Hace más de diez años escribí para Axxón unas reflexiones acerca de las lecturas y las películas que de algún modo resultaban iniciáticas para el lector. Cité obras como El perfume, de Patrick Süskind, o La mano izquierda de la oscuridad, de Ursula Leguin. Son obras transformadoras. En aquel momento intenté una definición: “Todas estas obras nos llevan a un lugar o a un estado por el que no hemos transitado (la mayoría de nosotros, citadinos, lectores de CF). Cada una de estas obras exaltan una dimensión, una nueva sensibilidad, que la mayoría de nosotros teníamos atrofiada”, o bien, agrego ahora, “en potencia”.
De los relatos que cité, uno de las que más me marcó fue “La persistencia de la visión”, de John Varley. En él, un visitante arriba a una comunidad, casi por error. Los habitantes de esa comunidad son diferentes, y aquí claramente no funcionaría el calificativo de “discapacitados”. Ser sordomudo puede ser un problema, o una bendición, dependiendo de las condiciones de entorno. Tuve muy presente este relato en mi visita a “Diálogo en la oscuridad”, que se presenta en el Centro Cultural Konex (Sarmiento 3131, Ciudad de Buenos Aires). Se abre al público el 16 de Julio y, por lo que nos contaron, la idea es que sea una muestra casi permanente (a dos años vista, si pueden más, mejor).
La exhibición fue creada por Andreas Heinecke en 1988 e inaugurada en Frankfurt. Visitada ya por seis millones de personas en 110 ciudades, permite a pequeños grupos (no más de diez personas) transitar por una serie de escenarios en completa oscuridad, con la ayuda de un bastón y las indicaciones de los guías, que son ciegos. En este recorrido, las texturas y los sonidos, los obstáculos y las indicaciones de los compañeros reemplazan a las formas y los colores, y buena parte de lo que damos por sentado, nuestros instintos más básicos, se nos vuelven en contra.
El recorrido termina en un bar (completamente a oscuras), en el que se puede consumir una escueta merienda (lleven muchos billetes de $2 ó monedas). Allí viene la breve puesta en común con los compañeros y el guía: un momento igualmente enriquecedor.
No vale la pena aquí describir esos escenarios, pero aquí hay una presentación para quienes no quieran “tirarse a la pileta” sin mirar antes. Baste decir que son escenas de la vida cotidiana. En realidad, el desafío está en descubrirlos, sentirlos. Algunos de estos escenarios fueron montados con cierta convencionalidad, pero otros nos sorprenden gratamente. La cuestión es, sin embargo, adentrarse en ese universo donde las reglas fueron subvertidas, como en el relato de Varley.
Es curioso, pero uno tiende a formarse imágenes mentales de esos escenarios. En mi caso, recuerdo los lugares que visité en penumbras, teñidos de una luz negra. Pero esas memorias son fraguadas, estuvimos en completa oscuridad. Nuestros ojos estaban en la punta del bastón, en nuestros pies y manos, y los puntos cardinales estaban dados por la voz del guía.
Otro aspecto a tener en cuenta es el aporte que estas experiencias hacen al tejido social. Baste decir que esta iniciativa integra laboralmente a un equipo de guías ciegos, que fueron cuidadosamente seleccionados de entre 230 aspirantes, y que además se los capacitó para este trabajo. Los criterios fueron evidentemente amplios. Nuestro guía, Diego (a quien, por la voz y la seguridad de su exposición, le dimos una edad que oscilaba entre los 24 y los 31 años), tenía tan sólo 19.
La razón por la que traigo a colación esta experiencia es estrictamente literaria. Para escribir relatos que “le abran la cabeza” al lector, es bueno que el escritor de ciencia ficción se exponga a experiencias y a lecturas de este tipo. Para descubrir, amplificar, especular sobre las dimensiones menos obvias de nuestra realidad, es necesario primero abordarlas de alguna manera, “poner el cuerpo”.
La obra también puede ser disfrutada por quienes tienen problemas auditivos, y de hecho puede ser disfrutada más de una vez. Nos contaban que cada guía tiene “su estilo” para recorrer los escenarios. Buscaré una buena excusa para repetir la experiencia.
Alejandro Alonso (2011)