Nuestra percepción de las emociones ajenas estaría profundamente relacionada con los gestos que vemos y asociamos a ellas. Así lo demuestran experimentos realizados por un equipo de psicólogos de distintas universidades del mundo. Sus implicaciones van desde simples malentendidos cotidianos, hasta la ansiedad social y los recuerdos de los testigos
El sentido común suele enunciar que «ver es creer». Una nueva investigación sugiere, a la inversa, que también «creer es ver»; al menos en lo que se refiere a percibir las emociones ajenas.
El descubrimiento fue realizado por un equipo internacional conformado por psicólogos de los Estados Unidos, Nueva Zelanda y Francia. Según ellos, la forma en que pensamos acerca de las emociones de otros condiciona nuestra percepción subsiguiente (y memoria) de sus expresiones faciales. Así, una vez que interpretamos y catalogamos un gesto ambiguo como si fuera enojo o felicidad, luego lo recordamos y vemos como tal.
El estudio, publicado en el número de septiembre de Psychological Science, «responde a la vieja pregunta: ¿vemos la realidad tal como es o lo que vemos está influenciado por nuestros preconceptos?», dice el coautor Piotr Winkielman, profesor de psicología en la Universidad de California (San Diego). «Nuestros hallazgos indican que lo que pensamos tiene un efecto notable sobre nuestras percepciones».
«Imaginamos que nuestras expresiones emocionales son formas inequívocas de comunicar cómo nos sentimos», dice el coautor Jamin Halerstadt, de la Universidad de Otago, en Nueva Zelanda. «Pero en interacciones sociales reales, las expresiones faciales son combinaciones de múltiples emociones, están abiertas a la interpretación. Esto significa que dos personas pueden tener diferentes percepciones sobre el mismo episodio emocional y, aún así, ambos estar adecuados a lo que vieron. Cuando mi esposa recuerda mi sonrisa como cinismo, ella está en lo correcto: su explicación en ese momento determina cómo la percibe. Pero también es verdad que, si ella se hubiera explicado mi expresión como empatía, yo no tendría que dormir en el sillón».
«Es una paradoja», añade Halberstadt. «Cuanto más buscamos sentido en las emociones ajenas, menos refinados somos recordándolas».
Los investigadores señalan que las implicaciones de los resultados van más allá de los malentendidos cotidianos. En especial para aquellos que tienen formas disfuncionales de entender las emociones, tal como individuos socialmente ansiosos o traumatizados. Por ejemplo, los socialmente ansiosos, tienen interpretaciones negativas de las reacciones de los demás que pueden teñir permanentemente sus percepciones de los sentimientos e intensiones. Perpetúan sus creencias erróneas aún al enfrentarse a evidencia de lo contrario. Otra aplicación de los descubrimientos incluye la memoria de los testigos: un testigo de un crimen violento puede atribuir malicia al perpetrador; una impresión que, de acuerdo a los investigadores, influirá en la memoria por la cara del perpetrador y la expresión emocional.
Los investigadores enseñaron fotografías de rostros a los participantes del experimento. Habían sido modificados por computadora para expresar emociones ambiguas y les pidieron que las distingan como de enojo o de felicidad. Luego les enseñaron películas de las caras cambiando lentamente de una expresión a otra y les pidieron encontrar la fotografía que habían visto originalmente. Las interpretaciones iniciales de las personas influenciaron sus memorias. Las caras inicialmente interpretadas como enojo fueron recordadas como expresando mayor enojo que las caras interpretadas inicialmente como alegría.
Más interesante aún, las caras confusas fueron percibidas de maneras diferentes. Midiendo sutiles señales eléctricas provenientes de los músculos que controlan la expresión facial, los investigadores descubrieron que al ver nuevamente las caras ambiguas, los participantes imitaron (sobre sus propias caras) la emoción que habían interpretado previamente. En otras palabras, al ver un gesto ya considerado como enojo, las personas expresaron mayor enojo que las personas que habían interpretado ese mismo gesto como feliz. Dado que es principalmente automática, escriben los investigadores, tal mímica facial refleja la forma en que es percibido el rostro ambiguo, y revela que los participantes estaban literalmente viendo expresiones diferentes.
«El descubrimiento novedoso», dice Winkielman, «es que nuestro cuerpo es la interface: el lugar donde se encuentran los pensamientos y percepciones. Respalda un área creciente de investigación sobre «conocimiento corporizado» y «emociones corporizadas». Nuestro ser corporal está íntimamente relacionado con cómo (y qué) pensamos y sentimos».
Fuente: EurekAlert. Aportado por Matías Buonfrate
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