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¡ME GUSTA
AXXÓN!
  
 

Archivo de julio 2011

Ficción Breve (sesenta y tres)

La ciencia ficción no surgió para llenar un hueco y, con toda certeza, no responde a una única finalidad ni tiene un solo objetivo. Nació de una tradición literaria fuertemente ligada a la sátira social y política que fue evolucionando a través de los siglos, se volcó hacia la ciencia y la especulación con Jules Verne y H. G. Wells en el siglo XIX, y fue modelada por editores pioneros como Hugo Gernsback y John W. Campbell quienes sentaron las bases del género en el siglo XX. Sin embargo, para deleite de los aficionados y desesperación de los críticos, la ciencia ficción cambió mucho y rápidamente: conservó su nombre pero su vínculo con las ciencias duras se hizo cada vez más prescindible y pronto las aventuras en el espacio exterior dejaron paso a las más fructíferas exploraciones del espacio interior. Creció y se expandió: quién sabe a qué llamaremos ciencia ficción en el futuro.

Preguntarse por la función de la ciencia ficción, o de la fantasía, o del terror, es lo mismo que preguntarse por la función del arte. El arte no tiene por qué tener una aplicación pragmática, es, simplemente, la materialización (más o menos lograda) de la capacidad creativa de los hombres. Cada vez que un artista logra crear algo está satisfaciendo una necesidad interior, una necesidad que nació con el primer ser humano y que va a desaparecer con el último.

Y como todos los artistas tienen derecho a encontrarse con su público, damos paso sin más trámite a los autores que cultivan las formas breves de narrar para que los lectores de Axxón puedan disfrutarlos.

Silvia Angiola

LUCY Y EL MONSTRUO – Ricardo Bernal
MÉXICO

Querido Monstruo:

Ya no te tengo miedo. Mi papi dice que no existes y que no puedes llamar a tus amigos porque ellos tampoco existen. Cuando sea de noche voy a cerrar los ojos antes de apagar la luz del buró y voy a abrazar bien fuerte a mi osito Bonzo para que él tampoco tenga miedo. Si te oigo gruñir en el clóset pensaré que estoy dormida. No quiero gritar como siempre. No quiero que mi papi se despierte y me regañe.

Ya sé que me quieres comer, pero como no existes, nunca podrás hacerlo; aunque yo me pase los días pensando que a lo mejor esta noche sí sales del clóset, morado y horrible como en mis pesadillas… Mañana, cuando juegue con Hugo, le voy a decir que te maté y que te dejé enterrado en el jardín y que nunca más vas a salir de ahí. Él se va a poner tan contento que me va a regalar su yoyo verde y me va a decir dónde escondió mis lagartijas (siempre ha dicho que tú te las comiste, pero eso no puede ser porque mi papi me dijo que no existes y mi papi nunca dice mentiras).

Voy a dejarte esta carta cerca del clóset para que la leas. Voy a pensar en cosas bonitas como en ir al mar, o que es Navidad, o que me saqué un diez en aritmética.

¡Adiós, Monstruo!, qué bueno que no existas.

Mi pequeña Lucy:

¿Cómo que no existo? Tu papi no sabe lo que dice.

¿Acaso no me inventaste tú misma el día de tu cumpleaños número siete? ¿Acaso no platicabas conmigo todas las noches y te asustabas con los extraños ruidos de mis tripas?

Todas las noches te observaba desde el clóset y tú lo sabías… Aunque nunca me viste, conocías de memoria mis ojos, mi lengua y mis colmillos; pues todas, todas las noches me soñabas.

Por eso cuando leí tu carta sentí tanta desesperación. Por eso destrocé tus juguetes y me comí de un solo bocado a tu delicioso osito Bonzo.

Lo juro, Lucy, tú ya estabas muerta.

Tenías los ojos abiertos y cuando toqué tu barriguita estaba más fría que mi mano. Seguramente te mató el miedo y yo no pude comerte pues no me gusta el sabor de los niños muertos. Lo único que hice fue regresar al clóset y llorar de tristeza hasta quedarme dormido… ¡Pobre Lucy! ¡Pobre Lucy y pobre monstruo solitario!

Ahora tendré que salir de aquí, alejarme de los adultos que cuidan tu pequeño ataúd y dejar esta carta donde puedas encontrarla… Necesito la risa de un niño y necesito el miedo de un niño para seguir vivo.

Por cierto Lucy, ¿dónde dices que vive tu amigo Hugo…?

Ilustró: Guillermo Vidal

Ricardo Bernal nació en la Ciudad de México en 1962. Es cuentista y maestro de cuentistas; ajedrecista, astrólogo y tarotista. Ha ganado becas y premios literarios. Ha cultivado la literatura fantástica en sus más diversas formas, incluyendo horror y ciencia ficción. Entre sus libros se encuentran CIUDAD DE TELARAÑAS, LADY CLIC, LUCAS MUERE y TORNIQUETE DE AVESTRUCES.

SECUESTRO – Carlos Suchowolski
ARGENTINA

Recibí de un amigo, uno de los que figuran en la lista de los así llamados en la red social en la que participo, un mensaje dirigido a mí en el que me decía: «El perfil que figura en este sitio y pretende identificarme, es falso; alguien que ni siquiera se ha preocupado por ser fiel a los detalles y cuyos designios no logro adivinar, se lo ha inventado, haciéndose pasar por mí.»

De entrada el hecho me dejó perplejo, pero al rato indujo en mí una sugerencia maliciosa. De modo que no perdí ni un instante en escribirle… escribirle a quien ya no estaba seguro de quién era, amigo o enemigo, quizás incluso amigo potencial… y por eso, al hacerlo, le pedí que empezara por identificarse de un modo que pudiera ofrecerme seguridad. El caso había despertado tanto mi curiosidad como mis esperanzas, y deseaba preguntarle por ciertos detalles técnicos, aunque, según quién fuera de los dos, el suplantador o el suplantado, me animaría o no a hacerlo. ¿Era él, era su doble, era un tercero en discordia que había irrumpido después, (un bromista, un perturbado)? Necesitaba saberlo, le expliqué con el objeto de ocultar mis verdaderos objetivos, para continuar leyendo sus textos y seguir enviándole mis comentarios (que, por cierto, no había contestado jamás… aunque, tal vez, ahora gracias a ser otro, se abriesen nuevas esperanzas). De cualquier manera, todo eso había pasado a un plano secundario. Y permanecí expectante aguardando su respuesta, tras la que ansiaba poder ir más allá… Sin embargo, al cabo de unos días, volvió a dar al traste con mis sueños al contestarme (incrementando mis incertidumbres y sospechas, a la vez que aumentando más aún mis ansiedades): «No pasa nada, no te preocupes. El perfil era mío y sólo lo había olvidado… Pero la memoria ha vuelto intacta y ni siquiera he tenido que corregirlo o mejorarlo. Al releerlo, comprobé que me retrataba mucho más que el anterior, de modo que lo dejé tal cual. El viejo, por cierto, lo olvidé.» No pude sino reír para mis adentros. «¡Vaya comedia!», me dije. ¿Podía pensar acaso que iba a engañarme? ¿Se habrá pensado que iba yo a considerar que se había vuelto loco y que luego había vuelto sin más a la cordura? ¿Se habría acaso creído que, porque ahora mantenía conmigo un intercambio fluido y amistoso, iba a olvidarme de mis planes?

¡Ah, no, era imposible hacerme caer en un juego tan burdo! Me había dado cuenta de que mi viejo amigo había sido ocupado por otro y, por fin, plena y satisfactoriamente secuestrado. En adelante vigilaría los pasos del secuestrador evitando desplegar la menor sombra de sospecha. De uno u otro modo debía averiguar cómo lo había conseguido y prepararme para el momento oportuno. Un día lo encontraría desprevenido y entonces daría el golpe. Ya saboreaba su nuevo mensaje por anticipado, copia, por qué no aprovecharlo, del primero, donde me relataría la desinteligencia. Aunque esta vez… tanto el que lo habría enviado como quien lo habría de recibir seríamos la misma persona, ¿no?

Carlos Suchowolski nació el 16 de Enero de 1948, en Mendoza, Argentina, pero vive desde 1976 en España y desde 1984 en Madrid. De profesión informático y con estudios de ciencias exactas, acabó dirigiendo desde 1992 una empresa de distribución de productos digitales de alta gama. Tiene dos hijos estupendos y, por el momento, un nieto que promete dar que hablar… Publicó sus primeros relatos en Mendoza, Argentina, obteniendo en 1968 el tercer premio en el concurso de cuentos organizado por el diario «Mendoza», de cuyo jurado formó parte Marco Denevi. En 1988, resultó finalista en el concurso internacional de cuentos que organizó la Editorial Ultramar con el cuento «COMER CON EL PICO Y BATIR LAS ALAS HASTA QUE HAYA MÁQUINAS EN EL CIELO» (apareció inicialmente como «El pico en su sitio…» ) y se publicó en la antología «La fragua y otros inventos» de la mencionada editorial. Ha terminado un libro de cuentos titulado «Nueve tiempos del futuro», de los cuales «Viaje de vuelta» apareció inicialmente en Artifex Segunda Época, Nº 9, Madrid, y luego en la antología «Fabricantes de sueños 2004? que editó la Sociedad Española de Ciencia Ficción y que reúne cada año «los mejores cuentos publicados en España durante el año anterior» dentro del género fantástico y de ciencia ficción. También se publicó en la revista digital argentina Axxón a los que siguieron algunos más. Otro de esos «Nueve…», titulado «El hombre que aprendió alterar la armonía del universo», integró la antología «Visiones 2004? editado también por la SECF y uno más «Un puntito oscuro entre los cuatro mares» lo hizo en la antología «Visones 2007?. Algunos más así como varios microcuentos están alojados en la red en otros sitios y en su propio blog. Publicó algunos microcuentos y minicuentos en los sitios web «Microrrelatos» y «Breves no tan breves». Y si algo se dijo de varios de ellos es que coquetean con las temáticas de Úrsula K. Le Guin y George Orwell. «Una nueva conciencia» es la primera novela que publica (editada por Mandrágora en 2007). Le dedica bastante al blog que lleva el mismo nombre que la mencionada novela, escribe nuevos cuentos y microcuentos y pretende acabar sin prisa la corrección de su segunda novela (con ingredientes propios del género fantacientífico) mientras diseña una tercera (en cierto modo fantástico-realista).

PIONEROS DEL ESPACIO – Claudio Guillermo del Castillo
CUBA

Al 50 aniversario de la heroica gesta.

A mi manera, claro.

La Vostok 1 asciende rauda entre torbellinos de fuego y humo. Poco después, a 315 kilómetros de altura, inicia su órbita alrededor de la Tierra. La gran potencia comunista se ha llevado la gloria: el primer hombre en el espacio es soviético.

O eso piensan en el cosmódromo de Baikonur.

En la sala de control decenas de técnicos, científicos e invitados (y hasta el mismísimo Serguéi Koroliov, famoso por su comedimiento y mesura) no pueden ocultar la emoción que los embarga. A los besos y apretones de manos sigue la distribución de vodka. Justo cuando Koroliov se lleva un vaso a los labios, la pantalla principal se ilumina y muestra imágenes del interior de la nave. De esta forma, los presentes pueden observar al intrépido cosmonauta quien, violando lo establecido, se ha retirado el casco y librado del cinturón. Y flotando de espaldas, con sus manos en la nuca, contempla el infinito a través de una claraboya.

Pero a un héroe se le perdona cualquier exceso.

El secretario regional del PCUS, Iliá Mojonov, carraspea y acciona el conmutador de un micrófono:

—¡Enhorabuena, camarada Gagarin! Considérese hijo ilustre de la URSS. Encarna usted el espíritu emprendedor de los soviets.

El cosmonauta echa un vistazo en torno suyo hasta que localiza la videocámara que registra el histórico acontecimiento, se desplaza hasta ella apoyando con negligencia sus botas en un panel de mandos y da golpecitos en la lente con un dedo:

—¿Aló? ¿Aló?

—Le comentaba, camarada Gagarin… —Mojonovse ajusta los bifocales y al distinguir en la pantalla las facciones del «hijo ilustre de la URSS», pega un brinco.

—¡Je je je! —ríe el cosmonauta, un rubio orejón de párpados inflamados—.»Camarada Gagarin». «Camarada Gagarin». Baikonur, tienen un problema: mi nombre es Eusebio Méndez.

No bien se escucha la increíble declaración cesan la algarabía y los gritos de júbilo. Koroliov escupe su trago:

—¡Qué demonios!

En la sala de control se ha instaurado el silencio, únicamente roto por el cosmonauta que afirma llamarse Eusebio:

—Lo dicho, Eusebio Méndez; Méndez y Valdivieso, porque tengo padre y madre. Menuda sorpresita, ¿eh? ¿Y qué esperaban, que me quedara de brazos cruzados mientras ustedes hacían y deshacían a su antojo? ¡Pónganme al que más mea!

Koroliov hace acopio de paciencia antes de acercarse al micrófono y abrir la boca:

—Camarada Méndez, le habla Serguéi Koroliov. ¿Podría informarme dónde está el camarada Yuri Alekséievich Gagarin?

—Pues verá, Colirio, si se refiere al dueño de esta escafandra, lo dejé amarrado a una de esas columnas metálicas que sujetaban el cohete. Desde luego, no le prometo que lo encuentre de una pieza, con el metrallazo que soltó este chisme al despegar… Si a mí el tirón estuvo a punto de zafarme las pelotas.

—¡Jesús, María y José! —Koroliov se cubre la cara con ambas manos; luego de un suspiro, dice con voz firme—: Al grano, camarada Méndez. ¿A qué organización terrorista pertenece y cuáles son sus intenciones?

—¡Eh, eh!, que yo no he hablado tan despacio. Los terroristas son ustedes, que hará unos cuatro años capturaron a mi Pelusa en el jardín del instituto donde curso economía, y la enviaron a la Vía Láctea. No imagine que no miro la tele. Sé que Pelusa anda por aquí, en algún sitio de este vasto cosmos circundante. Vine a rescatarla, así de simple, conque me dice dónde tiene el timón esta bola de billar o empezaré a mover palancas y a apretar… por ejemplo, este botoncito rojo de aquí…

—¡Nooo!, por favor, se lo ruego. —Enese instante, el director del Programa Espacial de la URSS siente en su nuca el aliento gélido del representante del Kremlin, Artamon Follonoski—. El asunto es grave —admite Koroliov, sin apartar sus ojos de la pantalla.

—¿Grave? —vuelve a la carga Eusebio—. Grave es que ustedes los rusos no inventen nada que funcione adecuadamente. ¿Ve aquel tubo de pasta dental? Pues entérese, no hace espuma y sabe a pollo. Y esta escafandra se pasa de hermética. Ahora mismo me están entrando unas ganas de cagar, que como no encuentre de inmediato un abrelatas… Y allá en Cuba me prestaron una lavadora Aurika que hacía cadenetas con mis calzoncillos; y mi tía Mirna se compró una plancha…

Exasperado, Koroliov desactiva el sistema de audio. Luego, mientras se ajusta la corbata, se dirige a Follonoski:

—Camarada, no tengo palabras… Entiendo su ira y decepción pero… Piénselo, todavía nos cabe el orgullo de haber enviado al espacio en el 57 al primer ser vivo, y tan soviético como usted y yo: Pelusa… ¡Laika!

—Ahórrate la arenga, Serguéi. Te daré un consejo: ora por que los norteamericanos no se enteren de este fiasco, o haremos tal purga en este complejo que no quedará personal apto para lanzar una bengala.

Koroliov traga en seco, pero asiente y se voltea hacia la concurrencia:

—Compatriotas, esto no ha sucedido. En breve les dictaré a los corresponsales del Pravda, letra por letra, el editorial que saldrá en el número vespertino. A la televisión le facilitaré las secuencias que tomamos durante los entrenamientos. De ser necesario, las manipularemos con la ayuda de los estudios Soyuzmultfilm. Y en cuanto a ese loco, ¡me lo están bajando ya!

En la pantalla, Eusebio articula sin parar. Koroliov, hastiado, activa nuevamente el sistema de audio.

—…y con la venia de Carelio y sus muchachones, aprovecho la ocasión para saludar a Josefina, mi mamá. ¡Un besote, viejuca!; ya falta poco para graduarme. También quisiera felicitar a mi mejor amigo por ganarme dos apuestas. Razón tenías, Segismundo: la saliva es redonda y la Tierra es azul, no carmelita. Por último, pido una ovación cerrada para mí mismo por convertirme en el primer cubano que pisa la Vía Láctea; porque mi Pelusa nació en la isla, pero no es persona…

Koroliov se soba el cuello y murmura:

—Mandanarices, ¡ni la perra!

ASHVILLE, EL SECRETO AL DESNUDO – Claudio Guillermo del Castillo
CUBA

Dedicado, por supuesto, a las víctimas de la masacre de Ashville.

Al recién electo gobernador de Nuevo México, Ferdinand Cuevilla, quien desestimara las acusaciones de «conspiracionista» que pendían sobre mi cabeza y obrara el milagro de una audiencia en el Despacho Oval.

Al presidente de los Estados Unidos, por su histórico «Dele caña».

A la siempre gentil y resuelta partidaria de la existencia de vida alienígena, Ingrid J. Peacock, archivista del FBI, por suministrarme los documentos clasificados que abordan el tema.

A Harvey Meredith jr., primogénito del desaparecido agente de la CIA y ex-miembro del Comité Robertson, por abrir la caja fuerte de su padre y consentir que leyese las páginas censuradas del Libro Azul.

Al teniente (lic.) de la USAF, D. «Crazy» McGuire, jefe del escuadrón de cazabombarderos P-47 que realizara el ataque, por su invaluable testimonio y por dibujarme un croquis de la Zona Cero. También por sus lágrimas de anciano bueno.

A quien por razones de seguridad nacional llamaré «Bart», por servirme de guía y traductor en el alucinante recorrido por las instalaciones, hangares y viveros subterráneos del Área 51.

Y por último a usted, lector, que esperó décadas para conocer la verdad y que, una vez que cierre este libro, no dudará en impugnar la falacia de que Ashville y los hechos aquí narrados son fruto de la imaginación.

Discurría el año 1947. Los hermanos Foreman jugaban en el traspatio de su casa, cuando avistaron quince platillos voladores. Ocho de ellos presentaban serios daños estructurales o eran pasto de las llamas. El mayor de los Foreman, Teddy, exclamó: ¡Hala, parece que vienen de Roswell! Aterrizaron en las afueras de Ashville; no muy cerca, pero todo el pueblo había sido testigo…

Ilustró: Guillermo Vidal

MALDITOS – Claudio Guillermo del Castillo
CUBA

De rodillas se encontraba frente a mí, ahora desvalida y frágil. Y más pálida, si cabe. Yo, con su cuello atenazado entre mis garras, la despojaba de su energía vital.

—¿Quién eres? —me preguntó con las pocas fuerzas que le quedaban.

Sus ojos ciegos no me podían ver. Acercando mis fauces al agujero insondable de su oído, le susurré mi nombre de azufre. Ella tembló y se arrebujó en su túnica negra.

—¿Por qué me haces esto?

—Muchas almas me has enviado.

—Millones —concedió.

—Almas de soldados, enfermos, ancianos…

—¡Condenados, condenados! —intentó justificarse.

—…distraídos, alienados…

—He perdido la cuenta —graznó, a modo de disculpa.

—…niños… Almas de niños me has enviado.

—¿Niños? —pareció reaccionar—. No hay niños allá abajo.

—¡Sí! —rugí—. Los hay. Y ellos… ellos no me dejan reinar.

—¿Qué quieres de mí?

—Líbrame de esa peste.

—Pero, ¿adónde irían?

—Que Dios se ocupe —murmuré.

Entonces rió descarnadamente, sostuvo la guadaña contra su pecho y apuró el último suspiro.

Claudio Guillermo del Castillo Pérez nació el 13 de septiembre de 1976 en la ciudad de Santa Clara, Cuba. Es ingeniero en Telecomunicaciones y Electrónica; tiene un diplomado en Gerencia Empresarial. Actualmente trabaja en el aeropuerto internacional «Abel Santamaría», como jefe de Servicios Aeronáuticos. Es miembro del Taller Literario Espacio Abierto, dedicado a la Ciencia Ficción, la Fantasía y el Terror Fantástico. Fue alumno del curso online de Relato breve, que impartiera el Taller de Escritores de Barcelona, en el período junio/agosto de 2009.

Ganador del I Premio BCN de Relato para Escritores Noveles (España) en 2009. Mención en la categoría Ciencia Ficción del I Concurso de Fantasía y Ciencia Ficción Oscar Hurtado 2009 (Cuba). Tercer Premio del Concurso de Ciencia Ficción 2009 de la revista Juventud Técnica (Cuba). Finalista en la Categoría Fantasía del III Certamen Monstruos de la Razón (España). Premio en la Categoría Fantasía del III Concurso de Fantasía y Ciencia Ficción Oscar Hurtado 2011 (Cuba).

Ha publicado sus cuentos en los e-zines Axxón, miNatura, Cosmocápsula, NGC 3660, Qubit; así como en Breves no tan breves, Químicamente impuro y Juventud Técnica.

TESEO LIBERADO – Héctor Ranea
ARGENTINA

—¡Ah! ¡Así no vale! —dijo la hermosa muchacha, mirándome bien a los ojos. —¡Mira cómo está el tablero!

Efectivamente, miré, y yo, aun jugando con negras, tenía dos torres, ella una; tenía también los dos caballos y ella sólo el blanco. Igualaba mis peones pero los suyos estaban mal colocados. Era obvio que en dos movidas podría darle mate, si quisiera.

La miré. Era tan hermosa que dolía verla. Me daba vértigo profundizar en su mirada, que era tan recóndita y bella como todo su cuerpo. No sabría decir si era rubia o castaña, ni el color de sus ojos, pero me cautivó tanto que tenía casi decidido dejar que me venciera en ese juego del cual, por otra parte, no recordaba tener mérito alguno. Ella sentenció, como si me hubiera leído el pensamiento.

—Mira que jugar con trampas acá está prohibido.

—¿Puedo saber cuál es el premio?

—¿Cómo? ¿No te lo han dicho?

—¿Quiénes? Ni una palabra. Estoy acá, hay un ajedrez desparejo, una partida que tengo ganada. Es todo lo que sé.

—Puedes salir de este Laberinto si vences.

Sospechando algo, la miré aún más profundamente. Miré los alrededores y vi que, efectivamente, estaba entre paredes embaldosadas y techadas con humo de arañas quemadas, moho de luciérnagas copulando furiosamente, y supe que ella tenía razón. Estaba en el Laberinto.

—¿Cómo te llamas? —le pregunté.

—¿Tampoco te lo han dicho?

—Insisto en que no sé quién pudiera habérmelo dicho. Juro que no sé de qué hablas.

—¿No sabes que mi nombre es Minotauro? Repito: ¿No te lo han dicho?

Carraspeé un poco. No tenía idea de qué podía estar queriendo decir. Tan bella mujer no podía ser el Minotauro del Laberinto. ¿Entonces quién era yo?

Y ella a mí, como si me leyera el pensamiento:

—Eres Teseo, claro.

Me dio vuelta. Yo estaba bastante confundido, pero esta ninfa tenía algo que me confundía aún más. No tenía idea de que pudiera yo, tan luego yo, ser Teseo. Mi confusión podría aportar, pero esto la sobrepasaba por mucho margen. No discutí. Con semejante belleza era inútil discutir y absurdo.

—¿Quién mueve? —espeté.

—Yo.

Hizo una movida anodina. Realmente, estrategias aparte, no podía cometer semejante horror ajedrecístico un Minotauro. Menos uno de semejante belleza.

—¿No era que estaba prohibido jugar con trampas? Me dejas ganar gratis.

—Prueba.

Al intentar tomar su último caballo, todo cambió, como si el trebejo hubiera hecho rotar la perspectiva desde donde miraba el tablero. Ahora, ella me llevaba gran ventaja. Coronó un peón mientras yo parecía haberme dormido en los laureles.

Me miraba con una sonrisa radiante.

—¡Vamos, juega!

Era un completo idiota. ¿Cómo había sucedido semejante barbaridad? La jugada que pensé me dejó en completa falta de defensas. Hubiera debido dar el Rey, pero ella me dijo:

—No puedes abandonar el juego. Está prohibido.

Maldije dentro de mí. Quería verme hocicar. Estaba furioso. Jugué lo que pude. Intentaba coronar uno de mis peones favoritos. Al moverlo, la pieza se volvió contra mí y me mordió, suavemente, pero me mordió. Y no en la mano. En el medio de la ingle.

De todas maneras el movimiento fue un éxito. El Minotauro se tomó la cabeza con las manos, el Laberinto se tiñó de rojo y entré al puente de Noruega donde la gente grita ante los atardeceres coloridos. Lamenté que el Minotauro, tan bella mujer, me hubiera liberado. Aunque de pronto, ante mí, apareció la cara redonda de un conocido que me guiñaba el ojo derecho.

Le pregunté:

—¿Cuánto tiempo, tordo?

—Quince segundos. Estuviste muerto quince segundos. Pero te revivimos. Además, la operación fue un éxito.

Ilustró: Guillermo Vidal

Héctor Ranea es un poeta, escritor y científico argentino (Salta, 1950). Profesor Titular de la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires, en Tandil, donde reside, e Investigador del CONICET. Su especialidad es la Fotónica: láseres y tecnologías de la luz. Publicó, entre otros títulos, aproximadamente 50 trabajos científicos en revistas de circulación internacional, un libro de poesía: «Profundo corazón de la marea» en Último Reino (2000), un libro de divulgación científica: «Los cazadores de la unificación perdida» en Colihue (1993), y varios libros en colaboración: dos con ensayos de crítica de Arte premiados por la Fundación Feinsilber (1989 y 1999), y dos en antologías de narrativa compiladas por Sergio Gaut vel Hartman: «Grageas 2» del Centro Cultural de Cooperación (Ediciones «Desde la gente» IMFC) (2010) y «Ficciones en diez tiempos» de Andrómeda (2011). Colabora activamente en la selección de publicaciones para los blogs de Heliconia: Químicamente impuro, Breves no tan breves, Ráfagas y parpadeos y el de poesía: Poemia. El fuego de Heliconia. Tiene una extensa obra inédita, algunos trabajos en preparación y mucha obra dispersa en varios blogs y páginas de la Red Global.

«Teseo liberado» fue publicado originalmente en el blog Breves no tan breves.

TIEMPOS DE MALDAD – Martín Panizza
ARGENTINA

El cuerpo me arde en la oscuridad, y el miedo se estira en la celda como un perro rabioso. Mis oídos, sordos a la realidad que adivino más allá de los barrotes, escuchan los gritos y pordioses de quienes comparten mi tormento.

Me pican las muñecas, dormidas o muertas por la presión de las sogas que me atan.

Todo mi cuerpo es confusión.

Primero hubo descargas eléctricas y golpes, después me destinaron un sufrimiento más sutil: me llenaron el cuerpo de cortes y quemaduras y me sometieron a fusilamientos simulados.

Ante mi silencio, que ya deberían interpretar como desconocimiento, volvieron las descargas. Ahora estoy atado a una mesa o una cama, no puedo saberlo. Me dejaron la capucha puesta para desorientarme. A veces me la sacan y los veo; me gritan amenazas, me escupen y me devuelven a la oscuridad.

Saben que me hicieron pedazos; uno de ellos dijo que si no aflojaban con los trabajos, me iría al otro barrio sin cantar. Y juro que haría cualquier cosa por morirme y terminar con esta mierda.

Me cuesta respirar, con cada bocanada algo me pellizca en el pecho y oigo un quejido, como si estuviese roto mi interior. Ya no confío en mis sentidos ni tengo forma de expresar el dolor. Me dejaron seco de lágrimas y gritos. Ahora sólo alucino.

La puerta se abre y salgo, como si mi cuerpo fuera una pesada carga que dejo atrás. No entiendo cómo se aflojaron mis ataduras ni cuándo me sacaron la capucha. Afuera me espera alguien, un hombre de piel rojiza y traje blanco.

—Lo esperaba antes, señor Panizza, ¿por qué tardó tanto?

Habla pausadamente, y el timbre de su voz me estremece. Los zapatos blancos combinan con el traje. Me sonríe mientras mordisquea un cigarrillo que libera serpientes de humo hacia el techo. Lo miro fijo, tratando de encontrar el engaño, y me devuelve la mirada mientras cierra la puerta.

—¿Me están liberando? —pregunto.

Saca el cigarrillo de su boca y, apoyándose contra la pared, frunce los labios. Mira sobre mi hombro y responde:

—Podríamos tomarlo de ese modo, sí.

—No entiendo.

—Verá, señor Panizza, acá el problema no es salir, sino de qué modo se sale.

—Yo no…

—Trataré de ser más gráfico: usted puede salir sobre o bajo el nivel del mar.

—No suena gracioso.

—Disculpe si lo ofendí, no fue mi intención.

La puerta de mi celda deja escapar algunos aullidos, adentro ocurre algo pero ya no me interesa. Sólo deseo decirles eso que no sé para que me dejen en paz.

De repente no reconozco aquella puerta. Algo me parece ajeno aunque la he visto mil veces y me sé de memoria todos los detalles que esconde en su interior: la mugre, el orín, la sangre seca. Pero ahora intuyo en ella una cosa mucho más siniestra.

Desde la celda grita una voz, que es la mía. También hay otras voces, más duras, que hacen preguntas incomprensibles, después siguen sonidos que no puedo asociar con nada. Las voces preguntan cosas que no sé, que no podría contestar jamás. Y como no reconozco los nombres que ellos pronuncian, exigen otros, cualquiera. Dicen que necesitan que entregue a alguien, dicen que necesitan continuar con la cadena de entregas.

Asqueado, miro al hombre de blanco y descubro que ahora sí tengo miedo. Él sonríe y, apartando el cigarrillo de su boca, me dice:

—¿Ahora me entiende?

—…

—Usted está muerto, Panizza, sólo que no se dio cuenta todavía. Su cuerpo se aferra a una vida que ya no tiene. Lamento ser yo quien le diga que nadie escapa de estos hijos de puta, se lo aseguro. ¿Se hace una idea de a cuántas personas tenté en estos últimos tres años?

—Perdone, pero no… ¿usted es…?

—Afirmativo, soy ése.

—…

—¿Se sorprende?

—En realidad, no. Antes quizá, pero después de éso —señalo la puerta—. Ya no me sorprende nada.

Sonríe con displicencia y agrega:

—Mire, estos no son demonios. Son tipos como usted, capaces de convertirse en la peor lacra por un premio cuestionable, ¿entiende? Eso es lo interesante de la humanidad, ustedes son un caldo de cultivo que con determinados condimentos, toma un gusto muy particular.

Dudo un instante antes de preguntar:

—¿Y qué desea de mí?

—Lo clásico, usted firma, lo libero de esta gente y me quedo con su alma. Digamos que es justo —agrega—. Ellos saben cómo lastimar sin matar y pueden tenerlo así durante mucho tiempo. ¿Comprende?

—Comprendo.

—Digamos que le doy letra para que les otorgue un par de nombres, no importa cuáles, ellos deciden que usted ya no les sirve y lo dejan ir.

—Ya entiendo.

—¿De verdad entiende, señor Panizza?

Los gritos en la celda aumentan; soy yo, suplicando. Me siento patético escuchando esos lamentos desgarradores porque salen de mi propia boca.

Miro al Demonio, con traje y zapatos impecables. Debe disfrutar de lo lindo esta mierda: el miedo de los capturados, la crueldad de los capturadores, el horror de la tortura. Se la debe pasar bomba creyendo que le ganó al otro pelotudo, ése que supuestamente es bueno pero que parece poco interesado en lo que nos sucede.

El pasillo comienza a llenarse del humo de sus cigarrillos; tienen un olor denso, como de azufre.

—Entonces ¿firma?

Me tienta. Pero me pongo a pensar en cómo me habían encontrado los que me estaban cagando a palos en la celda. Es muy probable que alguien, tan desesperado como yo, haya repetido los nombres dictados por el sorete que está parado frente a mí.

—Negativo, señor Panizza. En realidad lo mandó al muere un ex vecino. Lamento decirle que el suyo fue el primer nombre que le vino a la mente, pobre desdichado.

Mi cara de sorpresa incita una aclaración:

—Entienda que puedo oír lo que usted piensa.

—Entonces ya sabe —respondo.

Hace un gesto raro con la mano del cigarrillo. Me doy cuenta de que desaprueba mi decisión pero que no le importa demasiado.

—Sí, y es una pena, señor Panizza.

Pienso en contestarle algo pero no es necesario. Seguro me escuchó cuando lo pensaba. Me doy vuelta y enfilo para la celda en la que me están matando.

Miro mi propio cuerpo como si fuera uno de los monstruos que me están golpeando. Siento los palos a través de la capucha; uno, dos, tres, cuatro.

Estoy en la puerta de salida, creo que de un almacén. Se abre. Salgo a una calle de tierra, en un barrio de casas bajas. Percibo el frío como un recuerdo lejano.

Por reflejo meto las manos en los bolsillos de la campera y, literalmente, desaparezco en el aire.

Martín Darío Panizza nació en 1977 y escribe desde los trece años pero recién desde el 2004 le puso ganas a la literatura, más o menos en la época en la que abandonó su carrera en Sistemas para pasarse al profesorado de Historia. Se crió en Buenos Aires, barrio de la Boca, más precisamente en Catalinas Sur, por lo que declara estar enamorado de la pelota y del azul y amarillo, qué se le va a hacer, nadie es perfecto. Le gusta mucho la ciencia ficción, especialmente Dick, Sturgeon y Lem, además de otros autores que no tienen mucho que ver con el género, como Soriano y Fontanarrosa. Considera que su gusto por la ciencia ficción ha nacido de su pasión por la historia.

Actualmente participa como selector de cuentos para Axxón, del taller virtual Forjadores y de un taller presencial (junto a Claudia de Bella y Marcelo Huerta) al que se le dio el nombre de Ficticio Tríptico.

VALIENTES – Federico Manias
ARGENTINA

Quién hubiera imaginado que algún día estaríamos los dos así, en esta situación, vos en la cama y yo cuidándote… ¡Lo que son las jugadas de la vida!

Claro que te acordás, no pongas esa cara. Cómo no te vas a acordar si fuiste vos el que nos llevó a todos. Eras el más valiente, te animabas a todo lo que ninguno de nosotros se atrevía, te aventurabas antes que nadie en los lugares más extraños, más desesperantemente horribles. Tenías un coraje que siempre me pareció sobrenatural, parecías tener control sobre las fuerzas de la naturaleza. Eras a quien todos seguíamos. Nunca te fallaban los cálculos, siempre las cosas salían como vos asegurabas que iban a salir, ¡cómo no seguirte…!

¿Te acordás? Nos juntamos en la casa de tu abuela, que nos quedaba cerca a todos y, como nuestros padres conocían a los tuyos y a tu abuela, nos dejaban ir solos. Aquel día no faltó nadie, fueron llegando de a uno: yo fui el primero, después aparecieron Camilo, Esteban, Sartori (no me puedo acordar del nombre, ¿vos?), el Anguila (¡qué flaco y escurridizo era el canalla ese!), Pablo, el Petiso Giovanelli y el Perro Zaldívar. Cuando estuvimos todos, tocamos el timbre para que tu abuela supiera que estábamos por ahí (coartada, le dicen). Teníamos que tener todo planeado, no era fácil en esa época escaparse del radar de los mayores, especialmente si uno tenía amigos como vos, je.

Saludaste a la abuela, vamos a jugar a la plaza, le dijiste, y salimos en fila siguiéndote. Era principios de septiembre creo, cuando el solcito empieza a picar a la hora de la siesta, y si mirás el sol cerrando los ojos te invade una increíble sensación de gloria… Pasamos en silencio absoluto por adelante de las casas de Pablo y del Petiso, y enfilamos hacia la estación.

Era la estación del tren abandonada hacía unos cuantos años, cuando el ramal que iba a la capital se cerró y ahí quedaron (hasta que los fueron robando de a poco) todos los muebles, relojes, teléfonos, vagones, chatas, herramientas, durmientes, rieles, que parecían estar esperándonos cada vez que nos escapábamos a jugar por ahí. Pero esta vez era distinto. Dijiste que se iban a acordar de nosotros sin saber quién había sido. Que era nuestra oportunidad de pasar a la historia, de sentirnos orgullosos de nosotros mismos. Que no nos preocupáramos porque iba a ser rápido y seguro. Y, por supuesto, te seguimos…

Los fósforos los había llevado Zaldívar y el kerosene se lo robaste a tu abuela; ya no era época para usar la estufa, imposible que se diera cuenta. Estábamos muertos de miedo pero hicimos todo en un momento, echamos combustible alrededor del edificio y cuando nos metimos en el local y empezamos a tirar kerosene, en un segundo de descuido cerraste la puerta, la trabaste por fuera y saliste corriendo. La desesperación nos invadió. Te odié profundamente. Golpeamos, te gritamos, y esa desesperación empezó a hacerse pánico. No había luz, sólo un poderoso olor al combustible que comenzaba a evaporarse, aumentando nuestro temor ignorante de que todo se prendiera fuego por el calor que crecía de a poco. Intentamos abrir la puerta, destrabar las ventanas, subirnos y encontrar un entresuelo con alguna clase de trampa para salir, pero nada. Seguimos gritando y cuando ya empezábamos a marearnos, Camilo encontró en el suelo la entrada a un sótano que estaba totalmente a oscuras. No teníamos fósforos (usarlos hubiera sido una locura) así que bajé con cuidado de no partirme el cuello y, a tientas, encontré una pequeña puerta que daba a otra sala con una banderola al exterior por donde entraba la luz. Mis alaridos hicieron que en menos de cinco minutos todos saliéramos como flechas, donde el sol parecía más fuerte y glorioso que nunca. Te odié profundamente.

Desde ese día no te volví a ver. Por suerte no éramos compañeros de colegio, sólo éramos amigos del barrio y eso facilitó mucho las cosas. Con el resto de los chicos nos seguimos viendo, pero nunca más se habló de lo que pasó. La vida transcurrió y pasaste a ser sólo el fantasma de un mal recuerdo que se repite periódicamente y a veces no me deja dormir por las noches.

Ahora estás ahí, postrado, inmóvil y tratando de hacerme callar con la mirada. No podés hablar. No te podés mover. Ni siquiera podés respirar solo, necesitás que ese aparato te ayude, porque si no, la palmás en un ratito. Cuando supe lo que te había pasado, pensé mucho antes de venir a ofrecerme. Necesitaba la guita, pero mucho más deseaba estar acá en este momento. Hablé con tu vieja y terminé cuidándote yo. Pobre tu mamá, le tocó hacerse cargo de vos en este estado y todo porque vos nunca aflojaste en casarte con Norita. Al final sos un boludo, era un bombón y le colgaste la galleta…

¡Ehhh! Esos ojos desorbitados, esa desesperación, esa asfixia, ¿es miedo, tal vez? No, miedo no puede ser, si según los médicos seguís siendo un valiente, que enfrentaste todo lo que te pasó con un coraje que nunca habían visto en otros pacientes. ¿O sí es miedo? En realidad, no me importa demasiado, el miedo es parte del alma humana y algún día te iba a tocar descubrirlo. ¿Ves? Así se desenchufa un respirador. Por suerte no podés gritar, sería insoportable tener que aguantar tus quejidos. Chau, Pato, me voy a poner la pava para tomar unos mates y en un rato conecto todo de nuevo (coartada, le dicen). O no, no sé, igual no me importa.

¿Viste qué valiente lo mío? Casi tanto como lo tuyo hace treinta años.

Ilustró: Guillermo Vidal

Federico Manias es abogado y padre de dos hijos. Nació en 1972 en Gálvez, provincia de Santa Fe, «en el interior del interior». Luego de un periplo que incluyó la ciudad de Santa Fe, Las Parejas (Santa Fe), Buenos Aires y Barcelona, recaló en el barrio de San Cristóbal, donde hoy, nos dice, castiga las teclas de la notebook a ver si consigue sacar algo bueno de ellas.

TAN HUMANO – Juan Manuel Valitutti
ARGENTINA

El conductor estacionó en el aparcamiento de costumbre. Detuvo el motor y se distendió en el asiento. Le dolían los hombros y le dolían los pies. Se masajeó las sienes y bostezó, amplia y descuidadamente. Se sonó las articulaciones de los dedos y luego se restregó los ojos. Miró por el retrovisor: nadie en el garaje, los autos, como silenciosos ataúdes, lucían opacos e indiferentes. Hurgó en los bolsillos del saco, contó las monedas y ordenó los plásticos en la billetera. ¿Tenía el documento de identidad? Sí, tenía el documento de identidad. Bien. Se caló los anteojos de montura, preparó su maletín y se desabrochó el cinturón de seguridad. Cuando tanteaba la manija de la puerta, oyó la voz metálica del auto:

—Señor López, disculpe, ¿no se olvida usted de algo?

El conductor del auto dejó en paz la puerta. ¿Que si se olvidaba de algo? Volvió a repasar en su mente la lista de todo lo que necesitaba para afrontar la jornada laboral: no, no se olvidaba de nada. Podía irse a cumplir con su deber, por más que le faltaran un par de horas de sueño, un sueldo como Dios manda y un jefe un poco menos hijo de puta.

—No, no me falta nada —le dijo a la computadora de abordo.

La voz artificial emitió un «bip» e insistió:

—Señor López, disculpe, ¿podría usted revisar el asiento trasero?

El conductor del auto pestañeó, contrariado, un par de veces y, por fin, echó un vistazo por sobre su hombro. En el asiento trasero, como un pequeño sol tibio, reposaba su hijo sietemesino en el catre de protección. El conductor del auto pensó que era una mierda porque se había olvidado a su propio hijo en el auto. Y pensó que le había dicho a su mujer, antes de salir, que hoy lo llevaba él a la guardería, que no, que de ninguna manera: que él lo hacía, nomás, para que ella pudiera llegar temprano al trabajo. El conductor del auto revivió la situación en su cabeza y concluyó: «¡Qué bestia!».

Por fin dijo:

—Soy una basura.

La voz del auto no dijo nada. El conductor coligió: «El que calla, otorga, ¿eh?» Alzó al niño, lo apretó contra su pecho y abrió la puerta. El auto se apagó con un zumbido no sin antes emitir su mensaje de cierre: «Que tenga un buen día, señor López.» El conductor avanzó por el circuito peatonal del garaje. Pensó aliviado que había un algo en esos autos tan… ¡tan humano! Se preguntó cómo sería en tiempos de sus abuelos, cuando no se contaba con autocoches, ni robo-nanas, ni hogares inteligentes…

—¿Qué le hubiera pasado a mi bebé? —meditó.

No obtuvo respuesta. Los autos estacionados en los aparcamientos lucían opacos e indiferentes, como silenciosos ataúdes.

Juan Manuel Valitutti (16/6/71) es un docente y escritor argentino. Ha publicado cuentos de ciencia ficción, fantasía y terror en numerosas revistas digitales y de papel. Resultó finalista en los concursos Mundos en Tinieblas 2009 y 2010, organizados por la editorial Galmort. Su blog: http://caminante-cronicasdelcaminante.blogspot.com/

ME ESCRIBE DESDE EL PASADO – Marina Braeckman
ARGENTINA

Me escribe desde el pasado. Yo traté de evitar que me contactara. Pero no resultó. Su escritura evidencia que es afecto a las sutilezas de las emociones, muy atractivo, sin restarle hombría.

Conoce de significados, de sinónimos y normas ortográficas. Nunca le faltan ribetes metafóricos, teñidos de picardía, jóvenes.

Me habla fingiendo un interés en el presente, que yo vivo. Sin embargo, sabe jugar muy bien. A mí me divierte, me divierte demasiado. Traté de evitar que me divirtiera, pero es notorio, no logro imponer mi voluntad.

Las imágenes que me envía son en blanco y negro. Las canciones que comparte suenan a bandoneón.

Debo decirlo, tampoco se cómo logra comunicarse conmigo en esta época, si él usa una máquina de escribir y yo, una computadora. Para mostrarme fotos, me remite las direcciones de galerías donde debo irlas a buscar, expuestas, colgadas.

Si se trata de música, me obliga a visitar lugares que no conozco bien, aún. Donde bailan en parejas, la mujer se aferra al hombre y, apoyándose en su hombro, siente que a nada puede tenerle miedo. En esos lugares donde se escucha música con la única certeza de que el mundo acaba allí, el aire es tierra, la tierra no es ni redonda ni de formas, no existe más que el encuentro entre ellos, esos dos que se siguen mutuamente.

Él me cuenta todo esto y yo creo recordar alguna vez haberlo vivido.

Pero sigo sola y acompañada.

Yo traté de evitar recordar, pero una vez más, mi voluntad es débil. Entonces comprendo, esos lugares son los que se lloran luego de amar.

Me escribe desde el pasado, proponiéndome un amor platónico.

Abusa sin compasión de lo inasible. Y busca lo imposible sin admitirlo.

Le dije que no podía tener esa clase de amor. Pero insistió con delicadeza, casi no lo noto, ni lo nota él.

Y yo, comprobado está, no soy capaz de negarme a algo tan dolorosamente dulce.

Desde mi presente, ahora, vagamente recuerdo aquel extraño contacto. No lo desestimo, espero que quede muy claro.

Para tener una conducta, me fuerzo a escuchar la pandereta o bien a dar paseos en elefante. Pero incluso cuando ya no tengo nada más en que ocupar el tiempo presente, me subo al bello animal africano y sigo leyendo sus comunicados desde el pasado.

Es cierto, me cuesta dominar mi voluntad, es muy afecta a las vulnerables emociones del corazón. Sigo sola, pero aprendí a hacer poesía, a cocinar dulce y a fechar el calendario con el día de hoy.

Marina Natalia Braeckman, Licenciada en Comunicación Social, nació en la Provincia de Buenos Aires en 1980. Se especializó en el área Comunicación y Transmisión de valores. Trabaja para la Editorial San Pablo, en el área de difusión y venta de libros. Ha escrito diversos artículos para la ROL (revista on line de San Pablo, Argentina). También para otros espacios periodísticos de la ciudad de Bariloche (Río Negro). Es docente universitaria en la carrera de Cine, en la escuela de medios audiovisuales, FASTA, sede Bariloche. Reside actualmente en esa ciudad.

TERRÍCOLA ABANDONADO – Pedro Nel Niño Mogollón
COLOMBIA

Tú ahora en el espacio, Sandy,

viéndome como a infeliz bacteria,

cada vez más lejos de la Tierra.

Ya habrás cambiado mi nombre,

por el de un gris extraterrestre.

Yo todavía aquí, en mi planeta,

temeroso de subir a un cohete,

te busco con los ojos en las nubes.

Sé que no has olvidado mi mundo,

repito tu nombre a grito herido,

para que arriba alguien me oiga.

¡Perrito faldero ladrándole al cielo,

esperando que se abra un agujero,

y te caigas, amor, en un descuido!

Ilustró: Guillermo Vidal

Pedro Nel Niño Mogollón es traductor e Intérprete Oficial de la República de Colombia. Maestro de inglés, literatura inglesa y traducción, pensionado por la Universidad de Pamplona, Pamplona, República de Colombia. Corrector Profesional. Ganador y finalista en concursos nacionales e internacionales de cuento y poesía breves en Colombia, España, México y Venezuela.

«Terrícola abandonado» ganó el Concurso Nacional de Poesía de Ciencia Ficción 2011, Universidad Antonio José Camacho, Calí, Colombia.

Axxón 220 – julio de 2011
Cuentos de autores varios (Cuento : Fantástico : Ciencia Ficción : Fantasía : Temas diversos : Internacional).