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Archivo de la Categoría “258”

URUGUAY

 

 


Ilustración: Valeria Uccelli

Confesión I

 

Ángeles Caínes volvió acunando tres seres diminutos como semillas de cinia. Con altiva mirada y debilidad me los mostró prendidos de su pecho. «Son la simiente que nos une para siempre, el espíritu hecho forma y aquí no cuentan tus anhelos», me dijo amamantándolos y con voz severa, convincente, esa clase de voces que callan hasta el más leve ruido de invierno.

 

 

Confesión II

 

Salí a buscar trabajo para mantenerlos mientras Ángeles cuidaba de los trillizos. Recorrí mil lugares, recibí mil desprecios y subí mil ascensores. Ella me decía cuando llegaba desahuciado por la derrota: «Si quieres fabricaré el dinero que tanto necesitamos, sólo me basta un alma, seis velas y un anillo de plata de una virgen». No, respondía yo cansado, no merecemos hacer tanto daño.

 

 

Confesión III

 

Estábamos en la ruina; los niños (eran tan extraños) no se quejaban porque Ángeles Caínes los alimentaba bien; sin embargo yo desfallecía consumido diariamente. Ella seguía incólume como siempre, con esa energía que absorbía por las calles. Dormíamos separados, Ángeles me evitaba porque satisfizo su capricho; quiso ser madre y en su orgullo de guitarra eléctrica teniéndome a mí de bajo sonreía a las tres de la tarde entre vientos y chubascos.

 

 

Confesión IV

 

Traduje del latín uno de los libros de las «Metamorfosis» de Ovidio. Me pagaron lo necesario para tres cenas y un almuerzo; escribí siete artículos para una revista literaria y apenas pude comprar un kilo de hígado para los niños. A todo esto Ángeles Caínes visitaba a sus parientes por la madrugada cuando yo rendido dormía. Llevando a los tres niños con ella me dejaba solo transpirando pesadillas entre sábanas mojadas.

 

 

Confesión V

 

Una mañana apareció con una olla repleta de monedas de oro; tenían aún el musgo del río y el brillo de la codicia acuñada. Me lavé los dientes y mirándola con desdén le patee su tesoro. Las monedas tintinearon refractando la luz del día; Ángeles dejó a los niños en la cama grande y se abalanzó hacia mí con ganas de darme una bofetada. Detuve su mano de cartílagos rosas y apretándola contra mi cuerpo le susurré palabras de amor. Me besó acariciando mi nuca. Luego recogió las monedas y las tiró a un agujero que se abrió en el cuarto. Fue un instante, el torbellino de luz y viento se tragó la infamia.

 

 

Confesión VI

 

Esa misma noche me confesó que yo había sido su primer «hombre». Que desde aquella vez en la que apareció vestida de sedas celestes perfumada de mirra oriental ningún humano la había tocado en 1.066 años. Que los niños dormidos en el cuarto fueron los únicos que parió como hembra. Que en mí estaba la sangre y la audacia materializada en tres niños como si fueran instrumentos recién construidos para que sonaran en este tiempo deforme al cual ella había elegido para aparearse conmigo. Me habló del Mal eterno, de la redención gracias al Único Supremo. Y que yo, cuando el invierno aún no existía, planeaba sobre un cielo de aguas en duelo. Y que fue por eso que me siguió desafiando jerarquías, geografías y siglos hasta encontrarme.

 

 

Confesión VII

 

A. Van Hageland en su antología «Las mejores historias diabólicas», Bruguera, 1975, escribió un prólogo en el cual niega la existencia del Necronomicón, tan difundido por Lovecraft. Pasaron pocos años y el Necronomicón se tradujo por primera vez al español bajo el sello la Tabla Esmeralda (masón o alquimista conocerá su significado). En la antología de Van Hageland hay un cuento que leí a los once años en el que trata sobre una relación de amor entre un hombre y un súcubo. De dicha unión nació una niña; el súcubo o diablesa se apiada del protagonista dejándolo solo en la vida aunque hembra e hija lo amaban. La habitación de este hombre joven se incendió y si no fuera por la presencia de su hija venida desde algún plano o dimensión vedados al hombre no se hubiera salvado de las llamas voraces. «Adiós, papito, adiós».

 

 

Confesión VIII

 

En el capítulo denominado «El texto Urilia» (Necronomicón), parte dos, «Las abominaciones», aparece dibujado el símbolo de Lilit que alguna vez reconocí por medio de un grafiti; pero lo más extraño es que ese nombre comenzó a serme familiar antes de leer el Necronomicón; y aunque nadie lo crea o lo ponga en duda, – a esta altura de mi vida no me sorprende -, dicho nombre me lo dijo una alumna mía en el año 1998 puesto que sufrió una experiencia particular que me reservo de contarla. Esta clase de seres, súcubos, diablesas, ninfas (Orfne, ninfa del Infierno amante del río Aqueronte, Ovidio, «Metamorfosis», Libro V, Cap. III), existen. ¿Por qué Octavio Paz en su libro «Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe» cita ejemplos para ilustrar el soneto «Detente sombra de mi bien esquivo»? Es para pensar.

 

 

Confesión IX

 

En el capítulo citado del Necronomicón estas criaturas se unen a los hombres como lo hicieron los ángeles con las hijas de ellos. (Génesis, 6,2). Ángeles Caínes conocía por experiencia este tráfico, ¿pecador acaso?; y fue así que continuó esa tradición que puede apreciarse en textos de origen y etnias diversas. Una tarde de abril se marchó con mis hijos. Estoy convencido de que no toleró mi condición humana actual; es probable que la vuelva a encontrar más allá del color de la tarde, más allá de la densidad de la madrugada. Hay algo de inmortal en mí y ella lo sabe. Estoy seguro de que será una buena madre.

 

 

 

SU MUERTE

 

 

Confesión I

 

Ángeles Caínes retornó con gloria y esperanza; su mirada trajo un trozo de cielo tajante y depositándolo como un cristal sobre la mesa sonrió y cantó una canción: «Son io di llui/ benche la vita vergogne/ se de mi/ or veggio/ in tempo/ ch’i sono/ chi’i sono/ sono io de llui …/ scombra da me’l pensier/ tan instabil …» / Y con voz de soprano acompañada de un fantasmagórico piano me dedicó la canción.

 

 

Confesión II

 

Aquella tarde de julio llovía igual a cuatro tardes atrás. Yo me contenía entre las húmedas paredes de mi prisión domiciliaria. Sigo siendo el mismo; le hago un culto al gris y al relámpago. Soy un pasajero de un tren mental que arriba a estaciones abandonadas; sin embargo encada estación siempre Ángeles me espera sola, vestida de celeste y perfumada de mirra oriental, envuelta en una niebla que cubre toda la estación. Yo viajo en un vagón, es el último de todos, sus ventanillas están manchadas de polvo, agua y lágrimas. El tren arranca, no sé a dónde me lleva. Ángeles Caínes me espera en la próxima estación mental.

 

 

Confesión III

 

Desdeñosa y algo irónica me comentó sobre nuestro contubernio, del espíritu hecho materia, del próximo milenio y del oráculo escrito no sé en que tabla de ónix. Seduciéndome mientras acariciaba sus cabellos enroscando los bucles entre sus dedos me dijo que no me extrañó, pero me preguntó si yo lo había hecho; le respondí que sí, en tanto miraba un televisor cuyo tubo de imagen estaba verde por la humedad y la desidia. Se sintió molesta porque no la miraba de frente y me regocijé por eso. Le ordené que hiciera la cena, y ella callada se levantó del sofá en el instante en que estallaban todos los espejos de la casa salpicando de lágrimas peligrosas las baldosas del piso.

 

 

Confesión IV

 

Preparó siete gorriones hervidos y una ensalada de pesadillas. Cenamos desnudos a la luz de los candelabros y de la estufa a cuarzo. Conversamos sobre el eterno femenino, el sonido de los violoncelos y el aroma de la tierra mojada. Me confesó que cuando fue creada su alimento preferido era la bruma del amanecer y el perfume del azahar, que de eso se alimentó durante milenios hasta que probó del cáliz humano la sangre, el sudor y el deseo. Se emocionaba al recordar esos hechos y una lágrima azul brotó de su tercer ojo; la miré entre enamorado y temeroso; le ofrecí mi mano y ella la tomó entre las suyas; me hizo un tajo con la uña y lamió mi herida complacida.

 

 

Confesión V

 

¿Para qué volviste?, le pregunté cuando el rayo retumbó en la ciudad. Porque me esperabas, respondió levitando, y una brisa extraña movía el camisón que se había puesto. ¡Mentiras!, le dije bebiendo vino blanco en una copa de cristal de Bohemia; ¡mentiras!, volví a exclamar y me acordé del tren que me llevaba a un destino incierto donde Ángeles Caínes me esperaba en cada estación con un ramo de flores, o frutas o pañuelos perfumados, yo los tomaba y los enredaba en mi anillo de plata sintiéndome un dandy que suspira dejando a su amor en la espera porque se va hacia un lugar vedado que sólo en el mapa del ideal se encuentra registrado. Te seguiré aunque en el futuro los tempos sean las únicas guaridas de este mundo roto, me dijo desvaneciéndose.

 

 

Confesión VI

 

La quinta tarde me vestí de templario vestido con un manto~blanco y una~cruz paté~roja dibujada en él (dicha Orden fue creada en 1118 y cuyo lema era «Non nobis, Domine, Non Nobis. Sed Nomini Tuo Da Gloriam«). La lluvia continuaba y me dediqué a afilar una daga criolla del siglo XIX. ¿Cuántos cuellos habrá degollado, cuántas carreras de prisioneros degollados habrá contemplado desde una sierra en la mano del matador? Afilándola esperaba a que ella volviera; sentía en mí un calor extraño similar al que se siente cuando el aguardiente quema el esófago. Las horas pasaban en su carruaje oxidado y tirado por corceles biomecánicos, de metálicas pezuñas y sudores de ácido. Aguardaba vestido de templario escuchando: «Quel cuor perdesti/ por un miraggio/ quel cuor tradisti/ odiar di piu, non puo …» Las sombras abrigaban el ámbito con ganas de devorar las velas encendidas y los siete inciensos. Mi mano sostenía la daga y ella que no venía. Un relámpago iluminó el espejo roto del líving, cayó un triángulo del espejo, en él se reflejó parte de mi rostro cubierto por la capucha, brilló refractando una luz anaranjada, cegándome me habló: «Cada deseo tuyo es una herida ajena, anónima; cada suposición tuya es una traición, un antifaz con el cual cubres tu frustración«. Y calló dejándome indeciso.

 

 

Confesión VII

 

Construí una telaraña de cables pelados enrollados en objetos de metal; mojé el piso con agua y vino; aguardé su llegada con el enchufe en la mano pronto para conectarlo. Creí escuchar pasos; creí oler una fragancia; creí ver una sombra, creí y sigo creyendo. se me vino a la memoria los violines del Allegro non Molto del Invierno de Vivaldi. Tapado con la capucha creí también transportarme a una época pretérita, quizás futura, en un castillo abandonado por la mano de Dios. Aguardé otra noche sumido en pensamientos donde trenes de cristal cruzaban el espacio infinito rodeado de esferas y oscuridad; trenes de diamante que funcionan a emociones humanas y que penetran el abismo donde las estrellas rutilan. Desde una de las habitaciones algo comenzó a moverse, parecía una brisa, sutil, espontánea, y llegó instalándose en la telaraña, en su centro, entonces enchufé el cable y todo se hizo azul eléctrico; blancos rayos quebraban las paredes trepando hasta el techo y ella, Ángeles Caínes, la mejor flor de mi vida uraniana se desdobló en seis imágenes que apagaron los artificios envolviendo todo en penumbras y humo acre. ¿Cuál de ellas será la verdadera?

 

 

Confesión VIII

 

Golpearon la puerta. Ésta se abrió. Una claridad entró a la casa. Yo me escondía detrás de la heladera. Los cables humeaban. El repiqueteo de la lluvia se hizo más intenso. Las imágenes de Ángeles desaparecieron, pero yo intuía que no. Algo se asomó al umbral de la puerta. Tenía figura femenina, n, masculina, tampoco, quizás algo de andrógino, quizás yo … Alguien entró y la puerta se cerró dando lugar nuevamente a la tiniebla; sólo el olor a quemado se hacía tangible. Escuché un grito, luego otro y otro hasta que el silencio se hizo yeso. En la tercera habitación comenzó a funcionar un tocadiscos con la música del Presto del Verano, una tormenta, y odié ese movimiento. El grito aún sonaba en mi cabeza tapada por la capucha; tengo la daga aún. La telaraña estaba hecha polvo en el suelo, parecía un puzzle de cenizas. Tomando coraje caminé hasta el líving, y me encontré con alguien que no sabría decir qué era; tal vez cuando esté loco del todo…

 

 

Confesión IX

 

Ángeles Caínes me había traído tiempo ha los niños, nuestros hijos que parió en una landa ignota. Creí, y siempre recurro a este verbo tan irregular en lo semántico para esta situación, que una mujer, un ser, un ente, un ángel o súcubo, una deidad, ¡qué importa ahora que todo está consumado!, ¡destrozaba a Ángeles!, la desmembraba en la maldita noche, ¡no!, grité y me abalancé hacia lo que la razón humana considera peligroso, excepto para los audaces que así pagan las consecuencias con la locura o la muerte. Era una sombra compacta, pero pateándole el pecho, tajeándole la carne, golpeándole con mis puños el rostro estando caído, o caída – usaré una terminología neutra -, le levanté en peso y le arrinconé mientras mi cara encapuchada salpicaba de odio el caos de mi casa y los violines que no paraban en la otra habitación invadiendo como un hedor. Ángeles, miré de reojo, yacía descuartizada en el piso de baldosas negras y blancas. ¡¿Por qué?!, le grité a la criatura en tanto su sangre verde manchaba mi túnica blanca. Y una voz femenina, jadeante y segura, me respondió: «no te la merecías». Me empujó y atravesó la puerta semiabierta.

 

 


Federico Rivero Scarani, 1969, docente de Literatura egresado del Instituto de Profesores Artigas. Obras: La Lira el Cobre y el Sur (1993), Ecos de la Estigia (1998), Atmósferas (Mención Honorífica del concurso de la Intendencia Municipal de Montevideo, 1999), Synteresis perdida (2005), Cuentos Completos (2007), El agua de las estrellas (2013). Colaboró en diversos medios del país como El Diario de la noche, Relaciones, Graffiti, y también en Verbo 21. com y Banda Hispânica.com. Publicó un ensayo sobre el poeta uruguayo Julio Inverso (“El lado gótico de la poesía de Julio Inverso”) editado por los Anales de la Literatura Hispanoamericana de la Universidad Complutense, España. Participó en antologías de poetas uruguayos y colombianos (“El amplio jardín”) y cubanos (“El manto de mi virtud”). Fue docente de la cátedra de “Lenguaje y Comunicación” en el I.P.A. También escribió el ensayo “El simbolismo en la obra de Julio Inverso”, escritores.org,/ Babab.com.

Hemos publicado en Axxón: ANGELES CAÍNES.


Este cuento se vincula temáticamente con ANGELES CAÍNES, de Federico Rivero Scarani y QUEMAR A MADRE, de Ricardo Giorno.


Axxón 258 – septiembre de 2014

Cuento de autor latinoamericano (Cuentos : Fantástico : Terror : Seres demoniacos : Uruguay : Uruguayo).