Hace 35 años, la Agencia Aeroespacial de Estados Unidos (NASA), lanzó las sondas Voyager (Viajero) 1 y 2 con la misión de explorar el Sistema Solar. Además de las cámaras y equipos de transmisión de señales que han estado revelando a los científicos los secretos de los planetas vecinos, a bordo de las sondas va una especie de cápsula de tiempo, un mensaje de la Tierra al más allá
Se trata de un disco fonográfico recubierto en oro que contiene grabaciones de música, sonidos, voces humanas e imágenes seleccionadas como un archivo de la diversidad de la vida y la cultura en la Tierra.
Los Voyager ya atravesaron el Sistema Solar, pero su tenue señal todavía sigue enviando información sobre el universo desconocido. Están a punto de penetrar el espacio profundo y no estrarán cerca de otro sistema planetario hasta dentro de otros 40.000 años y, para entonces, su rastro se habrá perdido.
Pero continuarán su eterno viaje con el disco dorado a bordo y la esperanza de que, tal vez dentro de millones de años, alguna inteligencia extraterrestre intercepte una de las naves y siga las instrucciones talladas en el propio disco para reproducir su contenido.
Misión sin fin
Las dos sondas espaciales Voyager fueron lanzadas en 1977. Curiosamente, Voyager 2 fue lanzada antes, el 20 de agosto, mientras que su hermana gemela despegó de Cabo Cañaveral, Florida, el 6 de septiembre.
El propósito principal era la exploración de los planetas Júpiter y Saturno pero, después de enviar detalladas imágenes de las lunas del primero y los anillos del segundo, la NASA extendió la misión.
Voyager 2 continuó hacia los gigantes gaseosos de Urano y Neptuno y, ahora, ambas sondas se encuentran en la región más apartada de lo que se conoce como la heliosfera, la frontera del territorio dominado por el Sol, a punto de entrar en el espacio interestelar.
Con cada una de las naves viaja un disco dorado que contiene grabaciones análogas de música de diferentes épocas y culturas de la Tierra, voces humanas, sonidos de la naturaleza e imágenes con la intención de plasmar y comunicar un retrato general de la vida en nuestro planeta a quien se atraviese con el disco.
Este proyecto, una especie de mensaje en una botella lanzada al océano estelar, estuvo dirigido por el conocido astrónomo estadounidense Carl Sagan -ya fallecido- que, con otro colega, su esposa, un artista y un periodista, se dieron a la tarea de seleccionar el material más representativo.
Consultaron con varias fuentes y expertos e, inevitablemente, hubo discusiones y largos debates sobre qué incluir.
«Lo más difícil fue qué dejar por fuera. Ese material es ilimitado», dijo a BBC Mundo Bill Nye, director ejecutivo de la Sociedad Planetaria, la mayor organización no gubernamental de interés espacial, fundada por Carl Sagan.
«Yo fui su alumno en clase de astronomía en la Universidad Cornell, en 1976, y el abordaba el tema del contenido todos los días», manifestó Nye. «De cuando en vez nos pedía que le sugiriéramos un tema».
Clásico vs. Rock
Aunque tenían una idea clara de qué querían incluir en el disco, el director de la Sociedad Planetaria comentó que habia una corriente con la idea que solo se podría incluir música clásica. «Música que había comprobado su valor con el paso del tiempo, venerada por su complejidad, elegancia y belleza inherente».
Es así como el disco contiene piezas clásicas como un movimiento del «Concierto de Brandenburgo» de Bach, arias de «La Flauta Mágica» de Mozart, la «Quinta Sinfonía» de Beethoven y el «Rito de Primavera» de Stravinsky.
No obstante, también se creía que había que reflejar la cultura popular que estaba de moda alrededor de la época cuando el Voyager se lanzó.
«Por eso nos preguntó qué canción de Chuck Berry sería apropiada para incluir en el disco», recordó Nye. «Nosotros dijimos ‘Johnny B. Goode’, que es la canción más emblemática del cantante».
En efecto, ese tema del famoso pionero del rock and roll es el que forma parte de ese repertorio musical cósmico.
También hay música popular y folclórica de diferentes países como una orquesta de gamelán de Java, gaitas de Azerbayán, un raga de India, percusión de Senegal y el canto de iniciación femenina de los pigmeos en los que es hoy la República Democrática del Congo.
América Latina también está presente con «El Cascabel», interpretado por Lonrenzo Barcelata y el Mariachi de México, quenas y tambores de Perú recopiladas por la Casa de la Cultura, en Lima, y otro tema peruano, un canto matrimonial.
Tecnología análoga
El disco, bañado en oro, tiene el tamaño de un ejemplar de vinilo convencional: 30 centímetro de diámetro. Está empacado en una carátula de aluminio e incluye su propia aguja con instrucciones rasgadas en la superficie dorada de cómo colocar la aguja en los surcos y hacer girar el disco a la velocidad ideal.
«Haber utilizado un método mecánico de grabación de sonido para transmitirle a un extraterrestre o alguna civilización extraña cómo éramos es demencia total o un golpe genial», expresó Nye de su antiguo profesor. «Esa era la tecnología del momento».
Un jóven de hoy en día, que escucha su música en reproductores MP3 y teléfonos inteligentes no se le ocurriría tener un fonógrafo giratorio para discos de vinilo. Eso pone en perspectiva cómo haría una inteligencia cósmica para tocar el disco.
«Cualquier extraterrestre podría hacerlo», afirmó Bill Nye con un poco de humor y le explicó a la BBC las ilustraciones que explican su uso: «Hay un átomo de hidrógeno -que tienen una resonancia natural- y hay una representación binaria de las vibraciones con lo que se puede deducir la velocidad del disco».
De las mismas instrucciones relacionadas a pulsares y la vibración del hidrógeno, más otros gráficos y símbolos científicos, el ser inteligente también podría rastrear la procedencia del disco hasta la Tierra, señaló Nye.
«Si lanzamos un mensaje en una botella al mar y alguien lo lee y contesta, es extraordinario», manifestó. «Pero, en realidad, estamos escribiendo el mensaje para nosotros mismos. Nos tomamos el tiempo para seleccionar cosas que son importantes para nosotros y ese es el valor de este proyecto».
«Lo mejor de nosotros»
Entre esas cosas importantes están los saludos y bienvenidas en 55 idiomas diferentes, incluyendo español, portugués y quechua, la risa humana, el canto de una ballena, de aves y otros animales, los sonido del mar y del viento, el chasquido de un beso.
El archivo sonoro está acompañado de 115 imágenes y diagramas que van desde las maravillas naturales hasta espectaculares construcciones de ingeniería y arquitectura, las siluetas de un hombre y una mujer embaraza, gente bebiendo, comiendo y lamiendo, instrumentos musicales, páginas de un libro, varias gráficas de la compleja estructura del ADN.
No hay, sin embargo fotos de la guerra, a pesar de ser una realidad de la humanidad, pues no querían enviar un mensaje que pudiera interpretarse como violento. Tampoco referencias a las religiones que pudieran comunicar divisiones o prejuicios.
«Lo extraordinario de la exploración espacial es que produce lo mejor de la humanidad», manifestó el científico. «Las naves Voyager fueron construidas por un puñado de personas, pero fueron apoyadas por una sociedad que pensó que esto haría buen uso de su intelecto y tesoro cultural».
Las naves Voyager se encuentran ahora en una misión interestelar, viajando en direcciones diferentes, a distancias de más de 18 mil millones de kilómetros en los lugares más recónditos de nuestro sistema.
Tienen suficiente combustible para ser impulsadas por lo menos hasta el año 2020. En unos 40.000 años, Voyager 1 pasará a unos 1,6 años luz de la estrella AC+793888 en la constelación
Camelopardalis. En unos 300.000 años, Voyager 2 pasará a 4,3 años luz de Sirius, la estrella más brillante en nuestro firmamento.
Seguirán flotando por la Vía Láctea a la espera de que alguien, o algo, las intercepte y pueda disfrutar del Disco Dorado de la Tierra y cuestionarse tal vez, «¿qué será ese rock and roll?».
«Una característica importante de estas misiones Voyager es que son inherentemente optimistas. Hemos hecho cosas buenas y tenemos un lado bueno que, quien quiera que encuentre esos discos, podrá llegar a comprender», concluyó Bill Nye.
Fuente: BBC Mundo. Aportado por Eduardo J. Carletti
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