Revista Axxón » «La máquina del tiempo», Miguel Dorelo - página principal

¡ME GUSTA
AXXÓN!
  
 

ARGENTINA

La oficina no era demasiado amplia ni tenía un estilo definido. Lo más destacado de la decoración pasaba por una gran holografía de H.G. Wells ubicada en un rincón y que en ese momento evidenciaba no ser de la mejor calidad, ya que la imagen del famoso escritor británico sufría una especie de espasmos que hacían dificultosa la correcta contemplación de su figura. Sobre el escritorio de metal pulido, una verdadera reliquia en forma de antigua fotografía mostraba a un hombre de pelo blanco y ojos desorbitados, al que el visitante no supo reconocer. Detrás de él, en la misma fotografía, podía observarse un antiguo medio de transporte, uno de esos ruidosos automóviles que tantas veces había visto en documentales del canal histórico.

Al ser invitado, tomó asiento y, luego de una pausa teatral, el pequeño hombrecito que oficiaba de dueño de la oficina respondió a la inquietud que lo había llevado hasta esa ignota localidad del sur californiano.

—En efecto, está a la venta, pero bajo estrictas condiciones y solo en un número limitado.

—Me cuesta creerlo. ¿De verdad ha inventado usted una máquina del tiempo?

—Así es.

—¿Y funciona realmente?

—Por supuesto. Tiene mi palabra de honor. Y no solo eso, en caso de ponernos de acuerdo firmaremos un contrato con todas las garantías de la ley. Además, no podría mentirle con el ilustrísimo doctor Emmett Brown observándome desde ese retrato.

—Si usted lo dice… ¿Y solo me saldría quince mil créditos universales? Menos de lo que cuesta una aeronave de gama media estándar.

—Podría haberla construido de forma que costase aún menos, pero traté de que no quedase detalle, por más mínimo que fuese, sin ser planificado en función de la seguridad y el terminado final. Además, la idea es limitar la cantidad para no generar un consumo masivo que podría llegar a ser contraproducente. Como inventor de este prodigio me reservo el derecho de hacer una estricta selección de todo futuro adquirente.

—Me lo aclaró su secretaria. Hermosa mujer, por cierto.

—Y una amante excepcional. Pero vayamos a lo nuestro: en caso de decidirse, tiene que estar dispuesto a una serie de análisis y estudios personales, desde físicos hasta psicológicos.

—No hay problema, estoy dispuesto a hacerme con ese prodigio. Discúlpeme, pero mi ansiedad es demasiado fuerte y me gustaría hacerle algunas preguntas.

—Pregunte, para eso estoy. Es indispensable que usted quede completamente seguro del paso que dará al hacerse de esta máquina.

—¿Cómo funciona? No digo que me dé detalles técnicos o científicos que seguramente no comprenderé, más bien me refiero a lo práctico. ¿Se trata de una gran estructura, algo así como una habitación o una especie de cubículo hermético?

—Usted ha visto demasiadas películas clase B sobre el tema. No es así, más bien todo lo contrario, físicamente es un pequeño adminículo que usted llevará adosado a la muñeca de su brazo izquierdo. ¿Por qué no en el derecho?, se preguntará usted.

—¿Por qué no en el derecho, eh?

—Así me gusta. Ese fue un error de armado, lo admito: si lo sujetáramos al otro brazo se dificultaría la lectura de los comandos. Ya despedí al sujeto que me diseñó el prototipo.

—¡Qué bárbaro! Algo así como uno de esos antiquísimos relojes de pulsera, creo que así los llamaban.

—Algo así.

—¿Y con solo ese aparatito podré viajar en el tiempo todo lo que quiera?

—Bueno, en realidad, lo que hacemos no es «lo que queremos» sino más bien «lo que podemos». Podrá viajar en el tiempo, eso es seguro, pero me gustaría aclararle algo al respecto.

—Y bueno, aclare.

—Debo ser lo más honesto posible.

—Y dele.

—Bueno, el viaje es, digamos, unidireccional.

—¿Unidireccional? No entiendo.

—Solo se puede viajar hacia adelante, hacia el futuro. Sería engorroso de explicar, pero el viaje hacia el pasado es completamente imposible; para decirlo de una forma sencilla, no se puede ir a un lugar que ya no existe, el pasado es eso, algo que pasó, que ya no está más. Como si uno quisiera volver a un antiguo amor y esta señora, hoy por hoy, ya tiene su vida resuelta al lado de otro, no se puede volver a ella. ¿Entiende?

—¡Qué macana! Me hubiese gustado viajar al antiguo Egipto para ver cómo construyeron las pirámides, si es verdad que hubo ingenieros extraterrestres involucrados y todo eso.

—Dejémonos de boludeces, que somos grandes. Discúlpeme, pero hasta un niño sabe que el secreto de la construcción de las pirámides pasa por la explotación de miles de esclavos cargando piedras todo el tiempo sin paga alguna y alimentándolos lo necesario para que no muriesen demasiados por día y no se atrasaran las obras. Y están hechas como el culo. ¿O se creyó todo eso de las medidas casi perfectas y la armonía de sus formas? No va a encontrar nada interesante en el pasado; para eso están las enciclopedias y créame que es suficiente. Lo que realmente vale la pena es el futuro.

—Me convenció. ¿Algo más que decirme o aclararme? Creo que estoy completamente decidido a adquirir su invento.

—Nada demasiado importante, en el contrato de venta estarán contemplados todos los posibles inconvenientes y tendrá vía libre para realizar cualquier reclamo.

—Listo. Lo hacemos.

—Bien, hable con mi secretaria y ella le dará las indicaciones para los próximos pasos. Creo que no habrá inconvenientes para la aprobación como adquirente de mi máquina, me ha dejado usted una buena impresión y mi intuición rara vez me ha fallado. Nos vemos en una semana.

—Hola, me llamó su secretaria diciéndome que pasara a verlo, que ya estaban en su poder todos mis datos y que la decisión ya había sido tomada. La ansiedad me está matando. Espero que tenga buenas noticias para mí.

—Despreocúpese, amigo. Como le había anticipado, suponía que no iba a haber problema alguno y así fue.

—¡No sabe lo feliz que me hace! Entonces, ¿la máquina ya es mía?

—Prácticamente sí; solo una serie de detalles finales y listo. ¿Le gustaría que fuese de un color en especial? En nuestro catálogo tenemos veintiséis tonos distintos.

—¡Me da lo mismo! …Aunque, espere. Amarillo, me gusta el amarillo. ¿Podría ser de ese color?

—No lo va a querer creer, justo ese es el que no tenemos. Nuestro departamento de estadística comprobó, sin ningún lugar a dudas, que ese es un color que trae mala suerte. «Mufa» le decimos internamente, un término de aquel siglo glorioso en que se sentaron las bases para este presente maravilloso. Le puedo ofrecer una en un tono naranja que está dentro de la escala cromática y seguramente será de su agrado.

—Está bien, en realidad me da lo mismo, solo quiero tenerla cuanto antes.

—El contrato ya está confeccionado, solo falta que lo firmemos y, por supuesto, que realice el depósito a mi cuenta en Calisto, esto de los paraísos fiscales galácticos es una gran ventaja y permite abaratar costos, siempre en beneficio del cliente, claro. Si todo va bien, esta misma tarde tendrá en su poder este prodigio. Ha sido un placer hacer tratos con usted. Como siempre, mi secretaria lo guiará en estos últimos pasos.


Ilustración: Pedro Belushi

—¡Hijo de puta! ¡Mal parido! ¡Estafador! ¡Esa porquería que me vendió no funciona!

—Tranquilo, cálmese que le va a dar un infarto. Si yo le garanticé que la máquina funciona es porque funciona. ¿Qué le pasó?

—¡Nada! ¡O todo! ¡Que la quise usar y no anda! ¡Me cagó, me engañó, me envolvió con todo su palabrerío barato!

—Bueno, barato no. Tampoco caro, le cobré lo justo. Además, está completamente equivocado, estoy seguro de eso; jamás falló una de mis máquinas.

—¡No me diga! ¡Pues esta vez sí! ¡No funciona!

—¿Leyó el manual? ¿Hizo todo exactamente como allí se indica?

—¡Claro! Hasta un imbécil podría seguir esas instrucciones. ¡Usted es un cagador profesional!

—Tranquilo. ¿Cuándo la puso en marcha?

—Ayer mismo. Debo confesar que estaba muy ansioso y, apenas llegué a casa, leí las instrucciones, me puse su porquería en mi muñeca izquierda y la puse en marcha. Como verá, me vine con el aparato puesto. ¡Y hasta ahora no ha pasado absolutamente nada! ¡No funciona, carajo!

—Déjeme ver. No veo nada raro. ¿Para qué fecha la programó?

—Le confieso que cedí a la tentación a pesar de lo que me explicó y la primera vez lo quise hacer hacia el pasado, pero en el acto se encendió una luz de color rojo mientras una voz femenina, que creo haber identificado como la de su secretaria, repetía monocordemente: «Para atrás no, estúpido… Para atrás no, estúpido». Me asusté un poco y la reprogramé para un año hacia el futuro, apreté el botón azul, como dice en el manual, y no pasó absolutamente nada de nada, ni en ese momento ni hasta ahora. ¡Me cagó, me estafó! ¡Le voy a iniciar una demanda y lo voy a hacer meter preso, desgraciado!

—Espere. Sáqueselo y démelo. No pasa nada, seguirá funcionando, no se preocupe. Mire, apretando esta tecla, la verde oliva, se activa la calculadora científica. Me olvidé de comentárselo, también puede utilizar la máquina para hacer cuentas. Y hasta tiene una función que convierte las distintas monedas de los inframundos a créditos universales. ¿Un año, me dijo? Bien, ya está. Como puede ver, eso equivale exactamente a 31.536.000 segundos. Me dice que la puso en marcha ayer, o sea que hará unas doce a catorce horas.

—En estos momentos catorce, las cuento para tener más pruebas en su contra. ¡Catorce horas sin que pase nada, maldito delincuente!

—Calma, calma. Catorce horas equivalen a 50.400 segundos según la cuenta que acabo de hacer y si se los restamos a los originales 31.536.000 segundos de un año completo nos da 31.485.600 segundos. Tal como le dije, está todo bien.

—¿Todo bien? ¡Usted está loco! ¡No pasó nada, nada de nada desde que la puse en funcionamiento!

—Ahora caigo, ya sé lo que le pasa a usted. ¿Leyó el manual en forma completa, el apartado de las especificaciones técnicas y, sobre todo, el inciso que se refiere a la performance de la máquina?

—¿Eh? No, no me pareció importante, usted me había explicado sobre la imposibilidad de ir al pasado y que solo funcionaba hacia el futuro.

—Mal, muy mal. Si lo hubiese hecho, nos ahorrábamos todo este mal momento. El problema radica en sus falsas expectativas en relación con la velocidad de traslado.

—¿La velocidad de traslado? No entiendo.

—Ahí está la clave de toda esta confusión y de sus dudas con respecto a mi honestidad. Como le aclaré de entrada, solo se puede viajar hacia el futuro y usted lo está haciendo en este preciso momento.

—Pero, pero… ¡Yo no siento nada!

—Ya le dije, eso es por la velocidad de traslado. Usted se está desplazando en el tiempo en lo que llamo «velocidad normal de crucero». En realidad, en la única velocidad posible.

—¡Sigo sin entender una mierda, la puta madre!

—Pero, si es muy sencillo, hombre: usted llegará a ese futuro dentro de un año en unos 365 días, 8.760 horas, 525.000 minutos o 31.576.000 segundos, tal cual indica la máquina.

—¡Eso es una tontería! Mejor dicho, ¡una estafa lisa y llana! ¡Usted me mintió!

—Todo lo contrario, le he dicho una verdad absoluta, jamás le he mentido en lo más mínimo. Piense: usted hasta hoy creía en esa fantasía de viajar al futuro instantáneamente y no tuvo en cuenta lo que le he explicado. Si se pudiese viajar de esa manera sería muy peligroso ya que jamás se podría hacer el viaje en sentido contrario y, en caso de no gustarle su futuro (supongamos que usted viajase hacia una época particularmente horrible en la que no se sintiese a gusto), no habría forma de modificarlo. Solo podría seguir hacia adelante sin garantía alguna de que todo no fuese aún peor. Le he vendido cordura y, por el módico precio de quince mil créditos, usted viajará en el tiempo hacia el futuro, pero de la manera más conveniente, la que la naturaleza sabiamente ha establecido.

—Pero…

—Sea sincero, antes de conocer mi máquina del tiempo la idea ni se le había cruzado por la cabeza.

—Pero…

—Más, debería estarme eternamente agradecido. Bueno —y lo palmeó paternalmente en el hombro—, ya está todo aclarado. Lo dejo porque dentro de media hora tengo una entrevista con otro probable cliente, y usted sabe que el tiempo es oro.

—Pero…

—Que tenga un muy buen día. Fue un gusto haber hecho trato con usted.

Miguel Angel Dorelo nació en 1959 en Florida, Provincia de Buenos Aires. Sus relatos han sido publicados en Terrorzine de San Pablo, Mi Natura de Cuba, Tam Tam bitácora de la red educacional de Argentina y en diversos blogs. Ganador del primer premio del XXIV certamen literario “Dr. José Incollá” 2009, organizado por FATSA. Su minirrelato “Zorzal” ha aparecido en “Grageas 2”. Director editorial y creador de las revistas literarias impresas “El Atrapalabras” y “La Cuentoteca Ilustrada”, con sede en Pergamino. Autor, además, de diversos relatos próximos a ser publicados en varias antologías de la colección recientemente lanzada por Editorial Andrómeda.

Su blog: La cuentoteca

Esta es su primera aparición en Axxón.


Este cuento se vincula temáticamente con VEINTE BREVES VIAJES POR EL TIEMPO, Varios Autores; VUELVO EN SIETE MINUTOS, de Saurio y K/T, de Claudio G. del Castillo.


Axxón 237 – diciembre de 2012

Cuento de autor latinoamericano (Cuento : Fantástico : Ciencia Ficción : Humor : Viajes en el tiempo : Argentina : Argentino).

2 Respuestas a “«La máquina del tiempo», Miguel Dorelo”
  1. Ric dice:

    Bien ahí, Dorelo. Lo felicito, che.

  2. ¡Muchas gracias! Lo hago extensivo a los amigos de Axxón que me otorgaron el privilegio de publicarme.
    Saludos
    Miguel Dorelo

  3.  
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