A menudo ocurre que los textos, sobre todo los cuentos largos y las novelas, se estancan: o bien lo que escribimos no nos gusta, o bien no somos capaces de imaginar nuevas situaciones que grafiquen lo que queremos contar. Una de las razones por la que esto sucede es que no conocemos a fondo los personajes que hacen avanzar nuestro relato. Se dan dos posibilidades. Si nuestro cuento se basa en situaciones, no somos capaces de calibrar las reacciones naturales de los personajes ante esas situaciones. Si nuestro cuento, en cambio, está fuertemente centrado en la personalidad de los protagonistas, a veces pasa que nada de lo que escribimos nos satisface, tendemos hacia el arquetipo o la extravagancia, los personajes nos parecen de cartón pintado, y (desde nuestro rol de escritores o narradores) ya no nos resulta placentero ni inspirador caminar junto a esos personajes.
En los textos de narrativa, se recomienda hacer una ficha de personaje, mientras más definida y precisa, mejor. Sugiero leer estos artículos, donde Eduardo Carletti repasa minuciosamente esos conceptos:
Los personajes
La ficha de Personaje
La ficha de personaje es un buen punto de partida, pero no es todo. Si bien en la ficha se insinúan algunas pautas de cómo se desenvolverá nuestro personaje en el relato, no deja de ser una foto, y lo que los escritores necesitan es una imagen más dinámica. Esa “película” es la que permite internalizarlo, anticipar sus reacciones, incluso colocarle la historia sobre sus hombros y dejarlo avanzar.
Siempre pensé que los personajes eran como una suerte de máquina, o programa, que dadas determinadas condiciones de entorno (o de entrada) respondían de una determinada manera. Me sirvió mucho como primera aproximación al personaje. Desarrollo una idea afín a este concepto aquí:
Limitaciones en los personajes
Sin embargo, esta aproximación “mecánica” no siempre resulta del todo útil, y ciertamente es insuficiente. Otro elemento que ayuda a “ver” dinámicamente a los personajes es el diálogo. En periodismo se dice que un “textual” (vale decir: un texto entrecomillado con las declaraciones de una fuente), humaniza la nota y acerca al personaje. En el cuento, este acercamiento es fundamental para que el lector vea al personaje en acción, de modo que no es descabellado usar esta misma técnica para que el escritor termine de concebir a su personaje. En este post cuento una experiencia que combina la idea de “máquina bajo una determinada condición inicial” y le suma el componente de diálogo:
Diálogos, en tiempo real
Aquí hay otro post sobre el diálogo, que resume algunas cuestiones fundamentales a la hora de poner a nuestros personajes a dialogar.
Sacando voces de nuestra cabeza
Pero, ¿qué otras cosas ver de manera dinámica a los personajes? Si se trata de un cuento, nuestro personaje debería tener dos cualidades fuertes, pero contradictorias, en línea con lo que queremos contar. Este recurso se usa mucho en guión de cine y TV. Michelina Oviedo, directora de la escuela de guión Guionarte, lo llama “fisura dramática”. El ejemplo que primero viene a la mente en estos días es el del rey-tartamudo, Jorge VI (encarnado por Colin Firth), de la película El discurso del rey. Sin embargo, el otro personaje central de la película, Lionel Logue (Geoffrey Rush), también tiene esta fisura dramática, porque el terapeuta es tan sólo un idóneo: posee un conocimiento valioso, pero no tiene la autoridad (profesional, académica) para ejercerlo. Este claroscuro define al personaje y lo tironea, moldeándolo en nuestra mente. Sobre esto, existen dos máximas que debemos tener en cuenta: a) Un personaje no es una persona, por lo tanto no tiene todo el abanico psicológico ni la complejidad emotiva de las personas, aunque debemos dar la impresión al lector de que sí las tiene. Esto se hace sacando provecho de las pocas cualidades que tengamos a bien presentarle. b) Un personaje no cambia psicológicamente a través del relato, por lo tanto sólo hará aquellos que psicológicamente pueda hacer. A lo sumo desarrollará alguna cualidad que está en él en potencia.
En base a esto, podemos construir un breve ejercicio que nos permita ver al personaje dinámicamente. El juego consiste en responder a la pregunta: ¿Qué estaba haciendo mi personaje cuando…? Si nuestro personaje se mueve en una coyuntura histórica definida (por ejemplo, vive en la Ciudad de Buenos Aires, y en 2011 tiene 55 años), podemos imaginar una escena a los doce o trece años, mirando en casa de un amigo la llegada del hombre a la Luna, o en 1982 durante la Guerra de Malvinas, o durante la caída de las Torres Gemelas. Esta clase de acontecimiento transversal y generalizado permite una rápida resonancia con nuestra propia experiencia (o la de nuestros padres y tíos, que en muchos casos conocemos de primera mano). Sabemos de qué se trata, conocemos las condiciones de entorno, y entonces podemos aplicar a ellas nuestra maquinita de dialogar, sentir y actuar, que es el personaje.
Si nuestro personaje no se mueve en un contexto histórico, tal vez sea posible adaptar el ejercicio a determinados momentos críticos de su vida: el primer amor, la muerte de un ser querido, una pelea con su jefe, el día anterior a abordar la nave que lo exiliará en otro planeta. En todo caso, la respuesta a las acciones del presente de nuestro personaje, podrían estar en algún punto de su pasado.
Esto no significa que debamos usar esas escenas en el cuento. Vale recordar que el objetivo de todo esto es tener debidamente internalizado al personaje para que ese conocimiento nos sirva para hacer avanzar nuestro relato.