Matemáticos e informáticos se ven involucrados en que se realicen posibles intrusiones generalizadas en la intimidad de los individuos
Hace dos semanas visité el departamento de informática del Instituto Tecnológico de Massachusetts buscando a un criptógrafo muy famoso. Mientras me abría paso a través del laberinto de despachos, vi un póster pegado a la pared, del tipo de los que sirven para informar o inspirar a los estudiantes. Era el código ético de la Asociación de Maquinaria de Computación (ACM por sus siglas en inglés), la mayor asociación profesional de informáticos del mundo.
El código es una lista de 16 «imperativos morales». Dos de ellos me llamaron la atención inmediatamente:
1.3 – Sé honrado y de fiar.
1.7 – Respeta la intimidad de los demás.
Esto me dio qué pensar. Parece que quienes se dedican a desencriptar códigos en la Agencia Nacional de Seguridad (NSA por sus siglas en inglés) —y probablemente los académicos que les ayudan— se están saltando de forma clara y dramática el código de conducta de su propia profesión.
En un principio podría parecer una nimiedad. Según documentos secretos filtrados por un antiguo contratista, Edward Snowden, la NSA ha estado reuniendo registros de las comunicaciones de todos los estadounidenses y también ha superado protocolos de encriptado de uso generalizado para poder leerlas.
Si, como señalan algunos, la NSA ha violado la ley y la constitución de Estados Unidos, ha cometido actos criminales mucho peores que pisotear un código de conducta voluntario. Por otra parte, si crees que el espionaje de la NSA se justifica para defender al país, entonces ¿a quién le importa una declaración moral tan piadosa?
Pero sí que importa. Importa porque construir una bomba atómica, o romper los cifrados más difíciles es algo que solo pueden lograr unos pocos expertos. Por lo tanto los expertos se enfrentan a dilemas morales especiales. Cómo los resuelven tiene que ver precisamente con un sentido de ética del grupo, del tipo que se hace patente en códigos de conducta o credos.
«Esto es algo que me parece realmente interesante», afirma Bruce Schneier, experto en seguridad informática que ha tenido acceso a algunos de los documentos de Snowden y se ha mostrado crítico con el Gobierno. «Los empleados de la NSA y sus empresas colaboradoras están violando ese código ético».
En realidad hay muchos académicos involucrados, aunque menos directamente. Y es porque la disciplina de la criptografía ya está altamente militarizada. En la actualidad, el Gobierno de Estados Unidos gasta 10.500 millones de dólares anuales en inteligencia de señales (unos 7.800 millones de euros) y emplea a 30.000 personas para hacerlo, según documentos presupuestarios filtrados por Snowden. Los investigadores universitarios son colaboradores habituales. Se toman años sabáticos con la NSA y consiguen financiación del ejército para trabajar en problemas interesantes. Muchos de ellos empezaron trabajando en proyectos del Gobierno.
No todas las disciplinas técnicas se enfrentan a este tipo de dificultades y algunas han tomado decisiones distintas. Algunos de los principales expertos en robótica me han comentado que se oponen a participar en la construcción de robots del tipo de Terminator (quizá por eso no hemos visto ninguno aún). Y en los laboratorios de biología estadunidenses te costaría encontrar a cualquiera haciendo investigación para hacer daño a otra persona, ya sea un terrorista o no. Simplemente no forma parte de la agenda. (En parte porque el Presidente Richard Nixon reveló y puso fin al programa de guerra bacteriológica de Estados Unidos en 1969).
Eugene Spafford, director ejecutivo del Instituto CERIAS en la Universidad de Purdue (EE.UU.) y miembro de la ACM, me avisó de que no hiciera juicios éticos simplistas. Dijo que si una persona se dedica a piratear ordenadores y robar mensajes para impedir un ataque terrorista, no violan necesariamente el código de la sociedad, que admite «distintas interpretaciones».
Efectivamente, el código afirma que «cualquier principio ético puede entrar en conflicto con cualquier otro principio ético en situaciones específicas». En otras palabras, la ética es relativa. Esta es la misma lógica que se aplica cuando se admite que un soldado mate en una guerra, a pesar de que hacer lo mismo entiempo de paz sea un crimen.
Y puede que por eso para los criptógrafos las líneas éticas son más borrosas. La creación de códigos y la ruptura de esos mismos códigos siempre han estado entrelazadas con la guerra y la diplomacia. Alan Turing, el brillante matemático que da nombre al principal premio anual de la ACM, por ejemplo, estuvo involucrado en el descifrado del cifrado Nazi Enigma durante la Segunda Guerra Mundial, lo que permitió a los aliados leer las comunicaciones alemanas.
Pero hay algo importante que ha cambiado desde aquellos tiempos. Antes, solo los diplomáticos y los espías usaban mensajes codificados. En la actualidad, todos lo hacemos. Cada Gmail que envías está encriptado, así como las llamadas por Skype. Por eso parece que la NSA se ha asegurado de que es capaz de desencriptar ese tipo de criptografía (ver «La filtración sobre la NSA no afecta a la matemática criptográfica, pero destaca puntos débiles conocidos»). Esta ruptura o descifrado del encriptado público es un nuevo peligro moral en el que han caído los expertos. Como ahora están desplegando tecnología para espiarnos a todos, ya no resulta tan fácil hacer un llamamiento a la seguridad nacional como carta moral.
Snowden, el chivato de la NSA que huyó a Rusia (donde aún sigue), ha explicado cómo tomó su «propia decisión moral de informar al público del espionaje que nos afecta a todos». Merece la pena leer su declaración pública. Snowden explica que escogió «transcender» la obediencia al Gobierno de Estados Unidos para poder seguir las reglas universales de la conducta humana.
No sé exactamente qué código ético sigue Snowden. La ACM, por respeto a la intimidad, no quiso decirme si es miembro o no de la asociación.
Fuente: Technology Review. Aportado por Eduardo J. Carletti
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