El escritor Ciencia ficción es sinónimo de futuro, ciencia y tecnología. William Gibson (Conway, Carolina del Sur, 1948) inventó hace treinta años el término ciberespacio en su novela Neuromante, cuya primera frase le persigue allá donde va. Dice: «El cielo sobre el puerto tenía el color de una pantalla de televisor sintonizado en un canal muerto»
Neuromante era su primera novela. Pintaba un 2030 hiperurbano, negro y con una realidad alternativa virtual omnipresente, y fue el primer título que ganó los tres grandes premios del género: el Nebula, el Philip K. Dick y el Hugo.
De hablar pausado, Gibson ha participado en la quinta edición de Gutun Zuria, el Festival Internacional de las Letras de Bilbao, celebrado en La Alhóndiga.
– ¿Qué tal compagina William Gibson su actividad en el mundo físico con la del ciberespacio?
Hace muy poco que el ciberespacio ha empezado a colonizar nuestro mundo físico. Y lo está haciendo de un modo que yo no había previsto. Nuestros nietos encontrarán sorprendente y paradójica nuestra insistencia en diferenciar el mundo virtual y el físico. Para ellos, esa distinción será meramente académica. Con la evolución de la tecnología, los dispositivos de acceso a la Red serán cada vez más transparentes, hasta llegar a ser invisibles, y se desdibujarán los límites entre esos dos mundos.
– ¿Llevaremos pronto el ciberespacio en la cabeza en forma de implantes?
No va a ser necesario. En los años 90 vimos fotos de gente con cascos de realidad virtual; pero no tuvieron éxito. Los juegos de ordenador han llegado a ser tan rápidos y realistas que te metes en ellos sin necesidad de meterte realmente en ellos. Los dispositivos serán prácticamente invisibles: estarán contigo y los usarás. Puede que tengas un chip en las gafas; pero no en el cerebro porque, además, eso es primitivo y nada elegante. En el futuro, nadie necesitará algo así y todos estaremos permanentemente conectados, salvo que alguien quiera de vez en cuando tomarse unas vacaciones.
– Usted (@GreatDismal) colgó en Twitter su primera impresión sobre el Guggenheim de Bilbao mientras lo visitaba. ¿No tiene miedo a la pérdida de privacidad en las redes sociales, a que la gente sepa dónde está y qué hace?
No siento ninguna pérdida de privacidad. Cuando digo algo públicamente, sé que lo digo públicamente. Afortunadamente, todavía tus seguidores de Twitter no tienen la posibilidad de saber dónde estás realmente. Puedo estar mintiendo. Puedo decir que estoy en Bilbao en el Guggenheim y estar, en realidad, en mi casa de Vancouver.
Futuro presente
– Antes ha hablado del realismo en los juegos. Paradójicamente, Second Life fue con sus vistosos gráficos un fracaso estrepitoso mientras que Twitter, que es solo texto, es un éxito.
Predecir el futuro es imposible. Quienes desarrollan la tecnología nunca saben para qué va a acabar usándola la gente hasta que se distribuye masivamente. Quien inventó el teléfono móvil nunca pudo imaginar, por ejemplo, los cambios que iba a suponer para el tráfico de drogas. Cualquier avance lo primero que se intenta aplicar es a la pornografía, cuando originalmente no se ha pensado para eso.
– ¿No le da la impresión de que el futuro está cada vez más cerca?
Como están continuamente emergiendo nuevas tecnologías, hace tiempo que vivimos en un cambio constante y en una realidad siempre inestable.
– ¿Esa inestabilidad nos impide más que nunca fantasear sobre el futuro a medio y largo plazo?
En mi infancia, el presente tenía un principio y un final. Era un número de años. Hoy, el presente es hoy. En la actualidad, cada día es un presente. No te puedes permitir el lujo de tener un presente tan amplio del que partir como el de Julio Verne o los escritores de ciencia ficción de los años 40. Ahora, el cambio es constante.
– ¿Es ésa la razón por la que su primera novela, Neuromante, se sitúa a 50 años vista de cuando la escribió y las últimas son casi contemporáneas?
Sí. Cuando escribí Neuromante en 1982, sólo tenía ese año y mi imaginación. Según ha pasado el tiempo, el futuro se ha ido acercando cada vez más hasta que, en mis últimos tres libros, era yo el que estaba en el futuro, en el siglo XXI, y me parecía más apropiado escribir sobre este presente de ciencia ficción que intentar extrapolar algo de un mundo prácticamente incomprensible como en el que vivimos. El mundo real es mucho más interesante que cualquier cosa que yo pueda imaginar.
– En el futuro de su infancia, el siglo XXI era muy diferente a lo que vivimos. Con el paso del tiempo, ¿le ha decepcionado esa ciencia ficción o buscaba en ella otras cosas que no fueran visiones del porvernir?
La ciencia ficción, como literatura popular, no me ha decepcionado. Pero la mayoría de la producción de ciencia ficción de masas nunca me ha interesado. Estoy más interesado en explorar y trabajar en los límites de la ciencia ficción. Nunca me encontrarás en una librería especializada en ciencia ficción. Yo busco cosas extrañas en las librerías normales.
– ¿Qué le ha llamado la atención últimamente?
He leído hace poco Angelmaker, una novela de Nick Harkaway, un nuevo escritor británico. No es ni ciencia ficción ni fantasía, pero tampoco es realismo. Es una especie de mezcla de todos esos géneros. Me gusta que, a comienzos del siglo XXI, haya mezclas de géneros así que se vendan como ficción sin más etiquetas. Es lo que me interesa.
– Ya Neuromante era una mezcla de novela negra y ciencia ficción, con un futuro opresivo y urbano. ¿Cree que la tecnología nos puede llevar a eso?
Los futuros imaginarios de la ciencia ficción nunca serán como el futuro va a ser porque la ficción nunca puede imaginar la complejidad y las paradojas de la realidad. Además, nunca llegamos al futuro. Es siempre ahora. No hay nada más emocionante que el día a día cotidiano del futuro. Si en 1984, cuando llegó Neuromante a las librerías, hubiera propuesto una segunda novela con una situación como la actual, creo que nadie me la habría publicado. Me habrían dicho: «Es una locura, es muy complicada, es aterradora y, además, aburrida».
Viajes espaciales
– Con los ataques del 11-S y la crisis económica global, ¿no le parece que vivimos un inicio de siglo de pesadilla, peor que el peor imaginado?
No. El comienzo del siglo pasado sí que fue una pesadilla. Lo que pasa es que de lo malo siempre se habla más que de lo bueno. La percepción psicológica del terrorismo es idéntica a la de la lotería. Desde un punto de vista estadístico, es tan improbable que sufras un atentado como que te toque la lotería. Sin embargo, la gente sigue comprando lotería y teniendo miedo al terrorismo, que es por lo que los terroristas siguen cometiendo atentados. Los terroristas no atacan solo para producir los daños que sus atentados causan, sino también para que el Estado se autolesione con respuestas desmedidas.
– ¿La ciencia ficción clásica, de viajes espaciales y extraterrestres, está muerta en un mundo en el que ya vivimos rodeados de muchas cosas sorprendentes?
No creo que ese tipo de ciencia ficción esté necesariamente muerta, pero no es la que me interesa. No me acuerdo cuándo fue la última vez que leí una historia de un viaje espacial en el futuro que me resultara estimulante.
– Ningún escenario creíble de ciencia ficción hubiera incluido a comienzos del siglo XXI a Estados Unidos sin capacidad para lanzar naves espaciales tripuladas, como pasa ahora después de 50 años. ¿Qué lectura hace usted de este retroceso tecnológico?
Solo puedo verlo como un síntoma de un declive mucho más generalizado. Históricamente hablando, es un trabajo durísimo ser el país más poderoso del mundo. Lo fueron los holandeses, los españoles, los británicos… Lo natural es que los imperios acaben entre lágrimas. Podríamos estar asistiendo a eso, aunque también existe la posibilidad de que, en 20 o 30 años, la industria de los viajes espaciales sea completamente privada a escala mundial.
– ¿Es usted un pesimista o un optimista tecnológico, como lo eran Isaac Asimov y Arthur C. Clarke, por ejemplo? ¿Cree que la ciencia y la tecnología nos van a meter en más problemas de los que nos van a sacar, o a la inversa?
Cada vez que hay un cambio perdemos algo, pero, a menudo, ganamos algo al mismo tiempo. El lamento por la pérdida de algo y la alegría por lo nuevo están en la naturaleza del cambio. Como escritor de ciencia ficción, mi deber es mantenerme agnóstico respecto a la tecnología. Como dijo Baudelaire, «la forma de la ciudad cambia más deprisa que los deseos del corazón humano».
Fuente: El Correo. Aportado por Eduardo J. Carletti
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