…Después cae el que es conocedor de vinos, viste que en la familia siempre tenés un chusco que… Dice: “Yo elijo las mejores cosechas, no compro cualquier bodrio. Averiguo, y si la cosecha anduvo bien, compro… ¡Traje un borgoña de San Juan…! Pero, ¡ojo! Al que le ponga soda o hielo, lo reviento. Porque el tinto se toma na-tu-ral”. Pero una cosa es natural de sótano, y otra de baúl de auto a la siesta…
Si de un cuento se tratara, valdría la pena preguntarse cómo será leído nuestro relato. ¿A temperatura de sótano, con música suave de fondo, arrellanados en el sillón del living? ¿O bien oyendo frenadas y bocinazos, con el asiento del colectivo vibrando en las espaldas, a temperatura de baúl de auto a la hora de la siesta?
En uno de tantos encuentros en la mesa del bar de San José y Rivadavia, el escritor José Altamirano me instaba a escribir con claridad (él hablaba de “simpleza”, pero presumo que en algún punto estas dos ideas se tocan). No podemos saber en qué condiciones seremos leídos, ni por quién, decía. Al principio entendí ese consejo como una limitación. Yo me justificaba diciendo: “Escribo ciencia ficción, por lo tanto es natural que haya lectores que no me comprendan. Esos lectores no manejan los mismos códigos”.
En otras palabras: el vino que yo elaboraba sólo debía consumirse en condiciones ambientales controladas. El universo de lectores se convertía así en un pequeño barrio cerrado, muy exclusivo. Y como en todo círculo exclusivo, era probable que tarde o temprano la cosa degenerara. Toda la potencia expresiva del lenguaje y toda la capacidad deslumbradora de las ideas, traducidas a fuerza de endogamia a un código que pocos sabrían descifrar.
Me pregunto si el borgoña a que hacía referencia Landriscina, aún consumido en condiciones poco favorables, no demostraría igual sus virtudes. En menor grado tal vez.
En eso reside precisamente la nobleza del producto.
Prescindiendo de la metáfora etílica, es fácil entender que todo se reduce a una cuestión de comunicación. Escribir con claridad, aún sobre temas complejos, ayuda a que el relato sea comprendido por más interlocutores. Con un beneficio adicional para el autor: en el ejercicio de escribir claramente, también vamos ordenando y aportando coherencia al relato.
Desde luego, esto nos obliga a salir del soliloquio y a pensar en qué palabras son más adecuadas para transmitir un determinado concepto con claridad. A ponernos en el lugar de lectores de nuestro cuento para figurarnos en qué condiciones será bebida la copa narrativa.
Asimov siempre defendió la escritura simple, sin adornos para el las palabras complicadas y los conceptos rebuscados eran el principal recurso de los escritores mediocres que no tenían nada que decir realmente.