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¡ME GUSTA
AXXÓN!
  
 

Archivo de la Categoría “256”

MÉXICO

 

 

Las lámparas incandescentes iluminan el largo pasillo, era de madrugada y los pasos del doctor Mamoru Oshii resonaban hasta el fondo de corredor, llevaba una taza de café en la mano y se dirigía a su cubículo arrastrando los pies con pereza. Al pasar junto a la oficina del director del Instituto Entomológico de Arca escuchó música: un par de violines sollozaban como un animalillo enjaulado. Hasta ese momento estaba seguro de que era el primero en llegar, le dio un sorbo a su café y por un momento se sintió preocupado, la idea de que algo no estaba bien le ponía la piel de gallina mientras tocaba a la puerta.

—Doctor Silvestri, ¿todo bien?

—Pase, Oshii.

La voz de Filippo Silvestri lo tranquilizó, aunque no pudo evitar pensar que hacía unos días uno de los colegas del doctor, Meyer, había sufrido un infarto. Al abrir la puerta, Oshii vio el gran ventanal de la oficina del doctor, las luces estaban apagadas y la cortina abierta, el alba avanzando entre los arbustos recortados del jardín principal del Instituto. La figura del doctor se delineaba en un extremo del marco de la ventana. Estaba sentado mirando hacia afuera. Oshii avanzó y se paró en la mitad de la oficina.

—Buenos días, doctor, hoy ha madrugado. ¿Necesita alguna cosa? Me encamino al laboratorio.

—No me he ido, Oshii.

El director del Instituto giró el rostro hacia su colega. En su cara se leían los signos de una larga espera, su semblante estaba relajado pero en sus ojos refulgía una revelación. Se levantó, arqueó la espalda y se llevó las manos a la cintura mientras flexionaba la cadera de un lado a otro. Su camisa estaba arrugada y desfajada.

—Quiero que me acompañe al laboratorio.

—Por supuesto, doctor —contestó Oshii con gravedad. Mientras miraba fijamente a su maestro, dio un sorbo más a su café.

Silvestri se levantó de la silla, se talló la cara, buscó sus zapatos y tomó una bata del perchero.

—Acompáñame, Oshi —dijo poniendo una mano en el hombro de su colega.

Ambos salieron de la oficina hacia el pasillo, Oshii caminó al lado de Silvestri con la taza a medias. Su maestro tenía las manos en los bolsillos y una mirada severa.

—Doctor, si he cometido alguna falta, puede decírmelo.

—No se trata de eso.

—Está muy serio, Silvestri, me estoy preocupando.

—Tengo que mostrarle algo, Oshii, y estaba buscando las mejores palabras para explicarle lo que quiero explicarle. Ayer en la noche me decidí a contarle sobre una de mis investigaciones y más ahora, con el fallecimiento de Meyer, un gran amigo.

—Será un honor, entonces.

Silvestri asintió y guardó silencio. Ambos siguieron su camino y el eco de sus pasos se extendió a lo largo del corredor, como si el par no fuera solo.

En una de las mesas del laboratorio estaba dispuesta una caja con el nombre del doctor.

—Oshii, vea estas muestras y dígame qué piensa de ellas —dijo, entregándole un cilindro de conservación. Oshii lo tomó y, al abrirlo, reconoció un par de coleópteros en gel de conservación. Los miró de cerca con una lupa y los colocó sobre la mesa.

—Pues son un grupo de Ceroglossus buqueti, bellos ejemplares, es una especie que habita en Chile y me llaman la atención sus tarsos lisos, eso me parece poco común. ¿Serán de una subespecie?

—Estos especímenes fueron encontrados en Chile en el año de 1950 por un coleccionista, los mantuvo en una vitrina por mucho tiempo, junto con otros especímenes porque, como ve, son muy bellos. Al morir, su colección de más de mil trescientos individuos fue donada por sus familiares al Museo de Historia Natural de Arca, en donde el doctor Meyer y yo hicimos nuestra pasantía cuando éramos sólo dos estudiantes de biología. Tuvimos la oportunidad de clasificarlos y estudiarlos. De entre todos ellos, tres insectos llamaron nuestra atención por pequeñas particularidades, como la que has notado. Tres Ceroglossus buqueti. Diseccionamos uno de ellos.

Al decir esto, sacó de otro cilindro al tercer insecto. Estaba separado en capas y encapsulado en resina, era como un rompecabezas. Puso las secciones bajo el microscopio dinámico y Oshii pudo observar el espécimen desde todos los ángulos. Había algo distinto a lo que esperaba, el cerebro era más grande, el estómago era diminuto y los ovarios era prácticamente inexistentes. Oshii miró a Silvestri con asombro.

—Meyer y yo guardamos estos insectos para estudiarlos y encontramos otras irregularidades, particularmente en los ojos compuestos. Nos dimos cuenta de que cada omatidio estaba conformado por una sola fibra, no tenían ni células reticulares ni lentes. Como un ramo de fibra óptica. Por muchos años resguardamos estos especímenes y poco a poco nos fuimos enterando de que se encontraron otros coleópteros y odonatos con características similares en varias partes del mundo y no sólo eso, tengo acceso a once especímenes fosilizados pertenecientes al período cuaternario con particularidades como estas. Somos cerca de veinticinco entomólogos los que hemos reunido información desde hace más de cuarenta años.

Oshii seguía muy confundido mirando con el ceño fruncido las imágenes y estudios sobre el ojo compuesto del Ceroglossus buqueti.

Silvestre continuó mientras abría otras cajas y cilindros de conservación:

—Quiero mostrarte estas quince «especies conocidas», todas fueron encontradas por diferentes investigadores desde los años 30. Observa que los más antiguos son más grandes, y entre más llegamos a la actualidad, los individuos son más pequeños. En particular difieren los ojos de todos ellos. En algunos analizamos la linfa y no se parece en nada a ninguna otra, además está constituida por un solo elemento desconocido e inorgánico. Y esto, que creímos que era un órgano parece que no lo es, es más bien como un motor, una fuente de poder. Y el exoesqueleto, mira las muestras, los estudios histológicos revelan unas formas regulares poco comunes.

El café de Oshii ya estaba frío, sus manos estaban entrelazadas a la altura de su boca y su mirada se paseaba por las muestras, los insectos y la pantalla del microscopio dinámico.

—No entiendo. ¿Qué significa esto? ¿Que nadie los había examinado tan de cerca?

—Lo que pasa es lo contrario, ya habíamos descubierto esto hace varios años. Somos muy pocos los que sabemos de estas características, pero no hemos querido decir nada aún, hacen falta otras pruebas

—Doctor, ¿qué me quiere decir, que estos insectos no son insectos?

—Lo que creemos, Oshii, es que estos no son animales, son autómatas, son robots.

Oshii se quedó mirando al doctor unos momentos. Tenía los brazos cruzados, no sabía qué decir. Tomó las fotos, miró los especímenes y los análisis químicos. No lo podía creer.

—Lo más descabellado, es que, creemos, creo, que la tecnología no es terrestre. Mi teoría y de otros es que estos, lo que sean, son alienígenas.

El alumno se quedó mirando a su maestro. Nunca lo había oído pronunciar la palabra «alienígenas» y le parecía que tal vez no estaba en el laboratorio, sino en su casa, bajo las sábanas, a punto de llegar muy tarde a trabajar.

—Pero, doctor, cómo explica que el exoesqueleto sea de quitina, los robots no usan quitina.

—Vea esto, Oshii, esta quitina es artificial, fue construida en un laboratorio mil veces más sofisticado que este.

—Pero no entiendo, ¡esto es inconcebible!

—Oshii, hay algo más desconcertante.

—Oh, no.

—Mire el corazón de cada uno de los especímenes. Bien, pues eso, mi querido amigo, emite una señal y trasmite información. Uno de mis colegas de Japón lo detectó en un espécimen que estaba activo. Pudo interferir la señal casi por accidente y lo que descubrió fue un código numérico, pero está seguro de que eso que trasmitía era información.

—Lo que quiere decir…

—Creemos que estos robots son alienígenas y que se reproducen o son enviados desde hace miles de años para investigar.

—¿Investigar? ¿Miles de años?

—Investigar la vida en la Tierra. Oshii, mire.

El doctor tomó uno de los Ceroglossus buqueti, lo extrajo del gel de conservación y lo colocó sobre la mesa. Después sacó una batería conectada a dos delgados electrodos, tan delgados como agujas, y con ellos tocó la parte baja del abdomen. Las patas comenzaron a moverse. Lo volteó y tocó detrás de la cabeza y las alas se extendieron instantáneamente.

Oshii tenía los ojos desorbitados, miraba al animal con horror, se fue hacia atrás y la taza de café rodó por el piso.

—Silvestri, no lo puedo creer.

—En unos años, mis colegas y yo tendremos lo necesario para pedir el apoyo del gobierno de Arca para seguir con las averiguaciones.

—¿Por qué me ha dicho esto, doctor?

—Porque usted, mi buen amigo Oshii, y otros, deberán continuar esta investigación.

Oshii miraba fijamente al insecto y se sentó como un niño en el piso helado. «Creo que no estoy soñando», pensó.

 

 

 

2

 

 


Ilustración: Guillermo Vidal

En el año de 2060, un encanecido doctor Mamoru Oshii presentó, junto a un grupo de colegas, un informe detallado de las investigaciones de diversos científicos reconocidos a lo largo y ancho del planeta en el salón principal de la Agencia Espacial de Arca. Lo que se declaró en ese informe, llamado Insectopía, se mantuvo en secreto por mucho tiempo, pero esa primera revelación conmocionaría al mundo.

El director de la Agencia Espacial de Arca miró a los integrantes de su Comité con la boca desencajada. Oshii y dos viejecitas estaban de pie frente a ellos, esperando tal vez un comentario. El director se levantó y sin más dijo: «Gracias. Esperen a que discutamos este tema».

Él y el Comité se dirigieron a su oficina. Se sentó tras su escritorio y llamó a su segundo al mando.

—¿Qué tan cierto es todo esto?

—Señor, todo es cierto.

—La señal de la que hablan, qué información tiene sobre esas coordenadas.

—Se dirige a un punto de la nebulosa de Ojo de Gato. Pensamos que la señal la atraviesa. Nuestros investigadores también apoyan esta teoría. Señor, es la prueba más fehaciente de la existencia de vida extraterrestre y la prueba de que su tecnología es superior. Además de que estos organismos tienen una capacidad de almacenamiento de información increíble, su sistema operativo es muy complejo. Señor, todo es cierto. Al parecer, la vida en la Tierra ha sido monitoreada.

—Tendré que informarle al Presidente. ¿Ya se ha mandado un mensaje a estas coordenadas?

—Sí, señor, pero la señal tardará aún varias décadas en llegar. También descubrimos que la señal que emiten estos organismos se demora, así que no sabemos cuándo o si tendremos noticias de ellos.

El doctor Oshii, con su tableta en las manos, sudaba copiosamente, mientras una de las viejecitas le palmeaba la espalda.

—Tranquilo, Oshii, hemos hecho nuestra parte. Silvestri estaría orgulloso. Lo que viene será uno de los sucesos más excitantes de la historia humana, ¿no estás emocionado? ¿No es maravilloso saber que estamos por conocer a otra civilización? Piensa que si nos estudian es porque algo valemos para ellos.

Oshii miró a los ojos azul claro de la astrofísica más respetada de Arca y tal vez del planeta entero, la doctora Jocelyn Bell. Ella le sonreía. Volteó a ver a la otra mujer, la nanotecnóloga Augusta Ada, que también le sonreía. Oshii suspiró y no pudo evitar dibujar el mismo gesto.

Ahí sentado, entre su equipo de investigación, pensó en Silvestri, pensó en sus hijos y en el futuro de la humanidad, sintió algo más allá del interés científico que en primer lugar lo llevó a continuar con la investigación de su maestro. Sintió que dentro de él crecía una esperanza, un cosquilleo. Era cierto, lo que venía ahora era la culminación de su papel en el mundo, lo que venía ahora era una misión para hacer contacto. En su mente fantaseó un poco y pensó que tal vez podrían intercambiar información con esa civilización y resolver los misterios de las ciencias.

Mientras pensaba en esas cosas, propias de los científicos, amantes del conocimiento, dos avispas sobrevolaban la sala. Los tres viejos las miraron rondar por las ventanas, y en un punto, las dos se posaron en una silla frente a ellos y ahí se quedaron hasta que la puerta del salón se abrió de nuevo.

Los tres se levantaron para recibir al director de la agencia y, al mirar de reojo a la silla, los insectos ya no estaban.

—Doctores —dijo el director dándoles la mano a cada uno—. Tomemos asiento.

El director de la Agencia Espacial de Arca no salía de su asombro mientras escuchaba otros detalles de la investigación. Ante la evidencia el director aceptó la solicitud de los doctores de investigar a fondo la procedencia de la señal y descifrar la información que se estaba trasmitiendo.

A partir de ese momento Ada, Bell y Oshii comandaron la misión Ojo de Gato, la cual se dedicaría a estudiar la tecnología de los nanorobots y de lo que se llamó la última frontera en telecomunicaciones, el contacto con otra forma de vida.

Sólo los integrantes de la misión, el Presidente y otro par de personas estaban al tanto de los objetivos. Ante los ojos del mundo no era más que otro equipo manejando un radiotelescopio de última generación.

Al iniciar la investigación, el director de la Agencia Espacial de Arca comenzó a obsesionarse con los insectos. Selló su oficina, casa, auto y los lugares que pudo para evitar la intrusión de esos organismos. Oshii le decía que dejara esa manía, que de todos modos esos seres ya sabían qué nos traíamos entre manos, pero no pudo y el asunto casi le hizo perder la razón. Casi.

Para apoyar el proyecto, el equipo colaboró con la Estación Espacial Internacional y después de tan sólo cinco años de trabajo, el ansiado día llegó. La mañana del 4 de diciembre el radiotelescopio captó una señal muy fuerte de la nebulosa Ojo de Gato. Era tan clara que al equipo le dio un vuelco el corazón. El mensaje decía: Saludos humanos, estamos en contacto.

Lo demás es historia.

 

 

 

3

 

 

—¿Ata?

—¿Sí?

—Sabemos que usted fue parte del equipo que estudió a la Tierra, cuéntenos ata.

—La clase ha terminado y eso no tiene nada que ver.

—Pero cuéntenos. Usted estuvo ahí, qué tiene que decirnos con respecto a lo que pasó.

—Bueno, pues, saben que es un tema delicado y que se presta a discusión.

—Sí, lo sabemos, pero es que nos interesa mucho.

—Está bien. Hace miles de años nuestra especie buscó un planeta que pudiera albergar vida. Lanzamos sondas por cuadrantes específicos cuyas características fueran similares a las de nuestro lugar en el universo. Por fin teníamos el conocimiento y la tecnología para poner a prueba la evolución y el ciclo de la vida, era el experimento más complejo que jamás habíamos realizado, buscábamos la simulación más fiel qué nos permitiera entender nuestra existencia.

»El momento había llegado, los pancientíficos supervisábamos el envío de las primeras sondas y éstas colocaron los primeros aminoácidos. La vida surgió como en nuestro planeta, las diferentes especies fueron desfilando por el agua y los suelos, registramos el desarrollo y trasformación del ADN en cada paso. Todo iba como lo planeado y entonces llegamos al punto que más interesaba a la panciencia, el surgimiento de la raza humana. Todos estábamos muy animados porque su civilización se desarrollaba como lo hizo la nuestra cuando éramos simples organismos mortales como ellos. Era el experimento más popular por esos tiempos, todos los estudiantes podían echarle un ojo a lo que sucedía en el planeta A-CiTo, llamado Tierra por sus habitantes.

»Cuando la raza humana nació examinábamos cada aspecto de sus sociedades y entornos, podíamos incluso indagar en donde ellos no podían, como las profundidades de sus océanos, donde bullían gigantes marinos semejantes a la fauna que vive en las chimeneas submarinas de nuestro planeta.

»A pesar del éxito del experimento, llegado el punto en nuestra historia en el que se saltó a la civilización ultramoderna, ellos, que ya poseían la tecnología para producir energía libre similar a la que poseíamos a esas alturas, no lo hicieron. Nos quedamos sorprendidos y revisamos los datos y registros como locos. Habíamos creado las condiciones exactas, no habíamos intervenido en lo más mínimo, incluso hubo acusaciones de malos cálculos, un escándalo. Pasaron los años y los humanos no dieron el salto que los llevaría a su siguiente fase evolutiva. Francamente, fue descorazonador.

»Decidimos continuar con el experimento, no podíamos destruirlo porque la panciencia lo impide, así que se le asignó a otros investigadores y nosotros nos dedicamos a buscar y someter al mismo proceso a otro planeta, en el que pudiéramos recrear nuestra historia evolutiva. Esta segunda misión, B-CiTo, no dejó de estar en contacto con la primera porque necesitábamos saber qué había alterado los resultados previstos. Además, debo decir que yo mismo había hecho gran parte de los cálculos así que estaba intrigado.

»Encontramos tres planetas en diferentes partes del universo. Para evitar errores utilizamos los tres, prestando mucha atención a los detalles como masas de los planetas, cantidad de satélites, temperatura, nivel de radiación, atmósfera y edad, entre otras cosas que creíamos que podrían intervenir, ya que el proceso de la vida había sido perfeccionado. Para los científicos, A-CiTo seguía siendo una interrogante, un fracaso.

Sin embargo, la atención volvió a A-CiTo cuando un grupo de científicos terrestres descubrió nuestras sondas, los nanoexploradores que habían sido enviados a la Tierra desde su inicio y que, gracias a nuestra tecnología, habían podido reproducirse y evolucionar por sí mismos, con la regular actualización de software que los hizo más delicados y complejos. Ante los humanos no eran más que unas cuantas de las especies de su planeta.

»Cuando llegó la noticia fue una revuelta. Pensar que esos humanos, producto de nuestro laboratorio, habían adquirido conciencia de que eran observados y que ahora querían hacer contacto salía de los cálculos. Los pancientíficos discutimos la naturaleza de este suceso, era algo muy serio que debíamos solucionar. Las opciones eran pocas: destruir el experimento, borrarles la memoria o hacer contacto. A decir verdad, estábamos emocionados.

»Después de los votos se decidió que los contactaríamos y no les revelaríamos la verdad de su nacimiento, ya que considerábamos que esa realidad quebraría su sistema de creencias y no queríamos hacer sufrir a la raza humana más de lo que ella misma ya hacía. Además, nos dimos cuenta de que descubrir que existía vida extraterrestre los emocionaba, lo mismo que a nosotros contactar a nuestras creaciones. Aunque la panciencia evitaba este contacto, lo discutimos y creímos que podríamos realizar otro tipo de experimento. Todos decidimos arriesgarnos y aunque en primera instancia se vio mal esta decisión, creemos que haberlos estudiado por tanto tiempo, nos llevó a desarrollar algo que ellos tenían muy desarrollado, la curiosidad. Y, aunque me avergüenza decirlo, les teníamos afecto.

»Observamos gran cantidad de fenómenos sociales interesantes, similares a los que vivimos durante nuestra temprana existencia, y otros por los que no pasamos, normalmente de tinte político, y esa crueldad que nosotros no ejercíamos. Así que, a fin de corregir ese rasgo, también decidimos que compartiríamos conocimiento. Diseñamos un protocolo y acordamos empujarlos como civilización y como especie. Pensamos que el experimento no estaba perdido y que tal vez aún podrían dar el salto a la ultramodernidad.

—Pero, ata, ¿eso no iba contra la Comisión de Panciencia?

—Sí, por eso les digo que este tema genera muchas discusiones. Sin embargo, era la oportunidad de realizar un experimento participativo, diametralmente distinto a los que ya se desarrollaban con B-CiTo. Era algo muy emocionante para nosotros como pancientíficos. No quiero decir que fuese bueno, pero yo sentí que realmente podíamos ayudarlos a sortear sus conflictos sociales y políticos, cosas que nosotros no tuvimos después del salto a la ultramodernidad.

»Cuando los doctores Oshii y Silvestri decidieron que pedirían ayudar a su gobierno para investigar la procedencia de las sondas, nosotros ya habíamos tomado medidas, así que se creó un equipo de contacto y se emprendió el viaje interestelar. En el camino, les enviamos un mensaje porque ya habíamos recibido los suyos.

Para que confiaran en nosotros les mandamos información con el propósito de que desarrollaran energía libre y lo necesario para que fabricaran una cura contra varias de sus enfermedades. Desgraciadamente, cuando estábamos a punto de llegar a la Tierra, nuestro viaje se hizo público y la humanidad entró en pánico. El gobierno trató de tranquilizarla revelando la tecnología que les habíamos entregado y algunos datos sobre nuestra civilización, así que en medio de un caos fuimos recibidos en un desierto, en total secreto. Yo estaba muy emocionado de ver por primera vez a estos seres.

»Al bajar de nuestra nave, frente a nosotros estaba su ejército, pero no temíamos porque no sólo conocíamos todo sobre ellos sino porque nuestros trajes eran indestructibles y su energía nuclear los afectaría más a ellos. Además, simplemente podíamos despegar sin más. Su gravedad es muy poca en comparación con la nuestra y al pisar la Tierra sentí náuseas, pero me compuse. Al acercarme a los humanos vi que sus cabezas apenas llegaban a la media de nuestros cuerpos.

»Al primero que saludé fue al presidente y al segundo, al doctor Oshii. Cuando le di la mano sus ojos se llenaron de lágrimas y, como había previsto esa reacción humana, lo toqué delicadamente en el hombro y le dije: «Tranquilo, doctor, por fin nos conocemos». Debo confesar que sentí que la voz se me iba. Fue maravilloso.

»Con nuestra ayuda su civilización se tecnocratizó, les revelamos muchas cosas en todas la materias científicas y llegaron a un punto de equilibrio que nunca habían tenido, curamos sus enfermedades, todos los países tenían energía natural y la ingeniería genética permitió la creación de diferentes cultivos vegetales y animales que cubrieron las necesidades alimenticias de todos los sectores.

»Sin embargo, el temor de todos nosotros era que la humanidad sufría de una carencia que nosotros no pasamos. No cooperaban entre sí y tendían a querer poseer el conocimiento, por eso una de nuestras condiciones fue que lo que les reveláramos sería para todas las sociedades y que si esto no se respetaba les borraríamos la memoria. Aunque dudaron, aceptaron.

»Algo que recuerdo es que los humanos hicieron programas de televisión y productos con nuestras naves y trajes. Fuimos muy queridos por una gran parte de la población y muy odiados por otra.

»Estuvimos en la Tierra un brevísimo tiempo de cincuenta años y después decidimos volver porque nuestros cuerpos ya estaban siendo afectados. Nunca les dijimos la verdadera naturaleza de su nacimiento ni les revelamos nuestra inmortalidad, sólo a unos cuantos científicos que nos acompañaron de vuelta y a quienes ustedes conocen.

»Antes de nuestra partida estuvimos seriamente tentados a alterar su información genética, a plantar en las sondas los códigos que en unas cuantas generaciones los forzarían a dar el salto, pero era demasiado. La información que les habíamos dado era estratégica y si por ellos mismos no lo lograban, pues así debía ser.

»Nunca lo lograron y en un punto comenzaron a morir. Quisimos ayudarlos pero por alguna razón, a pesar de la tecnología que les dimos, su raza comenzó a extinguirse. Yo, particularmente me planté ante la Comisión de Panciencia para solicitar que nos permitieran alterar su código genético para hacer el tan ansiado salto. Ese que sí logramos en B-CiTo. Todos, de alguna manera, sentíamos afecto por la humanidad. El experimento no había salido como lo planeamos pero habíamos aprendido otras cosas. Recuerdo muy bien la mirada de mi maestro, me dijo: «Nuestra raza ha avanzado mucho, hemos creado mundos y hemos roto las barreras de la enfermedad, la muerte y la ignorancia, somos una raza de científicos, y ya no podemos intervenir más. Su ciclo llega a su fin y aunque los valoramos por ser nuestros antepasados y porque los vimos nacer, ahora nos enseñan una valiosa lección, nos enseñan a morir. Es hora de dejarlos solos ante la última frontera, su extinción, aprender de ella y tal vez, pensar en la nuestra».

El pancientífico se quedó callado y con una de sus extremidades se cubrió el rostro.

—¿Ata?

—Eso es todo lo que tengo que decir —su imagen virtual vibró un segundo y desapareció.

 

 


Mariana Carbajal Rosas nació en Córdoba, Veracruz, México, y desde niña se enamoró de la lectura y el cine. Estudió Lengua en Literatura Hispánicas para ser una mejor lectora, actualmente es periodista de cultura y cursa la Maestría en Estudios de la Cultura y la Comunicación. Escribir es una parte de su vida y espera que poco a poco, con la práctica, sus textos vayan mejorando. Mientras tanto hace su mejor esfuerzo.

Hemos publicado en Axxón sus cuentos DESAYUNO PUNK y EQUUS.


Este cuento se vincula temáticamente con LA CUCARACHADA, de Cristian Caravello; LOS OTROS, de Antonio Mora Vélez y ESPÍRITUS Y MARIONETAS, de Carlos Pérez Jara.


Axxón 256 – julio de 2014

Cuento de autor latinoamericano (Cuentos : Fantástico : Ciencia ficción : Contacto con extraterrestres : México : Mexicana).