La ciencia ficción, entendida como medio para explorar universos interiores y reflexionar sobre la realidad y la historia, es el hilo conductor de la reseña de cine «Dimensión Recoleta, ciencia ficción y fantasía», que exhibirá en Buenos Aires clásicos del género
El ciclo, que cuenta con el auspicio de la Subsecretaría de Cultura de la ciudad de Buenos Aires, es una iniciativa del Museo del Cine Pablo Ducrós Hicken que se desarrollará durante junio, julio y agosto en el microcine del Centro Cultural Recoleta, con entrada libre y gratuita. Filmes de Weneger, Tarkovsky, Santiago y tantos otros, pretenden contribuir a la difusión y revisión de obras que proponen una mirada diferente del mundo de la ciencia ficción y de su prima, la fantasía. Considerado tradicionalmente como un género menor, la ciencia ficción ofrece la posibilidad de confrontar al hombre con el mundo real y con sí mismo a través de la fantasía. Androides, naves espaciales y viajes temporales son sólo una excusa para explorar universos interiores y alternativos y para reflexionar sobre ciertas cuestiones con la objetividad –si es que existe– del que espía «desde afuera».
Algunas películas del género, como El Golem (Alemania, 1920), que abrirá el ciclo, inquietan por su carácter premonitorio. El filme de Carl Boesse y Paul Weneger, aborda la historia de un rabino que lee en las estrellas una señal sobre una catástrofe que asolará al pueblo judío. Al poco tiempo, el emperador alemán dará la orden de expulsar del país a los judíos. El rabino decide, entonces, crear una figura de barro que traerá la salvación. El Golem da cuenta del clima que comenzaba a gestarse en una Alemania asfixiada por la crisis financiera tras la Primera Guerra Mundial y que pretendía mantener cierta estabilidad democrática con la República de Weimar. Sin embargo, llama la atención la constatación histórica posterior del relato de ficción en el Holocausto. El guión, una adaptación de la novela homónima de Gustav Meyrink –escrita en 1915–, parece demostrar que los pensamientos que se transforman en palabras, cobran forma: la historia está inspirada en un mito judío centroeuropeo (relacionado con la doctrina cabalística), según el cual era posible animar una figura de barro colocando bajo su lengua palabras mágicas.
El domingo 5 de julio es el turno de Stalker (URSS, 1979), de Andrei Tarkovsky, que lleva hacia un lugar conocido en la ex Unión Soviética como La Zona, donde algunos años antes se estrelló un meteoro. El ingreso allí está prohibido, pero Stalker guiará a quienes se atrevan a aventurarse. El color, como derivado de la luz, es el gran protagonista dentro de La Zona, en contraposición con el mundo exterior: gris, absurdo y doloroso. Al ingresar en ese sitio inquietante todo está compuesto de colores y la búsqueda, orientada a hallar el color más primario, parece guiar a los protagonistas para develar el misterio de la luz propia.
Tarkovsky, un maestro de la búsqueda introspectiva, ya había causado estupor con Solaris (URSS, 1972), aunque con una dimensión más aterradora que en Stalker.
Aquel filme, que se exhibirá el 2 agosto, es una de las obras más crípticas y fascinantes de la historia del cine. Es un complejo drama psicológico protagonizado por un médico, enviado a la estación espacial que orbita sobre Solaris, planeta misterioso cubierto por agua, donde debe investigar la muerte de uno de los tripulantes y los desórdenes mentales que el lugar provoca en el resto de la tripulación.
Solaris parece tener algún tipo de inteligencia y pronto habrá sucesos que pondrán a prueba la experiencia profesional del doctor Kris Kelvin y su propia cordura. El argentino Hugo Santiago también tiene espacio en este ciclo. El 12 de julio se verá Invasión (Argentina, 1969), sobre un guión escrito por el director junto a los escritores Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares.
Es la leyenda de Aquilea, ciudad imaginaria, sitiada por enemigos vestidos de negro y defendida por unos pocos hombres, que luchan hasta el fin, comandados por un anciano, sin sospechar que su batalla es infinita. La película está cargada de tal valor premonitorio que su exhibición fue prohibida durante los años de la dictadura militar argentina (1976-1983). A 40 años de su estreno, sigue provocando estupor por su actualidad, que da lugar a distintas reinterpretaciones.
Más allá de los clásicos, el ciclo presentará cortometrajes y filmes recientes y uno en carácter de pre-estreno. La combinación de humor y ciencia ficción es posible. Lo demuestran las argentinas Mecano el Marciano (2002), de Juan Antín, y Tres minutos (2008), de Diego Lublinsky. También Cabeza de pescado (2008), de July Massaccesi, que se estrena en el marco de la reseña.
Fuente: Gacetilla. Aportado por Eduardo J. Carletti
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