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 CHILE

¡Hashlaframhash! ¡Hashlaframhash! Gritaban en el coliseo de Bunda, la luna más hermosa y habitada de todo el sistema Inferno, el de los trece planetas inertes cuyos satélites, de manera paradójica, eran de los más prolíficos en vida de toda la galaxia. El estadio se hallaba a toda su capacidad, con más de un millón de diversas formas vivientes y artificiales, provenientes del resto de lunas del sistema y de planetas de otros sectores cercanos. Todos y cada uno de esos seres se mostraban expectantes, incluso los cíborgs corsarios de La Colmena, esperando ver aparecer al gran Hashlaframhash por los brillantes y gigantescos portones telurianos de rodio y marfil, cuyos mecanismos de apertura eran un espectáculo de por sí. Los que se hallaban en las primeras doscientas filas de las graderías habían pagado verdaderas fortunas por tales ubicaciones, para poder apreciar con sus propios ojos el espectáculo. Los situados en otras posiciones deberían usar lentes dimensionales o dirigir la vista hacia alguno de los cien mil telones volantes que cubrirían la presentación de ese día, aunque también tendrían que soportar la publicidad inserta en las esquinas y en la parte baja de las pantallas.

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Ilustración: FRAGA

Los gritos continuaban, algunos como verdaderos aullidos ―en especial los provenientes de los licantropoides de Esdruyanhia y los desgarradores estralianos, los que sólo eran aceptados en tales acontecimientos en cadenas y bajo vigilancia de mercenarios profesionales―, y ya la multitud empezaba a golpear el piso de las graderías, produciendo un trueno oscuro, cuando un agudo chirrido ocasionó el cese inmediato de los bramidos y los golpes. Cada uno de los asistentes dirigió entonces la mirada al centro de la arena, en donde un orificio empezaba a ampliarse y, desde su centro, ascendían las puertas telurianas de rodio y marfil, desenmarañando todo su espectacular mecanismo. Tras una serie de desengranes y sorprendentes movimientos de miles de dispositivos metálicos y orgánicos, se expandió la famosa cortina de neblina roja de los portones y, en medio de ésta, la figura de Hashlaframhash, el campeón. Caminando con tranquilidad y una sonrisa que, como todo guerrero tremantano, hacía destacar en cada arista de su boca un blanco y filoso colmillo; alzando sus dos brazos superiores para saludar y manteniendo los dos inferiores sobre las fundas de sus armas láser; y en su pecho, sobre la delgada coraza de piel de estralianos, las dos vainas que guardaban sus famosas pistolas de antimateria. A cada paso que daba, el público enloquecía y él parecía disfrutarlo, dirigiendo su mirada y saludos hacia todos lados, lo que a su vez era reproducido por los miles de telones, desde diferentes ángulos; y con distintos productos publicitados, en cada uno. Los asistentes no se cansaban de ovacionarle y él de recibir las aclamaciones, manteniéndose por cerca de diez minutos tal ambiente, hasta que se escuchó la brillante voz de Posanter-Bru, el presentador más famoso de ese y otros cuatro sistemas, anunciando el historial del campeón.

―¡Hashlaframhash, vencedor en seiscientos encuentros en las arenas de Bunda, Tremanta, Ursi, Letanta, Utirezag y otros setenta satélites y planetas!

En tanto se expandían las palabras del animador, el combatiente enfundaba las pistolas que cargaba en sus brazos inferiores, luego de hacerlas girar con gran destreza, para deleite de los presentes.

―¡Triunfador invicto, durante diez años, de los combates por eliminación grupal, en el sistema Polifemo!

Hashlaframhash no prestaba atención a la descripción, se hallaba concentrado revisando las otras dos armas que cargaba en su pecho, con ambas manos superiores.

―¡Conquistador de las serpientes acorazadas del mar de amoníaco eterno, en la sexta luna de Tremanta!

Una vez verificadas las dos pistolas de partículas, el guerrero las guardó en sus fundas, también previo juego de manos y malabarismos con ellas.

―¡Es… Hashlaframhash, el invicto!

Con las últimas palabras del animador se produjo un rugido colosal, con un millón de voces de todo tipo entremezcladas; humanoides, ciborgs, insectoides, etéreos, metamórficos, cefalopoides, minerotales, equinoides e incluso octógrados. Todos viendo como su héroe se detenía en medio de la arena, mientras tras él, los mecanismos de los portones telurianos se activaban nuevamente, regresando la fabulosa estructura a su sitio original, bajo el piso. Entonces Posanter-Bru continuó la presentación, con gran ímpetu.

―¡Antes de iniciar la introducción del contrincante del gran Hashlaframhash…

Con la sola mención del nombre un estruendo de aullidos y aplausos estalló en el coliseo, interrumpiendo al presentador por un breve lapso.

―… les recuerdo que, en todas nuestras pantallas, aparecen las probabilidades de las apuestas, las que irán variando según el desarrollo de la lucha. Aunque en el caso de nuestro querido Hash…

Otro ingente griterío hizo temblar el recinto y, sólo luego de algunos segundos, Posanter-Bru pudo continuar.

―… no creo que los momios varíen ―terminó de decir, de manera irónica, consiguiendo que gran parte del público riese.

―Como pueden ver ―continuó el locutor―, las apuestas se muestran en nuestros telones.

En ese instante, las cien mil pantallas mostraron la tabla de apuestas, con las cifras girando y danzando, hasta quedar establecida la última actualización: cien a uno a favor del campeón. Tras un ensordecedor vitoreo, Posanter-Bru retomó la presentación, con el anuncio del contrincante.

―¡Y como su oponente…!

Se produjo un breve silencio, y no sólo de quien relataba, también el griterío se detuvo; todos querían saber el nombre de quien moriría frente al gran Hashlaframhash. ¿Sería el octopoide gigante de Letanta? Era enorme y despiadado y daría una buena pelea antes de ser destruido; ¿o el tardígrado dragón, con sus pezuñas y colmillos envenenados? También sería un oponente digno de tal evento y con los restos se podrían elaborar miles de souvenirs; o el buitre bicéfalo de acero, del tercer mundo cuántico; o las arpías gemelas de Ursi. Las opciones eran muchas y todos esperaban ansiosos la revelación, por lo que la mudez ya se había apoderado del coliseo, cuando, de manera repentina, otro orificio se abrió en el piso de la arena, en el costado sur, a doscientos metros de Hashlaframhash, surgiendo otra ingente puerta teluriana. El público estalló en gritos de éxtasis, admirando una vez más el magnífico mecanismo en acción, expectantes en cuanto a qué o quién saldría de la estructura. Tras el último desengrane de la estructura orgánico-mecánica, se expandió la niebla roja y, desde ésta, comenzó a surgir una silueta. A medida que se revelaba, los gritos disminuían, hasta quedar en un murmullo generalizado. La figura era evidentemente humanoide, aunque de baja estatura y algo encorvado, con una delgadez rayana en el raquitismo y un rostro anguloso y escaso de carne, al punto de parecer sólo piel sobre hueso; un par de lentes de grueso cristal agrandaban sus ojos oscuros y el cabello negro y engominado lucía aplastado sobre su cabeza y parte de su frente. Los espectadores se miraban entre sí, algunos con una sonrisa incrédula, otros negando con la cabeza y no pocos con gesto de desagrado; habían pagado una fortuna para disfrutar de un enfrentamiento espectacular, una matanza única y sangrienta. Lo que difícilmente se conseguiría con tal adversario.

Tosiendo en medio de la neblina roja, el contrincante empezó a avanzar, en tanto los excepcionales mecanismos tras él se hundían, hasta desaparecer por completo. Mientras caminaba hacia Hashlaframhash, el presentador retomó la introducción, aunque con menos energía que la vez anterior.

―Y como su oponente… el doctor… Karren Jebalaghannas III.

Los asistentes enmudecieron por completo, en tanto los números de la tabla de apuestas bailaban, hasta detenerse con un nuevo ajuste: mil a uno a favor del campeón.

―Experto en exoparapsicología y psiquiatría galáctica, con…

Por un instante, Posanter-Bru detuvo la alocución, de seguro para releer el currículum que, sencillamente, no encajaba en aquel lugar.

―Con siete estudios sobre las exo-emociones y su control externo, publicados en las más prestigiosas revistas científicas de…

En tanto el presentador proseguía con el extenso e inusual historial académico, el aludido continuaba avanzando hacia Hashlaframhash, con pasos lentos y atolondrados, mirando hacia todos lados, demostrando su total inexperiencia en el coliseo de Bunda. Al mismo tiempo, el campeón levantaba su brazo superior izquierdo y el inferior derecho, apuntando con ambos al antagonista que se le acercaba torpemente; entonces el guerrero comenzó a reír. Primero de manera entrecortada y suave, luego con más fuerza, hasta llegar a las carcajadas y a apretarse ambos estómagos con los otros dos brazos. El público del estadio ya fuese por efecto de la contagiosa risa, o por seguir a su ídolo, también estalló en una carcajada, la que se mantuvo hasta que Hashlaframhash paró de reír, quedando sí con una gran sonrisa.

―Así es que, ¿tú eres mi contrincante? ―pregunto con voz calma el guerrero tremantano al escuálido humanoide, escuchándose perfectamente su voz en toda la arena, mientras las pantallas volvían a publicar la actualización de las apuestas: cinco mil a uno a favor de Hashlaframhash.

―Sí; eso creo ―contestó Karren Jebalaghannas III, sujetándose los lentes.

―Y dime, doctor en…

Ante la demora, fue el humano quien terminó la frase.

―Exoparapsicología y psiquiatría galáctica.

―Dime, doctor en exoparapsicología y… lo otro.

―Psiquiatría galáctica ―aclaró una vez más el esmirriado contrincante―. Una rama derivada de la exoneurocirugía y…

―¡Lo que sea! ―le interrumpió el campeón, con un aspaviento de uno de sus brazos inferiores―. Sólo quiero saber cuáles son tus destrezas; ¿la velocidad de un insectoide felino bundiano?, ¿capacidad de volar y exhalar fuego, como los dragones voladores estirriños?, ¿dominio de la teletransportación?

―No, no… nada de eso ―aseguraba Karren Jebalaghannas III, ante cada propuesta, negando con la cabeza y acomodando sus gruesos anteojos.

―¿Aumento del tamaño a voluntad?, ¿regeneración y curación instantáneas?, ¿visión láser?

―No, claro que no ―volvió a aseverar el doctor, con una sonrisa.

―Entonces… ―dijo Hashlaframhash, con el ceño fruncido y levantando las manos superiores― … ¿Qué habilidad posees, como para estar aquí, enfrentándome?

―Bueno, gracias a mis estudios e investigaciones en…

Al tiempo que el doctor se explayaba, las cifras de la tabla de apuestas volvían a girar: ¡Diez mil a uno a favor del héroe de Bunda!

―¡Ah! ―exclamó con desagrado el guerrero tremantano, al mismo tiempo que el público presente―. Por favor, ya escuchamos tu currículum, ¿podrías sólo ir al punto e indicar la habilidad, poder o armamento que te hace digno de estar hoy aquí?

―Claro, disculpa; y ustedes también, discúlpenme ―añadió el doctor, mirando hacia las graderías―. Seré conciso: he podido desarrollar dos habilidades, poco comunes y muy interesantes; la primera es la telequinesis orgánica selectiva, a través de la cual puedo dominar con mi mente, y de manera holística, cualquier miembro o extremidad de una estructura orgánica.

―Vaya ―dijo el campeón, con una irónica sonrisa en el rostro―. ¿Y cómo haces eso?

―Déjame concentrarme un poco y te mostraré ―contestó su contrincante, afirmando sus lentes, frunciendo el ceño y cambiando su rostro a una expresión de gran seriedad, no obstante, algo graciosa y ridícula. Hashlaframhash lo miró y empezó a reír, lo que fue emulado por la multitud; en un principio. El adalid del coliseo de Bunda comenzaba a apretarse sus estómagos con sus extremidades inferiores, cuando notó que la risa de sus seguidores se apagaba. Entonces, quizás por instinto o por su aguda vista periférica, desvió la mirada hacia la derecha, descubriendo que su propia diestra superior le apuntaba a la cabeza con una de sus pistolas de partículas. Con lentitud giró la cabeza, hasta encontrarse con la boca del cañón en su frente, justo en el segundo en que el arma se disparaba. Su séptimo sentido tremantano, el de la supervivencia supranormal, hizo que moviera la cabeza, justo a tiempo, consiguiendo que el disparo tan sólo le arrancara parte de su oreja. De inmediato, y antes de que hubiese un segundo tiro, Hashlaframhash sujetó con el otro brazo superior y uno de los inferiores la extremidad rebelde y empezó a forcejear con ésta, mientras el público observaba entre murmullos, intercambiando miradas, comentando lo extraño de la escena. En ese momento la tabla de apuestas volvió a danzar: cuatro mil a uno a favor de Hashlaframhash, mientras que, y en forma repentina, del arma insurrecta se escapaban algunas ráfagas hacia las graderías, quedando heridos varios espectadores; un cefalopoide, con dos tentáculos cercenados; un insectoide, con uno de sus ojos compuestos atravesado; un octógrado, descabezado; y un ciborg corsario, con un hoyo del tamaño de un diamante nupcial de Letanta en su tórax. El resto de los asistentes mantuvo un silencio casi total por varios segundos, hasta que, de manera espontánea y casi unísona, explotaron en un aullido.

―¡Hashlaframhash! ¡Hashlaframhash!

Mientras los gritos inundaban la arena, el campeón hacía caer la pistola del brazo insubordinado y, entre jadeos y un hilo de sangre corriendo por su mejilla, dirigía la vista hacia su contrincante, el que inclinaba la cabeza y pasaba un pañuelo blanco por su frente, en una notoria muestra de cansancio.

―Veo que tu poder te agota, doctor…

Ante la notoria dificultad de Hashlaframhash para recordar el nombre de su contendiente, fue éste quien se lo recordó.

―Jebalaghannas; Karren Jebalaghannas III, doctor en exoparapsicología y…

―Y psiquiatría galáctica ―dijo Hashlaframhash, alzando el único brazo libre y con evidente fastidio―, ya lo sabemos.

Un murmullo generalizado de aprobación recorrió el estadio.

―El punto es que pude advertir que tu poder te debilita rápidamente. Y es unidireccional ―añadió el campeón, con una sonrisa y un destello en los colmillos que iluminaron su rostro―. No puedes controlar más de una extremidad a la vez, ¿verdad?

―Por supuesto que no puedo ―le contestó el pequeño humanoide, al tiempo que limpiaba una vez más sus lentes con el pañuelo―. Y también tienes razón con respecto al cansancio que me produce; es un desgaste agotador, al punto que ahora, con suerte, sólo podría controlar uno de tus dedos.

Ágilmente, el extraño científico se puso los anteojos y lanzó una nueva y seria mirada al campeón, el que empezó a gatillar de manera descontrolada una de sus pistolas de partículas; una vez más, la que apuntaba a las graderías. Tras cuatro disparos descontrolados, y el mismo número de espectadores muertos, Hashlaframhash desvió el arma hacia el suelo, donde ésta continuó descargándose, mientras el resto de los asistentes aullaban ante el espectáculo; y la tabla de apuestas volvía a actualizarse: mil a uno a favor de Hashlaframhash.

―¿Lo ves? Ya no puedes controlar mi brazo, sólo mi índice ―afirmó el campeón, mostrando los colmillos y una faz marcada por la transpiración y el hilo de sangre que todavía caía por la mejilla, desde lo poco y nada que quedaba de su oreja derecha―. ¿Tienes algo más? Antes de que te acribille.

―Sí, por supuesto ―contestó el doctor, en tanto limpiaba la copiosa humedad de su frente―. Además de la telequinesis orgánica selectiva, yo también…

―La verdad es que no me interesa; mejor te mataré ahora ―le interrumpió Hashlaframhash, levantando uno de sus brazos y dirigiendo la pistola láser hacia su contendiente, el que con presteza acomodó sus lentes y lanzó otra de sus extrañas miradas, consiguiendo que el paladín de Bunda no pudiese accionar el gatillo del arma. Luego de varios intentos fallidos, el campeón apuntó con otro de sus brazos, con igual resultado y, tras unos segundos, agregó un tercero, pero siempre infructuosamente; sus dedos no lograban gatillar ninguna de las pistolas; las cifras de las apuestas danzaron una vez más: uno a uno.

―Muy bien, mantienes algo de tu poder de control, por lo menos sobre mis dedos, pero no los necesito ―indicó Hashlaframhash, mientras enfundaba todas sus pistolas―. Iré hasta allá y te arrancaré la tráquea a dentelladas.

El público estalló en un único y ensordecedor grito, al escuchar la amenaza de su adalid y verlo avanzar hacia el singular antagonista, el que afirmaba sus lentes y repasaba con su pañuelo el sudor de su rostro. A medida que el pistolero de cuatro brazos se acercaba a su objetivo, el auditorio repetía su nombre, primero como un murmullo de miles de voces.

―Hashlaframhash, Hashlaframhash.

Luego, y ya a algunos metros de su contrincante, el susurro de miles se había transformado en el rugido de un millón de distintos seres.

―¡Hashlaframhash! ¡Hashlaframhash!

Parecía que el coliseo se derrumbaría ante el bramido, cuando Hashlaframhash se detuvo a un paso de Karren Jebalaghannas III, quien le miraba hacia arriba, mientras sacaba otro pañuelo. Todos los espectadores callaron en ese momento, produciéndose un profundo silencio, al grado de poder escucharse el jadeo del ídolo y el sonido de los vidrios de los anteojos de su contrincante, al ser frotados por la toquilla. Tras la limpieza, el científico empezó a hablar.

―Bueno, ahora que estás tan cerca será más fácil explicarte mi segunda habilidad.

Al tiempo que el pequeño humanoide hablaba, el pistolero le miraba sin decir nada, pero extendiendo poco a poco su sonrisa tremantana; feroz, con los colmillos extendidos y rozando los gruesos y rojos labios.

―Tengo la capacidad de transferir una emoción propia a otro organismo, cambiándola por otra que éste posea. Si ambas emociones…

Mientras Karren Jebalaghannas III revelaba su segunda destreza, el paladín de Bunda le tomaba con sus brazos inferiores y lo levantaba, hasta hallarse ambas vistas al mismo nivel.

―… son iguales, entonces no puede haber transferencia, sin embargo…

Hashlaframhash oía en cabal mudez, aunque no dejaba de sonreír.

―… si ambas emociones son distintas, entonces se produce una interesante y poderosa transferencia. Por ejemplo, todo el odio que de seguro sientes por mí en este momento…

―Yo no siento odio hacia ti ―le interrumpió el guerrero de las cuatro extremidades―. Soy un gladiador y tú has sido un buen contrincante; y te respeto por ello. Además, has sabido crear y mantener el espectáculo; mira a tu alrededor.

El doctor giró la cabeza a uno y otro lado, percatándose de la total atención que prestaban los asistentes.

―Entiendo ―dijo, en tanto volvía acomodar sus anteojos―. ¿Estás completamente seguro de que no tienes animadversión alguna hacia mi persona?

―Absolutamente ―le contestó el guerrero, mientras con delicadeza le limpiaba el polvo de los hombros, con su mano izquierda superior.

―Bueno, en ese caso…

Haciendo una pausa, el pequeño científico metió su mano al interior de su chaqueta y extrajo una fotografía que puso frente a los ojos de su antagonista.

―¿Y qué se supone que…?

De manera abrupta Hashlaframhash cortó la frase y, cambiando la sonrisa a una gélida seriedad, tomó la imagen y la acercó hacia sí. Mientras la observaba su rostro enrojecía y un fino hilo de sangre empezaba a deslizarse desde sus labios, producto de la presión de sus propios colmillos. En ese instante, una de las cámaras dron del coliseo se colocó tras el guerrero y la fotografía comenzó a salir en las miles de pantallas que abarrotaban el lugar. Casi de inmediato una gigantesca exclamación de asombro se hizo oír en todo el recinto, seguida de muchos silbidos; de admiración. En la foto aparecía una hermosa tremantana, vestida con un ajustado corsé negro y ligas del mismo tono, recostada en una suntuosa cama hexagonal, entre sábanas y almohadones de seda kartelasiana púrpura, con sus brazos inferiores sobre sus muslos y los superiores tras la cabeza, en una pose muy sensual. En la esquina derecha de la imagen había una dedicatoria escrita con labial rojo: para mi pequeño y amado Karren, siempre tuya… Lishgemtelish.

―¡¿Tienes una fotografía de Lishgemtelish?! ―Aulló el campeón, rojo de ira―. ¡¿Una imagen de mi esposa, en ropa interior y en nuestra cama?!

El grito del guerrero fue seguido de un largo, oscuro e ingente Oh, proveniente del público en las graderías, el que se cortó abruptamente, cuando Hashlaframhash dirigió la mirada hacia las tribunas. Conseguido el silencio, volvió al doctor.

―¡Ahora sí, esto es personal! ¡Te causaré tanto dolor que desearás no haber existido y…!

―¿Entonces ya me odias? ―Le interrumpió el humano, en tanto empujaba nuevamente los lentes sobre su nariz.

―¡¿Que si te odio?! ―Vociferó el guerrero, al tiempo que con su diestra superior abría una navaja tremantana, de aquellas con triple filo y puntiagudas medialunas de acero en su centro, el arma blanca más letal de Bunda, al punto de estar prohibida en el resto del sistema Inferno (y en otros tantos en la galaxia).

―Sí, creo que me odias lo suficiente ―dijo Karren Jebalaghannas III, sonriendo y apretando con sus dedos la muñeca del brazo izquierdo superior de su oponente, justo en el instante en que éste levantaba la mortal daga y el público se ponía de pie y estallaba en un rugido de júbilo. Sin embargo, en el momento en que el arma alcanzaba la máxima altura y parecía que caería inexorablemente sobre el pecho del doctor, algo ocurrió; Hashlaframhash inmovilizó su brazo (de hecho, los cuatro).

―¿Qué… qué es lo que…? ―balbuceó el campeón, primero mirando extrañado el arma en su brazo y luego el rostro de su antagonista.

―No me siento bien… yo… ―dijo el tremantano, tambaleándose y con débil voz, mientras un murmullo generalizado se propagaba por todo el estadio; y los números de la tabla de apuestas giraban hasta marcar una nueva estado: doscientos a uno; a favor de Karren Jebalaghannas III.

―Son los efectos secundarios normales, al inicio de una exo-transferencia emocional ―indicó el doctor―; mareos, sensación de desvanecimiento, pérdida del equilibrio…

―Pero… ¿Qué es esto? ―Exclamó Hashlaframhash, llevando una de sus manos a sus ojos, mientras las cifras cambiaban una vez más: seiscientos a uno; a favor del pequeño humanoide.

―Ah, son lágrimas ―le contestó el científico―. Y en tu caso, azules; muy bonito color. Y es otro efecto, pero derivado de las emociones involucradas en la transferencia; todo el odio visceral que sentías por mí, lo intercambié por una emoción propia y abundante; y opuesta.

―No sé a qué sentimiento te refieres, pero es extraño ―señaló el guerrero, limpiándose una lágrima añil de su mejilla―. Y creo que también es…

―Singularmente doloroso, ¿verdad? ―interrumpió el doctor―. Se trata de una emoción que desconocías.

―¿Qué es lo que me has metido adentro? ―preguntó con ansiedad Hashlaframhash―. ¿Amistad? ¿Caridad? ¿Piedad?

―No, no, no; nada de eso ―respondía su contrincante, negando con la cabeza―. Nada de eso serviría para vencerte por completo, por lo que decidí que debía utilizar una emoción, o una carga emocional, tan poderosa, que pudiese ser intercambiada expeditamente por el odio que, de seguro, poseerías o sería fácil de desarrollar en ti.

En tanto el doctor se explayaba, el héroe de Bunda se limpiaba una lágrima y comenzaba a sollozar. Y los números de la tabla de apuestas giraban enloquecidamente, hasta un nuevo cómputo: mil a uno, a favor del experto en exoparapsicología y psiquiatría galáctica.

―El problema es que el sentimiento, o conmoción afectiva, que necesitaba para vencerte, tampoco lo poseía yo y…

―Disculpa ―le interrumpió Hashlaframhash―, ¿me podrías prestar uno de tus pañuelos?

―Sí, por supuesto ―le respondió Karren Jebalaghannas III, acomodando sus lentes―; toma este.

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Ilustración: FRAGA

Mientras con sus brazos inferiores lo mantenía levantado, con los superiores tomaba la pañoleta, secaba sus ojos y se sonaba la nariz, con un ruido estruendoso, muy típico de los tremantanos. Y las cifras en las pantallas cambiaban nuevamente: tres mil a uno, a favor del doctor.

―Gracias ―le indicó el guerrero, acercándole el pañuelo notoriamente usado.

―Consérvalo ―le respondió su contrincante, con aspavientos de negación de su mano derecha, en tanto con la otra volvía a acomodar sus gafas―. Y volviendo al tema, necesitaba disponer de una emoción fuerte y positiva, para intercambiarla con tu odio, por lo que decidí hacer algo extremo. Decidí…

Hashlaframhash dejó de sollozar y miró detenidamente a su contrincante, al tiempo que los asistentes en el coliseo, todos ellos, guardaban un silencio incondicional, tan profundo como el océano mercuriano de Esdruyanhia, esperando la crucial y anhelada revelación.

―Decidí engañar a mi amada esposa e involucrarme con una mujer también casada, para así adquirir las emociones necesarias para vencerte; culpa, remordimiento, cargo de conciencia.

―Y para asegurarte de que yo tuviese el suficiente odio ―susurró Hashlaframhash, asintiendo con la cabeza y con un rictus parecido a una sonrisa―, también decidiste que tu amante fuera mi propia consorte; y que yo lo supiese.

―Si te hace sentir mejor, debo decirte que todo el remordimiento y la culpa que sientes en estos instantes, yo también las sufrí. Aunque en mi caso, por engañar a mi pareja y estar con una mujer casada, a diferencia de ti, que sufre este cargo de conciencia, por los cientos de muertes que…

―Miles ―le corrigió con un sollozo el guerrero―. No quisiera pecar de soberbia en un momento como este, pero yo era el mejor; fueron varios miles.

―Sí, gracias por la corrección; varios miles de muertes que llevas a tu haber. Debe ser un enorme peso sobre tus hombros.

―Es una sensación horrible e increíblemente fuerte ―dijo el guerrero, empezando a sollozar una vez más, en tanto las cifras volvían a cambiar: cinco mil a uno, a favor de Karren Jebalaghannas III.

―Sí, así es ―asintió el doctor―. Pero puedes acabarla fácilmente; imagino que sabes cómo.

―Sí, creo que sí ―respondió Hashlaframhash, en tanto volvía a pasar el dorso de una de sus manos superiores por sus mejillas, limpiando dos lágrimas azules.

―Y si te sirve el saberlo, técnicamente seguirás siendo invencible ―comentó el doctor, con una sonrisa―; pues nadie te habrá vencido. Excepto tú mismo.

―Es verdad ―comentó el guerrero, mientras levantaba con pesadez una de las pistolas de antimateria y la apuntaba a su propia sien, al tiempo que los números en los telones trocaban de nuevo: veinte mil a uno, a favor del enclenque humanoide de lentes―. Es preferible de esta manera, ser recordado como el invencible…

―¡Hashlaframhash!

El agudo grito provenía de las graderías y había conseguido la atención del campeón, el que miraba buscando el origen.

―¡Hashlaframhash!

Se volvió a oír el nombre con la misma voz, no obstante, esta vez Hashlaframhash descubrió la procedencia; provenía de uno de los palcos más cercanos a la arena, en donde una hermosa tremantana se mostraba de pie, con las manos inferiores entrelazadas y las superiores rodeando su boca, para aumentar la potencia de sus alaridos.

¡Hashlaframhash! ―se escuchó por tercera vez.

―¡Lishgemtelish! ―murmuró el guerrero, con la mirada en el palco y la pistola de antimateria aún en su sien.

―¿Lishgemtelish? ―consultó su contrincante, girando la cabeza y afirmando los anteojos―. Vaya, pensé que no le gustaba tu trabajo como gladiador.

―Así es, lo odia ―afirmó Hashlaframhash, sonriendo―; y aún así vino a verme.

―¡Estimados espectadores, esto es algo sumamente inusual! ―anunció Posanter-Bru, emocionado y mostrando a Lishgemtelish por los miles de pantallas del coliseo de Bunda―. ¡En el balcón supra imperial ciento cuatro ha aparecido la esposa del campeón! ¡Sí, queridos asistentes, la mismísima consorte del gran Hashlaframhash!

El público estalló en gritos y aplausos.

―Hashlaframhash, mi amor ―dijo la tremantana, con los brazos abajo, los cuatro, y una voz tenue y dulce, reproducida por los parlantes de los miles de telones del gigantesco estadio―. Vine para decirte que te amo y que nos demos una nueva oportunidad; claro, si es que tú aún me amas.

Se produjo una mudez generalizada en todo el coliseo que, luego de algunos segundos, fue roto por el guerrero.

―¿Sabes, Karren Jubu…?

―Karren Jebalaghannas III ―le corrigió su contrincante, con aspavientos de una mano.

―Eso, Karren Jebalaghannas III, doctor en psico…

―Experto en exoparapsicología y psiquiatría galáctica ―le volvió a rectificar el aludido, sacando un nuevo pañuelo de sus bolsillos.

―¿Sabes, Karren Jebalaghannas, experto en exoparapsicología y psiquiatría galáctica, que es lo que acabo de descubrir?

Su contrincante movió la cabeza negativamente, al tiempo que limpiaba sus lentes, una vez más.

―Descubrí que el remordimiento que me contagiaste es una emoción vigorosa; sorprendentemente, más que el odio ―afirmó Hashlaframhash, todavía sosteniendo con sus extremidades inferiores al doctor y apuntando a su propia cabeza con el arma de antimateria―. No obstante, también he aprendido, gracias a la presencia de mi bienamada Lishgemtelish, que la más poderosa de las emociones es…

Repentinamente, el campeón detuvo su exposición y desvió la mirada hacia el cielo, produciendo una demora en el relato y la atención total de todos los asistentes, incluidos su cónyuge y el presentador.

―¿El amor? ―consultó el doctor, consiguiendo un generalizado Ah, en el estadio. Hashlaframhash regresó la vista hacia su contendor, con el ceño fruncido.

―Por supuesto que no; me refería al placer sexual.

―Pero…―balbuceó Karren Jebalaghannas III, sujetándose los lentes―, ni siquiera se trata de una…

Antes de que terminase la oración, la cabeza del científico se evaporó, quedando en su lugar una pequeña nube de diminutas partículas.

―Ya lo saben ―señaló el guerrero hacia las graderías, en tanto soplaba el cañón todavía humeante de su pistola de antimateria―; el sexo es más fuerte que el arrepentimiento.

Luego de un mudo instante el público estalló en aullidos, silbidos y aplausos, repitiendo el nombre del campeón, en tanto Lishgemtelish subía a un dron plataforma y era llevada hasta el centro de la arena, junto a su marido.

―¡Hashlaframhash! ―gritó la hermosa tremantana, mientras saltaba del dron y le abrazaba, aferrándose a su cuello, dándole un largo y apasionado beso y provocando más gritos y aplausos de los asistentes.

―¿Lo hiciste? ―le preguntó el campeón a su consorte, a quien abrazaba con sus extremidades superiores, mientras aún sostenía con los inferiores el cadáver de su contrincante.

―Por supuesto; esperé a que los momios se hallasen a veinte mil a uno en tu contra, como dijiste.

―¿Y apostaste…?

―Toda nuestra fortuna; ahora somos los más ricos de Bunda.

―Y de todo el sistema Inferno.

En ese instante Hashlaframhash volvió a besarla, mientras el público vitoreaba su nombre y el cuerpo decapitado de Karren Jebalaghannas III, experto en exoparapsicología y psiquiatría galáctica, se balanceaba entre los brazos inferiores del invencible campeón de Bunda.


Milenko Karzulovic nació en Santiago de Chile en 1965, y fue primero músico, luego académico y posteriormente escritor y creador audiovisual. Actualmente, un poco de todo eso, pero con énfasis en la escritura: la fantástica, con toques de ironía y muchos halagos y referencias al cine de antaño.

Entre el 2009 y el 2015 escribió y dirigió dos cortometrajes, autoeditó y publicó dos novelas y un texto de teoría musical (El Libro de las Escalas), y, nos cuenta, «casi conseguí no quedar en quiebra. Luego de un par de años oscuros —incluidos la venta del otro riñón y un patético regreso a la prostitución—, publiqué en 2018 una novela de terror gótico, con una editorial española (Ediciones Camelot América). La obra se llama El Barón de Pest, Libro Primero de Los Padres de la Luna Llena, y se encuentra en librerías de México y Argentina (no así en Chile, curiosamente, mi propio país)».

Ha publicado en Axxón; en Ficciones: LA MALDICIÓN DE LARRY (nº 291)

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