Eliminar, mutilar, extirpar…

Dos experiencias recientes me llevaron a escribir un correo electrónico que ahora comparto. La primera es la relectura de Taller de corte & corrección, de Marcelo Di Marco: un libro muy recomendable para quienes quieren afinar sus habilidades narrativas. La segunda, la participación en el taller virtual MáquinasyMonos, que promueve Axxón y su director, Eduardo Carletti. Hay una tercera, atemporal, que fue la experiencia haciendo taller literario con Carlos Gardini.

El mail tiene que ver con la actividad específica del taller literario, pero releyendo, veo que puede ser útil más allá de ese ámbito. Lo traslado tal cual:

Esto que voy a decir no es una norma del taller, ni nada que se parezca. Son ideas que me sirvieron en su momento.

Hay diferentes etapas en la corrección de un cuento. Rara vez sale bien a la primera, sobre todo si el cuento es largo. Lo primero que hay que hacer es perder el miedo a reescribir el cuento. En general, durante las primeras instancias, no estamos “corrigiendo” el cuento. Lo estamos reescribiendo. Acá no se usa bisturí láser, sino hacha y tijera de podar. Eso significa adoptar nuevos puntos de vista o ideas que le dan más fuerza al cuento, replantear escenarios, cambiar de lugar frases o párrafos, condensar varias oraciones en una, investigar ciertos temas, desechar precisiones innecesarias, eliminar párrafos, afinar las fichas de los pesonajes (porque tal vez necesitamos definirlo más en su forma de hablar, en sus motivaciones, etc.), deshacerse de las muletas que nos sirvieron para empezar el cuento (pero que en el cuento terminado no son funcionales), etc.

Noto que muchas devoluciones de parte de los autores se limitan a corregir frases. A mí me pasa mucho eso, pero lo que me dio auténtico resultado fue reescribir a conciencia. En esta etapa, por lo general, CORREGIR NO ALCANZA. Por ejemplo, eliminar el ripio no suele ser el objetivo fnal, a menudo no es más que una forma de darnos cuenta que el camino que definimos está mal trazado (imaginen el ripio como un pastizal que desborda los bordes y se mete en el sendero de piedra que construimos, que es el cuento).

Reescribir es terrible, es como si mutiláramos un animalito (en vez de sacarle la espinita del pie con una pinza de depilar), pero no hay otra forma de trabajar un texto nonato. Hay excepciones, donde el cuento nos sale bien de una, o casi bien, o hemos meditado por eones la historia y las palabras en nuestro cerebro, pero eso pasa pocas veces. Con el tiempo, nos damos cuenta de entrada qué es lo que funciona, y evitamos ciertos derroteros, frases inútiles, muletillas, imágenes remanidas o formas de expresión retorcidas. Con el tiempo.

Una pista que ayuda es que, por lo general el autor NO VE esas imprecisiones (no creo que sean errores, porque no hay una receta), así que los comentarios de los lectores dedicados a analizar el texto ayudan.

Ojo, también pueden distraer. Y acá voy a balancear la cosa un poco: los planteos de los demás tienen que ayudarnos a definir el objetivo del cuento, a reforzar lo que no se aprecia claramente, a elegir incluso alternativas narrativas (cambiar puntos de vista, planteos, etc.), pero a veces los lectores (yo soy un ejemplo de esta barbaridad) ponen mucha sibjetividad en las críticas. La subjetividad es una exploración alternativa del relato. A veces sirve, a veces no.

OK, me pasé de la raya.

Alejandro

 

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