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30 años del SETI: el instituto celebra tres décadas sin hallar vida alienígena

La constatación de la paradoja de Fermi, junto con la probabilidad muy baja de que comenzaran a producirse visitas alienígenas justo en el momento en que el ser humano comenzaba a esperarlas, impulsó a varios científicos a concebir la idea de buscar activamente las posibles huellas de vida extraterrestre inteligente. Los radiotelescopios comenzaron a barrer las estrellas en busca de señales. En unos años se acuñaba el término SETI, siglas en inglés de Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre

Un mediodía de verano de 1950, cuatro físicos se encaminaban a Fuller Lodge, el pabellón comedor del laboratorio de Los Álamos (Nuevo México, EE UU), donde unos años antes se había gestado la bomba atómica bajo el nombre en clave de Proyecto Manhattan. Enrico Fermi, Emil Konopinski, Edward Teller y Herbert York charlaban animadamente sobre los platillos volantes, un fenómeno nuevo por entonces y al que aún no se había rebautizado con el acrónimo ovni (UFO en inglés). Konopinski recordó una viñeta en la revista The New Yorker en la que se culpaba humorísticamente a los hombrecillos verdes de la extraña desaparición de los cubos de basura en las calles de Nueva York. Los científicos se sentaron a la mesa y conversaron por los derroteros de la existencia de vida alienígena, hasta que Fermi interrumpió para preguntar: “Pero ¿dónde está todo el mundo?”.

Aquella observación intrascendente dio lugar a innumerables y sesudos estudios teóricos sobre lo que desde entonces se denomina la Paradoja de Fermi. Según el razonamiento del físico, de existir otras civilizaciones tecnológicas en el universo, haría mucho tiempo que nos habrían invadido. Pero es evidente que no ha sido así. La constatación de esta paradoja, junto con la escasísima probabilidad de que tales visitas alienígenas comenzaran a producirse justo en el momento en que el ser humano comenzaba a esperarlas, impulsó a varios científicos de la época a concebir la idea de buscar activamente esas posibles huellas de vida extraterrestre inteligente. Una década más tarde, los radiotelescopios comenzaron a barrer las estrellas en busca de señales. En unos años se acuñaba el término SETI, siglas en inglés de Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre.

La década de 1970 fue pródiga en estos esfuerzos. Los programas SETI seducían a los gobiernos y entre el público cundía la sensación de que algo estaba a punto de ocurrir; un informe de la época hablaba de un “clima de creencia”. A ello contribuía la cultura popular a través de los ejemplos del cine, como el retrato realista de un primer contacto que Steven Spielberg proponía en Encuentros en la tercera fase (1977), o la versión más familiar del mismo director en E. T. el extraterrestre (1982). Sin embargo, los años pasaron, y el esperado anuncio del primer encuentro no llegó. En EE UU comenzaron a aflorar las críticas al gasto público en busca de los “hombrecillos verdes”, y el interés popular decayó por la falta de resultados.

INDICIOS PROMETEDORES

Aunque en las últimas décadas han sido varios los programas SETI que han rastreado el cielo en busca de señales, entre ellos destaca la institución que hizo de este esfuerzo su razón de ser: el 20 de noviembre de 1984, hace 30 años, nacía en Mountain View (California) el Instituto SETI. Esta organización privada y sin ánimo de lucro fue fundada por el empresario Thomas Pierson y la astrónoma Jill Tarter, que sirvió de modelo para el personaje interpretado por Jodie Foster en la película Contacto (1997).

Precisamente el astrofísico y divulgador Carl Sagan, autor de la novela que dio pie a la película, fue uno de los impulsores del Instituto SETI. Junto a él se sumaron fundadores de compañías como Hewlett-Packard, Intel o Microsoft, además de dos premios Nobel y otros científicos. Desde su fundación, el Instituto SETI ha administrado más de 250 millones de dólares en fondos para investigación y por él han pasado más de 700 empleados. Actualmente da trabajo a más de 130 personas y recibe financiación pública y privada de diferentes instituciones.

Sin embargo, hasta ahora la búsqueda de inteligencia extraterrestre no ha obtenido fruto, a pesar de que hubo indicios prometedores. Probablemente el más conocido, anterior a la fundación del Instituto SETI, es la llamada Señal Wow!, detectada el 15 de agosto de 1977 por el radiotelescopio Big Ear de Ohio (EE. UU.). Aquel día la antena captó una fuerte emisión de radio procedente de la constelación de Sagitario, en la vecindad de la estrella Tau Sagittarii. Lo más intrigante de la señal, que superaba en 30 veces el ruido de fondo, es que su frecuencia estaba muy próxima a la línea espectral del hidrógeno, el elemento más simple y abundante del cosmos. A menudo los astrónomos han propuesto que este valor podría servir como saludo universal para identificar una señal enviada deliberadamente.

Hoy aún se ignora cuál fue el origen de la Señal Wow!, y si realmente se debía a una civilización extraterrestre. Nunca ha vuelto a repetirse. “El radiotelescopio que la detectó buscó de nuevo automáticamente un minuto después, pero no la encontró, y otros sistemas miraron a la misma porción de cielo sin detectar nada”, expone a El Huffington Post el astrofísico David Black, presidente y consejero delegado del Instituto SETI. “Es imposible saber con certeza a qué se debió una señal aislada, así que ahora no estamos más cerca, y sospecho que nunca lo estaremos, de saber qué la causó”, añade Black.

Para el astrónomo y divulgador Seth Shostak, que lidera la investigación SETI en el instituto, el caso “más emocionante” fue una señal captada en 1997 durante el que ha sido hasta ahora el esfuerzo más ambicioso en la búsqueda de inteligencia extraterrestre: el Proyecto Phoenix. “Durante casi un día, estuvimos persiguiendo una señal que parecía real”, resume Shostak. “No lo era: se trataba de una interferencia de un satélite de investigación europeo y estadounidense llamado Soho. Pero fue un muy buen simulacro de lo que realmente ocurriría si captáramos una emisión extraterrestre”.

VIDA EN EL SISTEMA SOLAR

Como otros expertos, Shostak confía en la lógica estadística para defender la existencia de vida extraterrestre: “Dado que deben de existir al menos 10.000 millones de planetas habitables en nuestra galaxia, parece poco probable que este sea el único mundo donde la biología haya comenzado”. “Mi suposición (y es solo eso) es que primero encontraremos pruebas de vida (viva o muerta) en nuestro propio Sistema Solar”, prosigue el astrónomo. “Quizá en Marte, o puede que en una de las lunas del exterior del Sistema Solar (Encélado, Titán o Europa)”.

En esta búsqueda de vida simple en nuestra vecindad el Instituto SETI también está magníficamente posicionado, ya que la búsqueda de civilizaciones alienígenas solo ocupa a una de sus tres unidades, el Centro de Investigación SETI que dirige Shostak. La línea SETI es además la única que se financia enteramente con fondos privados, incluyendo la construcción del instrumento estrella, las 42 antenas de la Matriz de Telescopios Allen (ATA, por sus siglas en inglés).


Allen Telescope Array (ATA), conjunto de radiotelescopios del Instituto SETI dedicados a buscar señales de civilizaciones alienígenas

El instituto comprende además el Centro de Educación y Divulgación Pública, encargado de tareas formativas y divulgativas como acercar a los docentes a la investigación practicada a bordo de los aviones-observatorios KAO y SOFIA. La tercera unidad es el Centro Carl Sagan para el Estudio de la Vida en el Universo, que se ocupa de astrofísica, astrobiología y ciencia planetaria.

En sus 30 años de existencia el instituto ha participado en numerosas misiones al espacio, entre las que Black destaca el telescopio espacial Kepler de la NASA, especializado en la búsqueda de exoplanetas. “Más de la mitad del personal científico y de datos del Kepler son empleados del Instituto SETI, y también lo es el autor principal del descubrimiento de un planeta similar a la Tierra en la zona habitable de una estrella [el planeta Kepler-186f, publicado este año en la revista Science]”. En cuanto a la línea de biología, “el personal del instituto es una de las mayores, si no la mayor, colección de científicos investigando en astrobiología”, según Black.


Dibujo del planeta Kepler-186f, descubierto este año con la participación del Instituto SETI y el que más papeletas tiene para albergar vida

EN BUSCA DE E.T.

Uno de esos astrobiólogos es Alfonso Dávila, uno de los dos investigadores españoles del Instituto SETI. Dávila es un biólogo marino que trabajó en el Centro Ames de la NASA antes de ingresar en 2009 como investigador principal en el SETI. Allí se dedica a estudiar los microorganismos que viven en ambientes extremos de la Tierra, como el desierto chileno de Atacama o los Valles Secos de la Antártida, y que podrían asemejarse a los que quizá habiten en otros lugares del Sistema Solar. Como Shostak, Dávila se agarra al argumento probabilístico para confiar en que la búsqueda de vida extraterrestre se verá algún día coronada por el éxito. “Sabemos que aproximadamente el 1% de los planetas de nuestra galaxia son habitables”, señala. “Si solamente el 1% de esos planetas habitables está realmente habitado, todavía estamos hablando de decenas de millones de planetas. Y eso es solamente en nuestra galaxia, que es una de miles de millones en el universo”, razona el astrobiólogo. “El escenario más plausible es que la vida es un fenómeno común en el universo. Apostar a que ninguno de esos planetas está habitado, aunque sea por microorganismos, es una forma casi segura de perder dinero”, concluye Dávila.







De parecida opinión es el físico Pablo Sobrón, que anteriormente trabajó en la Agencia Espacial Canadiense y que como investigador principal del Instituto SETI desde 2012 desarrolla instrumentos y métodos de utilidad en astrobiología; es decir, tecnologías de detección de vida. “Los últimos resultados científicos sugieren la existencia de numerosos entornos habitables en nuestro Sistema Solar y en otros sistemas planetarios de nuestra galaxia”, valora Sobrón. El científico participa en varias misiones de exploración robótica a Marte, incluyendo Curiosity y Mars 2020 de la NASA, así como ExoMars de la Agencia Europea del Espacio (ESA). Algunas de estas misiones tienen como objetivo la búsqueda de testimonios de actividad biológica pasada o presente en el planeta vecino. Pero Marte no es el único candidato para la vida en el Sistema Solar. Al igual que Shostak, Sobrón menciona las interesantes posibilidades de los océanos en satélites como Europa (Júpiter) y Encélado (Saturno) y ,en concreto, de unos accidentes submarinos llamados chimeneas hidrotermales que pudieron actuar como cunas de la vida en la Tierra. “Varios grupos de investigación (incluido el mío) y la NASA estamos estudiando conceptos de misiones para explorar estos océanos planetarios”, dice el físico.

La buena noticia es que los científicos sitúan este primer hallazgo de vida, en principio simple y microscópica, en un horizonte cercano. Shostak lanzó hace tiempo la apuesta de que se lograría en un par de docenas de años. Dávila, por su parte, apunta con ironía: “Asumiendo el ritmo actual de inversión en ciencia y tecnología, en los próximos 10 ó 20 años vamos a demostrar inteligentemente que existe vida sencilla más allá de nuestro planeta”. Además de una posible detección directa de microorganismos pasados o presentes en el Sistema Solar, hoy la tecnología de los telescopios permitiría reconocer la existencia de vida en un planeta lejano, a través de la firma biológica que los organismos habrían dejado en su atmósfera. Y esto dispara las posibilidades de éxito.

SEGUNDO GÉNESIS

Pero si el hallazgo de microbios extraterrestres sería científicamente revolucionario y atraería el interés momentáneo del público, ni de lejos igualaría el impacto social que supondría la confirmación de que existen otros seres inteligentes ahí fuera. ¿Debemos renunciar a esta esperanza? “Muchos opinan que la inteligencia es un recurso limitado en el universo”, sugiere Dávila. Pero Shostak no desespera: “Nuestros experimentos SETI podrían triunfar en cualquier momento”. El presidente del instituto se muestra cauto, pero confiado en las posibilidades de la tecnología actual: “Mi impresión personal es que podríamos detectar la presencia de una sociedad técnica compleja sin captar una señal; podríamos inferir su presencia por lo que hacen a su planeta”, dice Black. En resumen, son pocos los que apostarían por el escenario de un “primer contacto” como algo plausible a corto plazo.

Con todo, incluso aunque la única vida alienígena que llegara a descubrirse fuera microscópica, la repercusión de un hallazgo como éste sería inmensa si se demostrara que su origen es diferente del nuestro. El motivo es que hasta ahora solo podemos asegurar que la vida ha nacido una única vez en el universo. Ni siquiera en la Tierra, donde obviamente las condiciones son propicias para la biología, se ha conseguido confirmar lo que se conoce como un segundo Génesis; es decir, un proceso de aparición de vida independiente del que dio origen a todos los organismos terrestres que conocemos. En 2011, un equipo de científicos de EE UU, con la participación de la NASA, describió una bacteria que aparentemente podía crecer utilizando arsénico en lugar de fósforo, lo que apuntaba a una química diferente de la que sostiene la vida terrestre tal como la hemos conocido hasta ahora. El hallazgo, publicado en la revista Science, fue saludado como el segundo Génesis que estábamos esperando. Pero finalmente todo quedó en nada cuando el estudio fue refutado dos años más tarde.







Los científicos aún confían en que esta vida alternativa pueda encontrarse en nuestro Sistema Solar. De confirmarse algún día este segundo Génesis, el hallazgo equivaldría a demostrar que la vida puede surgir en cualquier lugar donde las condiciones sean las adecuadas. Esto implicaría la consecuencia natural de que no hubiera solo dos Génesis, sino millones, o miles de millones, y que al menos alguno de ellos hubiera podido evolucionar hacia la aparición de organismos con capacidad tecnológica. De ser así, como suele decirse, habría que volver a la pizarra. Porque de confirmarse que existe vida simple, y de asumirse que la vida simple evoluciona a vida compleja, y esta a vida inteligente aunque sea en una minúscula proporción, aún tendríamos más motivo para preguntarnos: ¿dónde está todo el mundo?

Fuente: The Huffington Post. Aportado por Eduardo J. Carletti

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Una estrella descomunal y explosiva

Carina, nombre latino de ‘la Quilla del barco’, es una constelación del hemisferio austral que contiene algunas de las estrellas más notables del firmamento. La de mayor brillo aparente de la constelación, Canopo, es la segunda más brillante del cielo (tras Sirio). Esta constelación contiene, además, otras estrellas que son menos brillantes a simple vista pero que tienen una luminosidad intrínseca enorme. Entre estas últimas destacan dos variables azules, Eta Carinae y AG Carinae, que se encuentran entre las estrellas más masivas y luminosas de las conocidas

AG Carinae ha sido observada recientemente con el telescopio espacial Hubble. Esta estrella se encuentra en una región muy distante de la Vía Láctea, a unos 20.000 años luz de distancia de la Tierra, por lo que a pesar de ser un millón de veces más luminosa que nuestro Sol, la estrella apenas resulta visible para el ojo desnudo.

En las nuevas imágenes, en la posición de la estrella aparece una gran mancha central y un aspa, no se trata de la estrella en sí, sino de formas artificiales creadas en el sistema óptico del telescopio. Sin embargo, las nebulosidades que rodean a la estrella sí que son reales, se trata de material que fue arrojado en el pasado por la propia estrella y que está siendo arrastrado ahora por los violentísimos vientos que proceden de la misma.

Esta nebulosidad que rodea a AG Carina comenzó a formarse con las primeras eyecciones de la estrella que tuvieron lugar hace tan sólo unos 10.000 años. La masa nebular se encuentra en torno a unas 30 masas solares.

Variables, luminosas y azules

Las velocidades de las eyecciones de materia en las estrellas luminosas azules pueden alcanzar los 7 millones de kilómetros por hora; además, tales velocidades de eyección no son constantes, sino que pueden cambiar entre un episodio y otro de pérdida de masa estelar.

La colisión entre diferentes capas de materia eyectadas a diferentes velocidades crea potentes ondas de choque que comprimen y calientan el gas. También en estas colisiones se crean caprichosas formas nebulares con una estructura principalmente radial que son iluminadas desde la estrella central. Se origina así la bella estructura simétrica que muestran las imágenes de AG Carinae.

La masa de AG Carinae es unas 50 veces mayor que la del Sol y su temperatura superficial alcanza los 17.000 grados. Estas estrellas tan masivas evolucionan muy rápidamente pues las presiones y temperaturas que se alcanzan en sus interiores son muy extremas y, por ello, las reacciones nucleares suceden mucho más aprisa que en una estrella pequeña. Esta rápida evolución crea grandes inestabilidades que hacen que la estrella muestre un brillo variable y oscilante.

Su carácter tan energético y violento hace que su color sea predominantemente azul. Por todo ello, estas estrellas tan jóvenes y masivas se conocen como Variables Luminosas Azules (LBV por sus siglas en inglés). Al vivir tan poco tiempo, son estrellas muy raras, apenas se conocen un par de docenas. En su evolución subsiguiente acaban formando supernovas o estrellas extremadamente calientes de las denominadas Wolf-Rayet, en que perduran los violentos vientos. Se piensa que AG Carinae se encuentra en una rápida metamorfosis desde su estado actual de supergigante azul (LBV) al estado de Wolf-Rayet.

 

 

También interesante

  • La estrella más luminosa de la Vía Láctea es Cygnus OB2 12, una hipergigante azul 6 millones de veces más luminosa y 110 veces más masiva que el Sol.

  • Eta Carinae, también en la constelación de la Quilla, es la tercera estrella más luminosa de nuestra galaxia. Es una variable luminosa azul 5,5 millones de veces más luminosa y unas 120 veces más masiva que el Sol.
  • Las estrellas Wolf-Rayet deben su nombre a los astrónomos franceses Charles Wolf (1827-1918) y Georges Rayet (1839-1906) quienes descubrieron las tres primeras estrellas de este tipo en el Observatorio de París en 1867.

Fuente: Sinc. Aportado por Eduardo J. Carletti

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Investigadores definen los contornos de un gigantesco conjunto de galaxias al que pertenece la nuestra, la Vía Láctea

Un equipo internacional de astrónomos dirigido por R. Brent Tully, de la Universidad de Hawái en Manoa, ha establecido los contornos del inmenso supercúmulo de galaxias que contiene a la nuestra

Las galaxias no están distribuidas al azar en todo el Universo, sino que forman parte de una especie de juego cósmico de muñecas rusas. Se encuentran en grupos, como el nuestro, el Grupo Local, que contiene docenas de galaxias, unas veinte, y en cúmulos masivos, donde hay cientos de galaxias, todas interconectadas en una red de filamentos en el que las galaxias se ensartan como perlas. Cuando estos filamentos se entrecruzan, aparecen estructuras colosales, llamadas «supercúmulos». Estas estructuras están interconectadas, pero sus límites no siempre están bien definidos.

Ahora, un equipo internacional de astrónomos dirigido por R. Brent Tully, de la Universidad de Hawái en Manoa, ha establecido los contornos del inmenso supercúmulo de galaxias que contienen a la nuestra, la Vía Láctea. Han nombrado al supercúmulo «Laniakea», que significa «cielo inmenso» en hawaiano, en honor a los navegantes polinesios que utilizaban sus conocimientos sobre el cielo para viajar a través de la inmensidad del Océano Pacífico. La investigación aparece publicada en la revista Nature, que le ha dedicado su portada.

«Por fin se han establecido los contornos que definen el supercúmulo que podemos llamar hogar», dice Brent Tully. «Esto no es diferente de descubrir por primera vez que tu ciudad natal es en realidad parte de un país mucho más grande que limita con otras naciones».

Los investigadores han propuesto una nueva manera de evaluar estas estructuras a gran escala mediante el examen de su impacto sobre los movimientos de las galaxias. Una galaxia entre dos de estas estructuras queda atrapada en un tira y afloja gravitacional en el que el equilibrio de las fuerzas de las estructuras a gran escala que la rodean determina su movimiento. Mediante la cartografía de las velocidades de las galaxias a lo largo de nuestro universo local, para lo que se utilizó el Green Bank Telescope (Virginia occidental, EE.UU.) y otros radiotelescopios , el equipo fue capaz de definir la región del espacio donde domina cada supercúmulo.

 

 

Nuestro barrio, en las afueras

¿Y dónde estamos nosotros? La Vía Láctea reside en las afueras de uno de estos supercúmulos, cuya medida han mapeado cuidadosamente por primera vez los investigadores utilizando estas nuevas técnicas. Este supercúmulo «Laniakea» tiene 500 millones de años luz de diámetro y contiene la masa de cien mil millones de millones de soles en 100.000 galaxias.

Este estudio aclara el papel de la Gran Atractor, un problema que ha mantenido ocupados a los astrónomos desde hace 30 años, una gigantesca atracción gravitatoria capaz de mover hacia sí mismo miles de galaxias como si fueran planetas alrededor del Sol. Dentro del volumen del «Laniakea», los movimientos se dirigen hacia el interior, de la misma forma que las corrientes de agua siguen trayectorias descendentes hacia un valle. La región del Gran Atractor es un gran valle gravitacional de fondo plano con una esfera de atracción que se extiende a través de todo el supercúmulo.

Fuente: ABC y otros sitios. Aportado por Eduardo J. Carletti

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