Los primeros dos astronautas se despiertan en la cámara de hiper-sueño de una nave aparentemente abandonada. Rodeados de oscuridad y desorientados, el único ruido que oyen es el ronroneo de la panza de la nave. No recuerdan nada: ni quiénes son, ni cuál es su misión
El cabo Bower acaba de despertar de un prolongado sueño en su cámara de hibernación. Debido al largo letargo, le cuesta salir del estado de aturdimiento en el que se encuentra, pero poco a poco irá recobrando el sentido y recordando por qué se halla en un sitio tan inhóspito. El montón de chatarra que le rodea resulta ser una nave espacial de medidas colosales que por desgracia está prácticamente inoperante. Afortunadamente, el Teniente Payton acaba de despertar también, con lo que podrá ayudar al acongojado Cabo a la hora de averiguar qué es lo que ha pasado… y dónde está el resto de la tripulación.
Dennis Quaid se embarca en una odisea espacial: peligro. Que conste que un servidor poco o nada tiene en contra de este actor tejano. Los problemas los tengo con su currículum más reciente, porque la verdad es que se me hace muy difícil recordar una película memorable en la que él encabezara el cartel. Afortunadamente, no tienen que pasar demasiados minutos para darme cuenta de que el bueno de Dennis queda en un segundo plano (y como nunca está de más… no tengo nada en su contra, que vuelva a constar en acta). En esta ocasión los mandos de la nave los toma el joven Ben Foster, que cumple con buena nota, eso sí, pasando el peor rato de su vida.
Una nave intergaláctica que chirría por todos lados, fruto de la desatención sufrida durante un viaje que en principio debía prolongarse durante 120 años; unas horribles criaturas humanoides que campan a sus anchas dejando tras de sí un rastro de sangre y miembros amputados; imágenes dolorosas y algo repugnantes; un síndrome que agudiza la paranoia y las alucinaciones… y por si todo esto supiera a poco, el destino de la humanidad está en juego. ¿No se perciben los alienígenas babosos de Ridley Scott? Desde luego. ¿No se ve el Sol agonizante de Danny Boyle? También, también. ¿No llegan las malas vibraciones de la nave Horizonte Final (“curiosamente” concebida por Paul W. S. Anderson, que ahora ejerce de productor)? Sin duda. ¿No se nota aquella soledad asfixiante de la Luna de Duncan Jones? Bueno, aceptamos barco. Y la lista sigue.
Tenemos pues ante nosotros unos pasillos metalizados que nos conocemos como la palma de la mano, y unas amenazas que hemos combatido muchas veces antes. No obstante, Christian Alvart es capaz de crear un micro-universo asfixiante, bastante generoso en lo que a detalles se refiere… y en ocasiones aterrador. Porque a pesar de que casi todo parezca formar parte de un gran déjà vu, la opresiva aventura intergaláctica no deja por ello de suscitar un cierto interés. Buena culpa de ello es la táctica de la información fragmentada (servida en bandeja con la excusa de la recuperación paulatina de la memoria). Un recurso que, para no desentonar con el conjunto, ya ha sido empleado en innumerables películas, pero que igualmente es usado con sabiduría, ya sea para mantener en vilo al espectador, ya sea para poder trampear con la historia en algún que otro momento.
O ya sea para darnos cuenta que lo verdaderamente atractivo lo encontramos en una dimensión espacio-temporal distinta a la que contiene la acción central. Así, me atraen mucho las dramáticas circunstancias de crisis malthusiana que motivan la misión espacial, y veo con buenos ojos los delirios de divinidad relatados a modo de cuento siniestro. Es la importancia de detalles como estos la que consigue tapar los numerosos agujeros negros del filme. Porque más que quedarme por ejemplo con unos monstruos que parecen deshechos de las tribus urbanas de ‘The Warriors’; más que quedarme con los ridículos personajes secundarios, me quedo con la impresión que ‘Pandorum’ es una cinta fácilmente olvidable, pero a la vez un relato de terror / ciencia-ficción entretenido y bastante decente.
VIDEO: ESPERE UN MOMENTO MIENTRAS SE CARGA |
Fuente: El Séptimo Arte. Aportado por Eduardo J. Carletti