Revista Axxón » «El último golem», Juan David Cruz Duarte - página principal

¡ME GUSTA
AXXÓN!
  
 



 

 

Colombia  COLOMBIA

A la memoria de Primo Levi, y de todos aquellos que sobrevivieron al horror.

Y a la memoria de Ana Frank, y de todos los que fueron devorados por el monstruo.

(Brooklyn, Nueva York, Estados Unidos, 2066)

La doctora Sarah Spiegelman era la única hija del rabino Abraham Spiegelman. Su familia llevaba casi 130 años en el nuevo continente. Los Spiegelman habían inmigrado a Nueva York poco antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Aunque ellos lograron escapar del destino que para ellos había diseñado el Tercer Reich, muchos miembros de su familia pasaron sus últimos días en campos de concentración en Polonia. Durante los últimos 50 años, los crímenes de odio contra los practicantes del islam, contra los inmigrantes latinos y contra los miembros de la comunidad judía en los Estados Unidos se habían incrementado de manera exponencial. La propagación del supremacismo blanco, la circulación de noticias falsas en las redes sociales, y la llegada al poder de políticos abiertamente racistas, islamofóbicos o antisemitas, habían generado el caldo de cultivo ideal para la explosión de los crímenes de odio en este país. Este era el ambiente hostil en el que se había criado Sarah.

Ampliación

Ilustración: Pedro Bel

Aunque Abraham, el padre de Sarah, era un rabino respetado en su comunidad de Brooklyn, y a pesar de que la mayor parte de sus parientes eran religiosos, Sarah no era una persona creyente. Ella había estudiado ingeniería mecánica en la CUNY, y creía firmemente en el método científico. Años después de completar su pregrado en Nueva York Sarah cursaría un doctorado en robótica en el prestigioso MIT, después de esto regresaría a su ciudad natal, pero esta vez a Manhattan, para trabajar en Bionic Limbs. Esta organización no gubernamental fabricaba prótesis mecánicas para personas de escasos recursos que habían perdido sus extremidades, o que habían nacido sin alguna de ellas. La mayoría de los beneficiados por la ONG eran veteranos de guerra y niños de los barrios marginados de la ciudad. Sarah era una mujer apasionada por su trabajo; con el tiempo, su dedicación la llevó a alejarse de sus amigos y conocidos. Nunca se casó ni formó una familia propia. Aunque Abraham vivía preocupado por la falta de fe de su hija, y sufría al ver la relativa soledad en la que ella vivía, se sentía profundamente orgulloso de ella. Padre e hija tenían una relación muy cercana, y después que Rebecca Spiegelman, la madre de Sarah, muriera de cáncer, los dos terminarían por descubrir que sólo se tenían el uno al otro.

Sarah había sido testigo de la discriminación que habían sufrido muchos de sus amigos y colegas árabes, judíos, negros, asiáticos y latinos. A veces les eran negados empleos para los cuales estaban más que calificados, otras veces alguien los insultaba en un restaurante o en el transporte público, en ocasiones les negaban la entrada a algunos bares o el servicio en ciertos establecimientos. Estos eventos se habían hecho cada vez más frecuentes en los últimos 50 años. Todos estos actos de discriminación, y los que ella misma había experimentado a lo largo de su vida, llevaron a la joven científica a embarcarse en un proyecto secreto. Haciendo uso de perfiles falsos en las redes sociales Sarah había logrado infiltrar diferentes grupos extremistas. Por más de una década sus denuncias anónimas habían conducido a la captura de algunos líderes neonazis, de un terrorista doméstico afiliado al Ku Klux Klan, y de varios jóvenes que, en diferentes ocasiones, habían expresado sus intenciones de llevar a cabo ataques terroristas en mezquitas o sinagogas en diferentes ciudades del país. Sarah firmaba todas sus denuncias con el alias de Night Golem, y ya tenía numerosos simpatizantes y detractores dentro del Departamento de Policía de Nueva York. El Night Golem se había convertido en toda una leyenda dentro de la institución.

Abraham Spiegelman tenía 67 años. A demás de ejercer como rabino en una sinagoga en Brooklyn era profesor adjunto de la NYU. Por muchos años, el carismático rabino había dado clases de hebreo y yidis en esta universidad. Las universidades estadounidenses, aunque seguían comportándose como negocios, y se lucraban de manera considerable con las matrículas de sus estudiantes de pregrado, seguían cumpliendo su función de “templos del saber” y la libre expresión. Aunque el antisemitismo había logrado abrirse paso hasta la academia, lo cierto es que cualquier forma de discriminación (social, religiosa o de género) seguía siendo mal vista en este ámbito, el cual todavía era relativamente liberal.

Abraham Spiegelman había sufrido algunos insultos a lo largo de sus muchos años en la docencia. La mayoría de estos comentarios e improperios estaban relacionados con su fe. Algunos habían venido de sus estudiantes, otros de sus colegas, o incluso de algunos empleados de la universidad que ejercían cargos administrativos. No obstante, estos insultos y comentarios habían sido escasos, teniendo en cuenta los muchos años que llevaba Spiegelman trabajando en la institución. A finales del semestre de primavera del 2065 Abraham Spiegelman recibió una amenaza anónima en su correo electrónico. A esta amenaza anónima se sumó una carta que alguien deslizó una noche bajo la puerta de su oficina. Spiegelman estaba casi seguro de que estas amenazas venían de Lois Wagner, un joven estudiante de negocios internacionales que había reprobado su clase de hebreo el semestre pasado. Spiegelman y el estudiante habían tenido una acalorada discusión durante la semana de exámenes finales, pero dicha confrontación no había tenido mayores consecuencias. Spiegelman denunció ante las autoridades universitarias las amenazas anónimas que había recibido, pero no había pruebas suficientes que inculparan a Wagner. Los mensajes anónimos le exigían a Spegielman que dejara la universidad si no quería “enfrentar las consecuencias”. La carta que recibió en su oficina también tenía dibujos grotescos y frases antisemitas. Al ver que la universidad no se tomaba sus denuncias con la suficiente seriedad, Spiegelman contactó a la policía. Pero, después de tres semanas investigando el caso, el detective encargado se comunicó con el rabino para informarle que no había evidencia suficiente para vincular a Wagner con las amenazas que había recibido. La policía le asignó a Spiegelman un guardaespaldas por dos semanas, y luego cerró el caso. Sarah también investigó a Wagner, pero el estudiante no parecía hacer parte de ningún grupo con afiliaciones racistas o antisemitas. Ella trató de contactar al joven en las redes sociales usando perfiles falsos, y lo invitó a unirse al Ku Klux Klan y a otros grupos ilegales. No obstante, el estudiante, que parecía sospechar de sus mensajes e invitaciones, no mordió el anzuelo. Meses después Wagner cerró sus perfiles en las redes sociales. A Sarah le fue imposible vincular al joven con las amenazas que había recibido su padre.

Una tarde de otoño del 2065, cuando Abraham Spiegelman caminaba de la sinagoga a su apartamento en Brooklyn, fue interceptado por un joven que llevaba puesto un pasamontañas gris. El joven lo insultó y lo empujó en repetidas ocasiones. Spiegelman trató de calmarlo y hacerlo entrar en razón, pero cuando comprendió que esto iba a ser imposible se echó a correr hacia su apartamento. Spiegelman no había avanzado más de dos o tres metros cuando recibió un fuerte golpe en el cráneo. Su atacante lo estaba golpeando con un bate de béisbol. Spiegelman cayó al piso y se cubrió la cabeza con los brazos. El hombre lo golpeó una y otra vez, rompiéndole varias costillas, cuatro huesos de su mano izquierda, el radio derecho, y la tibia izquierda. Spiegelman creyó que iba a morir, pero alguien que vio lo que estaba sucediendo comenzó a gritar y sacó su teléfono celular para llamar a la policía. El atacante se percató del buen samaritano al otro lado de la calle y huyó rápidamente. Un vecino de Spiegelman reconoció al viejo rabino, y llamó una ambulancia. El hospital contactó a Sarah, que pasó la noche acompañando a su padre inconsciente. Ella lloró al sentirse impotente ante tanto odio y crueldad. Sabía bien que su padre había podido morir esa noche.

Sarah sospechaba que Wagner había sido el autor del crimen, y así se lo hizo saber a la policía. No obstante, el estudiante decía haber pasado esa noche jugando videojuegos con sus amigos de fraternidad. Sus compañeros lo apoyaban, y decían que Wagner no había salido a la calle en ningún momento. Nadie en el barrio de Abraham Spiegelman había podido identificar al atacante. Aunque la policía obtuvo una orden de cateo para investigar la casa en la que vivía el joven estudiante, no encontraron ni el pasamontañas gris ni el bate de madera que habían sido utilizados en el ataque. Wagner tenía la coartada perfecta, pero Sarah seguía sospechando de él.

Durante las dos semanas siguientes Sarah empezó a quedarse hasta tarde en la oficina. Estaba trabajando en un nuevo proyecto secreto: el robot de espionaje más pequeño del mundo. Durante estas dos semanas, el jefe del Departamento de Policía de Nueva York se retiró de su cargo. Su nombre era James Smith, y había colaborado en numerosas ocasiones con el misterioso Night Golem. Smith era un hombre viejo y carismático, y había decidido retirarse a Florida con su esposa una vez empezara a recibir su pensión. El cargo fue asignado al oficial Steve Rodríguez, un policía honesto con un historial impecable. A diferencia de su predecesor, Rodríguez no estaba de acuerdo con las técnicas del famoso Night Golem, y creía firmemente que la policía no podía trabajar de la mano con un vigilante. Después de muchos esfuerzos, y de largas jornadas de trabajo, Sarah Spiegelman logró diseñar y construir un robot con forma de araña. La máquina tenía alrededor de dos centímetros de diámetro, y en su interior había una micro-cámara capaz de grabar imágenes de alta definición. Este robot de espionaje fue el más pequeño del mundo en su momento; otros robots similares eran el halcón chino, el gato del ejército estadounidense, y el colibrí del ejército japonés. La araña robot creada por Sarah Spiegelman era mucho más pequeña que todos los anteriores.

Una vez terminada la construcción de la compleja máquina, Sarah condujo a la casa de fraternidad en donde vivía Wagner y dejó al robot en la acera, cerca de la puerta principal. Luego estacionó su auto en un pequeño callejón a un par de cuadras de la casa. A través de su teléfono celular, Sarah dirigió a la araña por control remoto, y exploró varias habitaciones. Al principio no pudo encontrar nada sospechoso, pero después de un par de horas explorando la casa el robot halló algo inusual: la habitación de Wagner, adornada con posters de modelos y fotografías de deportistas, tenía una elegante alfombra persa. Este objeto parecía fuera de lugar. Sarah hizo que el robot se deslizara bajo la alfombra, y se dio cuenta de que el suelo de madera tenía una tabla floja. Le tomó casi veinte minutos lograr que la araña mecánica se colara entre las tablas sueltas del piso. Allí descubrió un espacio de unos 90 centímetros de largo por 10 de ancho, y de unos 15 centímetros de profundidad. En esta rudimentaria caleta la cámara del robot captó la imagen de una bolsa de tela que contenía un objeto alargado. Sarah estaba segura de que ese objeto era el bate que Wagner había utilizado para golpear a su padre. Esa misma noche el Night Golem contactó al Departamento de Policía de Nueva York, informándole al jefe Rodríguez que si registraban la habitación del estudiante hallarían allí el arma con la cual fue atacado el rabino Abraham Spiegelman. Para sorpresa de Sarah, el oficial Rodríguez le contestó que la policía de Nueva York no podía expedir una orden de cateo basándose en evidencia obtenida de manera ilegal, adicionalmente le informó que la policía no volvería a colaborar con las actividades de un vigilante que operaba al margen de la ley. Finalmente, Rodríguez le ordenó abandonar sus actividades ilegales, y le informó que se abriría una investigación en su contra, por violar la privacidad de un ciudadano. Este mensaje dio fin a la relación que por varios años sostuvieron el Departamento de Policía de Nueva York y el misterioso Night Golem.

Durante varias semanas, Sarah siguió yendo a la casa de fraternidad, sin saber bien qué hacer. Estaba segura de que Wagner era el culpable del ataque que había sufrido su padre. Una noche cualquiera, la cámara de la pequeña araña mecánica captó una imagen que llenó de cólera a la ingeniera: Wagner sacó la misteriosa bolsa de tela al patio, en donde había encendido una improvisada fogata. Cuando las llamas alcanzaron una altura considerable, el estudiante lanzó la bolsa al fuego. Sarah lloró de ira, mientras la única evidencia tangible que había del crimen de Wagner se convertía en humo y cenizas.

Durante varios días, la brillante mente de Sarah Spiegelman vagó sin rumbo. Seguía yendo a su trabajo, y cumplía sus funciones de manera adecuada, pero ahora lo hacía todo sin convicción, sin amor. Ya no imaginaba ilusionada cómo reaccionarían los niños y los veteranos de guerra con los que trabajaba al recibir sus prótesis robóticas personalizadas. Algo en ella se había roto, y un desencanto tóxico parecía haberse apoderado de su alma. Una tarde, bebiendo café en casa de su padre, Sarah recordó por qué había elegido el alias de Night Golem. Había elegido este nombre inspirada por la vieja leyenda del gólem de Praga. Una creación del rabino Judah Loew ben Bezalel, el gólem de Praga había sido traído al mundo para defender a los judíos del gueto de la ciudad de las fuerzas del rey Rodolfo II. En un país en el cual muchos políticos influyentes expresaban de forma abierta sus repugnantes opiniones racistas y antisemitas, Sarah había elegido el nombre de Night Golem con el fin de reivindicar y proteger a los miembros de su comunidad.

Una tarde, Sarah fue a visitar a su padre en su apartamento en Brooklyn. En esa ocasión, el rabino habló con su hija acerca de la importancia del perdón. Fue precisamente entonces cuando ella comprendió que nunca podría perdonar al victimario de su padre, fue precisamente en ese instante en el que Sarah comprendió que lo que pedía su corazón era venganza. A la memoria de Sarah vinieron de pronto las palabras de un cuento de Primo Levi titulado “El siervo”, el cual narra la historia de la creación de un gólem por el rabino Arié de Praga, en el año 1759. El narrador de este relato explica que “Arié no era un blasfemo y no se había propuesto crear un segundo Adán. No pretendía crear un hombre, sino un po’el, dicho de otro modo, un trabajador, un siervo fiel y fuerte y con no demasiado discernimiento; lo que en su lengua bohemia se llama un robot”. Al regresar a su apartamento en Manhattan, Sarah buscó el libro de Levi y volvió a leer el cuento del gólem. Una frase en particular le quedó dando vueltas en la cabeza: “el hombre puede (y a veces debe) trabajar y combatir, pero estas no son dedicaciones propiamente humanas”. La Dra. Spiegelman sabía perfectamente lo que tenía que hacer. Al día siguiente, la ingeniera puso manos a la obra.

A Sarah le tomó casi un año completar la construcción de un robot de alta tecnología. Era un esqueleto humanoide protegido por una resistente armadura de placas de cerámica capaces de resistir el impacto de una bala de 9 milímetros. La máquina medía un poco más de dos metros y pesaba poco menos de doscientos kilogramos.

Corría el mes de diciembre del año 2066. Nevaba en Nueva York. Los estudiantes universitarios estaban preparándose para salir a las vacaciones de invierno. Lois Wagner estaba saliendo de una fiesta y caminaba hacia la casa de su fraternidad. Al doblar en una esquina Wagner se topó con un monstruo enorme hecho de cerámica y metal. El joven trató de huir, pero el gólem mecánico lo atrapó con su mano derecha y lo levantó a cincuenta centímetros del suelo. Wagner le preguntó, aterrado, que quería. El gólem no articuló palabra. El joven estudiante recibió una brutal paliza que duró casi diez minutos. Una pequeña cámara en la frente de la criatura artificial registró el violento ataque. Sarah pensaba que estaba preparada para este momento, pero la brutalidad del ataque fue demasiado para ella. Aunque la ingeniera trató de detener al gólem cuatro o cinco minutos después de que éste comenzara su ataque, el robot no procesó la orden de manera inmediata. La última llamada que hizo el Night Golem no fue al Departamento de Policía de Nueva York; esa noche, el misterioso vigilante llamó al hospital más cercano, pidiendo que enviaran una ambulancia para Lois Wagner. Como consecuencia de la terrible golpiza que recibió, el estudiante perdió su ojo derecho, y tuvo que soportar muchos meses de fisioterapia para poder caminar de nuevo. Con el tiempo, Wagner pudo superar su miedo a salir solo a la calle. Sin embargo, las pesadillas inspiradas por aquel monstruo de barro plagarían sus noches hasta el día de su muerte.

Abraham Spiegelman se enteró de lo que había sucedido cuando leía el periódico de la mañana. La noticia lo dejó perplejo, pero no le causó la menor satisfacción. La policía nunca encontró a la abominable criatura descrita por Wagner y, aunque investigaron a Sarah y a su padre, nunca hallaron evidencia que conectara el crimen del gólem mecánico con la familia Spiegelman. Sarah había borrado todas sus huellas, tanto en el mundo físico como en el mundo digital, y le había ordenado a su pesado gólem artificial caminar hasta lo más profundo del río Hudson. Con el tiempo, el gólem mecánico se convirtió en una masa inerte de óxido y barro en lo profundo del río. Abraham Spiegelman lamentó la suerte del estudiante, y siempre lo tuvo presente en sus oraciones. El rabino nunca sospechó de su hija. Sarah, por su parte, tuvo que aprender a vivir con la culpa. Cuando el caso de Wagner fue cerrado, y el gólem mecánico yacía ya en las profundidades del río, la doctora Spiegelman juró que nunca más asumiría la personalidad del Night Golem, ni construiría ningún tipo de máquina que pudiera ser usada para lastimar a los demás. Así fue como Sarah Spiegelman—la hija única del rabino Abraham Spiegelman, la brillante ingeniera que había dedicado su vida a mejorar la vida de los otros—se convirtió en una verdadera leyenda urbana. Ella fue el último gólem.


Juan David Cruz Duarte nació en Bogotá, Colombia. En el año 2018 obtuvo su doctorado en literatura comparada en la University of South Carolina. Sus cuentos y poemas han aparecido en Máquina Combinatoria, Historias Pulp, The Dead Mule School of Southern Literature, Five:2:One, Burningword, Jasper, Blue Collar Review, Escarabeo, Fall Lines, etc. El trabajo académico de Cruz Duarte se ha enfocado en el estudio de la ciencia ficción latinoamericana de los siglos XX y XXI. Sus ensayos han aparecido en Fafnir, Variaciones Borges y Divergencias. Cruz Duarte es el autor de la colección de relatos Dream a Little dream of me: cuentos siniestros (2011), la novela breve La noche del fin del mundo (2012), y la colección de poemas Léase después de mi muerte (Poemas 2005-2017) (2018). Actualmente vive en Bogotá.

Deja una Respuesta