Hace unos 12.800 años, cuando la Tierra se calentaba, saliendo de la última Edad de Hielo, un acontecimiento dramático y anómalo que se produjo abruptamente revirtió las condiciones climáticas de nuevo a un estado casi glacial. Según James Kennett, profesor emérito de Ciencias de la Tierra de la UC Santa Barbara, este cambio de clima se produjo fundamentalmente —y notablemente— en sólo un año, anunciando el inicio del episodio de enfriamiento Dryas Reciente
La causa de este enfriamiento se ha discutido mucho, sobre todo porque coincidió a la perfección con la extinción repentina de la mayoría de los grandes animales que habitaban entonces las Américas, así como la desaparición de la cultura Clovis prehistórica, conocidos cazadores.
«Entonces, ¿qué causó la extinción de la mayoría de estos grandes animales, como los mamuts, mastodontes, perezosos terrestres gigantes, camellos y caballos americanos, y los tigres dientes de sable?» se preguntó Kennett, señalando la evaluación de la importancia del cambio climático de Charles Darwin en 1845. «¿Estas extinciones fueron resultado de un exceso humano, el cambio climático o algún evento catastrófico?». El largo debate que se ha seguido, indicó Kennett, se ha visto estimulado recientemente por un creciente cuerpo de evidencia en apoyo de la teoría de que estuvo involucrado un importante evento de impacto cósmico, una teoría propuesta por el equipo de científicos que incluye al propio Kennett.
Ahora, en una de las investigaciones más completas relacionadas con el tema, el grupo ha documentado una amplia distribución de microesférulas distribuidas extensamente en una capa de más de 50 millones de kilómetros cuadrados en cuatro continentes, incluyendo América del Norte, incluyendo Arlington Canyon en la isla de Santa Rosa, en las Channel Islands. Esta capa —llamada en inglés Younger Dryas Boundary (YDB)— también contiene picos de cantidades de otros materiales exóticos, incluyendo nano-diamantes y otras formas inusuales de carbono tales como fullerenos, así como vidrio fundido e iridio. Esta nueva evidencia en apoyo de la teoría del impacto cósmico apareció recientemente en un artículo publicado en Proceedings of the National Academy of the Sciences.
Este impacto cósmico, dijo Kennett, provocó una importante degradación del medio ambiente en zonas extensas a través de numerosos procesos, incluyendo incendios forestales en todo el continente y un aumento importante en la concentración de polvo atmosférico que bloqueó el sol el tiempo suficiente como para causar una hambruna de los animales más grandes.
Investigando 18 sitios en América del Norte, Europa y el Medio Oriente, Kennett y 28 colegas de 24 instituciones analizaron las esférulas, unas esferas diminutas formadas por la fusión de las rocas y suelos que se enfriaron o apagaron rápidamente en la atmósfera. El proceso es resultado del enorme calor y las presiones en explosiones generadas por el impacto cósmico, algo similar a los producidos durante las explosiones atómicas, explicó Kennett.
Pero esférulas no sólo se forman por colisiones cósmicas. La actividad volcánica, los rayos, y los incendios en vetas de carbón puedan crear estas pequeñas esferas. Así que para diferenciar entre esférulas de impacto y las formadas por otros procesos, el equipo de investigación utilizó microscopía electrónica de barrido y espectrometría de energía dispersiva en cerca de 700 muestras de esférulas recogidas de la capa YDB. La capa YDB también se corresponde con el final de la era Clovis, y se asocia comúnmente con otras características tales como un «negro mate» superpuesto —una fina capa sedimentaria oscura y rica en carbono—, así como los conocidos materiales arqueológicos Clovis más recientes y restos de megafauna, y el abundante carbón, que indica la quema de biomasa masiva como resultado del impacto.
Los resultados, según Kennett, son convincentes. Los exámenes de las esférulas YDB revelaron que, mientras están en consonancia con el tipo de sedimento encontrado en la superficie de la tierra en sus zonas en el momento del impacto, son geoquímicamente diferentes de los materiales de origen volcánico. Las pruebas en su magnetismo remanente —el magnetismo restante después de la eliminación de una influencia eléctrica o magnética— también demostraron que las esférulas no podrían haberse formado naturalmente durante la caída de rayos.
«Debido a que las temperaturas necesarias para la formación de las esférulas de impacto son mayores que 2.200 grados Celsius, este hallazgo decarta todo, excepto un suceso de impacto de cósmico alta temperatura como mecanismo para la formación natural del sílice fundido y otros minerales», explicó Kennett. Los experimentos realizados por el grupo demostraron por primera vez que las esférulas ricas en sílice también pueden formarse por la incineración de las plantas a alta temperatura, tales como robles, pinos, y las cañas, debido a que se sabe que contienen sílice formado biológicamente.
Adicionalmente, de acuerdo con el estudio, las texturas de la superficie de estas esférulas son consistentes con las altas temperaturas e impactos de alta velocidad, y que a menudo se fusionan unas con otras. Se depositaron unos 10 millones de toneladas métricas de esférulas de impacto en nueve países de los cuatro continentes estudiados. Sin embargo, se desconoce la verdadera amplitud de lo esparcido en la capa YDB, lo que indica un impacto de grandes proporciones.
«En base a las mediciones geoquímicas y observaciones morfológicas, este trabajo ofrece evidencia convincente para rechazar hipótesis alternativas sobre que las esférulas YDB se formaron por la actividad volcánica o humanos, a partir de la acumulación natural de polvo espacial, la caída de rayos, o por la acumulación lenta geoquímica en los sedimentos», dijo Kennett.
«Esta evidencia sigue apuntando a un impacto cósmico como la causa principal de la trágica pérdida de casi la totalidad de los notables animales grandes americanos que habían sobrevivido a los esfuerzos de muchos períodos de la Edad de Hielo sólo para ser eliminado hace poco por este acontecimiento catastrófico. »
Fuente: EurekAlert. Aportado por Eduardo J. Carletti
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