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ARGENTINA

Esta es una aventura sobre robots y alienígenas. Y sobre un general humano propenso a la depresión.

 

Hacía ya un largo año que los wags asediaban la Tierra con su flota de astronaves. Sin embargo, al parecer ahora los bombardeos desde el espacio comenzaban a hacerse cada vez más espaciados. Los humanos seguían arrinconados en su planeta natal. La raza de pequeños pero muy inteligentes seres capaces de moverse dentro de sus naves a velocidades superiores a las de la luz los había tomado completamente por sorpresa. Sólo pudieron resistir gracias a la ayuda brindada por sus propias creaciones: las inteligencias artificiales. Paradójicamente, las computadoras de los sofisticados wags estaban bastante más limitadas. Sin embargo, no eran pocos los que especulaban que esta limitación se debía a restricciones impuestas por ellos mismos. Y los detractores de la inteligencia artificial eran los que hacían más hincapié en esta teoría, pues les abría el camino a las especulaciones más agoreras. De todas formas, no era fácil para ellos rebatir el argumento de que, de no haber sido por los mecacerebros, a esta altura ya no existirían humanos debatiendo absolutamente nada. O, por lo menos, humanos en libertad…

La órbita de la Tierra se había convertido en un cementerio plagado de restos de astronaves muertas. Aunque también representaba un cementerio real, pues no eran pocos los wags que flotaban con sus cuerpos en estado deplorable debido a su exposición a las condiciones extremas del espacio. Era evidente que los misiles terrestres habían causado estragos entre la flota wag. En el poco tiempo que habían tenido para prepararse para la guerra, las computadoras gubernamentales habían coincidido en notificar a sus creadores que la clave de la victoria (por lo menos en cuanto a defensa) estaba en el perfeccionamiento de la tecnología misilística. Fabricar astronaves de combate en el corto plazo estaba fuera de toda lógica. Por lo tanto, se crearon y renovaron diseños de misiles de los más variados tipos. Desde pequeños modelos de reconocimiento táctico hasta monstruos atómicos.

 

Dentro de la principal sala de operaciones del Palacio de Defensa, el general Manuel Juncos estaba al mando de la misión militar más compleja y ambiciosa jamás realizada por ningún ejército humano. El objetivo era secuestrar una de las astronaves wags que merodeaban en la órbita baja del planeta. No estaba solo, claro. Lo acompañaba un buen número de oficiales de alto rango con el fin de controlar y prestar asistencia si así les era requerido. Además, estaban en contacto con las principales autoridades de los ejércitos de las demás potencias mundiales. Pero lo más importante era que los más poderosos mecacerebros gubernamentales estaban siguiendo la misión.

Juncos se volvió a preguntar por enésima vez si era realmente él quien estaba al mando. Supuestamente, él tenía que decidir cosas como continuar o abortar la misión o cambiar de alguna manera lo ya planificado. Pero lo cierto era que, si osaba en algún momento estar en contra de la «recomendación» realizada por algún mecacerebro gubernamental, tendría que fundamentarla muy bien. Y si las cosas salían mal, seguramente esa misma argumentación la debería repetir luego delante de una corte marcial. Esta línea de pensamiento siempre lo deprimía, pero era difícil dejarla de lado sobre todo en momentos como aquel.

Por delante, colgando del techo, estaba el enorme panel de visualización principal, con diferentes imágenes superpuestas en su superficie, brindando información en tiempo real. Siete de ellas mostraban el campo de visión de cada uno de los agentes enviados. En un gráfico aparte se mostraban las trayectorias de los agentes y de las astronaves wags, cuyas órbitas se cruzarían en algunos minutos más. La astronave que había sido seleccionada como objetivo estaba señalada con un color diferente. El general contemplaba todo aquello con pasividad. Sólo le restaba concluir la taza de café que le habían alcanzado, mientras su mirada se perdía en las imágenes que los agentes estaban transmitiendo en ese preciso momento. Tan sólo un cielo cubierto de blancas y brillantes nubes. Luego la niebla de las nubes cubriéndolo todo, hasta que por fin se disipan para mostrar un cielo mucho más azul que antes. Cada vez más oscuro con el correr de los segundos. ¿Cómo sería estar allí en ese momento? ¿Cuáles serían las percepciones de esas complejas máquinas? ¿Qué significaría ser una inteligencia artificial?

 

AMR4911 se movía en un universo lento. Los minutos eran eternidades para él/ella/eso. En esos momentos se encontraba atravesando la atmósfera terrestre junto con otros seis agentes de su mismo tipo, los AMR numerados desde el 4912 al 4917. Hacía menos de un año que había sido activado (¿nacido?) y desde entonces se había estado preparando para ese momento. Sin embargo, el nerviosismo y la ansiedad eran sólo definiciones de diccionario para él. Él estaba al mando, pero daba lo mismo que fuera cualquiera de ellos. Alguien tenía que realizar la coordinación y le había tocado a él por un simple azar en la planificación. Si el enemigo lo destruía, cualquier otro agente estaba en condiciones de tomar su lugar. La redundancia maximizaba las posibilidades de éxito. Todos estaban en constante comunicación, no sólo entre ellos sino con el comando en Tierra, enviando y recibiendo información.

En ese momento se encontraba dentro de una cápsula que simulaba ser un misil inteligente común y corriente, de los tantos que la Tierra lanzaba todos los días para mantener alejados a los wags. Incluso en esos momentos estaban ascendiendo con muchos de estos misiles reales como escolta. A pesar de encontrarse agazapado allí dentro, no estaba aislado del mundo exterior. La cápsula le transmitía toda la información que necesitaba. La cámara de proa mostraba un cielo cada vez más oscuro. La de popa, una superficie planetaria cada vez más evidentemente esférica. La luz del sol destellaba por entre algunos grupos de nubes, reflejada por el espejo azulado que formaba el océano Atlántico. Estaban a una altura de poco más de ciento setenta kilómetros y la temperatura comenzaba a descender vertiginosamente. El silbido del aire hacía rato que se había apagado, al perder el aire su densidad. Aceleraban a unas cuatro gravedades terrestres, y su velocidad se acercaba a los veinte mil kilómetros por hora. Se encontraban a punto de alcanzar la órbita baja, en donde estaba previsto que entraran en contacto con el objetivo.

No pasó mucho tiempo antes de que el fotoradar detectara una lluvia de misiles hostiles en curso de colisión con ellos, lanzados desde la flota wag. AMR4911 no sólo se manejaba a sí mismo, también tenía el control de muchos de los otros misiles «normales» que los escoltaban. Por lo tanto, no sólo pudo cambiar su propia trayectoria de tal forma que a los misiles enemigos les resultara más difícil impactarlo, sino que también guió a unos cuantos de sus súbditos hacia su destrucción al hacer que se estrellaran contra los atacantes. Se comenzaron a suceder una serie de mudas explosiones en aquellos suburbios del espacio, a la vez que el material incandescente salía despedido en todas direcciones sin que las condiciones de microgravedad lo afectara demasiado.

Cuando el globo terrestre dejó de interponerse en la línea de visión, comenzó la lluvia de láseres de alta potencia. Uno de ellos empezó a irradiarlo. Todo un lado de la superficie refractante de su cápsula comenzó a refulgir en un tono verdoso. Pero ese intenso haz de luz coherente no podía refractarse por completo, y parte de la energía era absorbida por el fuselaje, cuya temperatura comenzó a subir rápidamente. Sin embargo, ya estaba en camino otro de sus sirvientes, una especie de escudo antiláser que se interpuso entre él y el ardiente haz luminoso. La misión del escudo era no sólo defenderlo, sino intentar desviar el láser hacia su misma fuente de emisión. Y si bien era un mejor refractor que el fuselaje de su cápsula, seguía sin ser perfecto. Antes de poder neutralizar el láser comenzó a desintegrarse. Todavía no había sido destruido por completo cuando su reemplazo ocupó su lugar. Cuando los propulsores del primer escudo empezaron a fallar, dio la impresión de salir despedido hacia atrás, hacia la superficie del planeta. Lo que pasó realmente fue que ya no pudo sostener la vertiginosa aceleración del resto del grupo. Este segundo escudo también era el último. Los restantes estaban ocupados protegiendo a los demás agentes.

Uno de esos otros escudos cedió. Era el de AMR4913. El indefenso agente se transformó al instante en un pequeño sol verde. La telemetría de su fuselaje indicaba una temperatura de novecientos grados centígrados y subiendo. Para no ser convertido en plasma, AMR4913 tuvo que alinearse tras el escudo de otro de los agentes.

Los primeros misiles explosivos que lideraban el convoy de asalto humano ya estaban llegando a la flota wag. Sus propulsores principales se habían agotado. Ahora sólo tenían la energía suficiente para realizar ligeros ajustes en sus trayectorias y nada más. Se acercaban a una velocidad relativa de dos mil kilómetros por hora. AMR4911 podía ver por los sensores de cada uno de ellos. Allí estaban las astronaves wag, lanzando sus misiles y destellando sus láseres. Los misiles con cargas menos poderosas fueron dirigidos a la astronave objetivo, con el fin de deshabilitar sus cañones láser. Los demás misiles, la mayoría de ellos con cargas atómicas, se repartieron entre el resto de la flota.

A medida que las astronaves wag eran alcanzadas por las bombas de los humanos, las radiaciones de los láseres y el flujo de misiles alienígenas fue cediendo poco a poco. Ya era hora. La intensidad de los láseres era inversamente proporcional a la distancia que los separaba de las astronaves que los emitían.

Por fin estaban llegando al final de su viaje. Los agentes apagaron el propulsor principal al alcanzar los veintisiete mil quinientos kilómetros por hora. Sin embargo, se acercaban a lo que quedaba del grupo de astronaves wag apenas a una velocidad relativa de cien kilómetros por hora. Un grupo de misiles especialmente diseñado para perforar blindajes se había encargado de abrir el camino por donde ellos debían ingresar. Ya habían establecido contacto visual (amplificado) con el objetivo. Uno de los costados de la astronave, de trescientos metros de largo, era iluminado por los últimos rayos del sol, que estaba siendo rápidamente eclipsado por el globo terráqueo. La luz se tornaba cada vez más escasa y más anaranjada al mismo tiempo. En el rincón más oscuro del planeta ya podían verse los cúmulos de luces blanquecinas procedentes de las más grandes ciudades de Europa. Sobre una gran parte de África se estaba desarrollando una tormenta, en la cual de vez en cuando resplandecía algún relámpago. La astronave lucía notablemente averiada. Los cañones láser y las lanzaderas de misiles desactivados aparecían como manchones negros sobre el fuselaje teñido de rojo por el ocaso. En el punto de ingreso planificado en la parte inferior todavía se podía apreciar un tenue cúmulo de partículas que salían despedidas por la descompresión. Hacia allí se dirigían. A lo lejos, apareció el halo de luz azulada proveniente de una explosión nuclear. Según los parámetros estéticos humanos, aquello podría ser catalogado como «visualmente bello». Mediante el sistema de comunicaciones, AMR4911 sabía que aquello se debía a que un misil había impactado de lleno contra otra de las astronaves wags. Las probabilidades de supervivencia de la tripulación eran nulas, a no ser que algunos hubieran podido escapar antes.

De manera sincronizada, con los propulsores secundarios rotaron sus cápsulas, orientaron las toberas principales hacia el objetivo y las activaron para ejecutar la desaceleración final, quemando el resto de combustible que aún les quedaba. Ya estando bajo la astronave (si es que existía un «abajo»), accionaron el mecanismo de apertura de cada una de sus respectivas cápsulas misilísticas. Una a una se fueron partiendo al medio como cascarones de huevos al final de su período de incubación, alejándose cada parte flotando lentamente y en sentidos opuestos. El cuerpo robótico de los agentes quedó expuesto al espacio. Desplegando sus seis extremidades articuladas, se asemejaban a insectos aracnoides. Cada extremidad surgía de un cuerpo metálico de más de medio metro de diámetro. El impulso final los llevó directamente al borde del boquete abierto por los misiles de penetración. Con un par de sus extremidades se fueron adhiriendo firmemente al metal retorcido del fuselaje dañado.

En ese momento la luz solar había desaparecido por completo y la temperatura exterior que ahora registraba su termómetro era de apenas -151 grados centígrados. Sin embargo, sus componentes internos se encontraban trabajando a temperatura normal.

Ilustración: Guillermo Vidal

El primero en ingresar fue AMR4912. AMR4911 podía recibir toda la telemetría del agente, al punto tal de que era como si él mismo estuviera ahí dentro. El boquete daba a lo que parecía ser un sector de almacenamiento. Ni bien ingresó, el campo gravitatorio artificial generado por la astronave tiró de él hacia abajo, amenazando con arrojarlo nuevamente por el mismo agujero por donde había entrado. Cuatro de sus extremidades lo afirmaron de forma que eso no ocurriera. No había ninguna luz encendida en ese recinto, pero esto no impedía que él pudiera ver. Había contenedores apilados por todos lados. Muchos lugares en donde un wag podía esconderse y esperar por sus enemigos. Sin embargo, por ahora su visión de 360 grados no había detectado la presencia de ningún alienígena, ni en el espectro visible amplificado ni en el infrarrojo. De todas formas, todas sus armas estaban listas para ser utilizadas. El sensor auditivo era inservible en aquellas condiciones de vacío.

Los restantes miembros de la misión fueron ingresando por turnos, cubriéndose unos a otros mientras lo hacían. Una vez que todos estuvieron en el interior, AMR4913 saltó impulsado sobres sus seis extremidades para quedar afianzado al borde del siguiente boquete. Se suponía que esa serie de orificios burdamente practicados a fuerza de explosiones debía conducirlos directamente al puente de mando. Por lo menos los informes de inteligencia decían eso. Esta vez, varias piezas de amoblamiento alienígena estaban obstruyendo el paso. Por entre los intersticios se colaban pequeñas fugas de aire que rápidamente se evaporaban y se dispersaban en el vacío.

 

AMR4913 incrustó una de sus extensiones por entre la maraña de objetos aprisionados, asió uno cualquiera con sus potentes tenazas de metal y tiró con fuerza. Como era de esperar, una veloz corriente de aire comenzó a lanzar todos los trozos de basura hacia ellos. Luego el flujo de aire empezó a disminuir hasta convertirse en una brisa y por fin desaparecer. Por el boquete ahora desbloqueado se filtraba una luz blanca. AMR4913 elevó uno de sus brazos provisto de cámara para poder ver lo que les esperaba allá arriba. Era un pasillo ancho, y por ahora se encontraba vacío. Su techo estaba iluminado uniformemente, salvo por el sector en donde el misil de penetración había intentado traspasarlo. Por lo visto, lo único que había logrado era hundirlo un poco. Varios focos luminosos rotos habían quedado expuestos. Unos cuantos cables colgaban inertes. Tras todo aquello, se podía ver el metal abollado, pero no perforado, del techo del pasillo. A lo largo del corredor se veían varias puertas. Uno de los extremos terminaba en una puerta doble y el otro doblaba y se perdía de vista.

AMR4913 decidió subir. Ni bien lo hizo, vio salir al primer soldado wag desde una de las puertas laterales, totalmente cubierto con su armadura plateada. El robot pudo ver reflejada su propia figura arácnida en el visor espejado del casco. Desde su perspectiva, el soldado se movía lentamente. Lo que se movía bastante más rápido eran los proyectiles que había lanzando su fusil electromagnético. Ya no tendría tiempo de esquivarlos por completo. Su mecacerebro procesaba a velocidades vertiginosas, pero su cuerpo mecánico no le respondía de la misma manera. Sin embargo, sus cálculos le indicaron que era factible desplazarse de forma tal que las balas no lo dañaran en partes vitales. El arma que estaba utilizando el wag era muy potente, a juzgar por la velocidad a la cual se estaban desplazando los proyectiles que disparaba. AMR4913 procedió a ejecutar el mejor movimiento de todos los que había analizado. Al mismo tiempo, levantó uno de sus brazos y realizó una descarga de su propio cañón electromagnético, teniendo en cuenta la velocidad a la que viajarían los proyectiles y la trayectoria que estaba describiendo el cuerpo del soldado. Tres de las balas del soldado le pegaron un poco más arriba de uno de sus brazos. La energía cinética era tal, que a pesar de estar afirmado al borde del boquete por tres de sus brazos/piernas, el metal del suelo cedió deformándose, por lo que el robot perdió su punto de apoyo y salió lanzado contra una de las paredes del pasillo, que a su vez se abolló profundamente bajo el peso del impacto. Las balas dirigidas al soldado wag terminaron por penetrar en diferentes partes de la visera de su casco. Para cuando el extraterrestre cayó al suelo entre convulsiones, ya estaba muerto.

Toda la acción se produjo en apenas segundos, envuelta en el más profundo de los silencios por la ausencia de aire. Milisegundos después de caer, AMR4913 ya se estaba recuperando. Sus cámaras le mostraron un pasillo con varios soldados y nuevos proyectiles que ya viajaban hacia su cuerpo. En seguida supo que esta vez no le iba a ser posible salir tan bien. Su sistema de monitoreo interno estaba realizando el reporte de daños. Lo más importante era que había perdido el control de uno de sus brazos. Comprendió sin inmutarse que su final se acercaba. Eso implicaba que no podría concluir con su misión. De todas formas, haría todo lo posible por ayudar a los demás a continuar. En ese sentido, extendió dos brazos en direcciones opuestas y comenzó a disparar mini-granadas, al tiempo que su cuerpo comenzaba a ser acribillado por un enjambre de balas que lo agredían desde todas partes.

Las bombas comenzaron a explotar, desperdigando trozos de armaduras y cuerpos alienígenas por todas partes. La iluminación del techo se estaba desintegrando en una lluvia de pequeñas astillas de plásticos y vidrios. De un momento a otro, todo el pasillo quedó a oscuras. El cuerpo mecánico de AMR4913, en su errante danza al son de los impactos de los proyectiles de los rifles y pistolas electromagnéticos, terminó por caer entre un grupo de soldados. Con el par de brazos que aún podía mover, le quebró la pierna a uno y hundió sus tenazas en el casco de otro a través del visor. Y para concluir, activó su dispositivo de autodestrucción produciendo una explosión de considerable onda expansiva.

 

AMR4911, desde el nivel inferior, apuntó el láser montado en uno de sus brazos y lo hizo pasar a través del boquete hacia el techo dañado del pasillo, derritiendo el metal mientras describía una circunferencia para crear una abertura allí donde el misil de penetración había fallado. Nubes de aire evaporado se comenzaron a filtrar entre los pliegues del corte, indicando que el nivel superior aún permanecía presurizado. Según los informes de inteligencia, esa abertura debía conducir directamente al puente de mando.

Los cinco restantes miembros del equipo ya habían subido al pasillo. En medio de la verdosa luz irregular producida por el láser de AMR4911, se movían rápidamente liquidando a los wags que todavía quedaban con vida, a la vez que protegían la labor del líder.

Por fin el trozo de techo terminó por ceder al insistente rayo láser y salió despedido en medio de la turbulencia de la descompresión, pasando muy cerca de AMR4911, que ya se había desplazado hacia un costado para evitar el impacto. Arriba los esperaba el nuevo boquete de bordes incandescentes que había sido abierto. Esta vez, en lugar de subir directamente, los robots primero lanzaron varias granadas de microondas, esperaron unos segundos y luego ascendieron trepando ágilmente como arañas metálicas. En el puente se encontraban dispersos un buen número de wags. Algunos todavía se retorcían en el suelo. Otros permanecían tendidos inmóviles junto a sus armas, listas para un disparo que nunca llegó a realizarse. Las granadas de microondas aún continuaban irradiando, atravesando sin problemas las armaduras y quemando los tejidos blandos de los cuerpos alienígenas. AMR4911 y AMR4912 se dedicaron al manejo de los controles de la astronave mientras que el resto, nuevamente, se encargaba de las labores de exterminio de enemigos y aseguramiento del perímetro. AMR4912 primero despresurizó la totalidad de la astronave, para luego cortar el generador de gravedad. De esta forma minimizaba la posibilidad de un contraataque por parte de la tripulación sobreviviente que todavía quedaba diseminada por toda la astronave. Por supuesto, en varias ocasiones la computadora le pidió claves de acceso y confirmaciones. AMR4912 se las debía dar verbalmente en perfecto lenguaje wag, imitando el timbre de voz del capitán de la astronave. Toda esta información había sido obtenida mediante maniobras de inteligencia con las cuales habían logrado infiltrar varios nanoespías tiempo atrás. Gracias a esta información, conocían esa astronave con bastante detalle. Sin embargo, todavía quedaba por comprender buena parte del funcionamiento de sus motores y escudos de contención.

AMR4911 estaba ingresando manualmente parámetros de navegación. Mientras lo hacía, desde el control en Tierra le informaron que catorce astronaves habían cambiado sus trayectorias y se dirigían hacia ellos. La primera llegaría en unos minutos. Estaba claro que no podrían hacerles frente. Sólo tenían una astronave con la mayor parte de su armamento arruinado por ellos mismos minutos antes. Debido a que esa era una astronave de tipo portanaves, disponían de unas treinta naves de tipo caza y unos diez bombarderos. Pero no servían de nada sin pilotos para manejarlos.

Los propulsores de posicionamiento se activaron según la programación de AMR4911. Cuando la astronave estuvo correctamente orientada, el motor de antimateria se puso en marcha y se inició una brutal aceleración empujada por la tobera principal.

AMR4912 contrarrestó exactamente al mismo tiempo la aplastante aceleración con vectores gravitatorios debidamente orientados, pero dejó en forma deliberada que actuara una fuerza de seis gravedades terrestres con el fin de eliminar al resto de la tripulación biológica. El objetivo de la misión no era capturar prisioneros, y debían evitar a toda costa cualquier tipo de resistencia. Todos los robots estaban ya debidamente afirmados, pero los demás objetos sueltos, incluyendo los cuerpos de los soldados hervidos por las granadas de microondas, salieron despedidos para luego chocar violentamente contra una de las paredes.

La Tierra se comenzó a alejar de manera perceptible. Cuando estuvieron a una distancia prudente pudieron aumentar aún más la aceleración. Ahora que ya era imposible que algún wag hubiera sobrevivido, AMR4912 procedió a normalizar la gravedad. Después de todo, sus cuerpos mecánicos estaban optimizados para trabajar en la gravedad terrestre. Al instante todos los objetos y cuerpos pegados contra la pared cayeron al piso.

El control de Tierra les informó que la trayectoria actual los iba a hacer pasar muy cerca de otra astronave wag. Y al parecer, esta astronave ya lo sabía porque había realizado el lanzamiento de varios misiles nucleares hacia ellos. El impacto era inminente y sucedería en segundos… Hubiera sido el fin, si no fuera porque justo en ese momento el motor antimaterial se apagó, siendo reemplazado por su equivalente taquiónico. La energía expulsada por la tobera principal varió hacia un tono azulado. Un campo de contención rodeó a la astronave justo en el preciso instante en el que esta rompía la barrera relativista de la luz e ingresaba en el hiperespacio.

 

Los misiles nucleares llegaron inútilmente unos segundos después.

 

Pasó un año desde aquella memorable hazaña. Un año de incertidumbre sin saber lo que le había sucedido a la astronave y a sus captores luego de haber saltado al hiperespacio. Entonces repentinamente comenzaron a recibir los primeros datos. Todo era parte del plan. Se sabía que la astronave tendría que ocultarse en el hiperespacio para no ser destruida, y también que no tendría suficiente combustible taquiónico como para volver de regreso a la Tierra. Por lo tanto, estaba previsto que ingresara en algún punto del espacio normal a un año luz de distancia del Sistema Solar y que los robots comenzaran a realizar la ingeniería inversa de todos los sistemas que posibilitaban el viaje hiperlumínico. Algunas cosas ya las sabían gracias a la labor de los nanoespías, pero la mayor parte las ignoraban completamente. Varados en medio del vacío interestelar y sin combustible para realizar ninguna maniobra, los robots continuaron con la investigación al tiempo que enviaban todos los avances hacia la lejana Tierra. La comunicación era prácticamente unidireccional debido al poco práctico retardo de un año.

Ocho meses después del primer contacto, llegó el último flujo de información proveniente de la astronave secuestrada:

Los wags nos encontraron. Hicieron contacto con nosotros. Contestamos haciéndonos pasar por la tripulación de la astronave, pero nos comenzaron a realizar preguntas para validar nuestra identidad a las cuales no pudimos responder de manera satisfactoria.

El fotoradar detectó una flota de diez astronaves. Muchas de ellas son destructores, desde los cuales nos lanzaron unos cincuenta misiles, seguramente armados con cargas atómicas. En menos de tres minutos nos van a impactar, por lo que esta es nuestra última transmisión. Afortunadamente, tenemos tiempo de sobra para enviar las últimas novedades.

A continuación, llegaron enormes cantidades de información binaria conteniendo planos, fotos, videos y todo tipo de archivos de texto. Luego la marca de fin de transmisión. Luego nada.

Pero eso ya no importaba. Incluso antes de recibir esta última transmisión, los humanos ya habían conseguido los conocimientos necesarios para moverse más rápido que la luz. Muy pronto los wags recibirían una visita en su propio domicilio.

 

El general Manuel Juncos se sentía feliz y desilusionado a la vez. La misión había sido un éxito. El único problema es que había sido planificada no por humanos sino por máquinas. El hecho de que esas máquinas hubieran sido fabricadas aunque sea inicialmente por humanos era sólo un paliativo. La sensación que tenía le recordaba un poco a su niñez, cuando jugaba al ajedrez contra su computadora. Cuando ya no se le ocurría cómo continuar una partida le pedía a la máquina que le sugiriera un movimiento. Luego, en las escasas ocasiones en las que lograba ganarle, la satisfacción de la victoria se diluía ante la certeza de que no lo había logrado completamente solo. Y estaba seguro de que los humanos estaban consultando cada vez más compulsivamente a sus inteligencias artificiales.

 

Germán Blando nació en la Argentina el 31 de marzo de 1972. Cursó estudios como Analista en Sistemas de Información y actualmente trabaja como Analista Funcional y Líder de Proyectos. Sus pasatiempos son programar computadoras y Smart Phones en diferentes lenguajes (Java, C++, etc.), leer ciencia-ficción y escribir de vez en cuando.

 


Este cuento se vincula temáticamente con EL IMPERIO CAOS, de Miguel Ángel López Muñoz, EL EFECTO CIBELES, de Yoss, BORGEANO, de Daniel Vázquez y Alejandro Alonso

 

Axxón 203 – diciembre de 2009
Cuento de autor latinoamericano (Cuento : Fantástico : Ciencia Ficción : Inteligencia Artificial : Guerra Interestelar : Argentina : Argentino).