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ZAPPING 0154, 05-ene-2003

Transplante de cerebro

Ilustración: Valeria Uccelli
Desde la novela de Frankenstein y su monstruo, y quizás desde antes, el tema se trató siempre con tono oscuro y maligno. Poner el cerebro de una persona en el cuerpo de otra tiene algo que rechaza y horroriza. No puede estar bien, decide el autor, y lo transmite en su historia. Aún una película como Dr. Cerebro (la he visto con otros nombres), protagonizada por Steve Martin, tiene esa orientación en la que se nota el rechazo, aunque es sin duda una comedia. ¿Qué va a hacer ese cerebro dentro del cuerpo de esa pobre persona? ¿Y si es el cerebro de un asesino, o un enfermo mental?
      La realidad es que si se hace un transplante así, aunque el cerebro sea la parte pequeña que se mueve de lugar, lo que se está haciendo es un transplante de cuerpo. No se puede considerar a un cuerpo sin cerebro como víctima de una conspiración; como mucho habrá en algún lado un cerebro —seguramente muerto y en un recipiente de desperdicios (o, en las ficciones, en un frasco de mantenimiento)— al que le robaron su cuerpo. El cerebro es la residencia de la persona y el cuerpo es una máquina de mantenimiento vital, así que el que se queda con una nueva propiedad es el cerebro (o la cabeza). Es una realidad que todavía genera algún rechazo en la gente, tal vez por aquello de que los sentimientos residen en el corazón, pero en el siglo XXI está prácticamente aceptado y en general ya no se discute.
      En algún momento vi varios cuentos e historietas de infelices personajes a los que se les injertaba una cabeza al lado de la propia. Venían enseguida los conflictos por el control y horrores de todo tipo. Recuerdo un pobre joven que se despertaba un día con una horrenda cabeza extraterrestre injertada en el hombro, a la derecha de la suya. Recuerdo que a la cabeza invasora le ponían una escafandra, pero aún así al personaje le pasaban cosas terribles. No sé que edad tendría yo, pero sé que me produjo mucha angustia.
      Creo que esa corriente en la ficción no era casual. Desde 1960 en adelante un doctor norteamericano hizo experimentos más o menos exitosos con monos rhesus a los que intercambió cabezas o agregó —como al horrorizado personaje del cómic— la cabeza de otro mono. Aunque el doctor en cuestión era —y es— un profesional serio y vivió una carrera de décadas salvando cantidad de vidas por medio de la neurocirugía, todavía lleva esa carga: se recuerdan sus experimentos por la faceta monstruosa. Las historias sobre estos episodios son escalofriantes, más por el hecho de que fueron reales.
Ilustración: Valeria Uccelli
      El doctor era Robert J. White y el lugar donde se hicieron las operaciones el Metrohealth Medical Centre de Cleveland, EE.UU. En marzo de 1970, luego de realizar varias pruebas preliminares, White llevó a cabo el primer transplante de cerebro exitoso sobre un primate, al unir la cabeza de un mono al hombro de otro. Cuando la nueva cabeza despertó, estaba totalmente consciente y con sus funciones nerviosas craneales completas. Podía ver, oír, oler y, seguramente, sentir dolor. Siguió con sus ojos a las personas que se movían por alrededor y, cuando lo tuvo a tiro, intentó morder el dedo de un ayudante. Allí todos aplaudieron.
      Pero la cabeza estaba aislada del cuerpo, unida sólo con unos ganchos y suturas externas, y no podía controlar sus funciones motoras, que si bien no están dedicadas al elevado intelecto son primordiales para la vida: las técnicas de esa época no permitían conectar —no se ha logrado aún— la médula espinal con el cerebro. Como es lógico, el experimento duró poco. Uno o dos días.
      No fue un experimento en un sótano: los resultados de la investigación fueron publicados en las prestigiosas revistas Science y Nature. Y White se convirtió luego en profesor de neurocirugía en la Case Western Reserve University y director de neurocirugía en el Laboratorio de Investigación del Cerebro del Metrohealth Medical Center de Cleveland, EEUU. Los comentarios de la prensa hablaban del Dr. Frankenstein convertido en una persona de carne y hueso.
      Su doctorado en Harvard estuvo conectado con algo llamado hemisferosectomía, que es, en pocas palabras, extraer la mitad del cerebro de un animal cuando éste todavía está vivo. Le hicieron la inevitable pregunta: ¿por qué hace eso? Él respondió que por dos razones: algunos tumores malignos se extienden y, a pesar de haber sido extraídos, renacen en otra parte. Así que, ¿por qué no quitar el hemisferio afectado por completo? Y hay niños que sufren epilepsia incontrolable a poco de nacer y no hay nada en la medicina que pueda funcionar para curarlos. Ocurre que uno de los hemisferios de esos chicos es muy defectuoso y al final, cuando crecen, se les debe extraer casi por completo, aunque esto se hace de a poco, en varias operaciones. Sus experimentos estuvieron dedicados a estudiar si los monos, luego de retirarles la mitad del cerebro, seguían funcionales y conscientes.
      De este tema también se escribieron cuentos, como "La muerte del Doctor Isla", de Gene Wolfe, ganador de varios premios de CF. El personaje principal de esa historia es un muchacho al que se le ha cortado el cuerpo calloso, la estructura que conecta la mitad izquierda con la derecha del cerebro. No es un imposible de la ficción: las personas siguen funcionando. El resultado en el comportamiento es muy curioso.
      Cuando White recibió el doctorado, su atención se volvió a la posibilidad de remover el cerebro por completo del cráneo y mantenerlo vivo con la correspondiente provisión de sangre (como en Futurama). Ciertamente que las ficciones y películas de la época y posteriores reflejaron estas actividades de la manera más macabra posible. Desde ya que siempre hay ficciones que resaltan, como por ejemplo El cerebro de Donovan, de Curt Siodmak, una novela memorable.
      Casi treinta años después, el doctor volvió a la carga, apareciendo en ABC News, la famosa New York Times, The Sunday Telegraph Magazine y otros medios para afirmar que ya era tiempo de hacer transplantes de cuerpo completo en seres humanos. White y su equipo perfeccionaron una máquina de perfusión sanguínea que es, de hecho, un corazón mecánico que se puede conectar a las arterias y venas del cuello, aislando la cabeza del cuerpo. Este equipo, que permitiría hacer los transplantes en humanos sin riesgo de daño cerebral a causa del tiempo que toma la operación, en realidad fue diseñado para solucionar emergencias médicas, como paros cardíacos en medio de operaciones, por ejemplo.
      Es fácil entender que la gente común tenga objeciones a la idea del Dr. White. Existe un impulso instintivo de rechazo a todo avance repentino e inesperado de la medicina cuando se trata de las personas y el cuerpo humano, llamémosle el factor monstruo (en Estados Unidos le llaman Yuck Factor). La primera impresión es ¿Transplante de cabeza?, ugh. La noción cae de lleno —y White lo entiende así— no sólo en la ciencia ficción sino en el mundo de lo terrorífico. Y, desafortunadamente, tiene aspectos macabros. Mientras que el gran público no rechaza los transplantes de hígado, riñón, incluso de corazón, la idea de poner el rostro de personas sobre los cuellos abiertos de ignotos cuerpos no es algo que le guste mucho a la gente. Una de las esperanzas de White es que los transplantes de miembros, cada vez más usados y publicitados —uno puede ver sin estremecerse documentales que muestra con orgullo la mano de una persona que ya está en la tumba funcionando en el extremo del brazo de algún muchacho—, ayuden a la aceptación visual de los transplantes externos.
      ¿Pero qué pasa con las reacciones menos instintivas, de gente que se supone ha eliminado los factores de rechazo hace tiempo? ¿Cuáles fueron las reacciones de los colegas de este doctor?
A pesar de haber aparecido en revistas científicas muy respetadas y de haber dado varias conferencias de nivel, se le dijo que dedicarse al transplante de cuerpo era dedicarse, como mucho, a solucionar el problema de diez mil personas en todo el mundo, que por qué no se abocaba al problema del cáncer. Otra cosa que le criticaron es que ese tipo de operación sería muy egoísta, ya que de un cuerpo en buen estado se pueden obtener órganos como para salvar la vida de muchas personas, en lugar de una sola.
      Él se defiende poniendo el ejemplo de las personas paralizadas del cuello para abajo, cuyo cuerpo se va deteriorando y al cabo de un tiempo tienen expectativas muy cortas de vida, de meses apenas. Y recordando que en no mucho tiempo se habrán adaptado genéticamente animales para que sirvan de donantes de órganos.
      Uno de los problemas más grandes es el de la identidad. ¿Dónde está la persona? White considera que la cabeza y el cerebro son la ubicación física de la mente, y no sólo de la mente. "He estado pensando más bien", recapacita, porque es católico, "sobre la manera de transplantar el alma humana". La Iglesia Católica, curiosamente, es una de la pocas instituciones en la que White no encuentra oposición a su idea. Visita regularmente el Vaticano y una vez le dijo al Papa que pensaba que el alma humana reside en la mente. Según comenta, el Papa no dijo nada, pero dio un paso atrás.
      Otra área donde aparece conflicto es cuando hay una creencia en la resurrección. No olvidemos que los egipcios, por ejemplo, guardaban el cuerpo y los órganos para cuando el alma quisiera retornar. Otra cuestión, más terrestre, se refiere a la cuestión del sexo y raza del donante. ¿Se mezclarán partes que no encajen? ¿Cabezas de hombre en cuerpos de mujer o de personas de raza negra en personas de raza blanca? La necesidad y la urgencia podrían requerirlo, y estas cosas podrían producir luego, sin duda, tormentas en la opinión pública.
      ¿Y cabezas de viejos en cuerpos jóvenes? Suena grotesco. Y peligroso. ¿Qué pasa si alguien con muchísimo dinero, no un cuadripléjico sino alguien con el cuerpo envejecido pero funcional, requiere, porque la puede pagar, una operación de éstas. Por el momento la respuesta es simple: hasta ahora no se ha solucionado la conexión de la médula espinal, de modo que los viejos millonarios estarían optando por una nueva vida en un cuerpo joven, pero absolutamente desconectado de sus cabezas, sin sensaciones ni posibilidad de manejarlo. Un cuerpo transplantado con la capacidad técnica actual no sería más que una máquina inmóvil de soporte vital. Exactamente lo que le pasa a alguien que ha tenido un problema con su médula espinal, como el famoso caso del actor Christopher Reeve.
      Hay gente trabajando en el problema, aunque por ahora las investigaciones no han dado resultados prácticos. El doctor Harold Hillman, director del Unity Laboratory of Applied Neural Biology de la University of Surrey, uno de los que trabaja en la materia, dice que hay montones de personas en el mundo que sufren muertes cerebrales pero tienen el cuerpo sano y montones de personas que tienen bien el cerebro pero sus cuerpos están casi muertos. "Deberá llegar el momento de que podamos juntar ambas partes y hacer uno de los dos", opina.
      Claro que si se descubre la forma de conectar correctamente el cerebro con el cuerpo, los cuadripléjicos, en la mayoría de los casos, recuperarán el control de sus propios cuerpos, sin necesidad de que se haga el controvertido transplante. La defensa de los doctores es que de todos modos sigue habiendo casos que requieren el cambio de cuerpo, como enfermos de cáncer o personas accidentadas.
      Cuando se haya perfeccionado el método, habrá centenares de pedidos de cuerpos para las cabezas que varias empresas de los Estados Unidos están congelando y manteniendo en frío máximo (y cobrando cuotas que te dejan seco, además de helado). Claro que primero habrá que solucionar el problema del descongelamiento, tema sobre el que también está trabajando la ciencia.
      El laboratorio del doctor White ocupaba un piso entero en el Metrohealth Centre de Cleveland. Desde su retiro en 1998, la mayor parte se ha cerrado. Dos recintos accesorios funcionan como depósito y, de hecho, como un museo aún sin catalogar. Allí se pueden encontrar instrumentos médicos, mesas de operación, diagramas anatómicos y misceláneas como la máquina de perfusión y algunos cerebros flotando en formol dentro de un frasco. Para algunos científicos, el lugar debería convertirse en una especie de santuario de la ciencia, pero para los enemigos de White es una exhibición de atrocidades, uno de los peores lugares en el planeta.
      Los conflictos de White con los activistas de los derechos animales comenzaron en los 60, cuando se publicó un informe de sus investigaciones en Look, una de las revistas más populares de los Estados Unidos. La periodista Oriana Fallaci fue testigo de una de las operaciones. Ella humanizó al mono poniéndole un nombre. Y le preguntó a White si pensaba que esos monos tenían un alma y si éstas irían al paraíso. El artículo causó sensación y seguramente ayudó a unir los diversos grupos aislados que se convirtieron en PETA - People for the Ethical Treatment of Animals (Gente por el Tratamiento Ético de los Animales), un grupo de presión americano muy grande e influyente. Pero la peor parte de la protesta comenzó luego un artículo del Dr. White en Reader Digest, en 1985. Le mandaron centenares de cartas fotocopiadas, alguien se metió en el hospital para hacerle daño, aunque fue detenido por la policía, destruyeron un laboratorio de un colegio médico que pensaban era de él, tuvo que presentarse a interrogatorios del FBI y el Servicio Secreto, debieron poner policías a custodiar su casa y a acompañarlo como guardaespaldas, llamaban por teléfono a su casa y le decían cosas horribles a sus cuatro hijas. En los sitios de defensa de los animales, White está catalogado como un "Adicto a la vivisección". Durante un banquete que se hizo en su honor, la calle de acceso fue cortada por manifestantes disfrazados de mono.
      White no le teme a la discusión pública. Aceptó participar de un debate con la co-fundadora de PETA, Ingrid Newkirk. El doctor llevó una paciente, una joven y hermosa mujer que había sufrido de un tumor cerebral, a la que él había salvado la vida al implantarle un artefacto desarrollado en animales. En el curso del debate, White invitó a su paciente a hablar y ella dijo: "Estoy muy feliz de estar aquí. Y le debo la vida a la experimentación en animales". La joven, que era muy hermosa y se veía muy bien, produjo un fuerte impacto en el público. White dijo luego: "Eso puede haber sido desleal. No sé quién ganó el debate. Pero he abogado por lo menos durante un cuarto de siglo por la necesidad de la experimentación en animales. Todas los procedimientos quirúrgicos que he realizado fueron bajo anestesia general. Nunca hemos llevado adelante, ni yo ni mi personal, ningún tipo de operación dolorosa. Pienso que el uso de modelos animales es absolutamente necesario para el avance de la humanidad y para lograr el control de las enfermedades."
      "Al final", dice, "siempre vuelvo al mismo concepto básico: la preservación del cerebro, la mente y el alma. A pesar de las limitaciones físicas, parece no haber limitaciones mentales si uno está funcionando con sólo los nervios craneales. Observen al profesor Stephen Hawking. Él es capaz de influir en la matemática, física y astronomía del mundo entero y él es —a mí no me gusta el término, pero mucho gente lo usa— 'una cabeza en una computadora'. La gente dice 'No sé dónde está la persona, si en el cuerpo o en la cabeza'. Bueno, hablen con Stephen Hawking. Lean sus libros. Él quizás no es muy afecto a cosas como las almas y espíritus, pero para mí su alma está intacta allí. Aquí hay un escenario que el mundo debe considerar: teniendo en cuenta el magnífico cerebro del profesor Hawking y sus magníficos estudios, ¿no se justificaría darle un nuevo cuerpo? Yo creo que si se hiciera una encuesta la mayoría de la gente diría que sí."

(Traducido, adaptado y ampliado por Eduardo Carletti de The Sunday Telegraph Magazine, BrainTrans Inc., Cleveland Scene y diversos sitios en Internet)


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