CHILE |
—Hola, doctor.
Me volví sorprendido, nadie me ha llamado así en los últimos veinte años. Era Selena, la hija de Ana y por un momento pensé que había oído mal. Mi nombre es Víctor y aunque todos aquí en la Comunidad me llaman Vic, quizás la niña me estaba llamando por mi nombre completo y no por mi apodo.
Pero lo dijo de nuevo.
—¿Cómo estás, doctor?
Decidí que lo mejor era no mencionarlo y simplemente respondí su saludo.
—Hola, Selena. ¿En qué andas?
Arrugó el entrecejo e hizo un pucherito. Aunque ya era una adolescente, no estaba tan lejos de la niñez.
—Quiero que me endereces los dientes.
Evidentemente este era un día de sorpresas. Aunque la había entendido perfectamente, le pregunté: —¿Cómo dices?
—Tengo los dientes torcidos, Vic, y sé que tú puedes enderezarlos. Mi mamá dice que tú eres un… orto… orto algo.
—Ortodoncista. Sí, eso era yo antes. Pero hace más de veinte años de eso.
—Pero tú puedes hacerlo, sabes como. Y además estoy dispuesta a pagarte Vic. No eres tan viejo como para no aceptarme.
Se me acercó y con total naturalidad empezó a abrirse la blusa. Sus pequeños pechos asomaron rosados y firmes. Moví la cabeza y decidí mejor sonreír que enojarme. En las Comunidades se es un adulto oficialmente a los dieciséis, pero a Selena la conocía desde que era una bebé y no me parecía bien lo que me estaba ofreciendo así que simplemente le abotoné la blusa y le dije. –No es necesario que hagas esto, Selena. Solo cuéntame por que quieres enderezarte los dientes. Ya eres muy bonita así como eres y no vas a tener ningún problema con encontrar novio entre los muchachos de las Comunidades.
No pareció enojarse con mi rechazo a su ofrecimiento, más bien pareció aliviada. En realidad no me hago ninguna ilusión con los encantos que puedan quedarme a esta edad.
—Es que no quiero encontrar novio entre los muchachos de las comunidades. Quiero ir a la Ciudad.
Empecé a comprender.
—Quieres intentar hacerte pasar por una Ciudadana.
—Sí, pero para eso necesito ser perfecta y mi sonrisa no lo es.
La miré de nuevo, ahora con más atención. Sí, quizás podría pasar. Si alguna Comunitaria podía ir a la Ciudad sin que la detectaran, esa sería Selena. La tomé del brazo y la llevé a una silla.
—Esa no es una muy buena idea Selena. Si te descubren, te matan.
—Por eso es que necesito que me arregles los dientes. No puedo estar con la boca cerrada todo el tiempo.
—La apariencia no es la única manera de detectar a los extraños en la Ciudad.
—Sí, lo sé, pero ya hace veinticinco años de la Plaga y los contaminados están todos muertos a estas alturas. Ya no escanean a la gente buscando virus residuales tanto como lo hacían.
Me causó gracia la seguridad con que hablaba de ese tema a su edad. -¿Y tú como sabes eso?
—¿Te acuerdas de Mario Pescador? Hace dos veranos volvió a la Comunidad y dijo que había estado en la Ciudad. Dijo que casi nunca escaneaban gente en las calles ya, dijo que había entrado y salido. Se volvió a la Ciudad y me imagino que todavía está ahí.
—O puede que esté muerto. No volvió el verano pasado.
Pero a la edad de Selena la muerte no existe. Con un movimiento de cabeza desechó la posibilidad. –Si tú me ayudas con mis dientes, yo me arriesgo. ¿Lo harías?
—Ya vamos a hablar al respecto. Quiero mencionarte primero el hecho que hay una cúpula alrededor de la Ciudad, un campo de fuerza. No puedes penetrarlo si no tienes los nanochips adecuados circulando en tu sangre.
—¡Ah! Pero es que hay una manera de entrar. Existe una vieja tubería de alcantarillado, de antes de la plaga, que va desde el río a la Ciudad. Mira, Mario me dio esto.
Y sacó un pedazo de papel de un bolsillo, un mapa. Hecho a mano y bastante rudimentario por lo demás. Claro que el papel en que estaba dibujado lo hacía muy valioso. El papel es un lujo muy caro en estos días. No pude evitar sonreír al ver su entusiasmo.
—Así que lo tienes todo planeado, ¿No Selena?
Miró hacia al suelo con cara de inocencia y me dio la más encantadora de sus sonrisas.
–Casi.
Sentí que me invadía una sensación muy cálida de afecto por la niña.
—Pero… ¿Por qué quieres vivir ahí, Selena? ¿La vida en la Comunidad no es suficientemente buena para ti? Lo es para mí y yo he vivido en la Ciudad. Es mejor aquí, créeme.
Su frente limpia y juvenil se arrugó en un gesto de frustración que yo ya había visto en su madre. Se le parecía mucho. –Pero tú tuviste opción Vic. Yo no tengo. Si me quedo aquí sólo voy a ser una máquina productora de bebés. Preñada año tras año para subir nuestra pobre tasa de nacimientos. En la Ciudad una mujer puede ser ella misma y no sólo un útero.
—En la ciudad una mujer tiene que ser Ciudadana, libre de toda traza de la Plaga.
—¡Pero si no ha habido un solo caso de Plaga en los últimos quince años!
—Aun así. Tú llevas el virus. Aunque esté inactivo está en ti y si lo detectan… te van a matar. Donde quiera que estés, sumariamente, sin juicio ni preguntas. Tú nunca has recibido la vacuna así que para ellos eres Impura y punto. Tú no perteneces a la Ciudad.
Selena guardó silencio, pero su expresión testaruda (también de su madre) me decía que estaba lejos de estar convencida por mis palabras.
—Y Selena, yo no tuve opción, no elegí marcharme de la Ciudad. Me expulsaron en el tiempo en que todavía no empezaban a matar a los Impuros, se deshacían de ellos. Me echaron y fui afortunado, un año más tarde la hubieran hecho corta y simplemente me habrían pegado un tiro.
—¡Eres un Impuro! Pero… yo creía que te habían vacunado.
—Me vacunaron, pero yo fui uno de los pocos casos en que falló la vacuna y aquí estoy. No puedo volver a la ciudad y no lo haría incluso si pudiera. Estoy cómodo aquí.
—Pues yo no estoy y quiero intentar irme a la Ciudad. ¿Me vas a ayudar?
—¿Estás decidida entonces?
—Completamente.
Me encogí de hombros, podría decirse que su entusiasmo e ímpetu juvenil me habían ganado. –Ven conmigo entonces y echemos una mirada a esos dientes. Veamos que puedo hacer para ayudarte.
Selena no se atrevía a creerlo y se levantó sonriendo nerviosa para seguirme. Fuimos a mi pieza del fondo donde le mostré mi equipo. No era para nada como el que tuve en la Ciudad, pero era lo mejor que pude recoger en las ciudades abandonadas y ciertamente lo mejor que se podía encontrar fuera del domo de la Ciudad. Lo que hacía a nuestra Comunidad especial con respecto a las otras era el hecho que teníamos electricidad. Esa había sido mi principal contribución. Yo instalé los generadores energizados por molinos de viento hace ya algunos años y no solo teníamos electrodomésticos (muy básicos en todo caso) sino que además traficábamos con las otras Comunidades en pilas y baterías recargables. Cuando se descargaban, las cargábamos de nuevo. Por un precio, por supuesto. El trueque volvió en gloria y majestad a las comunidades tras la Plaga.
Ha habido intentos de quitarnos los generadores por la fuerza, pero nuestros muchachos han sabido responder. Pronto las otras Comunidades comprendieron que era mejor comerciar que combatir. Nosotros estuvimos completamente de acuerdo.
Selena estaba muy impresionada con mi equipo, pero en realidad ella no tenía con que compararlo. Se instaló en mi sillón dental, armado de otros desechados, que tenía más de recuerdo que para uso real y la examiné.
—Sí, Selena, tienes tus caninos muy altos y hay ciertamente un gran apiñamiento dentario aquí.
—Ya me di cuenta hace rato. ¿Puedes arreglarlo?
—Creo que sí, pero hay un par de cosas que debes saber primero.
—¿Cómo qué?
—Como que tendría que extraerte los premolares para hacerte espacio para ordenar el resto y que va a pasar un tiempo largo antes que termine.
—¿Extraer…? ¿O sea… sacar dientes?
—Exacto.
—¿Y cuánto demora todo eso?
—Más de un año. Como un año y medio más bien.
Selena frunció el ceño de nuevo en esa expresión de decisión testaruda que se me estaba haciendo familiar. —¿Y no hay manera de hacerlo más corto? No quiero llegar a la Ciudad como una anciana.
No pude evitar reír. La idea de Selena anciana me causó gracia. No Selena, esto no se puede apurar. Y no solamente no se puede apurar, sino que además tienes que tomar en cuenta que no tengo disponible una RNM, un TAC o ni siquiera una radiografía. No tengo manera de mirar dentro de ti. Solo puedo trabajar con los medios con los que dispongo en la Comunidad. En la Ciudad tienen todo eso y mucho más… pero claro, en la Ciudad no habrías tenido los dientes torcidos para empezar.
Un pensamiento pareció asaltarla y se estremeció. Pero… anestésico… ¿Tienes? Digo, como para sacarme los dientes que hay que sacar.
—Eso sí tengo. Me son necesarios para mi trabajo en la Comunidad y afortunadamente en otra Comunidad hay quien ha podido fabricar.
—Entonces hagámoslo. Vic, soy tu paciente.
Y así empecé mi primer (y probablemente último también) tratamiento de ortodoncia desde que dejé la Ciudad, hace ya veinte años. Usé un juego de brackets que había encontrado en una consulta dental abandonada y que guardaba más de recuerdo que para algún uso real.
La gente en la Comunidad miró a Selena con curiosidad cuando apareció por primera vez con fierros en sus dientes, pero los de más edad sabían que era un tratamiento de ortodoncia y los más jóvenes… sabían lo que era Selena enojada. La dejaron tranquila.
No hay día que no llegue y el día en que retiré los aparatos a Selena llegó también. Se miró en el espejo sin hablar, pero las lágrimas que caían por sus mejillas hablaron por ella. Me abrazó y lloró en mi hombro por un rato. Pero pronto se secó las lágrimas y empezó a preparar su viaje.
El verano se acababa y si Selena pensaba llevar realmente a cabo su plan, más valía que lo hiciera luego antes que las lluvias colapsaran las viejas cloacas. Llegó a mi casa un día al atardecer a despedirse y estaba vestida con ropas de la Ciudad, parecía como si las hubiera llevado toda su vida. Se veía hermosa y yo pensé que sí, que podría hacerse pasar por Ciudadana.
—Hola, Vic. Vine a despedirme.
—Hola, Selena. ¿Te molesta si te acompaño un rato en tu camino?
—Para nada. De hecho, te lo iba a pedir. Parece que a nadie en la Comunidad le parece bien que me vaya.
—Me lo imagino. ¿Qué dijo Ana, qué dijo tu novio?
—¿Te refieres a mi mamá y mi ex novio? Todo lo que mi mamá quiere de mí es que me empareje luego y me embarace lo más pronto posible. En eso están completamente de acuerdo con José, ése es el ex.
Así que caminamos solos. Cruzamos las barricadas que marcan el perímetro defensivo de nuestra Comunidad y que gracias a la Madre hace ya bastante tiempo que no se usan. Llegamos a la orilla del río desde donde ella pensaba caminar corriente abajo hacia el punto marcado en su mapa. Se detuvo bajo un sauce y me pasó su mochila.
—Tenme esto un momento por favor mientras me cambio ropa.
Y empezó a desvestirse despreocupadamente mientras me sonreía.
—No sería bueno llegar a la Ciudad con mi flamante ropa nueva sucia, ¿No crees?
La miré desvestirse. Ya era toda una mujer… que corta parece la niñez. Se paró entonces ante mí, desnuda y con las manos en las caderas. Hermosa, tan hermosa.
—¿Estás seguro de no querer cobrar tu trabajo? Es ahora o nunca.
Me sentí halagado que todavía me viera simplemente como un hombre, no como un hombre viejo, pero no iba a empezar ahora lo que no había empezado un año y tanto atrás. Sonreí y la besé en la frente.
—Soy muy viejo para ti Selena. Vete y espero que tus sueños se cumplan.
Se rio guiñándome un ojo y terminó de cambiarse de ropa. Marchó entonces por la orilla del río y yo me quedé parado solo mientras aparecían las primeras estrellas.
La vida continuó como siempre, la cosecha había terminado y empezamos a preparar los campos para la siembra. Fui al campo como todos los demás en la Comunidad, pero eso era solo parte de mis deberes. Mi función principal era la de curandero. Yo era lo más parecido a un médico que teníamos y ese otoño y el invierno que lo siguió traje tres bebés al mundo y, gracias a la Madre, por lo menos uno de ellos vivió hasta la primavera. Los otros dos nacieron muertos. El virus de la Plaga ya no mata a los adultos, pero cobra una gran cantidad de vidas de bebés.
Hizo mucho frío ese año, pero eso no impidió que celebráramos la fiesta del solsticio de invierno. Como curandero, chamán o como quieran llamarlo, tuve el honor de encender la fogata y comenzar la celebración. Cuatro Comunidades nos reunimos alrededor del fuego y los ancianos oraron por buenas cosechas mientras los muchachos y muchachas de las comunidades oraban a la Madre de la manera más antigua entre los árboles, sin que les importara el frío. La plegaria mía fue que los bebés que se concibieran, si es que alguno, sobrevivieran hasta a próxima celebración.
No sé a quien o a que oraba el resto, pero el dios cristiano se desvanece rápidamente entre nosotros. Yo y muchos más rogamos a la Madre Tierra, al ciclo eterno y a la promesa del renacer de la vida desde la noche más larga y fría del invierno.
La Madre nunca nos falla, nos da la resurrección año tras año. El dios cristiano no se ha visto por estos lados hace mucho.
La hoguera era grande y hermosa, nuestra cerveza casera buena y fuerte y nuestros jóvenes celebraban el ritual de la fertilidad. Podría decirse que nuestra vida era una buena vida. Entonces pensé en Selena. Se había ido hace meses y me pregunté si todavía estaría con vida. Dejé la celebración por un rato y subí solo el cerro hasta el punto desde donde se puede ver en las noches claras la cúpula iluminada a la distancia.
Al otro lado del cerro seguía la celebración, pero aquí la noche estaba tranquila y ningún ruido cortaba el frío aire invernal. Mi aliento se condensaba en finas nubecillas, bajé la cabeza y elevé otra plegaria en dirección al domo. «Que estés bien, Selena. Que la vida que has elegido sea buena. Mantén la cabeza baja y cuídate de los Perros.»
Seguramente fue mi imaginación o quizás la cerveza casera, pero oí claramente en la distancia un aullido cuando mencioné a los Perros. Una mano fría me estrujó las tripas.
Ya no hay perros en este nuevo mundo nuestro. El virus de la Plaga no es exclusivamente humano y los perros no lo resistieron, se extinguieron. Si el aullido no fue producto ni de la cerveza ni la imaginación entonces era un Perro. Una de esas abominaciones mecánicas que la buena gente de la Ciudad ha construido para detectar, perseguir y destruir a los Impuros.
Son robots de cuatro patas, construidos para imitar los perros pero son mucho más grandes que cualquier perro que haya existido. Detectan la vacuna dentro de los Ciudadanos… o la ausencia de ésta en el resto de los sobrevivientes. Probablemente su aullido sea un toque de ese humor negro (por llamarlo de alguna manera) que gusta tanto a los Ciudadanos.
La gente bajo la cúpula no tiene ningún interés que nosotros los Impuros los visitemos y pongamos en peligro su bien cuidada y balanceada vida, así que los Perros patrullan las calles de la ciudad y si detectaran un extraño… éste sería propia y rápidamente eliminado.
Hace ya tiempo que los Perros no salen del domo como en los primeros años de la Plaga. Los Comuneros y los Ciudadanos hemos alcanzado un acuerdo tácito. Cada uno en lo suyo y tratamos de sobrevivir lo mejor que sabemos y podemos.
Me estremecí de pensar en lo que le harían los Perros a Selena si la sorprendieran. Solo podía esperar que Mario Pescador estuviera bien informado y que realmente en la Ciudad ya no patrullaran como antes. Bajé la colina y me sumé a lo que quedaba de la celebración.
El invierno pasó también y los arroyos se hincharon con los deshielos primaverales. Algunas casas se inundaron y varios agricultores y pastores de nuestra Comunidad perdieron algo de ganado y lo que es peor, un niño. En una noche tormentosa de primavera me sacaron de mi cama tibia para asistir a Ana, la madre de Selena.
Ella, tan testaruda como su hija, se había negado a abandonar su casa a la orilla del río y esperar a que bajara el agua. Pues el agua había excavado las raíces del gigantesco roble aledaño y éste se había desplomado sobre su cabaña y le había roto la columna vertebral.
La habían llevado al salón de nuestra Comunidad y me tomó un muy somero examen para dame cuenta que no había nada que yo pudiera hacer por ella, como no fuera ayudarla a mejor morir y ella lo sabía.
Los vecinos y amigos la rodeaban y las caras eran sombrías. Ana me tomó las manos y me apretó con la poca fuerza que le quedaba, la lluvia tamboreaba sobre el techo de salón.
—Parece que me voy, Vic. No creo que puedas arreglarme esta vez.
Nunca me ha gustado mentirles a mis pacientes, pero esta vez hubiera querido hacerlo. Me limité a guardar silencio y a apretar sus manos.
—¿Cuánto crees que me queda, Vic?
—No lo sé, Ana. Pueden ser horas como pueden ser días.
—¡Cómo quisiera que Selena estuviera aquí!
—Yo también, Ana, yo también.
Pronto cayó en un sopor pesado, le solté la mano y salí a la lluvia por un rato. Me tengo por hombre racional, pero la vida en la Comunidad me ha enseñado que la razón por si sola no basta para explicar todo lo que pasa en este nuevo mundo nuestro. Así que dejé la razón dentro del salón y oré. No por la mejoría de Ana, ese tipo de plegaria es rara vez oído, sino porque Selena volviera a casa y viera a su madre antes que muriera.
La lluvia cayó sobre mí y llevó mi plegaria a la Madre Tierra. Esperaba que Ella la llevara a Selena.
La mañana trajo el fin de la lluvia y el retorno del sol. Nuestra siembra brillaba con la promesa de vida sobre cada gota de agua. Para el mediodía Ana deliraba febril y yo sabía que no duraría mucho más. Sabía que se aferraba a la vida esperando a su hija pero la vida se le escapaba.
No podría decir que la llegada de Selena me sorprendió. En lo profundo yo sabía que ella iba a escuchar a la Madre. Ella era una hija de la Comunidad aunque ahora pareciera por completo una Ciudadana.
No perdí tiempo en preguntas y la llevé a su madre. Ana recuperó la consciencia el tiempo necesario para darse cuenta que su hija esta con ella y sonriendo, levantó una mano y acarició su cara. Selena lloraba silenciosa. Ana dejó caer la mano y se fue yendo, su cara tomó una serenidad que nunca tuvo en vida.
Para el atardecer la Comunidad preparaba la pira funeraria para enviar el cuerpo de Ana de vuelta a la Madre Tierra. Por primera vez desde que había llegado en la mañana pude mirar a Selena con calma y lo que vi fue una mujer de la Ciudad. Su ropa le calzaba como si hubiera nacido para usarla y se veía muy sofisticada, comparada con nosotros, palurdos de la Comunidad.
—Me llamaste —me dijo.
—Sí, lo hice. ¿Cómo pudiste salir de la Ciudad?
Selena se relajó y por primera vez desde su llegada la vi sonreír. –No es tan difícil. Mario tenía razón, ponen mucho más cuidado en quienes entran que en los que salen.
—¿Me quieres contar como te ha ido?
—Claro. He vivido este año como un ratón en la casa de los ricos. Sin levantar la cabeza y en silencio, pero hasta la vida de un ratón es lujosa en la Ciudad comparada con las dificultades nuestras en las Comunidades. Tienen tantas cosas maravillosas Vic, es de no creerlo.
—Por supuesto que lo creo Selena. ¿Cómo has esquivado los escaneos hasta ahora?
—Te lo dije, ya no son tan frecuentes. Es cierto que no voy a poder eludir los Perros eternamente pero las cosas han cambiado en la Ciudad desde que tú vivías ahí.
—¿Sí? ¿Y en qué?
—En mucho. Por ejemplo, los Ciudadanos ya no están tan a la defensiva y se han relajado bastante. Me imagino que muchos se dieron cuenta en cuanto llegué que yo no era Ciudadana, pero muchos hombres de la Ciudad nos encuentran a nosotras, las muchachas de las Comunidades, excitantes y no nos delatan si nos mantenemos discretas. Hay incluso un mercado negro para los que no tenemos acceso directo a la economía de la Ciudad.
—Me cuesta imaginarme a esa gente tiesa y prejuiciosa de la Ciudad mirando hacia otro lado-
—Pues créelo. Hay incluso una vacuna a la venta en el mercado negro.
—¿Vacuna… para la Plaga?
—Sí. He ahorrado lo suficiente y me la inyectaron hace dos días.
No quise preguntarle por el origen de esos ahorros, pero si los hombres de la Ciudad encontraban “excitantes” a las chicas Comunitarias… eso ya me daba una buena idea.
Selena continuó y su cara tomó una expresión orgullosa. –En un par de días más ya se habrán multiplicado los nanochips en cantidad suficiente como para eliminar toda traza del virus en mi sangre y ya voy a poder pasearme frente a los Perros sin que ladren siquiera. Entonces ya no voy a tener que esconderme más y voy a ser una Ciudadana completa y voy a entrar a la Ciudad por el acceso principal a la cúpula. No voy a arrastrarme nunca más por las alcantarillas.
—Te quedas con nosotros por lo menos dos días entonces…-
Me sonrió una sonrisa triste. – No Vic. No me quedo. Después que entreguemos a Ana a la pira me voy inmediatamente. ¿No has visto como me miran aquí? Hay desprecio en sus ojos. Yo ya no pertenezco a la Comunidad, para bien o para mal.
Empecé a contradecirla, pero me di cuenta que tenía razón. No queremos gran cosa a los Ciudadanos aquí y menos a los nuestros que eligen la Ciudad. Así y todo, traté de decirle lo que sentía.
—A pesar de todo, tú eres una de nosotros Selena, aunque te veas como una Ciudadana. Tú oíste mi llamado, tú estás ligada a la Madre Tierra como nosotros.
—Que irónico oírte hablar de “nosotros” Vic, tú no naciste aquí. Tú eres la prueba viva que se puede elegir donde vivir. No, no me contradigas, sé que tienes buenas intenciones y me quieres, pero ya he elegido mi camino.
Así que no la contradije. Nos acercamos al ritual de despedida de Ana y Selena encendió la pira. Nadie se acercó a ella, el prejuicio no es exclusividad de la Ciudad. Cuando la ceremonia terminó, tome las cenizas de Ana y se las di a Selena para que las derramara por el campo. Lo hizo con lágrimas en los ojos, pero a pesar de eso sonriendo. Ella sabía, como todos nosotros, que el espíritu de Ana viviría por siempre en la Madre.
Selena se fue en cuanto la ceremonia terminó, no se despidió de nadie y nadie se despidió de ella. Durante la ceremonia divisé a José, el ex novio de Selena, mirándola de reojo, pero no se acercó. Probablemente porque ya tenía compañía.
Una vez más la acompañé en su partida, pero esta vez ya era de noche y caminábamos por los restos de la vieja carretera, no por la orilla del río. Marchamos en silencio, hasta que Selena me preguntó.
—¿No me vas a preguntar como me gano la vida en la Ciudad?
Me reí con ganas. No mi niña, no te voy a preguntar nada, no me concierne. En vez de eso te voy a preguntar que vas a hacer este par de días mientras se multiplican esos nanochips.
Ella rio también, con alivio me atrevería a decir. – Me voy a quedar en la carretera. Hay una estación abandonada en el camino donde puedo encontrar refugio por esta noche. Traje una…-
Lo que había traído nunca lo averigüé. Un aullido aterrador interrumpió sus palabras. Claramente visibles en la luz de la luna vimos las siluetas de dos Perros.
Selena gritó.
—¡Perros! ¡Me han seguido la pista desde la Ciudad hasta aquí!
Mi respuesta fue:
—¡Corre!
Corrimos, pero los dos sabíamos que no podíamos correr más que los Perros. Lo intentamos en todo caso y casi alcanzamos los árboles antes que nos alcanzaran a nosotros. Pero las abominaciones esas están hechas para dar caza, estuvieron sobre nosotros en segundos.
Me volví para enfrentarlos y grité a Selena:
—¡Sube a ese árbol, ya!
—Pero…
—¡Sin peros, sube!
Las creaturas se detuvieron a mi lado. Eran casi del porte de caballos y me rodearon olfateando como perros de verdad. Grité hacia arriba.
—Selena. ¿Subiste ya?
Los Perros gruñeron, pero no se movieron. Seguían olfateándome.
—¡Sí! Ya estoy arriba y no pueden trepar hasta aquí.
—Bien. Me los voy a llevar lo más lejos que pueda. Tú quédate ahí.
—Tengo una idea mejor. Tú no te muevas.
El ruido de los disparos casi me derribó de la sorpresa, pero los Perros cayeron donde estaban. Selena bajó del árbol y con toda calma procedió a poner de nuevo su arma en su mochila.
—Ni modo que me vaya a quedar dos días arriba de un árbol. Es mejor de esta manera.
La voz apenas me salió, pero me las arregle para decir. Sí, mucho mejor.
Selena me miraba fijo.
—No te atacaron. Me dijiste que la vacuna no había funcionado contigo.
—En realidad si funcionó, pero había otras maneras de ser impuro a los ojos de la buena gente de la Ciudad.
Selena me miraba sin comprender. Dando un suspiro saqué de mi bolsillo un holograma que llevo siempre conmigo pero no muestro frecuentemente.
—Éste es Tomás. Él era mi pareja en la Ciudad. El virus de la Plaga está relacionado con el VIH y los viejos temores explotaron con violencia durante la Plaga. Nos expulsaron a ambos, pese a que estábamos vacunados. Él no sobrevivió.
Selena me dio una sonrisa tímida, la comprensión asomando en su cara.
—¡Por eso me rechazaste dos veces!
Ahora me reí yo.
—No me lo eches en cara. Hay otra razón. Digamos que me importan más las personas que los géneros. Ana me cobijó a mi llegada a la Comunidad y vivimos juntos por un tiempo. Tú naciste al tiempo después que terminamos. Ana nunca lo admitió pese a que se lo pregunté una y otra vez. Selena, es muy posible que seas mi hija.
Los ojos de Selena se llenaron de lágrimas y me abrazó con fuerza.
—Oh, Vic, nunca lo supe.
Nos quedamos así un rato. Selena sollozando quedito en mis brazos y las máquinas destrozadas frente a nosotros. Todo un símbolo de lo que éramos y lo que no éramos.
Finalmente ella me soltó y se secó las lágrimas. Supe que estaba lista para marchar y le pregunté una última vez. ¿Por qué no te quedas? La vida puede ser muy dura en la Ciudad, incluso entre todas sus riquezas y lujos.
Selena me miró a los ojos y por primera vez vi a una mujer adulta, no a la niña que aún era en mi mente.
—La vida no es más fácil en la Comunidad, Vic. No para los desadaptados como tú y yo. Tú encontraste tu lugar y ahora eres un miembro útil y respetado de la Comunidad, tú les das un conocimiento y experiencia que les son muy valiosos pero yo no calzo ahí. Nunca me van a aceptar por lo que soy y todo lo que quieren de mí son bebés y más bebés. Ojalá bebés que sobrevivan. Yo ya tengo mi decisión tomada, pero… ¿No puedes tú cambiar la tuya? Las cosas son distintas ahora bajo la cúpula, la paranoia casi ha desaparecido y ya no persiguen a la gente con otra orientación sexual. Podrías volver si quisieras.
—¿Volver a qué? Mis habilidades profesionales están obsoletas a estas alturas. Ya pertenezco a las Comunidades, Selena, me aceptan por lo que soy y lo que hago.
Selena solo suspiró y nos quedamos así por un instante, solos bajo la luz de la luna llena. Luego ella tomó su mochila y empezó a caminar. Había dado unos cuantos pasos cuando volvió y me abrazó diciéndome.
—Me gustaría de verdad que fueras mi padre, me haría muy feliz y orgullosa.
Y después se fue.
Me quedé solo en la autopista rota por un largo rato hasta que ya no pude ver su silueta. Entonces di la vuelta y volví a casa.
Nunca la volví a ver.
Roberto Sanhueza, odontólogo y aficionado a la ciencia ficción de toda la vida, ha descubierto su vena literaria hace relativamente poco. Seis años atrás apareció su primer cuento “Katts and Dawgs” en el e-zine Bewildering Stories de EE.UU. Desde entonces, escribiendo tanto en inglés como en español, ha sido publicado en “Aphelion” (otro e-zine estadounidense) y resultó finalista del primer concurso de novela corta de Ciencia Ficción de Tau-Zero, Chile, con la obra “El año del gato”, que va a ser publicada en duro junto con los otros ganadores. También resultó finalista en el primer y segundo concurso de relatos cortos del Cryptshow Festival de Barcelona del año 2008 y 2009 respectivamente. Ambos cuentos, “Café Americain” y “El caso del bebé sospechoso”, han sido publicados en duro en Barcelona en las antologías que recogen estos concursos. Es de la cosecha de 1951 y el pelo que le va quedando está más blanco que negro a estas alturas. Es, además, músico aficionado y aún sube al escenario a tocar teclados con su banda. Entre la música, sus cuentos y por último, pero no menos importante, su profesión, va por la vida. Admira profundamente a Charly y a Calamaro y en ciencia ficción ha leído desde Asimov a Stross.
Ha publicado en Axxón; en Ficciones: «LA VIDA ES BELLA»
Excelente cuento que refleja un poco lo que ya pasa ahora. Una parte de la sociedad haciendo esfuerzos terribles para «pertenecer» a una clase que los desprecia.