Diseñar es limitar. Y limitar es (irónicamente) dar entidad y autonomía al personaje. Supongamos, por ejemplo, que nuestro personaje Julio, que no tiene demasiadas características definidas o, mejor dicho, potencialmente las tiene casi todas a su disposición, debe visitar a Julia, su novia (Figura 1). Sólo sabemos que Julio es adolescente, que es varón, que tiene novia. Probablemente tomará un taxi y se bajará en la puerta del departamento de Julia. Fin de la historia.
Pongámoslo en acción. Julio discute con su madre, e intenta convencer a su padre para que le permita salir. No lo logra. Aparece el conflicto: ¿Qué hacer? ¿Obedecer al mandato paterno o al corazón? Si escapa, entonces deberá juntar monedas para el viaje en colectivo hasta el departamento de Julia. ¿Las conseguirá? ¿Irá caminando? Es de noche. Viajar de noche siempre tiene sus riesgos. Miremos a través de los ojos de Julio. Mientras camina, o espera en la parada de colectivos, o viaja en el vehículo, ve a otras personas. Algunas son extrañas, otras pueden ser familiares. Clientes de su padre, por ejemplo. ¿Le irán con el cuento?
Por un momento, pareciera que Julio nos dice qué piensa, qué quiere hacer y cómo quiere hacerlo. Es como si Julio eligiera en lugar de hacerlo el escritor. La realidad es que, con sus límites definidos, Julio puede ser fácilmente internalizado por el escritor. Y en la medida en que el escritor calibra y sopesa lo que hace su personaje, en función de su perfil psicológico, de cómo se dirige a otros, de sus tics, de sus antecedentes familiares, de sus taras, sus traumas, sus aficiones, etc., el personaje parece independizarse. Y ciertamente no puede hacer las cosas de cualquier manera, necesita a veces encontrar la vuelta, vencer barreras reales o psicológicas, decidir, oponerse a otros personajes o al entorno, esforzarse.
Hola, Alejandro: como no hay donde escribirte, podrás habilitar el link para seguir el blog? Gracias! Clay