«La sonrisa acabada», Carmen Flores Mateo
Agregado en 14 septiembre 2014 por dany in 258, Ficciones, tags: CuentoESPAÑA |
Hoy:
No soy yo, ¿no lo entiendes? Ella no soy yo.
¡Cállate! gritó él, agarrándola por el brazo con más fuerza de la que era su intención. Ya me rompiste el corazón una vez. Aguanté a tu lado mientras te consumÃas poco a poco, sin ánimo y sin esperanzas, alentándote a reÃr, a vivir el tiempo que yo necesitaba. Y verte asà fue el trance más amargo de mi vida, ¡asà que cállate de una puta vez!
Hace 5 años:
La cafeterÃa de la Facultad de Empresariales era un hervidero a cualquier hora de la mañana, cualquier mañana de lunes a viernes. Era la más grande del campus y, además, la que tenÃa el mejor sitio, estratégicamente elegido por la empresa que la gestionaba: la azotea del edificio central. Una cúpula de cristal la guardaba de las inclemencias del tiempo y proporcionaba unas vistas privilegiadas del campus, de las instalaciones deportivas que incluÃa y del cercano mar.
Era jueves, y el curso universitario habÃa comenzado hacÃa apenas tres semanas. Los alumnos veteranos se movÃan con seguridad entre las mesas, saludando a diestro y siniestro y cargando en equilibrio, con los brazos alzados entre el gentÃo, sus bocatas y sus bebidas. Los novatos buscaban su sitio entre todo el barullo intentando, según el caso, llamar la atención del resto de la cafeterÃa sin suerte alguna, o pasar totalmente desapercibidos para no ser el centro de las miradas. Entre los vergonzosos se encontraba una chica de pelo castaño, alta y bastante delgada, con un cuerpo precioso recién salido de la adolescencia. Sus ojos, del color de la miel, seguÃan al camarero, intentando captar su atención para pedir algo que tomar antes de que acabasen los veinte minutos de que disponÃa entre clase y clase, pero empezaba a sentirse totalmente invisible. La gente le empujaba desde atrás intentando robarle el sitio en la barra. El agobio era cada vez mayor.
El chico que estaba a su izquierda giró la cabeza y le dio un suave codazo.
Eh, ¿quieres que te pida algo aprovechando que a mà ya me traen lo mÃo? Sus ojos azules sonreÃan, eran cálidos y, aunque jóvenes, parecÃan poseer una experiencia y una seguridad en sà mismos de las que ella carecÃa. ¡VÃctor, cómo es que no atiendes a mi amiga, gandul! Volvió a girarse hacia ella. Este siempre va como una moto…
Ahm, si, ¡te lo agradezco! Por favor, pÃdeme un café con leche.
Gracias al desparpajo y los gritos del chico, en pocos minutos estaban alejándose de la barra cargados con sendas tazas. Él la guió hasta el rincón más alejado, pegado a la barandilla que bordeaba la cúpula de la terraza, para escapar de los empujones y los gritos. Colocaron sus cafés en equilibrio, intentando aprovechar el poco sitio.
Me llamo Josef.
Yo soy Roslin dijo ella con un hilillo de voz. ¿Nos conocemos? Me suenas de algo…
Si habéis tenido algún amor de instituto o de universidad recordaréis la sensación de flotar en una nube de las primeras semanas. El ansia en saltar de la cama cada mañana, antes de la salida del sol, para ducharte y acicalarte a toda prisa, elegir cuidadosamente tu ropa pensando qué será lo que más te favorece, qué será lo que más le va a gustar a él o a ella…
Roslin no se habÃa enamorado en su vida, y ahora vivÃa esa ansia con una intensidad que le quitaba el aliento. Tampoco es que su vida fuese muy larga, tenÃa dieciocho años recién cumplidos, pero en realidad sà era su primer amor. HabÃa ido a un instituto femenino, más un internado, situado en las afueras de una gran ciudad pero aislado de ésta. No es que echase de menos a nadie, tampoco tenÃa nadie a quién recordar. HacÃa tiempo, cuando era muy pequeña, que habÃa aprendido a estar sola.
Cada mañana se peinaba y maquillaba cuidadosamente para Josef. El insistÃa en que no lo necesitaba para nada, que estaba perfecta sin ningún potingue en la cara, pero para ella era como un ritual, una ofrenda sagrada a la Diosa Fortuna para asegurarse cada dÃa la compañÃa del chico. AsistÃan a seis asignaturas juntos, lo que suponÃa muchas horas semanales de pupitres para compartir pero, además, eran inseparables el resto del tiempo. Estudiaban juntos en la biblioteca, pasaban horas en la cafeterÃa de la Facultad de Empresariales, donde se conocieron, sentados con un café. Era como si no existiese nadie más en el mundo aparte de ellos, como si el destino pudiese quitarles en cualquier momento el tiempo que les quedaba por pasar juntos y, separarse durante demasiado tiempo, conjurase en su contra.
¿Vienes hoy a mi piso? Tengo ganas de que lo conozcas por fin dijo Josef. Llevaba tiempo invitando a la chica, pero esta nunca se decidÃa.
Venga, pesado, cuando se te mete algo en la cabeza…
¿Pesado? Lo que tengo que aguantar… Menos mal que me lo dices con esa sonrisa en la cara Intentaba decirlo serio pero se le escapaba la risa. Encima que quiero que me conozcas un poco más y veas dónde vivo… No creas que invito a cualquiera a mi guarida… digo… ¡a mi refugio!
Ja ja ja ja… Claro, claro, seguro que la mitad de la población femenina del campus ya ha visitado tu «guarida«. ¡Quién iba a resistirse a esos ojos azules!
Pues lo creas o no, eres la primera a la que he invitado La cara de incredulidad de ella le hizo ponerse serio de nuevo. Joder, que sÃ, ¿no me vas a creer? Mira, además podemos comprar esos panecillos que te gustan tanto, los de semillas integrales, y con un poco de embutido o lo que sea nos hacemos una cena y vemos una peli, ¿hace?
¿Y cómo sabes tú que me gustan tanto? No recuerdo ni haber hablado del tema contigo, me has puesto un detective o qué? Ja ja ja ja…
Uno no, dos; te espÃan las veinticuatro horas del dÃa, y te hacen fotos siniestras en blanco y negro por la calle. Hasta me dicen de qué color llevas cada dÃa las bragas…
Ja ja ja ja ja Se reÃa muchÃsimo con sus ocurrencias. Estás fatal. Eres un poco siniestro, ¿sabes?
Ja ja ja reÃa Josef también. Yo que sé, me lo habrás comentado en alguna ocasión, ¡soy un tÃo muy observador!
Tras pocos meses parecÃa que se conocÃan de años. Josef se adelantaba a todos los caprichos y gustos de la chica, la mimaba como si de una reina se tratase, y cada dÃa tenÃa una sonrisa para ella. Roslin se dejaba querer y se dedicaba a sus estudios.
Quizá fuese el sexto sentido femenino. También podéis llamarlo intuición, gusto por los detalles o simplemente tener la mosca detrás de la oreja… el caso es que habÃa algo raro en aquella relación.
Roslin lo veÃa, pero no era capaz de definir exactamente qué era. Era algo relativo a la forma en la que su chico siempre se adelantaba a sus pensamientos, o cómo parecÃa saber todos sus gustos, su pasado, incluso si alguien a quien acababan de conocer iba a caerle bien o no. Cuando iban de compras juntos, Josef sabÃa exactamente qué vestido le gustarÃa a ella para cualquier ocasión. En los restaurantes se anticipaba a lo que pedirÃa sólo con echar un vistazo a la carta. ParecÃa conocerla más que ella a sà misma. No es que le agobiase, ni que decidiese por ella, pero siempre acertaba, como si pudiese meterse dentro de su cabeza, como si le leyese los pensamientos, y a veces eso le resultaba bastante siniestro.
Empezó a elegir sitios o cosas que no le gustaban realmente, solo para ver las caras que ponÃa él. La miraba extrañado como preguntándose, por ejemplo «¿Por qué hemos venido a ver esta peli? Si a ti te hubiese gustado más la otra…». Josef nunca protestaba ni se enfadaba por esas pruebas, nunca objetaba nada, pero ella veÃa ese momento de desconcierto en sus ojos.
HacÃa ya unos diez meses que vivÃan juntos, en un pequeño estudio que alquilaron por el centro, cuando Roslin ya no pudo soportarlo más. Llevaban casi cinco años saliendo. No tenÃa sospechas claras, no podÃa coger a Josef y preguntarle directamente, mirándole a la cara, qué super poder ejercÃa sobre ella para que jamás pudiera ser impredecible para él. Aprovechó que el chico tenÃa una entrevista de trabajo y buscó la llave del apartamento donde Josef vivÃa cuando se conocieron. Aunque cuando le conoció ella pensó que lo tenÃa alquilado, resultó que era de su propiedad, y no habÃa querido buscar otro inquilino porque preferÃa tenerlo como sitio para guardar sus cosas. Cosas insignificantes pero que sin duda ocupaban mucho espacio: comics, ropa, DVDs y juegos, libros y todos los apuntes de la universidad…
Aunque al principio él se habÃa mostrado reacio a presumir de ello, y Roslin se enteró casi de casualidad, Josef tenÃa una gran fortuna. Su familia le habÃa dejado, como único heredero, varias empresas que daban excelentes beneficios sin que él tuviese ni que ocuparse de ellas, ya pagaba a gente para dirigirlas. Por eso el hecho de tener el apartamento vacÃo no les suponÃa un gran estorbo ni una pérdida de dinero, aunque apenas iban por allÃ.
Después de dos trasbordos de metro, Roslin entró sola, por primera vez, al apartamento de soltero de Josef. No sabÃa muy bien qué buscaba, pero sabÃa que habÃa cosas de él que escapaban a su comprensión, y necesitaba conocerlas. No tenÃa muy claro, por ejemplo, porqué habÃa elegido aquel apartamento, bastante humilde. O por qué aquella universidad, cuando podrÃa haberse licenciado en las más prestigiosas del mundo. Tampoco sabÃa mucho de su infancia, excepto que habÃa quedado huérfano de niño, aspecto que compartÃan. No le habÃa hablado de sus ex parejas, aunque ella le habÃa preguntado; siempre salÃa con evasivas y se limitaba a decir que ninguna importaba y que ella era la mujer de su vida. Pensándolo con detenimiento se daba cuenta de que conocÃa mucho a su novio, pero poco de cómo o porqué habÃa llegado a ser el hombre que era ahora.
Como no sabÃa muy bien por dónde empezar, fue abriendo los cajones uno a uno. Cables del ordenador, pilas eléctricas, tarjetas de restaurantes… las cosas que todos olvidamos en esos sitios. Otros estaban llenos de apuntes de biologÃa, o de carpetas de ensayos. HabÃa cientos de revistas cientÃficas y libros sobre genética, se notaba que era uno de los temas que más le apasionaban a él.
Le llevó bastante rato encontrar cosas más personales, y cuando lo hizo tampoco es que le resultasen demasiado interesantes. Mucha documentación burocrática sobre las empresas de las que era propietario, la mayorÃa dedicadas al asesoramiento y gestión de otras entidades… Documentos de sus cuentas bancarias, de transferencias, algunas millonarias, pero Roslin pensó que eso era algo normal, aunque ella no estuviese tan acostumbrada. Le sorprendió encontrar que Josef también era dueño de una empresa dedicada a la experimentación genética, de un hospital privado en un pequeño paÃs de las antÃpodas y de un laboratorio. ¿Por qué nunca le habÃa hablado de todo eso? ¡Llevaban juntos casi cinco años, joder! Ella siempre habÃa querido respetar sus negocios y su intimidad, consideraba que era indiscreto hacerle preguntas sobre eso, que habrÃa parecido una interesada y una cazafortunas… Pero vaya, ¿ni una sola mención, ni un comentario? No le parecÃa muy normal.
Casi se le saltaron las lágrimas al abrir un pequeño arcón de madera que encontró guardado debajo del sofá. HabÃa muchas cartas pero, sobre todo, habÃa fotos. Reconoció los ojos de Josef en el niño que salÃa corriendo en la playa, o sentado en las piernas de una mujer que sin duda, por el parecido, era su madre. En la mayorÃa aparecÃa solo, tanto en la infancia como en la adolescencia, pero siempre con una gran sonrisa en la cara y en lugares increÃbles: Disneyland, Nueva York, Sidney, algo que parecÃa una playa del caribe… Las fotos se interrumpÃan cuando Josef tenÃa unos diecisiete o dieciocho años, y luego sólo habÃa una que a Roslin le encantó, porque era de los dos en el campus de la universidad. DebÃa estar hecha al poco de haberse conocido, porque ella llevaba el pelo más largo, y él tenÃa una cara de niño que le hizo reÃr. No recordaba el momento que habÃa quedado reflejado, pero sin duda habÃa sido un momento feliz. La ilusión se reflejaba en los ojos de ambos, estaban cogidos por la cintura y sonreÃan confiados a la cámara, reflejando su amor.
TodavÃa con cara de tonta guardó todo tal cual estaba en la caja. ¡Que idiota habÃa sido, nunca debÃa haber desconfiado de él! De todas formas, ya no recordaba porqué lo habÃa hecho, y se culpó por querer buscar siempre tres pies al gato, por intentar encontrar algo malo a una relación que era tan bonita, y a un hombre que sin duda era único y que le hacÃa feliz.
Cuando volvÃa a colocar el arcón debajo del sofá, algo en su base se enganchó con la alfombra. Lo levantó y pasó la mano por debajo, notando que habÃa algo doblado. Inclinó un poco la caja para poder verlo bien y colocarlo de nuevo para que no se doblase más, y pudo ver que era otra foto. Estaba pegada con cinta adhesiva a la base del arcón, y solamente se veÃa su reverso. Roslin la despegó con cuidado, querÃa verla mejor.
Viendo aquella foto, el arcón cayó con un ruido sordo a sus pies, su corazón se paró y su boca se abrió de par en par sin que pudiese evitarlo, aspirando todo el aire que sus pulmones pudieron retener y, aun asÃ, Roslin sentÃa que le faltaba oxÃgeno, que no podÃa respirar.
Josef habÃa vuelto de la entrevista de trabajo hacÃa un rato, y estaba saliendo de la ducha cuando Roslin entró en casa. Como siempre, se acercó a ella para darle un beso.
¿Qué tal cariño? ¿De dónde vienes?
Ella ni le respondió ni le devolvió el beso. Su mirada estaba fija en el suelo, temerosa, asustada, extrañada… Dejó el bolso y la chaqueta en un sillón, y se quitó los zapatos dejándolos tirados en el suelo. Josef la seguÃa con la mirada mientras ella se sentaba en el sofá, sin levantar todavÃa la cabeza. Observó cómo abrÃa la mano, dejando caer en la mesa un papel que habÃa sujetado con demasiada fuerza, a juzgar por su aspecto arrugado.
Ros, ¿qué te pasa? ¿Te han dado una mala noticia o algo? Me estás asustando.
Algo asà dijo ella, levantando los ojos por primera vez. La verdad es que no sé muy bien qué pensar…
Josef se sentó a su lado, todavÃa envuelto con su toalla y el pelo mojado.
¿Quieres contármelo de una vez?
Ella le miraba, pero sus ojos parecÃan traspasarle. No decÃa nada y él empezaba a impacientarse. Nunca se enfadaba con ella, pero todo el mundo tiene un lÃmite.
Cuando ella apartó los ojos de su cara y los dirigió al papel que habÃa dejado caer sobre la mesa, Josef siguió su mirada. Miró el papel, solo una vieja fotografÃa, a juzgar por la textura, arrugada y extraña. Alargó la mano y la cogió, dándole la vuelta. Las arrugas hacÃan que no pudiese ver todos los detalles, pero pudo ver la foto. De hecho, pudo reconocerla.
Ros… ¿De dónde has sacado esto? El tono era suave, conciliador…
Ella seguÃa sin apartar la mirada de la foto.
¿Cuándo? tan solo eso pudo pronunciar ella, muy bajito.
Mira, no sé de dónde has sacado esta foto pero…
¿Y tú de dónde crees que la he sacado? le interrumpió ella. Eres el único que sabe dónde estaba, ¿en serio tienes que preguntarlo?
Josef se habÃa quedado sin palabras, solo respiraba lenta y pesadamente, sin apartar los ojos de ella y sin soltar la fotografÃa, aún en su mano. Mil historias pasaban por su mente, mil disculpas, mil explicaciones… Pero sabÃa que ella no creerÃa ninguna.
Ros, puedo explicártelo dijo como única respuesta.
¿Explicármelo? ¿Qué clase de bromas macabras estás acostumbrado a hacer? ¿Cómo esperabas que reaccionase yo? su tono iba elevándose a cada pregunta. ¿La tenÃas guardada para Halloween, o para mi cumpleaños? ¡Bonita sorpresa!
No es ninguna broma. Ojalá lo fuese.
¿Entonces, Josef? ¡Mira la puta foto y dime porqué has montado algo asÃ! Arrancó la fotografÃa de la mano de él, golpeándola contra su cara conforme se iba encendiendo de ira más y más. ¿Se puede saber cuándo has hecho el montaje, cómo y por qué? Joder, ¡es la broma de peor gusto que me han hecho en mi puta vida!
Te repito que no es una broma, ni un montaje. Cogió con fuerza la mano de ella para parar los golpes. Roslin, esa eres tú.
Con la otra mano cogió delicadamente la fotografÃa de la mano de ella y la puso encima de sus piernas, todavÃa sujetando a la chica.
Esa eres tú y ese soy yo le hablaba mientras la miraba fijamente. Solo que tú no te acuerdas.
¿Cómo puedes pensar que no voy a acordarme de haber estado en una cama de hospital teniendo ese aspecto, Josef? Le indicó con un gesto la foto. MÃrame, parezco un cadáver. Sé que hay programas para hacer esos montajes, lo que no sabÃa es que hay seres tan hijos de puta como para querer hacerlos. Y tú te has llevado la palma.
En la foto, Roslin descansaba en una cama de hospital, a duras penas incorporada sobre varias almohadas, y tapada hasta la cintura con la sábana. Las piernas, que quedaban ocultas, se insinuaban como puros huesos. Piernas de esqueleto de laboratorio, con ángulos que se marcaban por debajo de la tela. Pero por encima de la sábana el espectáculo era aún peor. Una Roslin acabada, esquelética, con los pómulos salientes y las cuencas oculares hundidas. En ellas, los ojos destacaban grandes, lacrimosos y doloridos, como en aquellas imágenes de los supervivientes de los campos de concentración nazis cuando al fin fueron liberados. Llevaba el pelo muy corto como ellos, y en la sien derecha habÃa sido rapado para poder colocar una especie de electrodos. SonreÃa a la cámara, pero con una sonrisa triste y pesimista. La sonrisa del que sabe que lo que le espera no es agradable, pero quizás precisamente por eso sà que es bienvenido. La sonrisa acabada de una persona acabada.
En la foto, a su lado, y en una silla con pinta de incómoda, estaba sentado Josef. El también miraba a la cámara y sonreÃa, pero el brillo en sus ojos y una pequeña curva en sus labios delataban que era una sonrisa forzada, que luchaba por mantener. CogÃa la mano de Roslin entre las suyas, cubriéndola por entero con ansia, posesivo, como queriendo conservarla para siempre, que nada pudiese arrebatársela.
Dos grandes ramos de flores descansaban en la mesa al lado de la cama, asà como libros y revistas, y en la pared, justo en el centro, un reloj digital marcaba las 9:03.
La foto nos la hizo una de las enfermeras dijo Josef muy despacio y mirando la fotografÃa. No recuerdo como se llamaba, pero te cuidaba mucho. Cada dÃa me ayudaba a bañarte y traÃa pelÃculas para que pudieses ver. Pasaba horas a tu lado leyendo revistas y hablando contigo, cuando estabas consciente y eras capaz de razonar su tono era neutro, soñador. Me obligaba a despegarme de al lado de tu cama para ir a darme una ducha o comer algo… Dios, pensaba que nunca tendrÃa que contarte todo esto.
¿Pero qué te pasa? gritó ella sin poder contenerse ya. ¡Claro que no soy yo, Josef! ¿Quieres volver a mirar la foto? ¡Jamás en mi vida he estado ingresada en un hospital, mucho menos en ese estado! ¿Quieres dejar de decir gilipolleces?
Hicimos muchas fotos de esos meses, pero un dÃa me pediste que las rompiese todas, que no querÃas que te recordase asà continuó él sin escucharle. QuerÃas que te recordase siempre como en la universidad, como cuando nos conocimos. Y casi cumplà tu deseo, pero ésta… Josef empezó a levantar el tono, indignado. ¿Cómo pensabas que iba a poder romperlas todas? Por mucho que ya hubiese decidido pasar página, ¡que ya supiese lo que habÃa que hacer, lo que yo tenÃa que hacer! ¡No querÃa olvidarlo, no querÃa olvidarme de ti!
Roslin le miraba incrédula, cabreada, sorprendida.
No soy yo, ¿no lo entiendes? Ella no soy yo.
¡Cállate! gritó él, agarrándola por el brazo con más fuerza de la que era su intención. Ya me rompiste el corazón una vez. Aguanté a tu lado mientras te consumÃas poco a poco, sin ánimo y sin esperanzas, alentándote a reÃr, a vivir el tiempo que yo necesitaba. Y verte asà fue el trance más amargo de mi vida, ¡asà que cállate de una puta vez!
Roslin se echó hacia atrás con fuerza para soltarse del brazo de él. HabÃa pánico y espanto en su mirada, porque nunca habÃa visto en los ojos de él la desesperación que reflejaban ahora.
Josef, cálmate y cuéntame de qué estás hablando.
El miró la foto por última vez, la rompió en dos y la dejó caer al suelo. Se echó hacia atrás reclinándose en el sofá. Y empezó a hablar.
«Nos conocimos en la Universidad. Nunca habÃa sentido nada por nadie como lo que sentà por ti. Eras huérfana, como yo. HabÃas conseguido salir adelante con el poco dinero que tus padres habÃan dejado y que recibiste cuando cumpliste los dieciocho años, y habÃas empleado lo poco que te quedaba para pagar tu matrÃcula. Mis padres habÃan muerto hacÃa un año, y tú fuiste quien consiguió que dejase de sentirme solo por fin.
Cuando seis meses después te diagnosticaron cáncer de hÃgado, los médicos no nos permitieron tener ninguna esperanza. La enfermedad estaba extendida ya por gran parte de tu organismo, la metástasis era irreversible. Lloramos y lloramos durante dÃas enteros, nos desesperamos, nos tiramos del pelo, decidimos suicidarnos juntos, decidimos que merecÃa la pena vivir juntos tus últimos dÃas…
Cuando acepté que no habÃa vuelta atrás, pero que no iba a quedarme cruzado de brazos, imaginé un nuevo comienzo. Compré el mejor hospital privado que pude encontrar, el más aislado, el más oculto, en la otra punta del mundo, porque decidà lo que tenÃa que hacer, y no iba a permitir que nadie me impidiese hacerlo. La herencia de mis padres incluÃa empresas por todo el mundo, y cuentas millonarias en bancos de los que yo ni siquiera habÃa oÃdo hablar. Y puse todo en funcionamiento para conseguir lo que me habÃa propuesto. Contraté un equipo de expertos genetistas, psicólogos, médicos, cirujanos, embriólogos, asesores y abogados, y les hice trabajar sin descanso.
Te trasladamos inmediatamente al hospital, y las pruebas empezaron. Las soportabas esperanzada porque creÃas que buscábamos tu recuperación, que habÃa una pequeña esperanza… y yo siempre fui incapaz de confesarte qué estábamos haciendo allà en realidad.
Cada dÃa era un reto, una cuenta atrás. Los médicos intentaban convencerme de que lo que yo querÃa era imposible. Los psicólogos no dejaban de dar vueltas a las posibles consecuencias para mi salud mental pero, sobre todo, para la tuya. DecÃan que tenÃa que dejarte ir, que tenÃa que hacerte más llevaderos tus últimos meses en este mundo… Pero no soy buen perdedor, tú lo sabes.
Mil inconvenientes surgÃan cada dÃa, mil obstáculos. La tecnologÃa no estaba todavÃa avanzada, las consecuencias de cada prueba, de cada acción, eran impredecibles… Pero el equipo no dejaba de intentarlo. Sin descanso, dÃa y noche, inventaban nuevas técnicas de gestación, de duplicación de ADN, de escisión molecular… Cuando un camino llevaba a un callejón sin salida, abrÃamos nuevos caminos sin saber hacia dónde nos llevarÃan. Células madre, ARN, secuencias de proteÃnas, cultivos embrionarios… aprendà mil términos sin apartarme de tu lado.
El dÃa que tres de los doctores me arrancaron de tu habitación y me llevaron al laboratorio, se cumplÃan cuatro meses de nuestra estancia en el hospital. Sus caras estaban pálidas y ojerosas, nadie descansaba allÃ, nadie estaba dispuesto a rendirse. DisponÃan de todo el dinero que necesitasen, del equipo y el personal que pidiesen… y nadie ponÃa lÃmites éticos o morales a su trabajo.
Josef, tenemos un positivo me dijo uno de ellos.
Un positivo era todo lo que yo necesitaba. Solamente uno. La posibilidad de que la esperanza existiese, de que hubiese una forma. Un solo embrión viable era suficiente para seguir hacia delante.
¿De cuánto tiempo? pregunté.
Ochenta y dos horas. Ninguno habÃa conseguido pasar de las cincuenta.
¿Podemos reproducir el proceso?
Creemos que si El médico miró a sus compañeros antes de continuar. Hasta ahora ningún blastocito nos habÃa proporcionado células saludables, pero hemos cambiado la proporción de las proteÃnas y… bueno, hace tres horas hemos puesto en marcha veinte más.
¿Veinte serán suficientes? ¿Qué probabilidades de éxito tendrÃamos?
Antes de crear más querÃamos hablarlo contigo, pero podemos aumentar nuestra ventaja creando unos cuantos más, quizás unos cincuenta.
Adelante.
Cuatro semanas después tenÃamos dieciocho embriones preparados, que se desarrollaban sin problemas, sanos y perfectos. Pero el equipo cientÃfico volvió a pedir que me reuniese con ellos.
Josef, el proceso está en marcha. De los dieciocho embriones, monitorizados en tiempo real, tendremos que elegir tres cuando cumplan las veinte semanas El doctor me miraba atento mientras me enseñaba datos e imágenes en la pantalla de un ordenador. El resto los dejaremos en estado latente… por si los necesitásemos más adelante. Pero no creo que eso pase añadió rápidamente. Nuestro trabajo no ha acabado aquÃ, por supuesto, pero hemos estado pensando mucho últimamente en cómo has pensado continuar con todo esto. Antes no sabÃas si Ãbamos a tener éxito pero, ahora que lo hemos conseguido… ¿Has meditado el siguiente paso?
¿El siguiente paso?
Mira… nadie jamás habÃa conseguido lo que todos hemos hecho aquÃ. Pero Josef, ¿qué vas a hacer ahora?
Estaré al lado de Roslin hasta el último momento, si es eso lo que está preguntando exclamé indignado.
No, no es lo que estoy preguntando. Dentro de ocho meses, uno de esos embriones llegará a término. Tendrás lo que querÃas… o lo que creÃas querer. Porque no la tendrás a ella.
No sé si acabo de entenderle.
Tendrás una copia exacta de ella. Con su pelo, su cara, sus manos y sus ojos… tendrás un clon. Pero no la tendrás a ella El doctor me miraba con amabilidad mientras hablaba despacio, con tono amable, como se le habla a un niño cuando tienes que contarle que su perro ha muerto. Josef, ¿tú la quieres?
¿Por qué, si no, iba a hacer todo esto? salté furioso. La quiero con toda mi alma y no voy a permitir que muera ¿no es eso lo que estamos haciendo aqu�
No. Ella morirá. De hecho no le quedan más de cinco o seis meses de vida, y eso porque estamos haciéndole todo lo que se nos ocurre para retrasar lo inevitable. Josef, te prometo que haré todo lo posible para que uno de esos embriones nazca sano, pero seguirá sin ser ella. Un ser humano solo es una carcasa, e imagino que te enamorarÃas de ella por algo más que su cuerpo o sus labios el médico me miraba. Yo empezaba a entender. Te enamorarÃas de su risa, o de las cosas que te contaba, de los libros o pelÃculas que le gustaba ver… Y todo eso no podemos reproducirlo en un laboratorio. Ni siquiera con todo el dinero del mundo.
La desesperación me inundaba, se me saltaban las lágrimas, ¡no podÃa ser asÃ! ¡No podÃa consentir que algo asà echase por tierra todo el trabajo y todas las esperanzas! El dinero lo puede todo, el dinero lo consigue todo… sólo hay que tener los cojones suficientes para pedirlo.
Lo haremos.
¿Cómo? ¿Cómo pretendes, con el tiempo del que disponemos, solucionar ese problema? Todos me miraban atónitos No es cuestión de querer, ¡es imposible!
Hace unos meses vosotros me dijisteis que era imposible hacer lo que ya habéis hecho realidad. ¿Imposible? No lo creo. Solo es otro obstáculo y, como todos los que han surgido hasta ahora, lo superaremos.
Nada ni nadie puede parar a un corazón que sabe que está a punto de romperse para siempre. La mÃnima esperanza, la mÃnima ilusión, lo enciende sin remedio. Ahà empezó una época de lucha. Ellos me ponÃan zancadillas, yo las saltaba. Ellos imaginaban catástrofes, yo las remediaba. Les incitaba a pensar e imaginar los mil errores que podÃamos cometer en el camino, para asà poder ir superándolos uno a uno. Y asÃ, Roslin, tus últimos meses de vida, que fueron siete en realidad, los pasaste drogada para no sentir nada, tumbada en la cama y hablando. Hablando conmigo y con el equipo de psicólogos, con las enfermeras. Hablando de tu infancia, de tu adolescencia, de tus amigos, de las cosas que te gustaban y de las situaciones que habÃas vivido. Hablando de todo lo que habÃa sido tu vida en los veinte años en que habÃas pisado este mundo. DÃa a dÃa, como un gran puzzle de tiempo, saltabas de unas situaciones a otras y nosotros anotábamos todo, grabábamos cada palabra tuya, para poder recomponer cada segundo de tu existencia, cada sensación que habÃas vivido. Y una enfermera te hizo esta foto.
Cuando finalmente el cáncer pudo contigo te fuiste, consumida, una triste parodia de lo que habÃas sido, pero con una sonrisa en la cara y tu mano entre las mÃas. Te fuiste en silencio y casi sin que me diese cuenta, porque pensaba que estabas dormida. Cuando me di cuenta de que ya no estabas allÃ, tapé tu cara con la sábana y salà cerrando la puerta. Fui al laboratorio.
Ya está. Quiero que lo hagamos. Todo, como lo hemos preparado.
Me metieron en la cápsula de hibernación cuando los últimos tres embriones eran ya fetos a punto de nacer. Los médicos habÃan elegido uno de ellos para seguir adelante con el proceso. Yo descansarÃa dieciocho años, hasta que tú estuvieses preparada. Hasta el dÃa en que me despertasen para conocerte de nuevo. Mientras tanto, todo el dinero de mis cuentas estaba destinado a reproducir tu vida. A reproducirte a ti. SabÃamos que no podrÃamos calcarla al cien por cien, que algunas cosas quedarÃan fuera de nuestro alcance… pero serÃas tú, solamente, quizás, con alguna experiencia distinta. Nadie estaba dispuesto a asegurarme que volverÃamos a enamorarnos, que querrÃas estar conmigo y todo serÃa como lo habÃa sido, pero después de todo el trabajo, tiempo, esfuerzo y dinero invertidos, estaba dispuesto a correr el riesgo.»
Roslin apretaba con fuerza los párpados, pero ni asà podÃa evitar que las lágrimas escapasen entre ellos.
No te creo.
No tienes por qué hacerlo aún dijo él. Puedo demostrarte todo lo que te he contado. Viajaremos a la isla, al hospital, para que puedas verlo con tus propios ojos.
Ella respiraba deprisa, con dificultad, tragándose mocos, lágrimas y saliva.
¿Hibernación? ¿Clonación? ¿Qué cojones me estás contando? ¡Eso no existe!
El hecho de que algo no existiese no iba a pararme. Ya te lo he explicado: imaginamos lo imposible, y lo llevamos a cabo. En ningún paÃs las leyes nos lo hubiesen permitido, pero una vez eliminado ese obstáculo, nadie nos impedÃa llegar todo lo lejos que pudiésemos. El tema de la hibernación fue más arriesgado incluso que guiar y recrear tu vida, porque era algo que no tenÃamos tiempo de comprobar si funcionarÃa. Simplemente lo hicimos, y funcionó. Durante dieciocho años mi equipo de doctores me mantuvo latente, sin dejar que muriese, y aunque la recuperación posterior no fue fácil, no me quejo, porque me permitió estar hoy aquÃ, contigo.
Creo que estás loco dijo ella. Se te ha ido la cabeza, nada de lo que dices tiene sentido. Y no tengo porqué aguantar esto. Se levantó.
Josef la cogió por el brazo de nuevo, y la sentó en el sofá.
Te lo he dicho, iremos al hospital. Allà está todo el equipo, las anotaciones, las grabaciones… La memoria gráfica de todo lo que hicimos hace ya más de veinte años. También estás tú, enterrada allÃ, en tu playa favorita, donde Ãbamos a pasear los dÃas que estabas mejor. Te llevaré.
Roslin sentÃa el horror que recorrÃa su interior, que le paralizaba, pero que al mismo tiempo le decÃa «Huye, huye de aquÃ, rápido, cuanto antes«. Empezaba a creerle. Era imposible inventar una historia asÃ, y lo contaba con tanta convicción en sus ojos… sin olvidar la foto, claro. Porque, por mucho que Josef lo creyese, ese cadáver enfermo no era ella. El amor nos hace ciegos, nos hace sordos, nos vuelve gilipollas. Nos hace creer lo que necesitamos creer con tal de seguir al lado de la persona que amamos. ¿Y no se ha dicho siempre que el amor nos enloquece? «Estaba loco de amor» ¿Quién no ha oÃdo esa expresión? Acababa de darse cuenta de que él hacÃa honor a esa frase de una forma tan literal que daba ganas de vomitar.
Definitivamente tenÃa que huir de ahÃ, pero estaba cagada de miedo. ¿Josef se lo permitirÃa? Alguien tan desequilibrado como para gastar una fortuna en clonar a su novia muerta y engañar a la persona en la que se habÃa convertido ese experimento, ¿dejarÃa que todo su esfuerzo saliese simplemente andando por la puerta? Aunque claro, habÃa hablado de más embriones… ¿de verdad habÃa oÃdo eso? Madre mÃa… Las implicaciones le mareaban. Embriones. Varios. En plural. Clones congelados en algún laboratorio de una isla lejana, algunos seguro que totalmente formados, a punto de nacer, casi personas… Personas no, ella, ¡Ella! ¿La locura era contagiosa? Roslin empezó a plantearse seriamente que ella también estaba perdiendo la cabeza.
Pensó formas de salir de allÃ. Levantarse y salir corriendo. No, él la atraparÃa rápidamente y además, ¿después qué?. También podÃa coger el cenicero de encima de la mesa y golpearle la cabeza con él, intentar dejarle inconsciente o matarle… Madre mÃa, ¿matarle? ¿De verdad estaba pensando en cómo matar a su novio, al que habÃa sido su pareja y su vida durante más de cinco años? Bajó la mirada a sus manos y vio cómo temblaban sin parar. TenÃa que hacer algo, y rápido, porque cuando volviese a mirarle a los ojos, él verÃa el miedo y la locura en ellos, y no tenÃa ni idea de cómo iba a reaccionar…
Intentó por última vez razonar con él.
Si vamos… si acepto ir, ¿de qué servirÃa? preguntó. Sé que no lo entiendes porque tú lo has vivido de otra manera. Pero Josef Abrió por fin los ojos y le miró fijamente mientras le cogÃa las manos, yo no soy ella.
Esperaba una mala reacción en su cara, que la golpease, cualquier cosa. Pero en la cara de él, lo único que habÃa, era derrota. Se dio cuenta de que iba a dejarle ir, de que perderla era un trauma por el que ya habÃa pasado y de que de verdad aquel hombre, aquel loco, debÃa de quererla tanto como decÃa. Olvidó el miedo que le habÃa consumido hacÃa sólo unos segundos y sintió únicamente pena mezclada con un poco de asco.
Roslin se levantó despacio. Se puso sus zapatos, cogió el bolso y la chaqueta, pero dejó las llaves del piso encima de la mesa. Se dirigió a la puerta y la abrió. Antes de salir, giró para mirar a Josef por última vez.
Superaste mi muerte una vez, asà que supongo que ya estás algo más preparado que entonces. No me busques, no me llames. No soy quien tú piensas, no soy quien creÃas haber creado. Y, por lo que más quieras, destruye ese hospital, los laboratorios… y los embriones. Adiós.
Y se fue, dejando a Josef roto, como rota estaba la foto que habÃa entre sus pies.
Carmen Flores Mateo. Albaceteña residente en Madrid. Escritora de relatos en prácticas. Lectora compulsiva y convulsiva, crÃtica voraz e inquisidora de libros. Ganadora del Concurso de Relatos de Terror 2013, en la elección del público, de Sopa de Relatos, y componente del equipo del podcast radiofónico dedicado a la literatura Leyendo hasta el amanecer.
AquÃ, su primer trabajo publicado en Axxón.
Este cuento se vincula temáticamente con LA CLONACIÓN, de Cristian Cano, y EL PRINCIPIO DE INCERTIDUMBRE, de Ricardo Gabriel Zanelli.
Axxón 258 – septiembre de 2014
Cuento de autor europeo (Cuentos : Fantástico : Ciencia Ficción : Clonación, Hibernación : España : Española).
Excelente cuento, muy humanos los personajes. Y un final llevado sin exageraciones ni melodramas. Un placer para la lectura.
Está bueno. Interesantes los personajes. Dan ganas de que la historia continúe y todo, a ver si él la va a buscar, si en ese encuentro ella enloquece…