Un equipo de investigadores de la Wake Forest University realizó una serie de experimentos sobre los mecanismos de defensa de esta polilla y arribó a la llamativa conclusión
La emisión de ondas electromagnéticas no es fácil para los seres vivos, salvo algún caso de bioluminiscencia. Además, al sistema nervioso de los animales le costaría calcular diferencias de distancia cuando está implicada la velocidad de la luz. Por eso los animales que han desarrollado algún sistema radar utilizan sonido en lugar de ondas de radio. Es similar al sonar empleado por los barcos y submarinos. Los animales típicos que usan ecolocalización y que nos vienen primero a la cabeza son los delfines y los murciélagos, ambos mamíferos.
Los murciélagos, que además trabajan de noche cuando no se puede ver, revolotean los cielos en busca de presas, pequeños insectos a los que comer. Gracias a los ultrasonidos que emiten y a su agudo sentido del oído pueden localizar esos insectos en total oscuridad al oír el eco rebotado sobre ellos y tener así la oportunidad de comérselos. Si uno de esos insectos es una gran y jugosa polilla el murciélago está de suerte, primero porque su gran tamaño produce un potente eco y segundo porque en caso de éxito es una comida formidable, bastante mayor que un mosquito. Pero la polilla hará lo que sea para evitar ser comida. De hecho, será la selección natural la que le dote de contramedidas y la haga evolucionar para evitar se cazada.
Desde que hace unos 500 millones años se inventara la depredación, y la fauna simple de Ediacara diese lugar a los complejos animales del Cámbrico, el ritmo de evolución se aceleró fuertemente. La depredación provoca una carrera de armamentos, la aparición de medidas y contramedidas que cambian la anatomía y el comportamiento de cazadores y presas.
Se sabe desde hace mucho tiempo sobre la capacidad de ecolocalización de los murciélagos, pero desde hace 40 los entomólogos estaban intrigados por unos enigmáticos clics que emite la polilla tigre, insecto que vive desde América Central hasta el Estado de Colorado en EEUU. Hasta ahora nadie había relacionado la ecolocación de los murciélagos con los clics de esta polilla.
Muchas polillas producen clics haciendo vibrar las membranas de sus abdómenes, pero el sonido producido por Bertholdia trigona es un orden de magnitud mayor en intensidad. Uno puede acercar el oído a uno de estos lepidópteros y escucharlo.
Los investigadores habían notado que las polillas que producían esos sonidos eran cazadas en menor medida que las que no los producen, pero la razón era desconocida. William Conner de Wake Forest University dice que había tres posibles explicaciones. Una dice que los clics distraen a los murciélagos, pero si así fuera el caso uno esperaría que los murciélagos aprendieran a ignorarlos. Otra hipótesis es que los clics sirven de señal de alarma al hacer saber al murciélago que la polilla tiene un sabor horrible, y este parece ser el caso de otra especie de polilla que produce sonidos de baja intensidad y es tóxica: Cycnia tenera. Otras polillas parecen imitar el sonido de esta última para defenderse. La tercera opción era que la emisión sonora de la polilla interfiriera en el sistema de ecolocación de los murciélagos, ya que los clics se dan a la misma frecuencia que los ultrasonidos emitidos por el mamífero.
Pese a lo que pueda parecer, los ultrasonidos no se transmiten bien por el aire, haciéndolo mejor por los sólidos. Sin embargo, para poder localizar un objeto, la longitud de onda tiene que ser de su mismo tamaño o menor, de otro modo sería invisible. Como la frecuencia y la longitud de onda son inversamente proporcionales para localizar un objeto pequeño, como un insecto, hay que utilizar ultrasonidos.
Conner y sus estudiantes de doctorado diseñaron un experimento para saber qué hipótesis era la correcta. Durante nueve noches expusieron a los murciélagos una serie de polillas suspendidas del techo por un fino sedal. Algunas de ellas eran ejemplares de Bertholdia trigona con sus aparatos de producir clics intactos, y otras a las que se les había extirpado. Finalmente había otras polillas pertenecientes a especies que no producen sonidos. Una cámara infrarroja se encargaba de registrar la acción.
Comprobaron que los murciélagos entraban en contacto con polillas no productoras de clics un 400% más frecuentemente que las polillas sonoras. Desde el principio los murciélagos iban tras las polillas productoras de sonido noche tras noche, pero fallaban en la etapa de aproximación. Las dos primeras hipótesis quedaban descartadas y la última opción sobre la interferencia parece ser la que mejor explica los resultados. Es la primera vez que se demuestra la existencia de una interferencia acústica en el mundo natural. El estudio se publica en la revista Science.
La manera en la que esos clics interfieren con el sistema de ecolocación está todavía sujeta a debate. Conner especula que la polilla imita los ecos creando una imagen acústica múltiple en el espacio que confunde al circuito neurológico dedicado a la ecolocación del murciélago.
Fuente: NeoFronteras. Aportado por Matías Buonfrate
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