El tiempo se detuvo en la cueva cántabra de El Soplao hace 110 millones de años. El ámbar en el que quedó preservado una larva de insecto ha permitido a la naturaleza conservar una fotografía del pasado y revelar que ya durante el Cretácico, estas criaturas se camuflaban de una manera similar a la que lo hacen algunas especies que viven en la actualidad
Aunque el hallazgo de esta larva de apenas 4 milímetros y cubierta con restos vegetales se produjo en el 2008 en la cueva cántabra, recién ahora sus descubridores han revelado que se trata de la prueba más antigua de camuflaje de insecto encontrada hasta ahora. Los detalles de su estudio se publican esta semana en Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS), en un artículo que firman conjuntamente científicos de la Universidad de Barcelona, del Museo Geominero del IGME, del Museo Nacional de Ciencias Naturales (CSIC) y de la Universidad de Kansas (EEUU).
«El más antiguo ejemplo fósil antes de este descubrimiento tenía una edad de unos 44 millones de años (ámbar Báltico, periodo Eoceno), por lo que hemos dado un salto de más de 60 millones de años», explica Enrique Peñalver, investigador del IGME y coautor de este estudio.
La especie fósil era desconocida para los científicos, que la han bautizado como Hallycinochrysa diogenesi o crisopa alucinante de Diógenes. Su nombre hace referencia a su aspecto y al síndrome de Diógenes, un trastorno de comportamiento que lleva a las personas que lo sufren a acumular grandes cantidades de basura y de artículos sin utilidad.
Estrategia de supervivencia
En este caso, la basura que camufla al animal está compuesta por tricomas, es decir, pequeños pelos vegetales que crecen en la planta como si fueran apéndices y que desempeñan diferentes funciones, como absorber agua, regular la temperatura o dispersar las semillas. Los investigadores han averiguado que los restos vegetales corresponden a helechos.
Según explican, la larva depredadora iba recolectando con su mandíbula la maraña de pequeños filamentos que la cubren, con el objetivo de ser confundida con su entorno y mantener alejados a sus depredadores. Esta estrategia de supervivencia, conocida como transporte de basura (‘trash-carrying’ en inglés) se sigue utilizando en la actualidad para esconderse de los depredadores o poder pillar por sorpresa a potenciales presas.
Los científicos consideran, por tanto, que el comportamiento del camuflaje y las adaptaciones necesarias para conseguirlo aparecieron de forma muy temprana en los insectos.
«Incluso los insectos más pequeños deben protegerse de depredadores, de los cuales también los hay muy pequeños, por lo que a su escala el camuflaje es eficaz. Este camuflaje de cubrirse con basura en insectos sólo se da en las larvas, nunca en los adultos. En la actualidad, el camuflaje no es frecuente, aunque en el grupo de los crisópoideos, al que pertenece la larva fósil encontrada, es frecuente», afirma Peñalver a través de un correo electrónico.
Beneficio mutuo
La criatura preservada en ámbar que se describe en este estudio representa también un nuevo género. Aunque su aspecto era diferente al de las actuales crisopas verdes, su comportamiento guardaba similitudes. Las larvas de crisopas verdes contemporáneas acumulan restos animales y vegetales de todo tipo, aunque los sujetan con unos pequeños muñones con pelos que tienen en el dorso. La larva fosilizada, sin embargo, tenía largos túbulos con muchos pelos terminados en forma de trompeta, que actuaban como un ancla que impedía que la basura se desprendiera al moverse.
Los investigadores han reconstruido el aspecto que debía tener: «En la reconstrucción se ve la larva, no el adulto. La larva tiene unos largos túbulos en el dorso con los que retenía las estructuras vegetales para camuflarse, y unas grandes mandíbulas. Los adultos serían un poco más grandes y con grandes alas muy delicadas con muchas venas», añade el científico.
También destacan la estrecha relación que ya existía entre las plantas y los insectos, pues ambos se veían beneficiados de su colaboración. Por un lado, el helecho aportaba a la larva tanto un hogar como basura para camuflarse, mientras que el insecto mantenía al helecho libre de plagas.
Yacimiento de ámbar
El yacimiento de ámbar de El Soplao es una auténtica mina para los paleontólogos. Es el más abundante de la Era Mesozoica de Europa y ha permitido descubrir nuevas especies de insectos fosilizados. El ámbar es la resina fosilizada de plantas que vivieron hace millones de años. Desde julio de 2008, cuando se anunció el descubrimiento del yacimiento paleontológico de ámbar de Rábago/El Soplao, se han llevado a cuatro excavaciones.
Las investigaciones están siendo realizadas por un equipo formado por científicos de diferentes centros, como el Instituto Geológico y minero de España (IGME), la Universidad de Barcelona, la Universidad de Lyon, la Universidad del País Vasco, el Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y el Centro de Astrobiología (INTA-CSIC).
«En el ámbar de El Soplao se están encontrando muchos insectos fosilizados. Se trata de un depósito muy espectacular. Los insectos hallados en El Soplao tienen la misma edad y este es el único encontrado camuflándose de esta forma», detalla Enrique Peñalver.
En mayo de este año, un equipo de investigadores del Instituto Geológico y Minero de España (IGME) publicó otro estudio sobre el hallazgo en el yacimiento de Peñaferrada (Álava) de pequeños insectos cargados de polen que habían quedado atrapado en ámbar. Los fósiles, que constituyeron la prueba más antigua de polinización, también tenían unos 110 millones de años de antigüedad.
Fuente: El Mundo. Aportado por Eduardo J. Carletti
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