

«Oniromante – SEIS: Mensaje cantado», VÃctor Conde
Agregado en 12 junio 2016 por dany in 274, Ficciones, tags: Novela Corta
SEIS
Mensaje cantado
Ladyé se volvió bruscamente en varias ocasiones para asegurarse de que ni Visnú ni ninguno de sus amiguitos la estuviera siguiendo. La mayor parte de las veces fue un esfuerzo inútil. En el mar de cabezas que anegaba la calle no podÃa distinguir a nadie conocido, ni siquiera por su forma de vestir.
Era una pena para ella, que le gustaba avanzar por callejuelas, pero éstas morÃan antes de llegar al extrarradio de la urbe. Ninguna se atrevÃa a alargarse hasta rozar la Catedral de lo Imposible, el hogar de la IA Mnemmón. TenÃan demasiado miedo, hasta para ser las arterias adventicias del inmenso sistema circulatorio de la urbe. Por eso tenÃa que avanzar por la calle principal, entre la gente, entre el sudor, entre las cabezas. Una sombra anónima más en la turba.
Sin embargo, alguien sà que la reconoció a ella.
La figura se despegó de la multitud como si ésta fuera un fondo plano. Al principio Ladyé no se dio cuenta de que estaba a su lado, mirándola, como esperando a que fuese la Soñadora quien iniciara el diálogo. Pero al momento clavó los ojos en su atuendo de plata, el maquillaje de farándula y los botines de tacón ladeado.
¡Payaso!
El pequeño robot, el mismo que le habÃa servido el té en casa de Pájaro Burlón, hizo una profunda reverencia. Los demás transeúntes caminaban con prisa a su alrededor, sacándole más de medio cuerpo y amenazando con pisarlo, pero al pequeño sirviente no parecÃa molestarle la presencia masiva de gente grande.
¿Qué haces aqu� preguntó la Soñadora. ¿Te ha enviado tu ama?
Sà respondió el pequeño engendro. Me pidió que le diera un mensaje. Es un mensaje cantado.
¿Cantado?
Cantado. Y con buena voz, me advirtió.
Pues adelante, entrégamelo concedió Ladyé, las manos en jarras.
El enano hizo un par de cabriolas, dio unas palmadas con sus guantecitos de lentejuelas, se aclaró la garganta y entonó:
Gemidos que rompen la aspereza del hielo.
Estrellas de color en el perfil de una alhaja
Regalos divinos, locuras ancestrales
y el hombre que templa su valor
contra el yunque del miedo,
Nombres que hieren como el metal
al extremo de la navaja.
Cuando los labios de los guÃas
pronuncien tu nombre
Y la caricia del sol
entibie tu pelo
Piensa que sobre las nubes te espera
el cariño de un hombre
Que ningún ojo aprecia la belleza
a través de un velo.
Ahora recuerdo el sueño
Era nube y cristal y manzanos
con frutos de terciopelo.
No sé quién era yo, por qué junto a la flor
me sentÃa pequeño,
Pero el rosal cantaba, me acunaba en
Camas de piedra,
Y limpiaba mis heridas
con su más esmerado celo.
Desperté y ya no recordaba
el comienzo del cuento.
Tu silueta en esta cama, cortinas que texturan
el perfil de la brisa,
Granos de arroz que bailan en un cuenco,
Y la mañana que cuenta su mentira
Sin amor ni besos.
Concluyó la canción con un giro y una reverencia, a los que Ladyé aplaudió.
Es bonito, pero… ¿qué significa?
El payaso se tocó la punta de la nariz.
No lo sé, sólo soy el mensajero. Pero mi ama quiere que sepa que la respuesta que usted busca está en una estrofa de un poema. No en una reacción quÃmica. Sacudió violentamente hacia los lados la cabeza, liberando una nubecilla de purpurina, y se marchó corriendo mientras gritaba: ¡No busque la solución en la razón, sino en la locura!
Ladyé se quedó un momento allÃ, una isla en el torrente de personas, intentando asimilar lo que habÃa ocurrido.
Pájaro le habÃa entregado una pieza más del puzzle, una contestación alternativa a la pregunta que le formuló en su casa. ¿Pero qué demonios quiso decir con lo de la locura? ¿Y por qué le habÃa recitado las estrofas en forma de melodÃa?
Confusa, prosiguió su camino. Los misterios le gustaban como los vasos de vino: uno cada vez. Ya pensarÃa en ello más tarde, cuando estuviese delante de una jarra de cerveza tibia en el Foro.
Le costó casi una hora llegar al solar prohibido. Tomó varios transportes públicos que la acercaron lo que pudieron a los barrios industriales, luego algunas calesas tiradas por humanos y el kilómetro restante andando. Una colina chata ocultaba el solar de la vista de la ciudad, protegiéndolos a ambos de la influencia del otro.
Margen habÃa crecido exponencialmente en todas direcciones, menos hacia allá. El solar, visto desde el aire, era como una pica que alguien hubiese clavado en la tierra para partir en dos el desarrollo urbanÃstico. La marejada de edificios ni siquiera se atrevÃa a rodearlo, sino a pasar de largo como la estela de un barco.
Ladyé trepó por la colina. No habÃa vallas que separaran el terreno urbano del salvaje, tan solo una ausencia repentina. De asfalto, de vehÃculos, de gente. De los perfumes y los sabores tÃpicos de la civilización. No hacÃa falta delimitar el terreno, porque todos sabÃan lo que habÃa al otro lado, y sólo los dementes o los que buscaban alguna solución extrema deseaban ir.
Cuando la muchacha llegó a lo alto de la elevación (bordeando escrupulosamente algunos pivotes de los que surgÃa un zumbido indescriptible, y que era mejor no investigar), vio una llanura desprovista de vegetación, triturada y vuelta a recomponer tras la caÃda de varios meteoritos, con fantasmas actÃnicos que vagaban de aquà para allá, sin más propósito que el vagabundeo en sà mismo, merodeando como espÃritus de naves desguazadas.
HabÃa naves, sÃ, o más bien esqueletos torturados de lo que en otro tiempo fueron cohetes y saltadoras como la de Noir. Esqueletos desgarrados, carentes de alma, algunos todavÃa a medio colisionar contra el suelo en movimientos increÃblemente lentos, que empezaron hacÃa décadas y que no acabarÃan hasta que el dueño y señor del solar (¡la Catedral de lo Imposible!) decidiera que ya habÃa visto bastante.
El espacio de control hervÃa. Rostros desaseados de antiguos tripulantes modelaban el código, tatuando semblantes en tres dimensiones sobre lienzos de comandos informáticos. El propio limbo no existÃa como tal en aquellos lares, sino que era más bien una cortina, un tul de terciopelo algebraico que disimulaba las realidades extremas que habÃa debajo. Olas sobre olas sobre necrópolis de tecnologÃas ignotas, de microbios y nanobios, de opciones y categorismos.
Y al fondo, elevándose entre la niebla como una titánica aguja, una espada que algún dios moribundo clavó en la tierra antes de ser arrastrado por las aguas de la noche: el pilar sobre el que descansaba la IA.
Ladyé se apantalló el rostro con las manos para verlo mejor, pero el pilar resbalaba por su retina y terminaba escapando por un lateral de su visión, por mucho que se esforzara en mirarlo fijamente. Los escasos segundos que lograba centrar la imagen, un trocito de cada vez, revelaron aire, calor, frÃo, esbozos de objetos sólidos pero no del todo innegables, tormentas de matemáticas visibles para el ojo humano.
Ladyé avanzó. Puso un pie delante del otro y se adentró en solitario en aquel solar abandonado, aquel vergel de caos.
Estaba aterrada, pero no importaba. HabÃa venido para hacer una pregunta, y no se irÃa sin la respuesta.
Axxón 274
Novela corta de autor europeo (Novela : Fantástico : Ciencia Ficción : Viaje espacial, Implantes neuronales, Sueños : España : Español).