Desentrañar la misteriosa evolución del caparazón de las tortugas ha sido el objetivo del trabajo desarrollado por un equipo de biólogos japoneses, empeñados en demostrar cómo se fusionaron las costillas, hasta convertirse en la cáscara protectora que identifica a tan peculiares reptiles. Además, concluyen que tuvieron un antepasado común con los pollos y los ratones, es decir, con las aves y los mamíferos
Los científicos, dirigidos por Hiroshi Nagbashima, de la Universidad de Kobe, compararon el desarrollo embrionario de la tortuga Bauplan (Pelodiscus sinensis) con la de otras dos especies, en concreto un pollo y un ratón. En total, utilizaron tres y cuatro embriones de cada animal.
Su análisis les sirvió para averiguar cómo la tortuga fusionó sus costillas hasta encajonarse con los huesos de los hombros y hacer desaparecer esas costillas tal y como se mantienen en las otras especies estudiadas.
El equipo de Nagashima, en un artículo publicado en la revista Science, describe cómo pudieron ser las etapas transitorias en la evolución de las tortugas, partiendo para ello de un momento inicial en el que su desarrollo embrionario sigue los mismos patrones que el de los pollos o los roedores. En ello se basan cuando aseguran que los tres animales pudieron haber compartido un antepasado común.
Sin embargo, a partir de determinado momento, comienzan a apreciarse diferencias estructurales en el crecimiento de los diferentes embriones. En el caso de la tortuga, observaron que parte de sus costillas se pliegan hacia dentro de su cuerpo, preservando algunas de las conexiones entre los huesos y los músculos y generándose otras que no existen ni en otros reptiles, ni en los pájaros ni en los mamíferos.
Como resultado de este plegamiento, las costillas se van convirtiendo en el caparazón, desplazando los homoplatos hasta una posición que no es la habitual.
Olivier Rieppel, biólogo en el Museo Field de Chicago, considera que estos resultdos desmienten la idea anterior de que el caparazón de las tortugas se desarrolló al fusionarse pequeñas placas de hueso dentro de la piel de los reptiles (los osteodermos).
Esta es una teoría que hace unos meses ya cuestionó el hallazgo de un fósil de hace 220 millones de años, en la provincia china de Guizhou, de la que podría ser la «abuela» de todas las tortugas.
Aquel ejemplar, publicado en Nature en noviembre de 2008, y bautizado como Odontochelys semitestacea, tenía un caparazón incompleto, en el que ya se habían ensanchado y fusionado la columna vertebral y las costillas. Ahora, el trabajo de los japoneses viene a confirmar, con en análisis de ejemplares que hoy existen, que los paleontólogos tuvieron razón en sus conclusiones.
Fuente: El Mundo. Aportado por Eduardo J. Carletti