha publicado diversas notas referidas a su praxis como así también cuentos cortos. Escribe habitualmente en dos blogs de su autoría: Interficción y Traficante de linternas. Pertenece al movimiento marplatense de literatura fantástica La bruma.

Así aparece por vez primera en nuestra revista.

 


 

Héctor Dennis López es abogado, cuentista y poeta. Nació el 2 de junio de 1981, en Tonacatepeque, Departamento de San Salvador, El Salvador.

Esta es su segunda ficción breve en Axxón.

 


 

Emiliano Baigorri nació en la ciudad de Rosario, en 1984, y actualmente vive en Córdoba. Es guionista, poeta y redactor. Ha publicado cuentos, ensayos y poesías en revistas como Árbol de Jítara, Revista Caja Muda y Fuelle. Participa como editor de la revista digital Vagón de Ostras. También se lo puede visitar en su blog Profecías de la multiplicación.

Con esta pequeña historia hace su aparición en Axxón.

 


 

Adriana Cecilia Cantero nació en la Ciudad de Buenos Aires, Argentina. Escritora y poeta, forma parte del grupo «Autores de La Matanza», con quien participó en dos antologías. También ha publicado un microcuento en la revista Aventurama. Pueden visitarla en su blog, Las letras viajan sobre dragones.

Ella también inicia su periplo en Axxón con esta breve y a la vez sinistra humorada.

 

 

 

Axxón 260 – noviembre de 2014
Cuentos de autores varios (Cuento : Fantástico : Ciencia Ficción : Fantasía : Temas diversos : Internacional).

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